López, Silvana (coord.) (2019).
Julio Cortázar. Celebración del gesto crítico. Buenos Aires, NJ editor.
Denise Pascuzzo
Universidad de Buenos Aires, Instituto de Literatura Hispanoamericana, Argentina
La obra de Julio Cortázar se da a leer como una interpelación insistente a los lectores que se animan a atravesar el conjunto de sus textos, tanto aquellos que fue publicando en vida como los que se han ido agregando en los años posteriores a su muerte. Por ello es que este volumen de ensayos, Julio Cortázar. Celebración del gesto crítico, de algún modo deconstruye su figura, lo revisita, lo vuelve a leer y a pensar. El texto articula la puesta por escrito de las ponencias que los autores han leído en las “Jornadas sobre Julio Cortázar” realizadas, en octubre de 2018, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), y organizadas por el Instituto de Literatura Hispanoamericana (ILH), de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). El cuidado del libro estuvo a cargo de Silvana López y cuenta con un posfacio escrito por Ana Gallego Cuiñas, investigadora de la Universidad de Granada.
La complejidad de la obra de Julio Cortázar, poesía, cuento, novela y ensayos críticos, así como su figura de escritor, traductor y librero, genera una trama que resulta inabarcable, en tanto Cortázar lector y crítico enlaza modos de configuración de sus textos que problematizan la teoría, la crítica, la historia y la narrativa literaria. Leer críticamente su sistema literario y sus modos de insertarse en la serie de la literatura nacional es una tarea que requería quitar la maleza, desmontar estructuras y lecturas que se habían fosilizado y que, al modo de un velo, no permitían leer en otras direcciones.
Con la emergencia de estas reuniones en ocasión de las jornadas, a partir de las cuales obtenemos estos ensayos reunidos en un volumen, podemos concluir que las instancias de lectura de una obra tan vasta y compleja se producen en tiempos largos, de revisita y de volver a leer. Roberto Ferro escribe a propósito de las jornadas: “La obra de Julio Cortázar puede ser leída como una vasta cartografía tramada en un complejo collage, que aparece inabarcable para una mirada que pretenda abordarla desde una sola y única perspectiva” (6). Sería ingenuo pensar que es posible leer, en Cortázar, textos que funcionan como islas, dado que su obra se inserta en una época, en una vida y en una constelación literaria; esa es una de las instancias que se exploran en los ensayos, justamente, los modos en que esos fenómenos se producen.
Si se piensa en las distintas estrategias que lleva adelante un escritor cuando plasma su escritura y se considera, por caso, a Jorge Luis Borges y sus operaciones de inserción en el sistema literario argentino –borrar de un plumazo a Lugones y reescribir el Martín Fierro–; también a Ricardo Piglia, cuyas maniobras atienden al entrecruzamiento con el sistema literario en el que produce su obra, Guillermo Saavedra explora esas dimensiones en el ensayo, “Cortázar, lector de Keats o el espacio más injusto de una injusticia”. La arista del Cortázar lector que señala el crítico es notoria, al igual que el modo en que se ensamblan las consideraciones de un lector lúcido con la propia escritura del autor, pero además la consabida intervención e influencia en el horizonte de lecturas críticas de la época: “ya es imposible disociar el Adán [de Marechal] de esa lectura profética de Cortázar. La perspicaz y celebratoria lectura que Cortázar hace de Paradiso de José Lezama Lima (incluida en Último Round, libro publicado en 1969) fue en cambio indudablemente decisiva para la recepción original de esa compleja obra lezamiana” (154). Saavedra se refiere a una eficacia en Borges, “que reside precisamente en haber logrado un extraordinario efecto de disolución de los límites entre los géneros, contaminándolos recíprocamente de los elementos que les son ajenos; básicamente: ficcionalizando el ensayo y dando un aura engañosamente ensayística a sus ficciones”. Quizá “eficacia” no sea una noción pertinente para pensar la operación Cortázar, que liba de otras genealogías. La eficacia se asocia a una estrategia, que se lee en Borges pero que en Cortázar se tiñe de otra singularidad. A eso responde Florencia Abbate cuando en “Cortázar en perspectiva” caracteriza al escritor con sus cualidades y contradicciones, señalando “el espíritu lúdico, su pasión en la intervención en la esfera política, la irreverencia y libertad absolutas en simultáneo con el más estricto compromiso, su destacada formación intelectual y artística” (31) y “esa inocencia que lo salvó de convertirse en el cómodo figurón que pudo haber sido, si hubiera elegido dormirse en sus laureles” (31). Pasión, juego, libertad, mucho trabajo como artista difícilmente lo posicionen en términos de una “estrategia o búsqueda de eficacia” a los efectos de “lograr un lugar” en el sistema literario argentino. Y con respecto a esa inocencia de niño de Cortázar, que se le ha atribuido y que él mismo afirma, señala Abbate: “Pero acaso se trate de una especie de ingenuidad llena de astucia (su divisa más propia y más antiborgiana), la que atraviesa las definiciones vertidas en esta entrevista que no deja de ser hoy curiosamente incisiva” (33), leyendo la insoslayable nota que el escritor le concede a la revista Life, en 1969.
