María Laura Romano
Conicet - Universidad de Buenos Aires, Instituto de Literatura Hispanoamericana, Argentina
Guillermo Vitali
Conicet - Universidad de Buenos Aires, Instituto de Literatura Hispanoamericana, Argentina
Yo, en medio de toda la tierra de un continente, que me resultaba invisible, aunque lo sentía en torno, como un paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis piernas. Para nadie existía América, sino para mí; pero no existía sino en mis necesidades, en mis deseos y en mis temores.
Antonio Di Benedetto, Zama, 11
En 2018, junto con Josefina Cabo, participamos como becarios del Instituto de Literatura Hispanoamericana (ILH) de un curso sobre digitalización, organizado por la Subsecretaría de Bibliotecas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La capacitación se desarrolló en el marco del Programa de Digitalización, uno de cuyos objetivos es reproducir digitalmente las colecciones bibliográficas de valor patrimonial de los institutos.1 Como trabajo de iniciación de la labor del equipo, acordamos con las autoridades del ILH digitalizar el primer número de la revista Zama (2008), debido a que sus archivos originales se encuentran extraviados, y los diez números del Boletín de Reseñas Bibliográficas (1992-2006), cuyos ejemplares impresos se habían vuelto difíciles de rastrear.
Digitalizar estas publicaciones fue una manera oblicua de zambullirnos en la historia del ILH. Una historia que se trasluce en las huellas materiales de un hacer crítico –las propias publicaciones– y en las escrituras que esas materialidades soportan: recurrencias, perfiles, objetos, problemas como ejes componedores de un discurso crítico. Esta nota reúne algunas de las ideas que surgieron con el trajinar de los impresos, ideas que buscan esbozar una narrativa histórica institucional a partir de la lectura en sucesión de Zama y de su precursor, el Boletín.
El Boletín de Reseñas Bibliográficas salió a la luz en 1992 bajo la coordinación (luego dirección) de Jorge Monteleone y con la colaboración de Carlos Battilana como responsable editorial. Nació hermanado con la biblioteca del ILH, ya que su primer objetivo fue reseñar los libros recibidos en donaciones y adquisiciones de los proyectos de investigación. El hecho de que se haya optado por la forma “boletín” podría hacer pensar que se trataba de una publicación de orden administrativo-institucional, que buscaba inventariar los impresos ingresados en un período de tiempo dado. Sin embargo, ya en el título mismo leemos un primer desacomodo respecto del registro burocrático: no es un “boletín bibliográfico”, sino un “boletín de reseñas bibliográficas”. En la presentación del primer número, Jorge Monteleone se refiere a la palabra que acapara el adjetivo aunque no la reconoce como intrusa. Luego de señalar el lugar secundario que ocupa la reseña en los suplementos literarios o en las revistas especializadas, afirma: “Este Boletín intenta contradecir esa tradición” (1992: 7). Doble corrimiento: del boletín como tipo de impreso para el mero registro y de la reseña como un género “menor” de la crítica literaria. La reseña fue, quizás, la forma más acertada para una publicación cuyos hacedores y destinatarios se reivindicaban como “empecinados lectores” (ibídem). No obstante la centralidad dada en la presentación del primer volumen a ese género crítico, de los diez números que salieron, solo los dos primeros recogieron únicamente reseñas. Ya en el número tres apareció una nueva sección: “Museo”, destinada al rescate de textos “extraviados en publicaciones de época” (1994: 6). El Boletín apostaba así por un tiempo de lectura desacelerado: leer a contrapelo de las coyunturas, reseñar libros recientemente arribados a la biblioteca pero que ya no eran novedad editorial, rescatar textos tragados por el tiempo vertiginoso de los impresos periódicos para salvarlos de su fugacidad.
