0000-0003-1059-3885 Oscar Soto[1]
Commitment to the ‘countryside’ in the face of exclusion from rural territory: elements for a variegated ethnography with transhumant families (Malargüe, Mendoza / 2010-2022)
Compromisso com o ‘campo’ em face da exclusão do território rural: elementos para uma etnografia abigarrada com famílias transumantes (Malargüe, Mendoza / 2010-2022)
En las últimas décadas, Argentina registró un fuerte crecimiento de la producción agropecuaria, impulsado por importantes cambios productivos, económicos e institucionales, que condujeron a procesos de concentración. La propiedad de la tierra se transformó en factor determinante del agro argentino, así como el acceso a ella, ya sea mediante el arriendo o la compra. Fue así que la expansión de la soja involucró cambios significativos en el uso del suelo; por caso, la ampliación de la frontera agrícola implicó además el desplazamiento del núcleo sojero de una región a otra (Palmisano y Perelmuter, 2023). Asimismo, el crecimiento de la agricultura por sobre la ganadería, como el boom sojero por encima del complejo oleaginoso y las restantes actividades agrícolas impactaron en la población rural y el trabajo de la agricultura familiar (Hocsman, 2018). La paradoja del neoliberalismo en el campo argentino se sintetizó en el fuerte crecimiento de la producción y las exportaciones (acompañadas por la modernización tecnológica), por un lado, mientras por otro se aceleraba la concentración dando lugar a megaexplotaciones agrarias y la eliminación del campesinado pobre (Murmis y Murmis, 2012).
En ese marco de exclusión territorial, este escrito emerge como parte de un estudio antropológico en espacios rurales marginales con la intención de destrabar horizontes de compromiso teórico-político, atendiendo a la vigencia de antropologías militantes y activistas. Partimos -en un plano más abstracto- argumentando que, en las bases de una sociedad capitalista, la relación entre territorios y sujetos campesinos/indígenas constituye un eje central para entender el hecho rural bajo la hegemonía neoliberal. Investigar implica generar conocimiento que contribuya, con metodologías adecuadas, a aprehender la multidimensionalidad y el abigarramiento de las comunidades estudiadas. Para poder producir ciencia, resultan centrales la articulación de lo político y los espacios-tiempo de intersubjetividad que en los trabajos de campo germinan. Entonces, comprender antropológicamente conmina aquí abordar la separación del hombre y la mujer de sus condiciones de reproducción y la constelación de resistencias que ello representa. Es, a nuestro modo de ver, en la ruralidad marginal donde mejor se pueden interpretar los retos actuales a la etnografía latinoamericana: entender el abigarramiento de América Latina conlleva asumir que la región es reservorio de lucha indígena y campesina, entre otras cosas porque el capitalismo se exterioriza como una forma constante de desposesión de la vida rural.
Los datos que evoca el trabajo antropológico/etnográfico, desde las entrevistas pasando por la observación y las conversaciones hasta la participación en actividades de las comunidades analizadas, requieren un ejercicio de ‘traducibilidad’ del paisaje observado a un horizonte de inteligibilidad. En este artículo nos preguntamos si la transformación de las relaciones societales en tiempos del neoliberalismo global implica una renovación de la mirada antropológica: ¿cuál es el lugar que ocupan los tratamientos antropológicos del conflicto y la resistencia ante las formulaciones teóricas surgidas en contextos rurales abigarrados?, ¿cómo se resuelve el compromiso de ‘campo’ ante la desapropiación material del territorio rural?... Abordamos aquí parte de esas dimensiones que acompañan nuestro trabajo de investigación durante los últimos años en la ruralidad del sur de la provincia de Mendoza (Argentina).
En los primeros apartados, retomamos elementos del corpus que define a la antropología y la etnografía como disciplinas fundamentales de las ciencias sociales; seguidamente, describimos el universo de análisis y la metodología empleada. En la siguiente sección aportamos reflexiones situadas sobre lo que denominamos una ‘etnografía abigarrada’, en el sentido de poder abarcar la complejidad de los territorios rurales y asumir el compromiso político surgido de la sensibilización propia de una ciencia práctica. Nos detenemos aquí en la problemática de las familias crianceras que pueblan el sur mendocino y las amenazas sobre sus espacios vitales. Finalmente, graficamos la emergencia de un enfoque territorial de la profesión antropológica, retomado a partir de la experiencia de acompañamiento etnográfico al campesinado trashumante y su organización política en Malargüe.
