Micro-coyuntura: una propuesta de análisis de la aceleración de la vida urbana
"Ana Clara Torres Ribeiro
Universidade Federal do Rio de Janeiro, Instituto de Pesquisa e Planejamento Urbano e Regional (IPPUR), Rio de Janeiro, Brasil.
Publicación original: Ribeiro, A. C. T. (2013). Micro-conjuntura: uma proposta de análise da aceleração da vida urbana. En: Por uma sociologia do presente - ação, técnica e espaço (vol. 4, pp. 173-192). Río de Janeiro: Letra Capital.
Traducción: María Laura Silveira
La investigación titulada “Micro-conjuntura: informação e oportunidade nas metrópoles brasileiras” se inserta en la línea de investigación Modernidade, Comunicação e Cultura: a nova face do poder metropolitano. En articulación con esa línea, fue creado el Laboratório da Conjuntura Social: Tecnologia e Território (LASTRO) que realiza y difunde análisis de las denominadas micro-coyunturas.
Recepción: 18 de julio de 2024. Aceptación: 18 de septiembre de 2024.
La aceleración, como experiencia de cambio en el ritmo de vida social en la etapa contemporánea del capitalismo, corresponde a la introyección de nuevas órdenes en el tejido de la sociedad (prácticas y valores) que transforman el tenor de las relaciones sociales, los usos del espacio, los contenidos del imaginario y las formas de apropiación social de la ciudad. Como indicación de características asumidas por el tiempo social, el fenómeno de la aceleración no puede ser aprehendido, y mucho menos comprendido, a través de certezas rápidas, como aquellas que afirman, sin mayores cuestionamientos, la disolución del espacio por el tiempo o, aun, que enfatizan aisladamente la desterritorialización y el desarraigo sin la consideración simultánea de la materialidad y la sociabilidad expresivas de los rumbos actuales de la acumulación capitalista.
En esa dirección, Milton Santos nos alerta sobre los efectos sociales que alcanzan, particularmente sobre el conocimiento, las fases de aceleración de la experiencia social:
Las aceleraciones son momentos culminantes en la Historia, como si albergasen fuerzas concentradas, explotando para crear lo nuevo […] De allí, en cada época, a pesar de la certeza de que se alcanzó un nivel definitivo, las reacciones de admiración o de miedo ante lo extraño y la dificultad para entender los nuevos esquemas y para encontrar un nuevo sistema de conceptos que expresen el nuevo orden en gestación. (Santos, 1993:15)
Ese autor también advierte sobre la facilidad con la que se ha limitado el análisis de la aceleración a la velocidad, omitiendo la observación de alteraciones profundas en el sistema técnico y en el sistema de acción. De esa forma se ha evitado el examen de los vínculos entre los cambios en la materialidad y la sociabilidad que transfiguran la experiencia social, especialmente en contextos metropolitanos, que son, efectivamente, epicentros reales de cambio y, por lo tanto, locci especialmente sensibles tanto a las nuevas órdenes de la economía como a las alteraciones en códigos comportamentales.
Con respecto a la investigación de la aceleración en el seno del tejido social, creemos que existen, por lo menos, dos dimensiones que sería necesario distinguir. La primera se refiere al cambio difuso, estimulado por la emergencia no pactada de múltiples iniciativas, cuyas orientaciones culturales no admiten simplificación. Se observa una nueva efervescencia en la vida urbana, correspondiente a una pluralidad de alteraciones culturales y a racionalidades en disputa. Es esta efervescencia la que hace retomar, con evidente poder de seducción, citas de Baudelaire y la figura benjaminiana del flâneur. Extraño personaje en las metrópolis periféricas en crisis, pero que encuentra abrigo en la empresarialidad de la cultura, realizada con apoyo de los medios de comunicación.
En esa dimensión efervescente ocurre un poco de todo: tribus urbanas, deportes radicales, nuevas profesiones, sectas orientales, neo-religiosidad, ofertas renovadas de consumo e identificaciones transitorias. Se trata de una dimensión que contiene los estímulos del medio técnico-científico-informacional (Santos, 1994) y la manifestación de una renovada sensibilidad colectiva para el hacer y el actuar. Esta sensibilidad no solo crea condiciones para el lucro, estimulador del activismo, sino también condiciones para la emergencia de formas inestables y fraccionables de agregación social y de construcción identitaria. El propio tejido de la sociedad se encuentra irrigado de nuevos flujos, lo que posibilita la configuración de usos extremadamente particularistas y transitorios del espacio urbano.