Las intervenciones como lector y la influencia de esas lecturas en la propia escritura pueden leerse en el texto del escritor sobre John Keats, el poeta romántico inglés, aspecto que explora Luis Gusmán en su ensayo “Cortázar citado”, donde afirma: “Cortázar lee como un poeta, y desde esa lectura va a situarse como lector y como biógrafo” (56), en Imagen de John Keats. Gusmán indaga sobre la reflexión que realiza Cortázar en términos de su propia poética y del trabajo con la imagen que recorre su obra: “Cortázar cita un poema de juventud de Keats donde está el nudo de su arte poética: ‘La palabra ve’” (57). Ese cruce entre literatura e imagen estudia Alejandra Torres, en “Una imagen que mueva al mundo: Prosa del observatorio de Julio Cortázar”, una perspectiva que pone en diálogo el mundo de las imágenes de los textos cortazarianos con los estudios visuales que tienen como objeto la cultura de la imagen y sus implicancias y se centran en la visualidad como un lugar de construcción social y cultural, desafiando “la noción de mundo como texto” (67) acuñada y pensada por distintas corrientes de pensamiento.
La indagación en torno del vínculo entre literatura y vida replica en la dimensión de la esfera política. En ese sentido, hay diversidad de miradas como la que enuncian Roberto Ferro, por una parte, y Mario Goloboff, por otra, a propósito de la época más preeminentemente política de Cortázar, su Policrítica en la hora de los chacales, el Affaire Padilla y sus vínculos con Cuba. Mientras que Goloboff se centra minuciosa y críticamente en el entrecruzamiento epistolar con escritores cubanos y su accionar en torno a la Revolución cubana, apartando los efectos y estrategias de Policrítica pero renovando la lectura del compromiso político de Cortázar desde la escritura de su primer texto, Ferro, en disidencia, señala que desdeñar ese texto es volver a un lugar común de la crítica y que debe leerse nuevamente “porque ahí hay una defensa a ultranza del valor de la palabra literaria” (207), un texto donde expone su posición frente al caso Padilla, en el que emergen “tanto discrepancias como correspondencias entre diversas figuraciones del intelectual y las negociaciones con ellas que Cortázar fue elaborando en esos años” (207).
Florencia Abbate analiza el vínculo entre literatura y vida planteando que el éxito de su obra y de Rayuela, en particular, acaso resida en la posibilidad de que exista un texto literario que se encuentre más próximo a la vida. El mencionado drama de un sujeto por encontrarse dividido entre dos mundos que no logra conciliar se pone de relieve en los cuentos a partir de instancias de pasaje y de mediación, mientras que, afirma Abbate, en Rayuela se convierte en un problema lingüístico. “Podría decirse que Cortázar inventó una lengua que le permitió deslizarse de un lado a otro de la forma más fluida posible” (24). También señala las divergencias en torno al lugar de Cortázar: el éxito y esa vanguardia que lo hace transformador pudieron causar cierto desconcierto en buena parte de la institución literaria y, sin embargo, es considerable su influencia en escritores posteriores, como María Moreno o Roberto Bolaño, quien sostenía sobre Cortázar: “Para mí fue como conocer a un dios” (22). Del mismo modo, el efecto de ese carácter transformador de la lengua y de la literatura desacralizó la escritura literaria
El ensayo de Federico Barea, “Boxear con las sombras”, analiza el vínculo de Cortázar con los escritores, vínculos personales, amistades literarias, también la influencia, por ejemplo, de Néstor Sánchez, la admiración mutua con Alejandra Pizarnik y la amistad compartida en París; su cercanía inicial con la revista Sur y su alejamiento posterior. El ensayo divide en tres etapas esas relaciones del autor de Rayuela: el Cortázar que vive en Buenos Aires y que participa de la revista Sur¸ el Cortázar que vive en París y, por último, el Cortázar de los setenta, el más eminentemente político. Ese arco que despliega el ensayo lo muestra a Cortázar en vínculo con Rodolfo Walsh o con Paco Urondo, a quien visita en la cárcel de Devoto en 1973 y con quien mantiene una correspondencia activa. El trabajo de archivo de Barea realiza un aporte en torno a la sociabilidad literaria del escritor y muestra a Cortázar en movimiento y en revisión respecto de sus ideas y de su obra literaria, como un escritor que está dispuesto a revisar sus decisiones (por ejemplo, su parecer en relación al peronismo) y también su poética.