El trabajo de investigación antropológica surge como continuidad de una tensión fundante en las ciencias sociales: se trata al mismo tiempo de un estudio metódico, riguroso, que contiene e interpreta a la experiencia vital, las relaciones y los vínculos personales (Jimeno, Varela y Castillo, 2012). De alguna manera, el submundo de lo antropológico navega entre las estructuras y las subjetividades, la emotividad del día a día y los encuadres económico-políticos que circundan los sujetos concretos con los que se trabaja. Si bien el mirar, escuchar y escribir de la labor antropológica (Cardoso de Oliveira, 2017) no exime la posibilidad de atender a las tiranteces entre la producción de conocimiento y el compromiso material con las dinámicas y prácticas de estudio; seria impropio descuidar la politicidad que el acto antropológico conlleva. Desde su nacimiento, una disciplina así denota proyectos políticos implícitos en la discusión del universo cultural:
El establecimiento de la antropología como disciplina científica se produce en el entrecruzamiento de dos procesos nunca antes vistos. Uno es la expansión a escala planetaria de una sola civilización en la que se conjugan nacionalismo y militarismo, misión cristiana y racismo, búsqueda capitalista de mercados y de materias primas y afán de inventariar todos los fenómenos del globo terráqueo. El otro es la hegemonización de un único tipo de conocimiento, caracterizado por una determinada organización social de sus practicantes y por el consenso en el seno de éstos acerca de ciertos procedimientos para generar y validar enunciados sobre la realidad empírica. (Krotz, 1993, p. 5)
Ahora bien, la etnografía, como método de estudio de hombres y mujeres en su totalidad, conjuga una serie de técnicas de investigación cualitativas que posibilita la introducción de un abordaje intelectual en los recovecos del conocimiento empírico; se trata en primer lugar de impregnarse y conocer las interacciones entre personas, así como sus productos culturales y sociales. La labor antropológica sucede anudada a formas de inserción en las comunidades objetivadas. Objetivar, no desde un propósito positivista, sugiere comprender la práctica social de las personas implicadas como ‘objeto’ de reflexión y punto de partida de aprendizajes colectivos (Di Matteo, Michi y Vila, 2021). La etnografía, por su parte, requiere de un ejercicio de “traducibilidad” del paisaje observado a un lenguaje teórico-conceptual. Se trata de un acto intelectual y político que media la distancia entre la primera pisada en el territorio y la escritura posible (Malinowski, 1986). Con todo, el ejercicio antropológico ha puesto en discusión ciertos axiomas que interpelan al trabajo académico, especialmente en el mundo anglosajón y europeo: la proliferación de científicos sociales “subdesarrollados” y el aumento significativo de su actividad académica/territorial ha visto emerger algunos cuestionamientos. Hebe Vessuri dirá que son básicamente tres:
Una es que el ser antropólogo en su propia sociedad es una gran ventaja; la segunda es que es una gran desventaja y que el mejor aporte de un antropólogo ‘subdesarrollado’ es el que éste puede hacer abandonando su posición profesional y presentando una interpretación desde ‘adentro’ de la realidad, como ‘nativo’; la tercera posición es: ¿en qué medida un científico social puede entender su propia sociedad?... (Vessuri, 2002, p. 290)
En América Latina, la separación de las poblaciones respecto de sus medios históricos de producción, así como la aparición del trabajo asalariado y la permanente reproducción de los mecanismos de acumulación, es parte de los procesos que reaparecen en forma permanente en los diversos lugares que el capital va colonizando o recolonizando. Si bien en aquellos espacios de predominio agrario o extractivo es fácil observar conflictos enmarcados en la pervivencia de los mecanismos de la acumulación originaria en donde el despojo material (de tierras y formas de vida) es más explícito, allí los grupos sociales y las fracciones de clases presentan una mayor dispersión identitaria que aquella del modelo clásico ‘obrero vs. capitalista industrial’. El acceso a la indagación científica de intelectuales periféricos, en un terreno casi excluyente de las academias del ‘Norte’, ha acarreado controversias al interior de una disciplina en ciernes, que fue tomando contundencia en el sur global. Si bien la distinción entre las disciplinas de la sociología y la antropología social ha sido superada en el siglo XX -pese a que sus especificidades difieren en el nivel de la práctica científica, alrededor del uso preferencial de ciertas técnicas, magnitudes de los objetos de estudio y fuentes de datos más que de teorías (Vessuri, 2002)-, es recurrente ver la idea de cierto “exotismo” de la situación de campo y su distancia con la vivencia concreta del antropólogo/sociólogo, como reaseguros de una mayor objetividad al momento de involucrarse en el territorio de estudio.
Es claro que la observación participante ha ayudado a consolidar un sentir vivencial del “contacto con los nativos” (Malinowski, 1986); no obstante ello, el compromiso político que parte de la sensibilización de las ciencias sociales en un territorio abigarrado como el de Nuestra América, exige lo que Fals Borda y Mora-Osejo (2004) llamarían de un ideal de ciencia práctica: una ciencia política propia que permita la obtención del conocimiento a partir de la confrontación dialéctica de líneas de pensamiento con la realidad de estudio social y antropológico.
El ‘encuentro’ teórico-político con una experiencia a indagar presupone interpelaciones y dilemas antropológicos; sin embargo, el trabajo etnográfico que de ello deriva no puede ser asumido como una simple descripción, tal la incipiente conceptuación de la disciplina entre el siglo XIX y mediados del siglo XX. Creemos que el desarrollo analítico y epistémico en torno a las antropologías militantes, activistas, colaborativas y/o comprometidas en contextos abiertos o soterrados de conflicto social nos permite actualizar lo permeable de las barreras científicas que tributan a ciertos paradigmas de la objetividad y el purismo técnico, ampliamente difundidos en la academia regional.
Tal como apunta a Mora Nawrath (2010, p. 14):
La otredad como problematización antropológica implica percibir la diferencia en tanto especificidad, reconociendo lógicas de organización de la realidad que se expresan en formas de reproducción social circunscritas a distintos espacios (por parte de un grupo o conglomerado), referencia a grados de pertenencia colectiva que se materializan en la vida cotidiana a través de formas sociales de organización y de interacción, producción de bienes materiales, etc., que dan lugar a diversos modos de significar y construir la realidad.