Como consecuencia de la naturaleza de la nueva base técnica de la vida colectiva, compuesta por instrumentos y lenguajes de uso simultáneo y ubicuo, se manifiesta una especie de actualización discontinua del tejido urbano, que involucra fracturas comportamentales y valores orientadores de la conducta, compensados por momentos de intensa y fugaz sintonía cultural, como ilustran las megaproducciones culturales. De ese modo, en esta dimensión de la aceleración, se observa la existencia de movimientos subyacentes a la fragmentación y la homogeneización, incluyendo el retorno a comportamientos tradicionales y la eclosión de experimentos sociales inusitados. La esfinge de estos movimientos contemporáneos se encuentra instaurada, entretanto, en los sentidos de totalidad destilados, de forma más o menos programada, en los contextos metropolitanos.
De ese modo, la primera dimensión de la aceleración conlleva, para la urbanización periférica, un sentido de modernidad que seduce y asusta. La seducción emerge en lo inesperado y en el encantamiento por los nuevos objetos, ya sean de consumo inmediato o derivados de la cristalización creativa, por la arquitectura, de referentes culturales múltiples (de cualquier tiempo o lugar). El miedo, por otro lado, se destila de la sociabilidad desconocida, donde los objetos sustituyen las interacciones sociales, profundizando la experiencia del anonimato y la indiferencia. En las bellas palabras de Georg Simmel:
Vivimos pasando, sin percibir, cada vez más rápido, por el significado específico, no calificable, de las cosas, y este se venga, ahora, por medio de aquellos sentimientos, tan modernos, que sofocan, debilitan. Sentimos que el núcleo y el sentido de la vida escapan siempre, cada vez, de nuestras manos; las satisfacciones definitivas se realizan cada vez menos; sentimos, finalmente, que todo esfuerzo y toda actividad, en verdad, no valen la pena. (Simmel, 1998:31)
En la segunda dimensión de la aceleración surge la naturaleza sistémica del capitalismo. Esta dimensión corresponde, más exactamente, a los procesos socioespaciales derivados de la globalización de la economía. La aceleración, aquí, corresponde a la capacidad organizativa y gestora de recursos materiales y bagajes culturales propiciada por las nuevas tecnologías. Se trata del surgimiento de vectores de modernización que corresponden a verdaderos sistemas de objetos y acciones (Santos, 1996) de contenido básicamente instrumental.
Propusimos, en otro texto (Ribeiro, 1999), la categoría de impulso global para el estudio de esos vectores que subordinan la modernidad, con sus sorprendentes posibilidades, a los designios de la modernización: sistémica, extrovertida, gestora o administrativa. La subordinación de la modernidad a la modernización, conducida por grandes corporaciones y por los poderes dominantes a escala mundial, con sus aliados internos en cada país, ocurre controlando la aventura de la modernidad y adecuando el tejido social a las condiciones de expansión de sistemas preconcebidos y formateados.1 Estos sistemas constituyen fuerzas estructurantes e instituyentes, como demuestran las reglas de uniformidad de productos y normas impuestas al comercio mundial.
Los vectores de la actual modernización están constituidos, especialmente, por formas de organización y están dotados de capacidad invasora, como nos advierte Milton Santos (1996:155). Es por la presencia de esos vectores que la aceleración se traduce en velocidad creciente, aún más, indispensable para la administración de los riesgos de la crisis global de acumulación. Para la comprensión de esos vectores, la teoría de los sistemas presenta una contribución importante:
En términos de la historia de la teoría […] significa, ya en los años 50 y 60, un giro del abordaje teórico centrado en el objeto (sistema) a un abordaje teórico-diferencial: el reconocimiento de la diferencia entre sistema y ambiente. Este es el fundamento y el punto de partida que, en la interpretación de Luhmann, fue capaz de transformar la teoría de los sistemas, a partir de sus avances actuales, en una teoría universalista. (Fedozzi, 1997:21)
Esa diferencia es lo que permite comprender las articulaciones complejas entre la primera y la segunda dimensión de la aceleración experimentada en contextos metropolitanos de países periféricos, en los cuales se mezclan el ambiente, es decir, la vida cotidiana en transformación, y los controles exacerbados, asociados a barreras físicas, técnicas y culturales renovadas e insuperables. Ocurre, actualmente, un cambio simultáneo en el ambiente y en los sistemas de acción. La preservación de estos sistemas adquiere las características de los denominados sistemas abiertos, que responden “a la cuestión de cómo el orden era posible frente a la continua tendencia a la entropía” (Fedozzi, 1997:21), subordinando (y alimentándose de) el ambiente transformado.