En sus textos, Cortázar ha dejado la impronta de su paso por tradiciones literarias de las más variadas raigambres y ha diseminado las huellas de su enorme curiosidad y de su inagotable capacidad de asombro a la que nunca impuso límites ni obstáculos, componiendo una urdimbre inextricable de una magnitud extraordinaria por su extensión y por la diversidad genérica en la que se despliega. Los ensayos que componen el volumen exhiben esa diversidad iluminada.
La relación de Cortázar con la música es estudiada por Carlos Dámaso Martínez, que se centra en los cruces que se leen en sus textos, especialmente, la presencia del jazz; una vertiente de lectura que exhibe las búsquedas de renovación estética del escritor y cómo sus reflexiones sobre el arte y sus posibles narrativos transgenéricos aparecen en textos como “El perseguidor” o Rayuela.
En diálogo con la musicalidad, en “Morelli y la legislación de los espacios en blanco”, Luis Chitarroni arma un trazado de los procedimientos líricos a partir de la figura sin rostro de Morelli de Rayuela, articulando un conjunto de procedimientos cuyos rasgos producen un “efecto” cortazariano en el presente. Y Daniel Mesa Gancedo, que realiza una lectura minuciosa de los tres sonetos “Tre donne” a partir de la idea de que se encuentran escritos sobre una matriz idiomática esencialmente italiana, señala que “por su superación de modos, por la asunción de múltiples tradiciones –la petrarquista, la simbolista, también la surrealista– y su combinación simultánea” (199) puede leerse la poética de Cortázar como una línea claramente definidora de la escritura poética contemporánea.
La poesía erótica de Cortázar es leída por Gustavo Lespada, en “Quisiera ser Tiresias…”. El crítico señala la intensidad poética de Cortázar que se expresa en la conformación de un sujeto poético amoroso que exhibe el deseo de conocer sin límites las distintas posibilidades amorosas sin restricciones de género, es decir que no es sino un sujeto cuyo afán erótico constituye una búsqueda de conocimiento. Pero lo cierto es que la transgresión genérica se ve trasladada a marcas de escritura. Es tan fecunda esa producción poética que puede vincularse con planteos como los de Alain Badiou, Georges Bataille, Anne Carson, en torno a una teoría sobre el erotismo, una apuesta cortazariana que, en términos de la desfiguración que produce la época en la que el escritor escribe, es un “insobornable acto de fe” (176).
María Virginia Castro en su ensayo analiza las características de la escritura de Cortázar en sus rasgos situacionistas. Sin embargo, también realiza una operación crítica al afirmar que Libro de Manuel debiera ser comparado con los tres libros de experimentación formal de Cortázar (Prosa del Observatorio, El último round y La vuelta del día en ochenta mundos) y no con Rayuela, como suele hacerse, situando también a Libro de Manuel como la gran novela situacionista. La revolución planteada a partir del juego es una de las características del situacionismo, que la ensayista relaciona con el “humus espiritual” del Mayo Francés.
Julio Cortázar. Celebración del gesto crítico persiste en desmalezar, de allí que los ensayos de Laura Arnés y de María José Punte hagan visibles las configuraciones literarias que el ojo crítico rastrea en la historia literaria y encuentra en la escritura de Cortázar las figuraciones del lesbianismo y de lo queer. El amor entre mujeres y sus modos de representación se leen en “Apariciones lesbianas en la escritura de Julio Cortázar” de Arnés y en “Políticas de lo afectivo: infancias queer en la obra de Cortázar”, Punte asedia esas nociones en el cuento “Las babas del diablo” y en la novela Los premios.
Tal vez la anécdota del encuentro con Rayuela y su lectura, bellamente narrada por Ricardo Strafacce, en primera persona, y su comparación con el Strafacce lector de hoy sean una cifra de la relevancia de reunir los ensayos que conforman este texto crítico: volver a leer y revisitar la escritura de Cortázar ponen de manifiesto la exigencia de insistir en la búsqueda de sentidos en una obra de multiplicidades inagotables.
Las palabras finales de Noé Jitrik expresan la razón principal del quehacer literario. Escribir y leer como un modo de pensar y la reconfirmación de los lectores y escritores como modo político de ser y de existir. Creo que este conjunto de textos ensayísticos encarna en buena medida esa afirmación.