Pensar el mundo rural involucra reencauzar el problema de las clases sociales y las formas de reproducción de la subsistencia en los territorios (Bolding, Borg Rasmussen y Bo Nielsen, 2020). En esa dirección, la subsistencia es un elemento central en la evolución histórica de la lucha de clases sociales, así como su conformación y la articulación de las identidades políticas en movimientos sociales organizados (Claeys y Delgado Pugley, 2017). Es por ello que la relación entre el modo de vida territorial y los sujetos campesinos e indígenas en las bases de una sociedad capitalista constituye un eje fundamental para entender la ruralidad en contextos de hegemonía neoliberal (Bernstein, 2010).
El tratamiento antropológico del conflicto y la resistencia ante las formulaciones teóricas de las ciencias sociales y las humanidades acontece asociado a las formas de vida existentes en los marcos estatales latinoamericanos, todo lo cual requiere indicar la fisonomía de nuestras sociedades abigarradas, tal como las entiende René Zavaleta Mercado (1982). Si partimos de asumir que las pujas políticas y económicas del continente tienen lugar en los parámetros del Estado nación, en ese sentido, la función central del Estado es la de producir unidad política allí donde se produjo un estado de separación doble: separación del trabajador de sus medios y separación del Estado de la sociedad civil (Zavaleta Mercado, 2009).
La formación social abigarrada refiere, entonces, a la condición multisocietal latinoamericana. Se trata de sociedades en las cuales las estructuras sociales capitalistas no han logrado desarrollarse en su totalidad y conviven con formas jurídicas y sociales de formación precapitalistas (Antezana, 1991). En otras palabras, es posible pensar que las clases sociales que resisten y asumen la conflictividad en los territorios pasan por una abigarrada forma de sentir tanto el colonialismo como el capital, en la manera en que son avasallados sus modos de vida. Los mecanismos coercitivos de explotación no provienen solo del derrotero colonial, sino también de las exigencias socioeconómicas del modelo tecnológico capitalista que se impuso en el continente (Veltmeyer y Petras, 2014).
Por ello es que resulta fundamental interpretar el desarrollo sociohistórico de la producción/reproducción moderna. La sociedad surgida de la crisis neoliberal en América Latina coloca al trabajo humano y su subjetivación -tanto como a la naturaleza- en el lugar de meros ´recursos´. Por estas razones es que el territorio rural se transforma en un espacio de divergencia cardinal en la reproducción de la vida simbólica y social. Comprender los caminos de la conflictividad rural sobre la base de la persistencia de vida campesina e indígena, posibilita una mirada estructural y simbólica. Se trata de una perspectiva surgida desde la práctica de las comunidades campesinas, bajo una óptica relacional del poder que dé cuenta de una economía de los conflictos (Avalle, 2020).
El abigarramiento, para Zavaleta Mercado, evoca la sobreposición inarticulada de modos de producción, diferentes visiones ecológicas y políticas, formatos de estructuras locales de autoridad que interactúan con la estatalidad; algo así “como si el feudalismo perteneciera a una cultura y el capitalismo a otra y ocurrieran sin embargo en el mismo escenario” (Zavaleta Mercado, 2013, p. 105). Para este intelectual, el modo de producción capitalista tiende a expandirse a través de las fronteras estatales, por lo que la visión crítica de esta configuración histórico-social no es local sino más bien cosmopolita. En tal sentido, sobre el espectro de la estatalidad latinoamericana -tal como la conocemos- emergen fugas al criterio homogeneizador tanto de las formas de vida moderna, como así también de su intelección, dada desde una matriz teórica univoca y pretendidamente abarcadora.
Ahora bien, si retomamos lo que Zavaleta Mercado llama de ‘sobreposición’ de varios tiempos históricos en un mismo territorio (Tapia, 2016), suponiendo que las formas de opresión y la densidad estatal no se sustancian de la misma manera, es posible pensar que las resistencias que emergen de estos territorios resulten diversas en cuanto a espacios, escalas y magnitudes. Creemos que la experiencia campesina, en Argentina y América Latina, está atravesada por procesos de modernización excluyentes que fagocitan históricas formas de opresión, a la vez que ven surgir articulaciones entre la producción doméstica y propuestas políticas organizadas. La historia del desarrollo latinoamericano está marcada primariamente por la ecuación capital/bienes comunes, cuestión connatural al rol moderno de nuestra región: ser proveedores de materias primas. Para graficar esto nos remitimos a nuestro territorio de estudio, en el que el sujeto analizado es el campesino-indígena conocido bajo la nominación de ‘puestero’ o ‘criancero’. Al respecto, retomamos la definición de María Eugenia Comerci (2019, p. 445):
En Argentina, la etapa posdictadura militar, si bien recuperó la vida democrática representativa, no impuso grandes cambios en términos de las políticas de desarrollo. Como consecuencia de ello, durante los años noventa comenzaron a surgir una serie diversa de movimientos campesinos que, además de criticar los procesos de explotación económica, cuestionaron las formas de organización política del universo rural. El impacto del modelo monoproductivo sojero avanzó a medida que hizo retroceder otros cultivos, desplazando la producción ganadera. Esto generó dos consecuencias palpables en el plano laboral: por un lado, decreció la ocupación agraria asociada a los cambios tecnológicos, mientras por otro crecieron la precarización y el empleo no registrado. Como corolario de este cambio agrario, las organizaciones gremiales/sindicales tradicionales del campo sufrieron los impactos de este corrimiento de la frontera agrícola (Soto y Martín, 2023).