Para que esa alimentación sea posible, es necesario producir alteraciones en el ambiente que lo hagan adecuado a la fertilización de los vectores sistémicos de la modernización, lo que implica alteraciones profundas en la vida urbana. Esta adecuación ha implicado la quiebra de anteriores sistemas de acción (correlatos de la modernización moldeada en la ciudad industrial de los países centrales), la reducción de normas y restricciones legales a la acción hegemónica, la reeducación operativa de segmentos sociales, la difusión de idearios uniformes de modernidad, la absorción de trabajo no remunerado en el aprendizaje de exigencias sistémicas (por ejemplo, la informática en el sistema bancario) y en inversiones públicas exigidas por las condiciones necesarias para la nueva producción, incluyendo la difusión de bienes culturales y servicios especializados.
La distinción analítica entre la primera y la segunda dimensión de la aceleración contribuye, desde nuestro punto de vista, a la comprensión crítica de las ideologías políticas que afirman la existencia de una única modernidad posible: la sistémica dominante. Esta ideología, de fuerte contenido economicista, procura retener los efectos disruptivos del ambiente en aceleración de la vida colectiva y, así, controlar los efectos desestabilizadores e innovadores de la posible experiencia de una modernidad abierta a la vida social, aunque, por ahora, sin proyecto ni narrativa, o aun, como escribe Milton Santos, sin utopía.
Para ese mismo autor, entretanto, las condiciones de la construcción utópica existen y se encuentran en ampliación, en virtud de las nuevas condiciones técnicas y psicosociales, indeseadas o incontrolables por la regencia de la modernización:
El mundo definido por la literatura oficial del pensamiento único es, solamente, el conjunto de formas particulares de realización de solo cierto número de esas posibilidades. No obstante, un mundo verdadero se definirá a partir de la lista completa de posibilidades presentes en cierta fecha […]. Tales posibilidades, aún no realizadas, ya están presentes como tendencia o como promesa de realización. (Santos, 2000:160)
La acción estimulada por la segunda dimensión de la aceleración es, como mencionamos antes, básicamente instrumental, haciendo que memorias históricas, bagajes culturales, experiencias sociales profundas, valores familiares e instituciones sociales sean incorporados como medios para la expansión del mercado, es decir, para la incorporación de ambientes a la preservación transformadora del sistema dominante. La fuerza de los nuevos vectores de la modernización surge, claramente, de su poder de convencimiento, en otras palabras, de su elevado nivel de naturalización, alcanzado por la indisolubilidad entre técnica, cultura, información y comunicación.
Es esta indisolubilidad, inexistente en la industrialización fordista, la que atrae, hacia la expansión sistémica, la creatividad y la espontaneidad que eclosionan en los contextos metropolitanos. Este poder de atracción de la organización sistémica, que sustenta y alimenta la actual modernización, resulta tanto de la operacionalización de las ciencias sociales que facilita el acceso de la nueva gestión al seno del tejido social,2 como de la propia naturaleza de los productos, organizados en red, que artificializan rápidamente el ambiente. Además, la conjugación de estos factores puede ayudar a comprender por qué aún no ha sido posible articular las condiciones técnicas actuales, que superan tan ampliamente las paredes de la fábrica, a formas realmente transformadoras de vivir y de concebir la ciudad.
Numerosas áreas del hacer han sido alteradas, siendo finalmente destruidos los controles y restricciones originados en el binomio urbanización-industrialización que orientó el modelado de la vida metropolitana en países periféricos; restricciones y controles que fueron el centro de tantas críticas por parte del pensamiento latinoamericano dedicado a la cuestión urbana. De hecho, la intensa alteración en áreas del hacer no ha sido acompañada de la formulación de utopías que estimulen lecturas realmente enriquecedoras y liberadoras de totalidad. Al contrario, se observa la tendencia a la expansión de las órdenes de la nueva gestión y a la difusión de idearios que apuntan solo a la integración sistémica, como si esta pudiese resolver los desafíos de la integración social. Se olvida, con esto, que la sociedad es mucho más que la economía y que los negocios pueden ir bien mientras la sociedad va muy mal.
Ha ocurrido, con intensidad, la absorción de directrices para la gestión de ciudades que se limitan a señalar, como camino hacia la integración social, el aumento de la atracción de inversiones sistémicas, lo cual expresa una subordinación mimetizada a los impulsos globales. Esta subordinación corresponde a la aceptación de un orden excluyente que no puede (ni pretende) incorporar la totalidad social en la nueva modernización y que ignora la propia historicidad de los contextos metropolitanos de los países periféricos. Es la ideología política sistémica la que fomenta abordajes instrumentales de la cuestión urbana a través, por ejemplo, de propuestas relativas a la identificación de la vocación de la ciudad, tan próximas a los estudios weberianos de la secularización y a la misión conductora de la acción dirigida a fines, expresiva del racionalismo occidental.