A partir del número 3, la publicación no pararía de crecer en secciones y géneros, en colaboradores y en número de páginas. Si leemos retrospectivamente la lista de sus propósitos iniciales, ya era posible entrever que el formato de las reseñas pronto quedaría chico: “Su finalidad es ser un órgano de información, de reflexión crítica y de intercambio cultural”, decía Monteleone en el texto de presentación (1992: 7). Tal vez por el compromiso cada vez mayor con la reflexión crítica, a partir del cuarto número (1995), ganan terreno frente a las reseñas otras secciones como “Lecturas”, “Discusión” o “Conversaciones”. Esta tendencia se consolida en el último volumen doble, Boletín 9/10 (2006), al punto de que el apartado “Lecturas” absorbe y presupone las reseñas bibliográficas. Se producía, así, el pasaje de la lectura sobre la crítica a la lectura crítica en sí misma y, ya en Zama, la primacía del artículo y su colectivo, el dossier, como ejes vertebrales. En la “Presentación” (2006) de este número final, Monteleone comenta la transición hacia el nuevo proyecto del ILH, una revista que “se llamará Zama, en un explícito homenaje al narrador argentino Antonio Di Benedetto (1922-1986)”. En las figuras homónimas del personaje y la novela se sintetizaba “la reflexión sobre lo actual sin dejar de poner en tensión la historicidad latinoamericana”; el nombre cifraba muchas de las preocupaciones sobre el trabajo crítico que habían delineado sucesivamente los distintos números del Boletín. No sin reminiscencias de este proyecto anterior, el nacimiento de Zama era, sin dudas, el “signo de una nueva etapa” en la producción intelectual del ILH. El mismo Monteleone será parte de esa nueva etapa ya que oficiará, dos años después, como el secretario de redacción de la revista.
Entre el 9 y el 13 de octubre de 2006, tuvo lugar la Semana de Homenaje a Antonio Di Benedetto, coorganizada por la Casa de Mendoza y el ILH. Durante cinco días, la Biblioteca Nacional recibió a escritores, críticos, traductores, cineastas, editores y periodistas dispuestos a revisitar la obra del narrador argentino. Lo acontecido ese año, bisagra para la memoria del pasado reciente de la Argentina, tal vez haya servido para sellar una idea cavilada hacía un tiempo acerca del nombre de la revista del Instituto. Así lo comenta Jimena Néspolo, investigadora del ILH, en la introducción al dossier del primer número de la revista: “A treinta años de acaecido el golpe militar que desgarró de cuajo la historia política y social argentina, recordar a este escritor que sufrió la cárcel y el exilio no fue un acontecimiento para nada fortuito” (2008: 133). Semejando una dinámica de cajas chinas, la novela Zama remitía a su autor, quien había padecido en carne propia la dictadura cívico-militar argentina en medio de una ola dictatorial que afectó a todo el continente latinoamericano. De lo particular a lo general y viceversa, el nombre Zama representaba un instante crítico en la historia de América Latina.
Hay dos textos que explican la elección del nombre de la revista: la “Presentación” del primer volumen, que estuvo a cargo de Noé Jitrik, y la presentación del número siguiente, escrita por Jorge Monteleone. Como lo fueron en el Boletín y lo serán en Zama, las presentaciones, que cultivan un tono ensayístico, ofrecen una mirada de conjunto que explota los imprevisibles sentidos surgidos por la contigüidad de objetos textuales. Para el caso de las dos primeras, la insistencia explicativa abocada al nombre no se reduce al mero gesto de justificar. Despliega un discurso autorreflexivo sobre el propio hacer crítico que, por más ceñido al objeto textual que se pretenda, tiene lugar irreversiblemente en un contexto más o menos determinante, en un fluir histórico dado, en un “contorno” específico, para decirlo con una palabra preciada por la historia de la crítica argentina.
La historia de Diego de Zama resuena en la definición propuesta por Jitrik sobre las publicaciones universitarias como “espacios dilemáticos”, que “deben recoger determinado orden de producción inherente a las instituciones que las promueven y sostienen, eso que se designa como investigación, y, al mismo tiempo, introducir alguna marca en la cultura general de una sociedad de la que son deudoras” (2008: 9). La reflexión de Jitrik alude a una cuestión medular que afecta a la propia razón de ser de las instituciones científicas, educativas y culturales: la tensión entre “una obligación o una necesidad de democratizar los saberes” y “el código y el lenguaje especializado” que “entrañan casi irremediablemente restricciones de lectura” (ibídem). La única salida posible al dilema, parece decir Jitrik, está en el “hacer”, esto es, en dar nacimiento a la nueva revista. Pero hacer no significa saldar del todo el dilema, es decir, no lo suprime. En el proyecto de revista que se terminó concretando, el hacer se conjugó –y se conjuga– con el pensar, y ambas dimensiones anudadas no dejan de rondar (como Diego de Zama ronda la posibilidad de partir) la cuestión de las finalidades.