Es así como el espacio rural se fue transformando en escenario de disputas políticas entre grandes corporaciones, fieles representaciones del agronegocio, y las lógicas comunitarias (campesinas e indígenas) que perfilan modalidades de organización global como forma de resistencia al proceso neoextractivo. Hemos dicho antes que la formación social abigarrada en América Latina -lo cual es válido pensarlo para Argentina, va de suyo- remite a la condición multisocietal de nuestro territorio. En el trabajo de campo podemos constatar la existencia de estructuras sociales capitalistas que no han logrado desarrollarse en su totalidad y conviven con formas precapitalistas.
El departamento de Malargüe, ubicado al sur de la provincia de Mendoza (Argentina), se caracteriza por el contraste topográfico y climático en dirección oeste-este. El sector occidental está dominado por un paisaje de montañas con alturas de hasta 4000 metros sobre el nivel del mar, un clima frío y precipitaciones anuales que alcanzan los 900 mm, mientras que la zona oriental presenta un clima seco estepario y precipitaciones que, en algunos sectores, no superan los 300 mm anuales (Forte et al., 2021). Este departamento es el más austral de la provincia de Mendoza, y limita al sur con Neuquén, al norte con San Rafael, al este con la provincia de La Pampa y al oeste con la República de Chile. Se caracteriza por ser un territorio geográficamente extenso y con menos población promedio que la provincia en su totalidad: posee una superficie de 41.317 km2, con un total de 27.660 habitantes. De su población, el 78% (21.619 habitantes) se ubica en la ciudad, en tanto el 20% (5589 habitantes) se asienta en zonas rurales dispersas -puestos- y solo el 2% (452) en áreas rurales agrupadas -parajes rurales- (Indec, 2010).
Continuación histórica de una resiliente población indígena abocada a la ganadería extensiva,1 desde principios del siglo XX, el actual departamento de Malargüe vio nacer una nueva subjetividad rural reconocida bajo la nominación de “puesteros”.2 En 1902, con ocasión de la sanción de la Ley N° 248, la privatización de tierras públicas dada por el remate masivo de tierras fiscales (Mata Olmo, 1992) dio lugar a que el conjunto de terratenientes beneficiados por dicha ley, ofreciese esos campos en arrendamiento propiciando una nueva dinámica de explotación ganadera denominada ´puesto´. Desde principios de siglo, las familias puesteras se han desplazado por el amplio margen rural que posee Malargüe con sus animales en busca de pasturas y agua, desde la invernada a la veranada y viceversa; siendo ésta una práctica económica y cultural que ha persistido a lo largo de los años.
Si bien a partir de 1940 en Malargüe tuvo lugar una incipiente explotación minera que luego se diversificó en minerales como el manganeso, plomo y uranio -entre otros de menor escala (Bianchi, 2004)-, fue en la década del sesenta del siglo pasado, a raíz de la extensión de la formación geológica denominada ‘Cuenca Neuquina’, que el departamento tuvo una mayor dinámica productiva volcada a la explotación petrolera. Esta actividad se vio resentida a mediados de los años noventa, producto de las privatizaciones de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y los ferrocarriles, además de la venta de superficies de tierras de manera escalonada (Cepparo, Prieto y Gabrielidis, 2011). Desde 1995, el departamento se orientó especialmente a la actividad turística como una forma de dar respuesta al deterioro de otras industrias extractivas. Paralelamente a ello, se dispusieron una serie de políticas orientadas a atender el sostenido declive en la actividad ganadera (Mamani, 2015).
En la actualidad, su economía se concentra en dos continentes claves: la explotación de recursos naturales -petroleros y mineros- y la producción ganadera (Figura 1). A ello se debe sumar la creciente actividad turística del sector. El turismo constituye un rubro de explotación de grupos económicos foráneos con poca incidencia estatal, mucho menos comunitaria. Pese a ello, en Malargüe, la práctica ganadera extensiva y trashumante ha logrado sobrevivir. Una actividad económica que se despliega al margen de los circuitos productivos regionales, bajo la forma de pastoreo continuo a campo abierto.
En este artículo proponemos un enfoque de trabajo etnográfico situado, para ello retomamos la labor de investigación. En ella, hemos buscado analizar los procesos de organización y conflictos desarrollados por parte de las familias puesteras en Malargüe durante el periodo 2010-2022. El supuesto que guía esta pesquisa es que en espacios rurales como el de Malargüe, cuyas estructuras sociales capitalistas no han logrado desarrollarse en su totalidad y conviven con dinámicas de vida tradicional, es posible observar signos de politización rural que conminan a una tarea etnográfica con un compromiso teórico-político; una etnografía abigarrada.
El caso del pueblo criancero de Malargüe permite comprender parte de este abigarramiento de las condiciones de reproducción rural. Para aproximarnos a los procesos por los cuales las familias campesinas e indígenas del sur de la provincia de Mendoza recrean modalidades de acción colectiva en su traslado territorial, se ha dispuesto el uso de una estrategia etnográfica atravesada por el compromiso militante, entendiendo para ello el prerrequisito de condiciones de intersubjetividad democrática, es decir: de un espacio-tiempo denso de sujetos, donde hay mayor continuidad de los tiempos políticos porque hay también una mayor diversidad de instancias que constituyen y reconstituyen sujetos políticos en condiciones plurales de manera más continua y amplia (Tapia, 2009). En particular, resaltamos la instancia cooperativa de esa politización puestera.
Las dinámicas de trabajo con las familias fueron definidas a la luz del enfoque propuesto, teniendo como prioridad una labor etnográfica en parajes pastoriles de subsistencia, con el objeto de comprender las resistencias y la conflictividad territorial de las comunidades crianceras. Los intersticios de observación -cuyo origen remite a unos cinco años atrás- para este texto se concentraron en dos momentos distintos: en primer lugar, un acercamiento exploratorio al territorio en estudio, realizado durante el primer trimestre del año 2021, y un segundo momento, de entrevistas a familias puesteras durante los meses de agosto a octubre de 2022. De ambos momentos derivaron un total de diez entrevistas en profundidad.
Las entrevistas fueron del tipo semiestructuradas. El criterio de selección muestral fue intencional o por propósitos, teniendo en cuenta las condiciones de heterogeneidad y accesibilidad (Valles, 2003). Además de ello, se realizó una sistematización de fuentes secundarias y revisión de la literatura sobre conflictos territoriales. El registro que hemos realizado -mediado por la flexibilidad de los diálogos y la observación de las estrategias de subsistencia desde una metodología participante junto a familias y organizaciones campesinas- nos ha llevado a plantear la idea de una etnografía abigarrada buscando articular el compromiso antropológico al momento de teorizar sobre la ruralidad y las formas campesinas/indígenas existentes en los marcos estatales latinoamericanos, tratándose -al menos en nuestro campo de estudio- de sociedades abigarradas.
Proponemos el concepto de ‘etnografía abigarrada’, desagregando la idea en dos planos: en primer lugar, sostenemos que el acto etnográfico es una forma de producción de conocimiento social (Lassiter, 2005), una dinámica de intelección de aquello que no aparece representado, precisamente porque opera un ejercicio del poder en esa narrativa. En segundo lugar, retomamos lo abigarrado como una forma de describir la ruralidad trashumante: es, en ese espacio de irresolubilidad del problema de la construcción de un Estado capitalista orgánico (Zavaleta, 2013), donde lo campesino e indígena padece una crisis de intercomunicación, una invisibilización.
El territorio de estudio es un espacio socioecológico donde se producen conflictividades y resistencias. Justamente, el tratamiento antropológico del conflicto en contextos neoliberales acontece asociado a las formas de trabajo existentes en los marcos estatales latinoamericanos, todo lo cual requiere indicar la fisonomía de esta sociedad abigarrada:3 los puesteros y crianceros trashumantes de Malargüe se dedican fundamentalmente a la subsistencia a partir de la cría de caprinos, bovinos y, en menor medida, de ovinos y equinos. La vida del puestero, especialmente en el oeste departamental, implica un cambio temporal de asentamiento y se organiza en tres momentos vitales: la invernada,
que es el lugar donde pasan el invierno, la veranada4 -en espacios de altura donde pasta el piño- y la trashumancia, que indica el recorrido en busca de mejores campos (Figura 2).
El actual espacio rural de Malargüe era parte de la territorialidad indígena anhelada por la avanzada estatal que pretendía poblar el desierto. Malargüe constituyó así la puerta de acceso a la expansión estatal que la “república” inauguraba sobre la corporalidad indígena (Roulet, 2002; Soto, 2023a). El Estado buscó producir unidad política allí donde sucedió un estado de separación doble: separación del trabajador de sus medios y separación del Estado respecto de la sociedad civil. De las familias puesteras, existe un sustrato importante que hace reconocimiento formal y colectivo de su origen mapuche-pehuenche en Malargüe: allí persisten unas 1600 personas, algo más 200 familias, gran parte de las cuales se organizan en 35 comunidades -incluyendo también aquí parte del departamento de San Rafael- (Trasorras, 2017).
La invernada transcurre en las residencias o puestos permanentes ubicados en los valles bajos, en zonas áridas con escasez de agua. El modo de vida puestero implica, por lo tanto, que los productores empleen mucho tiempo en la alimentación y cuidado de su ganado mediante el pastoreo en las inmediaciones de sus puestos. Con la intención de que los animales engorden y ello permita recuperar la fertilidad del territorio, los puesteros trashumantes deben ir en busca de agua y buenas pasturas hacia la montaña. Se trata de temporalidades más cercanas a un ritmo de feudalidad frente a un sostenido avance del modelo extractivo y el agronegocio en Argentina.
En las conversaciones con Mario,5 esto fue sintetizado así:
Nosotros arreamos… tenemos una veranada que no está lejos… antes tardamos mucho porque alquilábamos veranada lejos, ahora tenemos algo cerca… Antes estuve yendo a Río Grande teníamos ocho días de camino arriba… al ir por la ruta no se quedaba nada, hay gente ahora que lleva en jaula, si se hacen los números y conviene es bueno, porque se llega con todo a la veranada llegan los bichos6 a comer en el día…es algo muy bueno, si uno va en un animal flaco demora cinco, seis días… tiene que pagar un peón y si el peón junta la plata… pero ahora los peones están caros, están muy caros…el Estado, los gobiernos… no ayudan…
Para materializar el proceso etnográfico tuvimos que asimilar primero el abigarramiento de la tarea trashumante: en la cordillera se vive una eventualidad por fuera de la lógica del capitalismo global. Mediante el manejo adaptativo se flexibiliza la carga animal y se regula la duración de los periodos de utilización y descanso, fundamentalmente en función de la limitante primaria en este tipo de ecosistema: el agua. También en el marco de un manejo adaptativo, y mediante el monitoreo de indicadores de riesgo y acciones de manejo específicas, se pueden corregir alteraciones estructurales y funcionales en los pastizales que comprometan la preservación de la comunidad vegetal deseable. Sin dejar de reconocer esta diversidad, el desplazamiento se da en entornos naturales (Figura 3).
El puestero vive de sus animales, la crianza del animal, las chivas… venderlos y eso le ayuda a sobrevivir… acá ahora ya no se siembra; antes se sembraba de todo, pero ahora eso se ha perdido un poco… En los últimos años la actividad del puestero se ha mantenido igual… en invierno y en verano los animales están en distintos lugares, en invierno y primavera pasan aquí y en verano se van a la veranada arriba… nosotros tenemos seis días de viajes y cuatro de vuelta, la vuelta es más rápida… (Joaquín, Malargüe, 2021).
Ahora bien, para describir lo noción de compromiso político del trabajo antropológico, es necesario destacar que, en los últimos diez años en este territorio trashumante, un segmento de la persistencia rural local, reposa sobre movimientos campesinos e indígenas que han surgido en los márgenes del reconocimiento estatal para demandar mejores condiciones de subsistencia (Soto, 2023b). Allí donde los gobiernos provincial y municipal favorecen la desapropiación, son las organizaciones del sector las que asumen una cuota importante en la tarea representativa y la lucha por las condiciones de reproducción social, especialmente por la tenencia de la tierra. Suponemos que la tarea etnográfica que presume un compromiso colaborativo debe modificarse a sí misma por la interpelación que le producen las formas de politización en esos ámbitos rurales.
Susana es hija de puesteros trashumantes y en los últimos años ha asumido un quehacer de denuncia pública sobre la emergencia de los territorios en los que está asentada su familia, especialmente a partir de los intentos de desalojo del puesto Galdame-Vázquez, en Arroyo Chenque-Co del distrito de Bardas Blancas. Por órdenes del empresario Sergio Rostagno7, en 2020 se intentó derribar las casas de varias familias crianceras (Giramundo, 2020).
Así lo cuenta Susana en primera persona:
Nosotros creo que hemos sido los únicos que nos hemos parado delante de Rostagno para decirle que no avance… pero la gente le tiene miedo a Rostagno. Y antes la gente le firmaba papeles… Bueno, todavía hoy le firman, pero se lo firman por ignorancia, por desconocimiento porque una vez que le firmen un papel lo están reconociendo como dueño pero si esa gente no le firma Rostagno no tiene de qué agarrarse… yo no lo reconozco como dueño, él no puede venir a cobrarme a mí pero si yo le firmo el papelito te voy a tener que pagar y la gente termina firmándole… eso lo hace todos los años porque les hace un contrato anual, les alquila por pasturas anuales, la gente le firma… si firma ese papel, Rostagno, que ni siquiera es abogado y no tiene matrícula como abogado, de todas maneras él las intimida…
La precariedad de la vida criancera está signada por lo contingente que es su permanencia en la tierra. Las comunidades puesteras trashumantes conforman un espacio-tiempo en el que por necesidad hay mayor continuidad de la temporalidad política. Dicho de otra forma: la trashumancia de familias campesinas e indígenas evoca un desempeño contrario a la economía centrada en las lógicas del capital, por lo tanto, la falta de acceso a la tierra implica una concepción restringida de estos sistemas socioecológicos; denunciar la incomprensión de su arraigo nómade es un acto eminentemente político:
… los dueños que decían ser dueños nos alquilaban y nos alquilan hasta el día de hoy… los dueños tienen un contrato que te muestran, te dan un recibo y vos lo pagás… ellos tienen documentos falsos, pero tienen… esos dueños van cambiando con el tiempo […] uno sabe son otros… (Ismael, Malargüe, 2022)
Por su parte, Natalia -puestera y militante de la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra (UST), organización campesina de la provincia de Mendoza que integra el Movimiento Nacional Campesino Indígena Somos Tierra- reconoce la dificultad que implica la vida del criancero:
Con respecto a la continuidad de la familia puestera, creo que es complicada la vida puestera… de acá a unos años yo la veo bastante mala… en el puesto, por ejemplo, de varias familias hay muchos, la mayoría, que tienen hijos, pero la mayoría de sus hijos grandes se han ido… algunos quedan, los que quedan se quedan, pero en otros lugares… Ya no quedan casi jóvenes, el gran problema es que hacen su casa pensando que eso es de ellos, pero después vienen y les dicen eso no es tuyo y los corren… el problema de la tierra…
La incomprensión propia de la dinámica colonial/moderna con la cual está conformado el Estado nación y la sociedad en su conjunto contribuye a que la ruralidad trashumante sea una forma abigarrada de existencia. Buena parte de la lucha política se dirime en la producción de conocimiento (etnográfico) que marque esa contradicción y visibilice a esas comunidades como sujetos políticos. La recuperación e implementación de nuevos procesos de producción de saberes por parte de clases y grupos sociales campesinos nos alerta sobre la urgencia de inteligir las formas de movilización espacial en la recreación identitaria puestera. Se trata de una disputa de los sectores subalternizados del campo por sostener modos de vida alternativos a los dominantes. Eso ratifica Natalia:
Hay mucha gente que se vincula bien por el tema de las tierras; ese es el punto que los vincula con la organización… Creemos que lo que hemos hecho como organización en los últimos años ayuda mucho a la familia que están en la UST, que son unas 30 familias aproximadamente, eso ayuda mucho, con la venta de chivos se hace bastante…
Para el caso de lo que venimos expresando, nuestro trabajo de investigación ha implicado salir de la “objetivación” de las experiencias. En ello, la reorganización del campesinado ha contribuido a repensar los retos de una etnografía en comunidades contemporáneas. Un elemento relevante han sido las dinámicas sociopolíticas que se dan en estos espacios rurales, en las que asumimos roles colaborativos y organizativos en primera persona (Baraldo, 2022).
