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Nueva historia de la relación económica entre Chile y Perú (1822-1865). De la Independencia a la Guerra con España

Lacoste Adunka, Michelle (2021).
Santiago de Chile: Ediciones Centro de Estudios Bicentenario, 194 páginas.

Agustina Rayes

Instituto de Investigaciones Políticas, UNSAM-CONICET, Argentina.

Las Relaciones Internacionales han dialogado tradicionalmente con la Historia, en especial cuando las investigaciones son guiadas por alguien con formación en ambas disciplinas. Y el libro que aquí reseño es un ejemplo de ello. La obra, ganadora del premio “Aníbal Pinto Santa Cruz 2017-2018” que otorga la Asociación Chilena de Historia Económica, es fruto de una tesis de maestría en Estudios Internacionales que Michelle Lacoste Adunka defendió en la Universidad de Santiago de Chile tras obtener el grado en Historia por la Universidad Nacional de Cuyo.

El recorrido profesional de la autora se advierte en los principales aportes de una pesquisa que analiza las relaciones diplomáticas, comerciales y financieras entre Chile y Perú desde 1822, cuando el primero reconoció al segundo como país independiente, hasta 1865, fecha escogida para eludir la gesta de la Guerra del Pacífico de 1879. De hecho, una de las contribuciones consiste en recuperar la dimensión de la cooperación en la génesis de un vínculo que ha sido retratado habitualmente desde la perspectiva del conflicto, en parte por el derrotero post-independentista, pleno de disputas fronterizas entre estados vecinos, y en parte, también, por el menor interés de la historiografía en otras conexiones del período que no fueran las que los primeros gobiernos independientes latinoamericanos tuvieron con las potencias europeas o con Estados Unidos.

En este sentido, a mi juicio, esta investigación adscribe a una mirada multilateral de las relaciones exteriores en tanto, centrada en un binomio, no deja de aludir al contexto internacional y alumbra sobre vínculos nula o escasamente revisitados. Además, trasciende la fascinación que la opinión pública, probablemente alentada por la producción académica y viceversa, ha tenido por los antagonismos y las discordias.

Repensar los lazos entre jurisdicciones que habían estado bajo la égida de la metrópolis durante el orden colonial ha sido una línea desarrollada por la historiografía con enfoque regional; no obstante, ha sido generalmente soslayada por aquella que se dedicó a recrear la dinámica diplomática. Este trabajo, que salta esa barrera, demuestra la complementariedad económica y la cooperación política entre gobiernos, diplomáticos, empresarios y comerciantes chilenos y peruanos en un periodo en el que Lacoste Adunka ha probado que, pese a la mutua y latente desconfianza, se consolidó un esquema tendiente a la integración. Así, la trayectoria propuesta plantea menos rupturas que continuidades a partir de la Independencia, proceso que transformó, pero no destruyó, flujos que hundían raíces en el largo plazo.

Para alcanzar las conclusiones referidas, la autora ha combinado una gama de fuentes primarias –compuesta por estadísticas comerciales, memorias diplomáticas, cartas personales e informes de contemporáneos– con los resultados de investigaciones previas a fin de cubrir los vacíos de información que dejaron los documentos revisados. Pero no solo eso. Ella ha aplicado (y reflexionado sobre la utilidad de) distintos conceptos propios de las Relaciones Internacionales, como equilibrio de poder, hegemonía, comunidad de seguridad e idealismo, entre otros. Y, en este sentido, la obra es doblemente valiosa: por la reconstrucción de los hechos y por la interpretación de los mismos.

Un ejemplo de ello es la explicación acerca de la participación que Chile y Perú tuvieron en iniciativas de defensa del territorio. Mientras los abordajes clásicos las han asociado al “americanismo” de algunos funcionarios, Lacoste Adunka argumenta que fueron inclinaciones pragmáticas, ligadas a la necesidad de mantener ciertos circuitos mercantiles. En este punto, la autora advierte que muchos de aquéllos pudieron quedar reducidos, e incluso invisibilizados, en los registros oficiales aduaneros debido a la existencia de operaciones informales.

La falta de series de datos estadísticos y la dudosa fiabilidad de los disponibles fue salvada metodológicamente con la cuantificación y la clasificación de las menciones que los diplomáticos o funcionarios involucrados hicieron sobre el otro país. Esta estrategia sirvió para observar la intensidad del vínculo desde el prisma de las autoridades y, al mismo tiempo, detectar los momentos de mayor tensión o armonía e indagar por la presencia (o no) de una agenda común.

El libro está dividido en cuatro capítulos. El primero, dedicado al sub-periodo 1822-1835, aborda desde la Independencia política a la integración económica con literatura especializada más que con fuentes primarias. Aquí se reconoce que subyacía cierta tirantez debido a la hegemonía del Callao en el manejo del comercio y que, en ese sentido, el desmembramiento del Imperio español abrió una ventana de oportunidad para Chile toda vez que disputó la preeminencia sobre el Pacífico Sur. La relación entre los nacientes países fue intensa y pragmática, con conciencia de la mutua necesidad y de la conveniencia de colaborar conjuntamente más allá de los recelos, lo cual se alteró con la anexión de Perú a la Confederación con Bolivia.

El segundo capítulo, abocado a la etapa 1836-1839, desanda distintas hipótesis acerca de la guerra entre dicha Confederación y Chile, concluyendo que fue más que una reacción en la disputa por la hegemonía comercial en el Pacífico sudamericano (y la consecuente gravitación del puerto de Valparaíso) y que se trató de conquistar un rol más importante en la distribución del poder subregional. En este tramo del estudio, Lacoste Adunka apeló a distintos niveles de análisis (los individuos, los grupos subnacionales y los estados), contrastando lo que decían y lo que hacían los actores escogidos para dar cuenta de las relaciones chileno-peruanas.

Luego de la contienda, se reconfiguraron los lazos bilaterales a la luz de las vinculaciones con los principales socios comerciales. Sin embargo, el tercer capítulo, dedicado a 1840-1852, prueba la relevancia recíproca que tuvieron los intercambios mercantiles entre Chile y Perú. Si el segundo representó aproximadamente el 10% de las exportaciones y llegó a significar casi el 16% de las importaciones del primero, este constituyó entre el 7% y el 16% de las exportaciones hacia, y entre el 3% y el 9% de las importaciones desde el segundo. De acuerdo con el planteo de la autora, el contexto internacional influyó. Así, la fiebre del oro en California y el auge del guano peruano no solo inclinaron la balanza en favor del liberalismo comercial, sino que atenuaron la competencia por el papel en el Pacífico meridional. También influyeron los grupos de interés que boicotearon o viabilizaron los diversos proyectos proclives a la firma de acuerdos.

El último capítulo, enfocado en el sub-periodo 1852-1865, explica la consolidación de la relación diplomática entre ambos países, cristalizada no solo en el intercambio de mercancías sino también en los intentos de llevar adelante una política externa (defensiva) común. En efecto, además de probar la complementariedad a partir de los bienes transados –materias primas y alimentos– y de la preeminencia que uno tuvo para el otro en relación con otros socios comerciales de la región, la autora razona sobre la entrada de Chile a la contienda con España por la ocupación de las islas Chinchas peruanas. En todo caso, en esta parte del libro cierra el argumento que lo atraviesa: la cooperación funcionó para ambos países unas décadas antes del enfrentamiento bélico que, de alguna manera, ensombreció la mirada sobre el pasado.