Masticar el nombre, dejar su marca en un papel para repasar con la mirada sus trazos es una manera de discurrir sobre sus significados. En “El nombre Zama”, Monteleone (2010) busca los sentidos que tejen en la novela de Di Benedetto una imagen posible de Latinoamérica. Repasa esos sentidos para comprender el porqué de la súbita certeza colectiva de que ese era el nombre que mejor le cabía a la revista de un instituto argentino centrado en la investigación de la literatura latinoamericana: “Zama es –de un modo elusivo y oscuro, poco alegórico y poco ‘representativo’–, un símbolo de Latinoamérica a través de una lengua literaria” (9), escribe aludiendo a la lectura iluminadora que Juan José Saer hizo de la novela. El eje del ensayo del crítico es, entonces, el laconismo de la elocuencia latinoamericana desplegada en el texto de Di Benedetto. ¿No hay en la decisión de bautismo la voluntad de hacer un ajuste de cuentas, casi treinta años después, con el remanido boom de la literatura latinoamericana? No casualmente Monteleone afirma que la revista bien se podría haber llamado Páramo en homenaje a Juan Rulfo. Interpretado de esa manera, la elección del nombre opera como un posicionamiento y, a la vez, como una forma de leer y de incidir en el campo de los estudios latinoamericanistas, campo en el que el instituto encuentra el sentido de su creación.
Hay una sutil disparidad –complementaria– entre los ensayos de Jitrik y de Monteleone. El dilema de las finalidades de las revistas universitarias que tematiza el primero se inscribe en los problemas de una época en la que la voluntad de intelectuales, escritores y artistas era hacer que su producción incidiera de alguna manera en el mundo social. Sin desestimar ese imperativo, otra es la época que recoge el guante de la lectura saeriana retomada por Monteleone cuando dice que Zama “no se rebaja a la demagogia de lo maravilloso, ni ilustra tesis sociológicas, ni reconstruye crónicas familiares de la novela burguesa, ni divide la realidad en naciones, ni pretende ser la summa de algún grupo o lugar, ni honra héroes ni revoluciones” (ibídem). Leídos en continuidad, los textos de Jitrik y de Monteleone ponen juntos tiempos diferentes y sucesivos, trazan una convergencia generacional que se manifiesta en la distinta perspectiva elegida para otorgarle sentido a un nombre.
La enriquecedora producción intelectual surgida del intercambio y los debates entre los participantes que tuvieron lugar en la Semana de Homenaje a Di Benedetto fue el motor del dossier del primer número de la revista Zama, coordinado por Jimena Néspolo. La inclusión de este dossier, que será una sección estructural para la nueva publicación, mostraba no solo el deseo de homenajear a una valiosísima figura literaria, sino también la voluntad de vincular la tarea crítica con eventos académicos, interdisciplinarios e interinstitucionales que nucleaban un tema o problema literario y cultural. De esta manera, se desarrollaba un canal de comunicación doble, ya que los investigadores del Instituto compartían la propia producción crítica frente a un público diverso y, a la vez, la vida del ILH se nutría con los aportes de estudiosos externos a la institución. El “entre-lugar” de ese diálogo tuvo un punto de cristalización y culminación en ese primer dossier de la revista Zama, fruto del esfuerzo por seleccionar, reunir y presentar algunos de los trabajos expuestos en la mencionada Semana de Homenaje. La preocupación por la obra del escritor argentino, además, se extendió a otras manifestaciones artísticas como el cine, con la publicación del artículo crítico de Julia Kratje (2018) sobre la película Zama, dirigida por Lucrecia Martel en 2017.