Entretanto, en la primera dimensión de la aceleración se constata lo múltiple, lo plural y lo diverso, ampliando así el espectro de sentidos de la acción, incluso en resistencia a la acción instrumental. De hecho, se observa, en esta dimensión, tanto la diseminación de la instrumentalidad que desencanta la vida cotidiana, como la defensa intransigente de valores originados en diversos momentos de modernizaciones pretéritas (como el valor trabajo) y en la acción tradicional, preservada en rituales urbanos y en instituciones sociales.
Las fracturas sociales, resultantes de la actualización parcial del tejido urbano, deben ser aprehendidas analíticamente no solo a través de la observación de las condiciones materiales de vida urbana, donde se reconoce el agravamiento de la desigualdad social, sino también a través de los sentidos de la acción que, al orientar procesos identitarios e instruir el significado de la existencia, construyen posibles caminos para la acción social efectivamente integradora y solidaria. Se están constituyendo nuevas culturas urbanas que mezclan valores tradicionales con los códigos modernos y posmodernos que orientan la acción en las calles de las grandes ciudades. Estas culturas alteran la verdadera temporalidad de los valores, en una conversación diaria con el ambiente construido que aún no ha logrado ser incorporado plenamente por las ciencias sociales (Sawaya, 1986; Egler, 2000).
La actualización del tejido urbano comporta la aceleración de algunos tiempos sociales, basada en áreas de condensación de innovaciones técnicas y comportamentales (Santos, 1994), mientras que otros tiempos resguardan la lenta costura de la sociabilidad, en lugares difícilmente conquistados, como ejemplifican las favelas o el comercio informal callejero. Desconocer estos últimos espacios-tiempos significa incurrir en graves riesgos de disolución de formas de resistencia a la acción instrumental que emergen diariamente en la escena urbana.
Estos riesgos existen en la fuerza de los vectores de la actual modernización, que alejan las perspectivas de conquista de la modernidad en los contextos periféricos y, también, en la destrucción del diálogo entre experiencias de vida urbana, antes entretejido por movimientos sociales y por el arte. Además, este diálogo, responsable de experiencias culturales extraordinarias –en la música, la pintura y el teatro–, no es sustituible únicamente por el show o el espectáculo. Los eventos culturales son solo momentos cada vez más producidos estratégicamente, mientras que el tejido social cosido por las comparticiones del hacer arte permite eslabones profundos en el cotidiano urbano.
Las presiones destructoras del tejido social, que impiden que la efervescencia observada en la primera dimensión de la aceleración se transforme en una vida cotidiana enriquecida, derivan no solo de determinantes inmediatos de la producción, como sugiere el paradigma posfordista, sino sobre todo de la forma en que la actual economía adquiere (y ensaya sustituir) determinantes específicamente sociales e históricos de la vida en sociedad. Se trata de la difusión de la acción hegemónica y de los códigos comportamentales de los negocios que radicalizan los efectos, tan bien captados por Georg Simmel (1998), de la extensión de la economía monetaria en las orientaciones morales y éticas de la experiencia social.
La acción hegemónica contemporánea se desplaza del lugar de la producción para alcanzar el tejido social, en asociación con las posibilidades ofrecidas por las nuevas tecnologías. Este desplazamiento se manifiesta en las formas de planificación e intervención que desconocen la lenta acumulación de conocimientos y prácticas de las experiencias populares, donde se construyen la confianza mutua, la comprensión y las posibilidades de compartir recursos (Ribeiro, 2000).3 Este desconocimiento genera la destrucción de formas de organización popular y la reducción de la legitimidad, antes alcanzada, de liderazgos que comparten, en profundidad, las mismas condiciones de vida de los segmentos sociales que experimentan la segregación y la exclusión.
La acción estratégica, entretanto, está presente en todas partes, tanto en la primera como en la segunda dimensión de la aceleración contemporánea. Al final, la actual modernización, experimentada en lo urbano, constituye la última actualización de largos procesos históricos. La violenta desestabilización de la vida urbana, radicalizada por la actual modernización, introduce la sagacidad, el utilitarismo y el pragmatismo en las relaciones sociales en general; además de estar presente, con otros contenidos y formas, en las luchas por la supervivencia en contextos metropolitanos, incluso en los sectores populares, aquellos que, según Milton Santos (1994,1996), efectivamente practican el espacio, usando diariamente la materialidad para sobrevivir.
Sin embargo, con Michel de Certeau podemos comprender que la acción estratégica reservada a los pobres y a los hombres comunes se manifiesta, especialmente, en forma de acciones tácticas que implican el consumo de oportunidades difusas esparcidas por el espacio urbano:
En realidad, ante una producción racionalizada, expansionista, centralizada, espectacular y barullenta, se afirma una producción de tipo totalmente diverso, cualificada como “consumo”, que tiene como característica sus astucias, su polvorización según las ocasiones, sus “piraterías”, su clandestinidad, su murmullo incansable, en suma, una casi invisibilidad, pues casi no se hace notar por productos propios (¿dónde tendría su lugar?), sino por un arte de utilizar aquellos que le son impuestos. (Certeau, 1990:94)
Por lo tanto, la acción estratégica de los pobres se desdobla en la implementación de prácticas que posibiliten el consumo de la ciudad –de sus depósitos de bienes y recursos– en la apropiación circunstancialmente posible de oportunidades, en tentativas de inserción en lugares donde hay circulación de dinero, como demuestra el comercio informal que rápidamente se instala en los congestionamientos de Río de Janeiro. Esta acción estratégica, efectivamente táctica, se confronta con la radicalización de la acción estratégica de otros segmentos sociales, cada vez más instrumentalizada por la empresarialidad del miedo (luchas marciales, vehículos blindados, barrios cerrados, consumo a domicilio, cierre de calles, seguridad privada). Asimismo, se confronta con los códigos de la acción estratégica dominante, que desconocen las urdimbres cotidianas tejidas en las calles, en el transporte colectivo y en las plazas de la ciudad (Egler, 2000).
La acción de los pobres encuentra, entretanto, nuevos instrumentos y formas de legitimación en la racionalidad difundida tanto por la neo-religiosidad, cuyo origen en asociación con la expansión del capitalismo es conocido (Weber, 1987), como en las formas de actuar estimuladas por orientaciones difundidas a través de la nueva gestión de las políticas públicas y por entidades involucradas en la ecuación de la cuestión social. El impacto de estos nuevos instrumentos y formas de legitimación en la acción táctica de los pobres constituye, a nuestro juicio, un tema relevante para ser analizado en la primera dimensión de la aceleración contemporánea.
Se trata de un movimiento de secularización que llega a los lugares de la pobreza, produciendo alteraciones en las formas de estructuración del cotidiano e introduciendo rupturas en saberes tradicionales, lo que afecta incluso culturas políticas históricamente presentes en los movimientos sociales. Las políticas urbanas y sociales, en su nueva configuración estratégica, al acercarse a los lugares de la pobreza transformados en su contenido cultural, constituyen áreas de convivencia y confort entre racionalidades. En este sentido, diversos estratos de modernización y de prácticas modernizantes se articulan en la primera dimensión de la aceleración, configurando arenas, más o menos ocultas,4 de la disputa de valores que acontece en el núcleo del tejido social.
La omnipresencia de la acción estratégica, sin embargo, constituye un fenómeno social de gran relevancia analítica, posicionado más allá de su manifestación particular en los lugares de la pobreza o en prácticas que hoy rehacen, aunque muy parcialmente, las relaciones entre Estado y sociedad (Ribeiro, 1998). La acción estratégica constituye el epicentro de los vínculos entre economía y sociedad en el capitalismo en su versión actual, que abandona las preocupaciones sociales más integrales del pensamiento liberal clásico para sustituirlas por la radicalización del pragmatismo y el utilitarismo.
En ese sentido, la acción estratégica, difundida por la segunda dimensión de la aceleración contemporánea, absorbe tanto elementos de la geopolítica, inclusive con el apoyo de las nuevas tecnologías de cartografía instantánea (Castillo, 1999), como del ancestral arte de la guerra; constituyendo este un curioso camino tomado por la mundialización, que aporta al racionalismo occidental enseñanzas del Oriente (Cleary, 1992). La absorción mercantil del actuar estratégico constituye una reducción de sentido que simplifica y empobrece contenidos jerarquizadores de la construcción de la personalidad y del sentido del deber y la honra en culturas tradicionales (Benedict, 1989).
La acción estratégica, desprendida de un conjunto definido de valores en disputa, incluso en el centro de la acción individual, constituye una radicalización instrumental de la acción dirigida a fines, analizada por Max Weber.5 El desplazamiento de la acción estratégica de culturas específicas –lo que no significa que esta acción esté exenta de la cultura que rige la globalización de la economía– intensifica su capacidad de absorber valores de la primera dimensión de la aceleración, volviéndolos operativos y disolviendo su capacidad de orientar la conducta y la resistencia a la expansión sistémica, e inclusive generando obstáculos crecientes a la integración social.
En este sentido, Néstor García Canclini aporta elementos para el análisis de otro desprendimiento sociocultural producido por la expansión sistémica: el derivado del modernismo sin modernización, que es estimulado por la parcialidad social de la propia modernización en sociedades periféricas: “Como la modernización y democratización abarcan a una pequeña minoría, es imposible constituir mercados simbólicos donde puedan crecer campos culturales autónomos” (Canclini, 1989:167). En este sentido, este autor caracteriza los límites en los cuales se desarrollan las políticas culturales en América Latina, especialmente relevantes cuando se acentúa la apropiación de la cultura en las políticas urbanas: “La museografía o el espectáculo que ocultan la historia, los conflictos que dieron origen a un objeto o a una danza, provocan, junto con el rescate, la desinformación y, junto con la memoria, el olvido” (Canclini, 1983:46).
Las posibilidades abiertas por la aceleración contemporánea, en dirección a la edificación de nuevas utopías, además de hallar, en su posible emergencia, la oposición representada por los límites de la modernización, enfrentan, como afirma Milton Santos (2000:38), la carencia de sentido social de la acción estratégica positivada en la actual modernización: “Entre los factores constitutivos de la globalización, en su carácter perverso actual, se encuentran la forma en la cual la información se ofrece a la humanidad y la emergencia del dinero en estado puro como motor de la vida económica y social”. El dinero en estado puro, como sabemos, corresponde a la objetivación de las relaciones sociales, siendo la cosificación especialmente intensa en los contextos metropolitanos, donde la economía monetaria alcanza su ápice.
La noción de micro-coyuntura incorpora la problemática de la aceleración contemporánea, en sus dos dimensiones, al análisis de lo cotidiano, lo que presupone la valorización del tejido urbano y de los sentidos de la acción social. Involucra, así, tanto el reconocimiento de las tácticas valorizadas por Michel de Certau como la presión ejercida sobre estas tácticas por la acción estratégica interna y externa al tejido social del lugar. La referencia al concepto de coyuntura trae, para el estudio de lo cotidiano, principios analíticos que tienden a ser empleados exclusivamente en la reflexión de la política o de la economía, lo que conduce, frecuentemente, al desconocimiento de determinantes específicamente sociales, y luego culturales, de la acción.
Las micro-coyunturas, marcadas por movimientos de adhesión y alejamiento a creencias y valores, comportando cambios en el imaginario, se manifiestan a través de mutaciones sociales que no siempre adquieren gran visibilidad en la escena pública. Son estas mutaciones las que constituyen la materia prima de las áreas más sensibles del marketing y que, tantas veces, permanecen desconocidas para las ciencias sociales, aún sobrecargadas con la obligación de explicar lo que, a veces, solo puede ser anunciado.
La aceleración experimentada en su primera dimensión, al nivel de la superficialidad a la que se encuentra sujeta la vida cotidiana en contextos metropolitanos, impone al investigador soportar la precariedad analítica que resulta de la reflexión sobre procesos aún abiertos, cuyo despliegue se encuentra en curso. Esta es una exigencia ineluctable de la sociología del presente, conforme propuesto por Edgar Morin (1996). Los eventos y hechos se articulan en el presente, exigiendo la atención del analista a síntomas y vestigios de la acción social, en una extraña arqueología atemporal, que se realiza en el mismo tiempo en que se desarrolla la acción.
Es esa arqueología del presente, también estimulada por la lectura de Michel de Vovelle (1997), lo que permite aprehender las tácticas diarias y reconocer vestigios y síntomas de la acción hegemónica en discursos y prácticas de actores distantes, en sus ideologías aparentes, de los centros estratégicos de decisión. El nuevo medio urbano, irrigado de flujos cada vez más intensos de (des)información, permite que ocurran concretamente deslizamientos discursivos y prácticos a veces extraordinarios que, de forma difusa, alteran los sentidos de la acción social.
Esos deslizamientos de sentidos de la acción, no siempre intencionales, construyen el momento y el espacio vividos, los contenidos sociales del lugar, en que se manifiestan las derivas valorizadas analíticamente por Edgar Morin (1996). En la indeterminación y en el azar, configuradores de derivas, conviven la sinrazón, originada en la tecnociencia, y diversas racionalidades en confrontación, haciendo del tejido social un territorio de disputas continuas. En este tejido-territorio, que entrelaza y separa innumerables actos cotidianos, se disputan oportunidades y se implementan exclusiones radicales, abriéndose y cerrándose micro-coyunturas expresivas de la aceleración de la vida urbana.
En un primer esfuerzo analítico, distinguimos cinco tipos de acción, envueltos en la dinámica socioespacial y temporal específica de las micro-coyunturas, en (des)enlace en el cotidiano urbano: la acción impuesta, que expresa la participación obligatoria en segmentos de la vida urbana, limitando las condiciones de emergencia de sujetos sociales plenos; la acción otorgada, en la que la acción social se transforma en mecanismo de legitimación de decisiones políticas y técnicas cuyos sentidos escapan a los individuos y grupos sociales involucrados, reteniendo también la disputa de sentidos del actuar; la acción mediatizada, cuando la acción depende de los mediadores, más o menos institucionalizados, que dominan los discursos que dan sentido a la acción; la acción mediática, cuando se accionan recursos de comunicación y la opinión pública en el estímulo de la acción social; y la acción invisible, involucrada en tácticas de aprovechamiento de oportunidades y en las configuraciones prácticas del tejido urbano.
Los tipos de acción mencionados constituyen instrumentos para la investigación del cotidiano urbano, en su particular conjugación espacio-temporal. Creemos que el estudio del cotidiano, del espacio usado y practicado, valorizado por Milton Santos (1994), impone el reconocimiento de micro-coyunturas que, una vez comprendidas, permitirían el debate consistente de formas de resistencia a la modernización impuesta y el desvelamiento de utopías cargadas de diálogo con el sentido común (Santos, 1998), ese bric-à-brac manchado de sabiduría popular, configurado por sucesivos y parciales depósitos de cultura en los espacios metropolitanos.
Esa amalgama de sentidos, cosida a diario, resulta de influencias culturales diferenciadas y contiene elementos cuya sistematicidad y formas de clasificación de los recursos urbanos precisan ser reconocidos. Esto es necesario para construir una acción, también necesariamente estratégica que, al estimular el diálogo en torno a valores, posibilite recuperar la naturaleza utópica de la vida urbana. Se trata ahora de la posibilidad de garantizar, para muchos, la vivencia de la aventura de la modernidad, que ha sido negada sistemáticamente, como advierte Consuelo Martínez Corredor (1997), a la periferia del capitalismo. Para ello, los discursos precisarían reencontrar las narrativas, como enseña Carlos Fuentes (1994).
La secularización de la modernización radicalizada e impuesta sin vuelta aparente corresponde a la creciente objetivación observada en el seno del tejido social, lo que se manifiesta en el aumento de la violencia en contextos metropolitanos. Así, frenar los aspectos más agudos de la crisis social también pasa por resistir la acción sistémica hegemónica que transforma culturas y experiencias urbanas en cosas, en objetos subordinados a los negocios, al dinero transformado, en sí mismo, en móvil de la acción. Hay que impedir, por lo tanto, la rápida desapropiación del ambiente urbano, como afirma Héctor Poggiese (2000), mediante el desvelamiento de acciones táctico-estratégicas favorables a la emergencia de movimientos sociales que detengan la exclusión social. Pensamos que la comprensión de las micro-coyunturas puede favorecer la elucidación de las condiciones de afirmación de sujetos sociales, anidadas en el tejido urbano.
En realidad, la modernización es una exigencia del presente, en sus nexos con los determinantes más amplios de las modernizaciones anteriores, productoras de las extraordinarias concentraciones urbanas de los países periféricos. Entretanto, la manipulación de procesos materiales e inmateriales y la imposición de imágenes-síntesis, desprendidas de las culturas urbanas, transforma las sociedades de la periferia del capitalismo únicamente en espacio de proyectos hegemónicos a escala mundial, impidiendo que, basada en la comprensión de la experiencia social, sea construida la conciencia de sí misma y, por lo tanto, el proyecto identitario indispensable para la aventura de la modernidad.
De esa manera, el énfasis exclusivo en el espacio –que ocurre a través de la presentificación forzada de la vida urbana, transformada en territorio de inversiones globales– contribuye a aumentar la cosificación que marca las relaciones sociales en lo cotidiano, de donde se elimina el tiempo de la narrativa, indispensable para la construcción identitaria. Por esto, la aceleración contemporánea no puede leerse exclusivamente como velocidad, ya que esta, en permanente ampliación, es una propiedad de los objetos y no de los seres humanos. La velocidad se constituye, con sus instrumentos contemporáneos, en la fisonomía de la ciudad deseada por el proyecto sistémico. Sin embargo, esa es solo la ciudad de la eficacia y la eficiencia, cuyas cualidades positivas deberían estar subordinadas a valores morales y éticos que afirmen el compartir y la cooperación urbana.
La intensa aceleración del tejido social urbano conlleva desafíos específicos para las ciencias sociales que, además de la tarea de traer a los clásicos para la comprensión del presente, enfrenta los desafíos de cambios en objetos y lenguajes (Veiga, 2000), e incluso crisis paradigmáticas asociadas a las nuevas dimensiones del hacer y actuar. Estos cambios imponen un abordaje interdisciplinario en los estudios urbanos. En este ensayo, buscamos contribuir en esa dirección mediante la noción de micro-coyuntura que, aplicada a los contextos metropolitanos periféricos, permitiría valorizar los sentidos de la acción en la comprensión de las relaciones espacio-temporales. Se trata, únicamente, de una contribución de las ciencias sociales al trabajo que debe ser, necesariamente, colectivo, interdisciplinario y abierto al sentido común.
#Referencias bibliográficas
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Ana Clara Torres Ribeiro
Fue Doctora en Sociología (Universidade de São Paulo, 1988), Profesora Titular del Instituto de Pesquisa e Planejamento Urbano e Regional (IPPUR) de la Universidade Federal do Rio de Janeiro. Había ingresado a esa institución en 1984, en la cual dictaba disciplinas referidas a metodología científica, teorías de la acción, vínculos sociales y relaciones entre técnica, comunicación, espacio y dinámica social. Investigadora Nivel 1A del Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico (CNPq). Integrante del programa Cientista do Nosso Estado de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado do Rio de Janeiro (FAPERJ). Fundadora del Laboratório da Conjuntura Social: Tecnologia e Território (LASTRO) (1996), que coordinó desde 1998 hasta 2012. También integró el Comité Científico de la Red de Investigadores sobre Globalización y Territorio (RII) y coordinó el Grupo de Trabajo Desarrollo Urbano del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) (2000-2009). Fue Presidente de la Associação Nacional de Pós-Graduação em Planejamento Urbano e Regional (ANPUR) (2011-2013). Falleció el 9 de diciembre de 2011.
1. “[…] Digamos entonces, a manera de hipótesis, que el advenimiento de la sociedad moderna recoge un doble ideario: el de transformar el entorno material, y el de transformar al hombre como centro del mismo. Mientras el primero alude a la modernización, el segundo a la modernidad. […] la modernización se ha convertido en el abecé del progreso, colocándose como un fin en sí mismo y no como un medio, imprescindible por cierto, para dotar a la sociedad de mejores condiciones materiales. Lo paradójico es que si bien no sería concebible una sociedad moderna carente de un proceso de modernización, este último no requiere ineluctablemente de la modernidad y aún menos conduce por sí mismo a ella” (Martínez, 1997:37-38).
2. “Para todo eso, también contribuye la pérdida de influencia de la filosofía en la formulación de las ciencias sociales, cuya interdisciplinariedad acaba por buscar inspiración en la economía. De allí el empobrecimiento de las ciencias humanas y la consecuente dificultad para interpretar lo que va por el mundo, ya que la ciencia económica se vuelve, cada vez más, una ciencia de la administración de las cosas al servicio del sistema ideológico” (Santos, 2000:47).
3. La noción de capital social busca aprehender los contenidos del tejido social, pero de forma subordinada a lo económico, lo que introduce, de forma evidente, elementos de pragmatismo y utilitarismo en la propia lectura de la sociedad; siendo así desconocidos los tiempos y espacios sociales expresivos de la historicidad profunda.
4. El concepto de arena oculta fue desarrollado por el LASTRO para denotar los espacios limitada e inestablemente institucionalizados en que efectivamente son decididos los rumbos de las inversiones públicas en los espacios urbanos.
5. “El valor es el resultado de la actividad de los hombres que, como seres culturales, se encuentran obligados a efectuar elecciones; no es, por lo tanto, una cualidad inherente a las cosas. Las orientaciones en la confrontación de valores confieren, de esa forma, un significado y al mismo tiempo definen el camino para la acción. La explicación weberiana del concepto de «personalidad» es un ejemplo de esa orientación que confiere al mundo un significado sistemático y coherente y, al mismo tiempo, organiza un comportamiento práctico en el interior de la existencia, un modo de actuar teleológico racional” (Argüello, 1999).