La Cooperativa Tierra Campesina, perteneciente a la UST (Figura 4), reúne a 250 familias criadoras de cabras en Mendoza, con un trabajo relevante en el departamento de Malargüe. Desde su conformación, en 2008, esta cooperativa impulsa actividades productivas y educativas. La producción caprina es una de las acciones principales destinadas a dar valor a la producción de los crianceros que reúne. Los avances y experiencias de agrupamiento del movimiento campesino dieron nacimiento a la Federación de Cooperativas Campesinas y de la Agricultura Familiar (FECOCAF), también perteneciente a la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra; esto se explica en gran medida por la lucha rural, y porque Mendoza es la provincia con más familias campesinas y agricultores familiares registrados del país.8
Entre las líneas de producción impulsadas por la cooperativa, una ha sido la de crear un sistema de logística y comercialización de cuero de alta calidad, tratando de evitar la intermediación que quita ganancias al puestero. Asimismo, se ha logrado una articulación con Cooperativa Curtidores Unidos de Mendoza, para que los puesteros reciban el precio de entrada a fábrica sin intermediarios, con el descuento del flete y los gastos administrativos cooperativos, lo que significaba mayor remuneración respecto del sistema de intermediarios previo. La alianza con la cooperativa de curtidores comenzó en 2011 y se consolidó en 2014 con el tiempo se fue constituyendo en una de las aristas fundamentales de trabajo de la UST: la defensa del territorio. Esto resulta elemental, sobre todo si tenemos en cuenta que, en Malargüe, los desalojos y la extorsión son frecuentes.
Nosotros pasamos por eso y además por eso es que todavía queda gente pobre en el campo, porque tienen pocos animales... El terrateniente le saca gran parte de esa producción, gran parte de esa producción se la tienen que pagar a él, la gente por temor las paga… les da sus animales porque si no vendrá y les atropellará y le robará… le quitará su casa (Karen, Malargüe, 2022)
La ruralidad malargüina es muy amplia y existen innumerables trabajos realizados, tanto sociológicos, antropológicos y geográficos, como ambientales; sin embargo, por el recorte temporal y los propósitos de nuestro compromiso de campo, creemos que una modalidad de abordaje posible, para conjugar horizontes de compromiso teórico-político atendiendo a la vigencia de antropologías militantes, es asumir un vínculo con la trashumancia a partir de la identificación con sus problemas de desapropiación material y sus formas de reorganización política.9 Se trata
no solo de una práctica de construcción conjunta de saberes sino también y fundamentalmente, una matriz comunal y artesanal que nos involucra y compromete socialmente en acciones colectivas y preocupaciones públicas, trascendiendo los espacios estrictamente cognitivos e interviniendo/ modificando las realidades de los espacios donde trabajamos. (Katzer et al., 2022, p. 18)
La propiedad y el acceso a la tierra en las familias crianceras evidencia la paradoja del neoliberalismo en el campo argentino: excluir a unos mientras concentran otros. En ese contexto, la acción-participación en actividades de las familias crianceras se concreta en la tarea antropológica de “traducir” nuevas narrativas que visibilicen esos territorios abigarrados.
Este trabajo ha sido una tentativa de teorización a partir de las notas que nuestras prácticas de investigación y los compromisos militantes nos permiten ejercer, tanto en el quehacer etnográfico como en las militancias territoriales en general. Partimos de suponer que la relación entre territorios y sujetos campesinos/indígenas en las bases de una sociedad capitalista constituye un eje central para entender la ruralidad en contextos de hegemonía neoliberal.
Entender la ruralidad, sus movimientos sociales y conformaciones territoriales, permite comprender la dimensión de conflictividad política surgida en los paisajes rurales latinoamericanos. Consideramos aquí que el compromiso político que parte de la sensibilización de las ciencias sociales en un territorio abigarrado como el de América Latina exige una ciencia práctica y política. Se trata de producir conocimiento a partir de la confrontación dialéctica de líneas de pensamiento con la realidad de estudio social y antropológico. El tratamiento antropológico del conflicto y la resistencia exige comprender la fisonomía de nuestras sociedades abigarradas. Es por ello que la trashumancia de Malargüe, en épocas neoliberales, puede constituir una vía para interpretar lo abigarrado, especialmente dada la fusión entre las formas modernas y no modernas que configuran a los sujetos campesinos. En todo caso, el encuentro teórico-político con una experiencia rural presupone interpelaciones y dilemas antropológicos que renuevan la labor analítica y epistémica, propia de las antropologías militantes, activistas, colaborativas y/o comprometidas en contextos de conflicto social.
A partir de una propuesta metodológica etnográfica que combina conceptualización teórica, análisis documental y observación participante en territorios rurales campesinos e indígenas de Malargüe (Mendoza, Argentina), expusimos algunos elementos iniciales que pueden contribuir a construir una etnografía abigarrada. Si bien no proponemos una categoría con pretensiones de totalidad, entendemos que, por tratarse de sociedades abigarradas, al menos en nuestro campo de estudio es preciso distinguir la condición multisocietal latinoamericana.
Finalmente, creemos que el compromiso de ‘campo’ ante la desapropiación material del territorio rural se resuelve asumiendo las implicancias políticas del trabajo con las familias y organizaciones estudiadas. Esto es así, en parte porque la producción de conocimiento científico en contextos de conflictividad territorial se encuentra mediada por esa inconmensurabilidad del abigarramiento social y político que hemos intentado describir; se trata de sociedades en las cuales las estructuras sociales capitalistas no han logrado desarrollarse en su totalidad y conviven con formas precapitalistas, resistiendo y reexistiendo en los márgenes rurales, tal como lo hacen los puesteros trashumantes al sur de la provincia de Mendoza. Así, como mucha investigación y abundancia de trabajos etnográficos ha contribuido a dar cuenta de la expansión del capital y la alteración de los modos de vida campesinos e indígenas, al momento de pensar las territorialidades rurales en el horizonte de crisis neoliberal, es preciso abandonar los modismos profesionalizantes y presentar interpretaciones desde ‘adentro’ de la realidad; solo así es posible aproximarse a una indagación política sobre la formación social abigarrada y, como consecuencia, un compromiso político perentorio.
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[1] Nos ha parecido interesante pensar este trabajo en los términos que Leticia Katzer retoma a Derrida para evocar un tipo de “espectrografía” en un territorio desértico y nómade. Se trata de atender a “la presencia viva de la ausencia en el modo de marca o huella, es decir, una no-ontología: uno recorre esos lugares y parece que los antiguos estuvieran ahí, presentes, porque quedan sus objetos y la gente los recuerda” (Katzer, 2020, pp. 75-76). En tal sentido, lo indígena es comprendido no como una contraposición, sino como un antecedente y una continuidad de la forma puestera que convive con representaciones diversas en el territorio: tanto puesteros-campesinos como puesteros-indígenas (especialmente mapuche y pehuenche) constituyen la subalternidad unívoca de este proceso aquí narrado.
[2] Estrictamente vinculada a la tenencia de la tierra, la categoría de puesteros/as remite a campesinos/as que no tienen posesión de su tierra, por el contrario, son ‘puestos’ allí por otro poseedor del capital y dueño de la tierra. Pese a ello, este apelativo responde a una autoadscripción asumida y valorada positivamente por las familias crianceras.
[3] Zavaleta Mercado (2013) propone que las sociedades abigarradas se componen de Estados inorgánicos y aparentes, fundados en una sobreposición de dos tipos de tiempos históricos: una civilización agraria, que ocupa los territorios conquistados, y algo de civilización industrial, producto de la expansión del capitalismo bajo modalidades de subsunción formal (Tapia, 2016).
[4] Se trata de unidades socioproductivas temporarias situadas en los valles altos a unos 2500 metros sobre el mar. Las veranadas presentan una distribución dispersa que responde fundamentalmente al manejo extensivo del ganado y a las características naturales de esta zona.
[5] Mario es joven, tiene 40 años, trabaja en el campo con su familia y, a pesar de no detentar la tenencia de su tierra y sufrir la escasa legislación en beneficio del criancero, mantiene la tenacidad de su opción por vivir en el campo. Actualmente cuenta con un total de 100 chivos y su principal dificultad es la sequía del campo y la inseguridad jurídica, que le implica habitar campos con propietarios foráneos, que cobran la mitad de su producción como alquiler.
[7] Rostagno -junto a Luis Demarchi y Carlos Santalesa- es propietario de El Palauco, un condominio indiviso de unas 170 mil hectáreas en Malargüe. Según un informe reciente del diario Perfil, el campo era del bisabuelo de la esposa de Santalesa que lo había comprado al Estado en un remate a principios del siglo XX (Stemphelet, 2024).
[8] Llamativamente, desde 2016 la provincia no cuenta con una Dirección de Agricultura Familiar que acompañe las demandas de campesinos e indígenas, especialmente las familias trashumantes.
[9] No pretendemos aquí simplificar las derivas del compromiso teórico-crítico solo en asumir la organicidad de un movimiento u organización rural. En todo caso, creemos que es una de tantas posibilidades de abonar a la noción de ‘etnografía abigarrada’ que proponemos, en la medida que el conocimiento etnográfico producido en colaboración tiene como objeto facilitar la activación de estrategias y formas de organización (Juris, 2007).