A la par, la revista incorporó secciones que ya se habían probado en el Boletín, como la sección “Museo”, que solo apareció en dos números más, entre ellos el número inaugural. Es sugerente que ese primer museo, a cargo de Celina Manzoni con su ensayo “El diccionario no miente” (2008), arremeta contra el diccionario de la Real Academia Española y aborde, tal vez un poco de soslayo, una cuestión central para los escritores y la crítica en Latinoamérica: la cuestión de la singularidad del castellano de nuestro continente, su multiplicidad y su “propiedad” ante cualquier clase de avasallamiento. En un gesto de lectura minuciosa que hace honor a la pasión por los márgenes, la sección recupera tres materiales: el colofón de la décimo sexta edición del Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, que informa que el volumen se terminó de imprimir en 1936; la carátula en cuyo frontispicio se lee “Madrid. Año de la Victoria”; y una “Advertencia” que explica de qué victoria se trata: 1939, año en que las fuerzas sublevadas contra el gobierno de la Segunda República asumieron el control de España.
Manzoni se detiene en eso que llama, parafraseando a Georges Steiner, el “lenguaje de las tinieblas” de la “Advertencia” (ibídem: 229). Ensaya una traducción del texto escrito por un Estado ya dictatorial que distorsiona el idioma en un ejercicio que hoy llamaríamos de “posverdad”. “En la perspectiva de encontrarle algún tipo de correspondencia con la cruda realidad” (ibídem: 228), Manzoni reescribe y alinea palabras y hechos. El infausto “Año de la Victoria” es, dice, el año de la derrota. Su texto, titulado de manera irónica, pone de manifiesto la naturaleza histórica de ese libro que atesora las palabras de nuestra lengua; descubre finalmente que el diccionario, creado para vivir por muchos años en los anaqueles de una biblioteca, comparte cierto estado de fragilidad y fugacidad con el impreso más perenne de todos, el periódico. Así, la sección “Museo” en su nueva etapa resignifica el sentido del sintagma “publicaciones de época”, atado al cual había aparecido por primera vez en el tercer número del Boletín, y recupera el interés de este último de ir a contrapelo de la “urgencia multitudinaria de la novedad” (ibídem: 231).
Sería demasiado pretencioso un intento de abarcar la totalidad de eventos que pueblan la vida de la revista Zama. Por eso nos detendremos, antes de concluir, en algunos hechos que consideramos importante mencionar. El 20 de agosto de 2013 falleció Susana Zanetti, una de las codirectoras de la revista, quien además había sido anteriormente directora del ILH. Recordamos aquí las palabras con que Monteleone despide a la “entrañable maestra” de tantos investigadores:
Susana era profunda, enconadamente vital, brillante e irónica, minuciosa en el saber y apasionada, beligerante, precisa, incansable. Fue para muchos de nosotros una gran profesora en su altísimo don de ser esa gran lectora de la literatura de Latinoamérica en una dimensión universal. La recreadora de aquello que llamó el “archivo minucioso” en la tradición de Pedro Henríquez Ureña y de Ángel Rama. (2012: 7)
El último número que salió en vida de Zanetti fue el 4 (2012) y supuso la renovación gráfica de la revista. Gracias a la colaboración del ILH con la Subsecretaría de Publicaciones, Zama se presenta en un nuevo formato de carácter digital, con un renovado diseño de tapa. Lo que antes era un dualismo cromático pasa, en este volumen, al nominalismo con visos de hipertextualidad, armando con los nombres presentes en los artículos una red, una trama crítica. Manzoni misma es quien elige meticulosamente cada palabra con la que se tejerá la cara visible de la publicación.
Otra instancia destacable es la publicación del número extraordinario dedicado al escritor nicaragüense Rubén Darío, organizado gracias al gran trabajo de Beatriz Colombi y otros colaboradores. Recordando el centenario de su muerte (1916-2016) y el sesquicentenario de su nacimiento (1867-2017), este homenaje resulta casi un dossier en sí mismo, dada la unidad temática de los textos. Zama vuelve a flexibilizar los moldes genéricos y publica este “número-dossier” del archivo dariano y del archivo de la crítica dariana, mostrando su capacidad de adaptarse a los objetos que interpela. Como afirma Jitrik en el apartado “Liminar” del volumen, los trabajos publicados “no sólo rinden justicia hermenéutica a una obra revolucionaria, no ya previsibles homenajes, sino que ponen en escena modos de lectura novedosos que provienen de largas y densas frecuentaciones teóricas y, por añadidura, recogen los frutos de una tarea incesante” (2016: 5). Para esta instancia excepcional se convocaron especialistas y se realizó un ingente trabajo de edición sobre documentos, notas, conversaciones y entrevistas vinculados con el poeta latinoamericano.
Jitrik concibe a la lectura crítica como el estadio final y deseable de una lectura espontánea e indicial: “se puede tratar de llegar a una lectura crítica, lo que implica, por lo tanto, un proceso en el que los medios de la lectura se van afinando, articulando” (1982: 48). Este aprendizaje exige “depuraciones múltiples y constantes”, que dan lugar no a una “lectura privilegiada” o “de privilegiados”, sino a una “lectura deseable” en la que se persigue un “objetivo digno”: “la lectura ‘crítica’ debería generalizarse y ser la lectura de todos, única posibilidad de neutralizar, en el hecho y en el momento mismo de leer, no la riqueza de la espontaneidad de las otras lecturas sino los permanentes riesgos de una dominación social a través de la lectura” (ibídem). La revista Zama se hace cargo, sin dudas, de esa labor intelectual recogiendo modulaciones de la crítica latinoamericana siempre amagadas por la posibilidad de la dispersión en un continente en el que la fragmentación ha sido la regla por extensos períodos históricos.
Para llevar adelante esta tarea, Zama cuenta, además, con un Comité Editor, donde participan investigadores del Instituto especializados en las diversas áreas de los estudios literarios, y un Comité Académico de alcance internacional, que integra a figuras renombradas de la crítica como Hugo Achugar, Víctor Bravo, Sara Castro Klaren, Diamela Eltit, Ambrosio Fornet, Jean Franco, Margo Glantz, Michel Lafon, Mirko Lauer, Antonio Melis y Silviano Santiago. Esta dimensión continental es parte, también, del propósito de la publicación, debido al carácter latinoamericano del Instituto. Se trata de un propósito cuya dinámica reconoce certeramente Pablo Martínez Gramuglia al referirse al juego entre la “ambición latinoamericana y la inevitable situación argentina con que se piensa la investigación actual” en el ILH (2018: 11).
La revista Zama, “en medio de toda la tierra de un continente”, estrecha permanentemente nuevos lazos intelectuales y expande el conocimiento sobre la literatura latinoamericana, indagando sobre problemas transversales para nuestra cultura e identidad. Desde nuestro contexto argentino, funciona como una instantánea, una fotografía que hace visible desde la materialidad de sus páginas un estado de la crítica continental.
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1 En 2013, se sancionó la Ley 26.899 de creación de Repositorios Digitales Institucionales de acceso abierto en los organismos e instituciones que forman parten del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación. Ese mismo año se creó el Repositorio Digital Institucional de la Universidad de Buenos Aires y, en 2015, Filo:Digital, repositorio de la Facultad de Filosofía y Letras, dependiente de la Subsecretaría de Bibliotecas. Esta última tiene a su cargo un Programa de Digitalización, uno de cuyas objetivos es la reproducción digital de las colecciones bibliográficas de valor patrimonial de los institutos. La capacitación dictada en 2018 en el marco de dicho programa estuvo a cargo de Matías Butelman y Juan Pablo Suárez, integrantes de Bibliohack, “una iniciativa que trabaja en la transformación digital de bibliotecas, archivos y museos con tecnología adecuada al contexto específico del Sur Global, siguiendo los principios del acceso abierto y la tecnología libre”. Suárez, uno de sus fundadores, sostiene que digitalizar “no es un mero cambio de soporte, es volver a editar una obra en un nuevo formato, con nuevos condicionamientos y nuevas posibilidades”, lo cual supone desarrollar “una serie de interpretaciones y juicios de valor que están más allá de los procesos técnicos”. Disponible en: