Del Norte Global a América Latina: una revisión teórica de los proyectos estratégicos de recualificación urbana, sus casos paradigmáticos y sus procesos de movilidad


Diego Vázquez

Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones Gino Germani; Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Buenos Aires, Argentina
ORCID: 0000-0002-1731-7958

Recibido: 4 de julio de 2024. Aceptado: 20 de agosto de 2024.

Resumen

En este trabajo teórico se desarrolla el concepto de proyectos estratégicos de recualificación urbana como una categoría útil para analizar un tipo específico de acciones urbanas destinadas a (re)valorizar el espacio urbano. Estos proyectos, diseñados e implementados en el Norte Global bajo el régimen de acumulación neoliberal y el paradigma urbanístico posmoderno, han llegado a América Latina a través de un proceso clásico de movilidad de políticas públicas. En estas ciudades, han sido adoptados y adaptados por los gobiernos locales para rescatar y reconquistar sus espacios urbanos centrales e históricos. Además, se clasifican en tres modelos que se sucedieron en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, presentando tres casos paradigmáticos: el Plan Bolonia, el Modelo Barcelona y las Ciudades a Escala Humana de los países nórdicos. Esta propuesta teórica surge como resultado final de una investigación extensa que combinó una revisión de trabajos académicos globales, regionales y locales con un trabajo empírico sobre la producción de espacio urbano central e histórico en Buenos Aires entre 2007 y 2019.

Palabras clave: RECUALIFICACIÓN URBANA. ESPACIO PÚBLICO. URBANISMO POSMODERNO. 

From the Global North to Latin America: A Theoretical Review of Strategic Urban Requalification Projects, Their Paradigmatic Cases, and Their Mobility Processes 

Abstract

This theoretical paper aims to develop the concept of strategic urban requalification projects as a useful category for analyzing a particular type of urban actions intended to value urban space. These actions are designed and implemented in the Global North within the framework of the neoliberal accumulation regime and the postmodern urban paradigm, which have arrived in Latin America through a classic process of policy mobility and have been adopted and adapted by local governments to rescue and reclaim their central and historic urban spaces. The paper classifies these actions into three models that succeeded each other over the last decades of the 20th century and the early 21st century, presenting three paradigmatic cases: the Bologna Plan, the Barcelona Model, and the Human Scale Cities of the Nordic countries. This theoretical conceptualization proposal is the final result of extensive research in the field, which combined a broad review of global, regional, and local academic works used in two dimensions and empirical work on the production of central and historic urban space in Buenos Aires between 2007 and 2019.

Keywords: Urban Requalification. Public Space. Postmodern Urbanism.

Do Norte Global à América Latina: uma revisão teórica dos projetos estratégicos de requalificação urbana, seus casos paradigmáticos e seus processos de mobilidade

Resumo

Neste trabalho teórico, desenvolve-se o conceito de projetos estratégicos de requalificação urbana como uma categoria útil para analisar um tipo específico de ações urbanas destinadas a (re)valorizar o espaço urbano. Estes projetos, elaborados e implementados no Norte Global sob o regime de acumulação neoliberal e o paradigma urbanístico pós-moderno, chegaram à América Latina por meio de um processo clássico de mobilidade de políticas públicas. Nessas cidades, foram adotados e adaptados pelos governos locais para resgatar e reconquistar seus espaços urbanos centrais e históricos. Além disso, são classificados em três modelos que se sucederam nas últimas décadas do século XX e no início do XXI, apresentando três casos paradigmáticos: o Plano Bolonha, o Modelo Barcelona e as Cidades em Escala Humana dos países nórdicos. Esta proposta teórica surge como resultado final de uma extensa pesquisa que combinou uma revisão de trabalhos acadêmicos globais, regionais e locais com um trabalho empírico sobre a produção de espaço urbano central e histórico em Buenos Aires entre 2007 e 2019.

Palavras-chave: Recualificação Urbana. Espaço Público. Pós-moderno. 

Introducción

En las décadas de 1970 y 1980, se registraron una serie de acontecimientos que produjeron la crisis de lo que Harvey (2018) denominó el régimen de acumulación y regulación1 fordista-keynesiano. Siguiendo al autor, tuvo lugar el asalto ideológico neoliberal como una respuesta de la clase dominante ante la amenaza que representaba esta nueva situación. Si, como afirmaba Lefebvre (2013), cada sociedad produce un tipo de espacio específico, es de esperar que esta reestructuración provocara nuevos espacios construidos, relaciones espaciales e imaginarios urbanos. Así, el paso al régimen neoliberal significó también la posibilidad de concebir, producir, gestionar y experimentar un nuevo espacio social que se agregó como una capa más al palimpsesto urbano (Corboz, 2004).

En el marco de estas profundas transformaciones, en el campo urbanístico-arquitectónico surgió un cuestionamiento crítico al funcionalismo modernista, que se consolidó como el Urbanismo Posmoderno. Con figuras como la planificación estratégica, la asociación público-privada y la centralidad del espacio público, este nuevo paradigma logró hegemonizar el campo y, entre otras cuestiones, planteó la necesidad de producir espacios públicos de calidad en las áreas centrales de la ciudad que se consideraban deterioradas. Si los planes funcionalistas habían propuesto la estrategia del bulldozer, ahora era el tiempo de los llamados proyectos de rescate, reconquista o revitalización.

De este modo, el presente trabajo, de corte teórico, se propone desarrollar el concepto de proyectos estratégicos de recualificación urbana como una categoría útil para analizar un tipo particular de acciones urbanas destinadas a (re)valorizar el espacio urbano. Estas han sido diseñadas e implementadas en el Norte Global en el marco del régimen de acumulación neoliberal y el paradigma urbanístico posmoderno, y han llegado a América Latina a través de un proceso clásico de movilidad de políticas públicas. En esta región, han sido adoptadas y adaptadas por los gobiernos locales para rescatar y reconquistar sus espacios urbanos centrales e históricos.

Este planteamiento se basa en evitar las categorías nativas —refuncionalización, revitalización, rehabilitación, recuperación, entre otras— propuestas por los profesionales, que se identificaban intrínsecamente como intervenciones siempre positivas, y contraponer un concepto crítico ya empleado en los estudios urbanos locales (Carman, 2006; Girola, Yacovino y Laborde, 2011; Lacarrieu, 2014 y 2018; Rodríguez y Di Virgilio, 2014; Zunino Singh, 2007). Asimismo, se postula una clasificación de estas acciones de recualificación en tres generaciones que se sucedieron a lo largo de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI, y que se exportaron a partir de casos paradigmáticos: el Plan Bolonia, el Modelo Barcelona y las ciudades a escala humana de los países nórdicos.

El artículo parte de comprender el espacio urbano, desde la teoría de Lefebvre (2013), como una forma de espacio social que es (re)producido y (co)producido en determinadas condiciones históricas por los actores de una sociedad, en el cual se desarrollan las prácticas y las experiencias cotidianas de una gran cantidad de personas próximas en el espacio, pero desconocidas entre sí. Frente a las visiones vulgares que lo presentaban como un proscenio vacío (Delgado, 2011), que debía ser llenado por algo o por alguien, o como una determinada morfología pensada y construida por un proyecto arquitectónico-urbanístico, este es un espacio en donde opera plenamente la triádica de lo percibido, lo concebido y lo vivido.

De este modo, el espacio urbano real es constitutivamente heterogéneo, conflictivo, disputado, sometido a la presión de las normas que buscan domesticarlo, pero también a las insubordinaciones permanentes que se burlan de estos intentos. De ahí que sea siempre coproducido (Joseph, 1999) y reproducido por todos los actores que conforman una sociedad. Tal es así que Delgado (2014) afirma que el espacio urbano es un espacio hipersocial e hipercomplejo, y que presenta similitudes con lo que Jacobs (2011) nombró como la sociedad de las veredas, y que Soja (2008) propuso comprender como el sinecismo de las ciudades.

A su vez, para pensar las áreas específicas de las ciudades latinoamericanas que fueron seleccionadas e intervenidas por los gobiernos locales, se postula un recorte denominado espacios urbanos centrales e históricos (EUCH). Sobre ellos, se destacan una serie de rasgos compartidos producto de su origen colonial y una modernización urbanística y social en común que, con algunos matices, construyen un tipo de centralidad histórica diferente a la de ciudades anglosajonas, típicamente estudiadas en los casos de gentrificación, pero también, aunque de manera menos acentuada, a ciudades con procesos de turistificación situadas en el Mediterráneo europeo.

Esta propuesta de conceptualización teórica surge como producto final de una amplia investigación en el campo, que combinó una extensa revisión de trabajos académicos globales, regionales y locales. Dicha revisión fue utilizada en dos dimensiones y acompañada de un trabajo empírico sobre la producción de espacios urbanos centrales e históricos en Buenos Aires entre 2007 y 2019 (Vázquez, 2022 y 2023). En otras palabras, este artículo se basa tanto en los hallazgos teóricos de la propia trayectoria de investigación como en la metodología de revisión bibliográfica, que consistió en la búsqueda, sistematización y presentación de un vasto estado del arte para sustentar la propuesta teórica, su definición y su clasificación en tres generaciones. Por un lado, la investigación de las categorías teóricas y nativas que tradicionalmente se habían utilizado para comprender estos procesos urbanos posibilitó la apropiación del concepto de recualificación y su reelaboración a partir de las críticas y los nuevos aportes registrados. Por otro lado, los análisis de casos similares y comparables al de Buenos Aires, desde los paradigmáticos en el Norte Global hasta sus diversas adopciones y adaptaciones en América Latina, permitieron identificar el surgimiento, la movilidad y las características básicas que comparten estas actuaciones públicas, lo que permitió dotar a este concepto de una generalidad que amplía su alcance a nivel regional.

Afinidades electivas: el régimen de acumulación neoliberal, la gobernanza empresarialista y el urbanismo posmoderno

Antes de avanzar en una definición, es necesario presentar y teorizar una afinidad electiva entre transformaciones sucedidas en tres niveles: el régimen de acumulación global, la realidad urbana y el campo de su conocimiento experto. Si bien en la exposición se transita de lo general —el régimen de acumulación— a lo particular —los paradigmas urbanístico-arquitectónicos— o, si se quiere, del campo económico-político al campo de las ideas e ideologías, esto no debe conducir a pensar este proceso como algo mecánico o rígido, en donde los cambios en un campo son el reflejo en espejo de los otros. Por el contrario, se apuesta no solo por comprender las especificidades, los ritmos y las mediaciones que existen entre uno y otro, sino también por considerar que ocurren en paralelo y se influyen y condicionan mutuamente.

En primer lugar, el cambio de régimen de acumulación neoliberal reestructuró las relaciones de producción, distribución, circulación y consumo. Según Harvey (2018), este proceso estuvo caracterizado por cuatro elementos principales: el giro hacia una financiarización; la creciente movilidad geográfica del capital y la estandarización de las transacciones comerciales; la dominación de la política económica por parte de Wall Street, el FMI, el BM y el Departamento del Tesoro de los EE.UU.; y la supremacía de las ideas de la nueva ortodoxia económica neoliberal, que desplazó definitivamente al keynesianismo de todos los espacios de decisión y producción académica relevantes.

Tiempo después, Theodore, Peck y Brenner (2009) propusieron el concepto de neoliberalismo realmente existente para dar cuenta de que los proyectos de reestructuración neoliberal se insertan siempre en un contexto histórico, social y espacial que determina sus características. No se trataba de un sistema limitado coherentemente, sino más bien de un “irregular y contradictorio proceso de neoliberalización en curso” (p. 3), una reestructuración regulatoria inestable que producía transformaciones socioespaciales impulsadas por el mercado. De esta manera, el neoliberalismo reestructuraba relaciones a distintas escalas entre actores institucionales y económicos y, al mismo tiempo, sustituía lógicas regulatorias redistributivas por lógicas competitivas, con la transferencia de los riesgos y responsabilidades a las agencias, actores y jurisdicciones locales.

Para estos autores, el neoliberalismo actuó en pos de la restauración del poder de clase a través de la creación de un clima de negocios óptimo y la integridad y solvencia del sistema financiero, a costa de los derechos colectivos, la calidad de vida de las mayorías y la protección del ambiente. Esta lectura planteaba como principal conclusión la refutación de un Estado irrelevante. Mientras que el discurso neoliberal proponía crear una utopía de mercados libres sin injerencia estatal, en la práctica el proyecto político neoliberal intensificaba drásticamente su intervención con el objetivo de establecer la supremacía del mercado y mercantilizar y financiarizar todo lo posible (Theodore, Peck y Brenner, 2009). En este sentido, el neoliberalismo realmente existente, instaurado a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, ha exhibido como su principal logro la redistribución inversa de la riqueza a partir de lo que Harvey (2018) denominó acumulación por desposesión.

En un segundo nivel de análisis, las regiones metropolitanas experimentaron procesos de desestructuración y reestructuración urbana que fueron señalados por Soja (2008) como la cuarta revolución urbana. Esta nueva forma física y simbólica que adoptaron dio lugar a múltiples innovaciones conceptuales y definiciones originales de académicos que intentaron captar y explicar las nuevas configuraciones socioespaciales: postmetrópolis (Soja, 2008), ciudad postmoderna (Améndola, 2000; Harvey, 1990; Secchi, 2004), metápolis (García Vázquez, 2016), ciudad global (Sassen, 1998), entre otros. Se trató de la continuación del proceso de urbanización capitalista, pero con un carácter posfordista, poskeynesiano y posmoderno.

Esta nueva configuración territorial respondía, en parte, al impacto que significó la reestructuración industrial hacia un modo flexible de producción. Esta reorganización implicó una fragmentación espacial (Sassen, 2004) en donde los procesos de reinversión retroalimentaron las desigualdades espaciales. En este proceso, algunas áreas recibieron inversiones financieras y productivas a partir de su capacidad para concentrar la producción basada en la alta tecnología y los servicios avanzados; y otras, destinadas a un uso intensivo de mano de obra barata, se tornaron virtualmente invisibles y sufrieron procesos de desinversión, abandono y degradación.

En general, tanto en el Norte Global como en América Latina, los espacios beneficiados coincidieron con centros históricos, distritos centrales o las llamadas nuevas centralidades. En estos casos, las transformaciones físicas tendieron a resaltar o recrear paisajes históricos que narraran la especificidad del lugar y otorgasen un plus de capital simbólico, tanto a las instituciones públicas y privadas como a las personas atraídas por esta renovada vida urbana. Así, los nuevos espacios recualificados se convertían en mercancías bien valoradas y destinadas a quienes pudieran pagarlas.

En este marco, académicos y funcionarios percibieron —con entusiasmo o resignación— que las ciudades eran lanzadas a la competencia como un destino inevitable. Este imperativo de época tenía su correlato en los gobiernos locales, que cambiaron una concepción gerencial por una de tipo empresarial (Harvey, 2018). De este modo, desde finales de la década de 1970, los gobiernos locales comenzaron a reconfigurarse y a asumir que la principal función de su gestión era posicionar las ciudades de la mejor manera posible en la competencia global y dotarlas de una competitividad que lograra atraer inversiones extranjeras, la radicación de servicios calificados y el turismo internacional. La competencia se tornaba parte de la lógica de acción pública, y el éxito se convertía en una legitimación de la política pública (Colomb, 2010). Así, los gobiernos locales abandonaron su pretensión de planificar e intervenir racional y normativamente la ciudad y se inclinaron por un enfoque de subsidiariedad al capital privado. Se trataba de liberalizar, desregular, privatizar y mercantilizar la producción de espacios, infraestructuras, bienes y servicios urbanos, siempre con una visión que retomaba la lógica de los activos financieros (Harvey, 2018).

De esta manera, los gobiernos locales empresarialistas buscaron posicionar a sus ciudades a partir de diferentes estrategias no excluyentes e incluso combinadas: creación de óptimos climas de negocios; instalación de las ciudades como centros globales de consumo a partir de la marca ciudad, el citymarketing y el citybranding (Benko, 2000; Colomb, 2010; Delgado, 2007; Dinardi, 2017); y/o atracción de las funciones de control y mando de las altas finanzas, la administración pública, y de la producción y el procesamiento de información (Harvey, 2018).

En un movimiento dialéctico, el espacio urbano se readecuaba a la realidad neoliberal y, a su vez, potenciaba su desarrollo. Simultáneamente, las imágenes y los imaginarios urbanos también se reestructuraban en una clave posmoderna (Soja, 2008). La ciudad posmoderna, afirmaba Améndola (2000), comenzaba a reemplazar a la ciudad industrial. Si la fábrica taylorista-fordista era el principio organizativo de la urbe funcionalista, el motor y la metáfora de ella, la ciudad posmoderna citaba e imitaba en sus espacios urbanos al shopping center o a los parques temáticos pensados para el placer, la fantasía y la ilusión. En este sentido, las estrategias de citymarketing y citybranding que encararon los gobiernos empresarialistas combinaban las acciones materiales sobre el entorno construido con las acciones simbólicas que apuntaban sobre las formas en que las ciudades eran concebidas, imaginadas, representadas y experimentadas a través de una cuidada selección, iluminación y comunicación de espacios y prácticas dotadas de cierta plusvalía simbólica que ahora se ofrecían como mercancías a ser consumidas por habitantes y visitantes (Soja, 2008).

En esta dialéctica, las transformaciones espaciales, producto del nuevo régimen de acumulación y regulación, han facilitado aún más la transición al sistema de producción flexible, desregulando la rigidez del anterior marco normativo. En la misma sintonía, la necesidad de cambios rápidos de la imagen y de los imaginarios de la ciudad puede ser una de las razones por las cuales el paradigma funcionalista-modernista fue desplazado por los patrones del urbanismo posmoderno. Si se debe innovar permanentemente en el diseño de la ciudad, los gobiernos locales ingresan en un estimulante proceso de destrucción creativa que favorece la planificación estratégica de fragmentos y el abandono del gran plan urbano del urbanismo funcionalista (Soja, 2008).

En este sentido, en un tercer nivel de análisis pero de forma simultánea y combinada, se reprodujeron luchas internas y desafíos a la ortodoxia del saber experto dentro del campo urbanístico-arquitectónico. En las décadas de 1970, 1980 y 1990, profesionales como Peter Hall, Venturi, Calthorpe, Secchi, Solà-Morales, Borja, Puig o Gehl acudieron a las obras críticas de autores como Jacobs, Lefebvre y Rossi para atacar los principios básicos del urbanismo funcionalista-modernista y proponer un Nuevo Urbanismo. En una época de bruscos y profundos giros, el conocimiento experto no sólo debió reajustarse, sino que también participó y reforzó los nuevos patrones y principios.

La apuesta central de estos heterodoxos fue presentar la figura de la planificación estratégica, más flexible y eficaz, frente a los viejos y rígidos planes urbanos (Vainer, 2000; González, 2020). Este verdadero giro epocal (Gorelik, 2004) encontraba eco en los nuevos gobiernos locales, que aceptaban los límites de la gestión pública, concebían la dimensión mercantil del territorio y promovían la participación de los actores privados en el diseño y la producción de la ciudad. Entre otras propuestas, la planificación estratégica ofrecía nuevos proyectos de transformación urbana, que tenían como fin dotar de singularidad y prestigio a los denominados espacios públicos a partir de su tematización y espectacularización. De esta manera, las actuaciones materiales eran acompañadas de principios abstractos en referencia a la historia, el arte, la cultura y la belleza. Así, las calles, los parques y las plazas se convertían en el ámbito privilegiado de las actuaciones urbanísticas que buscaban producir lugares fuera de lo común.

Como sostienen Gorelik (2004) y Delgado (2011), desde mediados de la década de 1980 la invocación al espacio público se había puesto de moda, y el concepto se tornó una categoría omniexplicativa y operativa para profesionales y funcionarios. Esta moda o romance del espacio público significó que técnicos y funcionarios propusieran la intensificación de su uso y exaltaran sus características como las únicas típicamente urbanas. En estos años se planificaron y ejecutaron diferentes proyectos y programas para su recualificación, con la premisa de embellecerlos, reforzar el control de usos permitidos y expulsar a los indeseables. Ahora, las ciudades eran abordadas desde el punto de vista del diseño, se concebían como una mercancía y se exponían sus imágenes en la vitrina de una red global de ciudades. Es precisamente en este contexto en el que se conciben, ejecutan, exportan e importan los proyectos estratégicos de recualificación urbana.

Proyectos estratégicos de recualificación urbana

Desarrollados los marcos históricos, es momento de abordar los procesos estratégicos de recualificación urbana, elaborados como antítesis de las renovaciones funcionalistas de mediados del siglo XX. Como ya se anticipó, se optó por rechazar las categorías nativas que proponían conceptos como refuncionalización, revitalización, rehabilitación y recuperación. Con algunos matices, todos ellos refieren a acciones urbanas que se identificaban intrínsecamente como positivas y que se basaban en la reinversión de capital sobre espacios específicos considerados áreas de oportunidad, es decir, lugares con características de centralidad que habían sufrido procesos de degradación, pero que poseían un plusvalor simbólico. En cambio, se considera que el concepto de recualificación, utilizado frecuentemente en los estudios urbanos locales (Carman, 2006; Girola, Yacovino y Laborde, 2011; Laborde, 2019; Lacarrieu, 2014 y 2018; Rodríguez y Di Virgilio, 2014; Zunino Singh, 2007), permite realizar una comprensión crítica de estos procesos, con un foco particular en sus consecuencias clasistas, y multidimensional, al combinar el análisis material, económico, social y cultural.

Así, se plantea comprender los proyectos estratégicos de recualificación urbana como propuestas para la reestructuración y revalorización material y simbólica de los espacios urbanos que fueron juzgados como espacio público degradado por aquellos que lideran el proyecto, a partir de acciones urbanas públicas y/o privadas que presentan una serie de características en común: (1) una espectacularización de los espacios construidos para la producción de lugares únicos y pintorescos a través de un montaje de escenas o escenografías urbanas que apelan a la cultura y el patrimonio; (2) un reordenamiento de los usos y las prácticas que buscan la mixtura de usos a partir de la re-residencialización y el consumo de lugares; (3) una revalorización de los precios del suelo y de las rentas de centralidad e historicidad; (4) y una (re)producción de imaginarios urbanos hegemónicos que refuerzan el orden urbano y el patriotismo cívico local.

El fin último de estas recualificaciones es convertir el espacio urbano real en espacio público de calidad, es decir, en sitios cargados de plusvalía simbólica, destinados a la contemplación y el consumo mercantilizado de experiencias para habitantes y visitantes que lo merecen, es decir, que pueden pagarlo. Mientras que las renovaciones funcionalistas-modernistas despreciaban el espacio público y pretendían abandonar o aniquilar los centros históricos en pos de garantizar la circulación y la zonificación de actividades, las recualificaciones estratégicas, enmarcadas en el retorno a la ciudad consolidada y el romance del espacio público, plantean como eje central de sus actuaciones la producción de espacio público de calidad y reivindican la necesidad de (re)jerarquizar los espacios urbanos centrales e históricos.

En este sentido, las recualificaciones estratégicas pueden ser concebidas como parte de las herramientas que presentó el urbanismo posmoderno tanto para disputar la hegemonía del campo como para transformar las ciudades en mercancías atractivas. En el nuevo marco global, estos procesos se concibieron como estrategias de city-marketing y city-branding, similares en todo el mundo, y se plantearon como soluciones eficaces a las principales problemáticas urbanas, a la baja competitividad económica y a la dificultad de instalar una buena imagen o marca ciudad. En un proceso que Delgadillo (2014) denominó urbanismo a la carta, se ofrecieron las mismas recetas a todos los comensales: la recuperación de centros históricos, la peatonalización de calles, el mejoramiento de los espacios públicos, el uso de eslóganes y marcas, la creación de carriles para bicisendas o la implementación de sistemas de transporte público exclusivos.

A pesar de que las narrativas oficiales conciben estos procesos como intrínsecamente positivos, diferentes estudios han señalado las consecuencias negativas que pueden producir estas transformaciones: desplazamiento de residentes por el aumento del valor del suelo, cambios en los usos que privilegian el consumo de los sectores medios altos, prohibición de prácticas espaciales de supervivencia de los sectores populares, invisibilización de memorias, narrativas y relatos no hegemónicos, etc. (Carman, 2006; Díaz Parra, 2023; Di Virgilio y Guevara, 2015; Duhau y Giglia, 2008; García Herrera, 2011; Herzer, 2008; Lacarrieu, 2018; Moctezuma, 2016). En este sentido, retomando lo propuesto por Natalia Lerena-Rongvaux (2019), se plantea incorporar la idea de excluyente para aquellos casos de recualificación en los que se registren restricciones a la residencia, al uso, a las prácticas o a las representaciones simbólicas de los espacios urbanos centrales e históricos de una ciudad por razones económicas, normativas o culturales.

Por su parte, siguiendo la propuesta de los tres tiempos de Ibán Díaz Parra (2023), estos procesos de reinversión y revalorización de los espacios urbanos se ubican, en primer lugar, dentro del tiempo largo del desarrollo de la urbanización capitalista, en donde el acceso limitado a la centralidad y la apropiación privada de sus beneficios produce siempre una renta monopólica especulativa. Luego, en el tiempo medio, responden a la implementación del nuevo régimen de acumulación y regulación neoliberal, la gobernanza empresarialista y el regreso a la ciudad consolidada. En este sentido, los espacios urbanos centrales estarían atravesando su cuarta gran transformación luego de sus fundaciones coloniales, su diferenciación y modernización decimonónica y su especificación funcional al calor de la industrialización fordista-keynesiana.

Finalmente, es en el tiempo corto donde es posible ubicar matices y cambios en las generaciones de proyectos estratégicos de recualificación urbana de los EUCH en las últimas cinco décadas, gracias a los procesos de policy mobility. Como indica Carolina González (2020), el enfoque de la movilidad de modelos e ideas urbanísticas aporta interesantes herramientas para matizar el peso explicativo de las transformaciones urbanas que se le asigna, o bien a las fuerzas todopoderosas de los procesos globales, o bien al rol exclusivo de los gobiernos locales. En cambio, la circulación de políticas públicas es un proceso constitutivo del campo urbanístico-arquitectónico, basado siempre en relaciones dialécticas, en el sentido de que ambos polos se influyen y transforman mutuamente, y también asimétricas, en cuanto a las relaciones desiguales de poder, estructuradas generalmente entre el diseño, el ensamble y la exportación del modelo en el Norte Global y el proceso de importación, adaptación y traducción en las ciudades del Sur Global (Delgadillo, 2014; Gonzalez, 2018; Jajamovich, 2018; Novick, 2022).

En este proceso participan diferentes actores sociales con intereses diversos: gobiernos locales que buscan legitimarse a partir de exportar o importar un modelo, consultores internacionales que se posicionan como expertos para tratar un problema público, casas editoriales que ven aumentar sus ventas con la instalación de autores, profesionales independientes o colegiados que utilizan estas ideas y/o modelos para posicionarse en sus luchas simbólicas por el dominio del campo local, entre otros. Asimismo, se comprende la movilidad de políticas urbanas como un proceso complejo, no lineal y dinámico, en el que se registran diálogos, reapropiaciones y reinterpretaciones permanentes, y los modelos o proyectos sufren mutaciones importantes en las adaptaciones o traducciones locales que son producto de la interacción entre estas ideas, modelos y autores y el marco social, histórico, espacial y político en que buscan ser incorporados (Novick, 2022).

Dentro de esta circulación de modelos de recualificación urbana, es posible proponer la construcción de tres tipos ideales o generaciones, que poseen un desarrollo en el Norte Global, con sus ciudades modelos o casos paradigmáticos, y que fueron adoptados y adaptados en las capitales latinoamericanas. Se trata de una primera generación que buscó crear un centro patrimonial, una segunda que trató de instalar la idea de marca-ciudad y una tercera que se propuso humanizar estos espacios.

El Plan Bolonia y la Carta de Quito

El primer modelo se conformó con el paradigmático caso de Bolonia y con la redacción de la Carta de Quito. Por un lado, hacia finales de la década de 1960, el gobierno local de Bolonia formuló el Plan para el Centro Histórico, en el que participaron urbanistas relevantes como Campos Venuti, Cervellati y Benevolo (Blasco, 2014). Este plan presentaba una concepción comunitarista del espacio público, para la cual se proponía una recuperación inspirada en las plazas medievales de las ciudades europeas (Gorelik, 2008). Delgado (2019) lo clasificó como pionero de una nueva orientación en materia de preservación de centros históricos, que denominó “conservación estructural”, y cuyos principales objetivos eran la sustracción de los espacios patrimonializados del mercado inmobiliario y la radicación de la población y sus actividades en los núcleos urbanos con valor histórico.

En este sentido, se constituyó como el primer aporte teórico-práctico del urbanismo posmoderno para la conservación de un barrio antiguo, que tuvo como prioridad la preservación de lo que se definía como el centro histórico en tanto unidad (Segado y Espinosa, 2015). Como indica Blasco (2014), esta concepción marcó un hito desde el cual se comenzó a pensar en piezas urbanas y no en monumentos aislados, lo que implicaba un cambio radical en la escala de actuación y en la rejerarquización de estos espacios. Una gran campaña mediática internacional implicó que el plan alcanzara una considerable influencia y llegara a convertirse en un modelo a imitar. Esto se evidenció en proyectos similares que se multiplicaron dentro de Italia —Brescia, Ferrara, Como, Módena, Vicenza— e incluso en Alemania, Francia, Holanda, Bélgica y España (Blasco, 2014; Delgadillo, 2011).

Ya en la década de 1970, se elaboraron las primeras políticas de conservación patrimonial para los centros históricos coloniales de América Latina, con el objetivo de desarrollar su potencial turístico. Como indica Delgado (2019), estas acciones estuvieron vinculadas con los importantes aportes que habían sido establecidos en Bolonia y que luego fueron retomados en un coloquio sobre la preservación de centros históricos, realizado por la UNESCO en Quito en 1977. El documento final postulaba una definición de estos espacios que privilegiaba la noción de núcleo social y cultural vivo, es decir, descartaba la posibilidad de producir áreas museificadas y apostaba por la radicación de los habitantes y las actividades populares. En este marco, a lo largo de la década de 1970, con financiación de importantes empresas y del BID, se desarrollaron proyectos de turismo cultural en la Ciudad Vieja de Montevideo (Luque, 2010), en Santo Domingo, en Salvador de Bahía, en Cuzco y en la ciudad de Panamá (Carrión, 2008; Azevedo, 2000). Por su parte, el gobierno local de Buenos Aires, durante la dictadura cívico-militar, creó las Áreas de Protección Histórica para conservar el centro de la capital argentina.

El Modelo Barcelona

A finales de la década de 1980, la elección de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992 disparó un proceso de transformaciones urbanas que produjo un nuevo caso paradigmático. Comenzó en 1987, cuando se elaboró un plan estratégico para recualificar la ciudad. Luego, en 1990, la gestión progresista de Pasqual Maragall aprobó el proyecto y arrancó el proceso a partir de una novedosa alianza entre poderes públicos, tecnócratas urbanísticos e intereses comerciales. Las principales características estuvieron dadas por la participación de grandes estrellas internacionales de la arquitectura y por la estetización de espacios urbanos (Capel, 2005; Delgado, 2010). Así, las obras se centraron en la revalorización simbólica y material de determinados lugares con participación del capital privado y con los nuevos instrumentos que promovían retóricamente la participación democrática en la toma de decisiones. De este modo, se llevaron a cabo una serie de acciones públicas urbanas que se presentaban como revitalizadoras de zonas degradadas, y planteaban un (re)ordenamiento de la ciudad y un disciplinamiento de la sociedad.

Esta monumentalización estaba basada en la recuperación de los elementos tradicionales de la ciudad como parte de la visión crítica que presentaba el diseño urbano posmoderno contra el funcionalismo modernista. Se rescataban los factores representacionales y simbólicos de ese espacio urbano como un aspecto vital en la planificación, cuyo modelo, a su vez, era la ciudad de finales del siglo XIX. Además, dentro del proceso, se realizaron numerosas peatonalizaciones en los núcleos históricos y se restauraron edificios. Al mismo tiempo, estos procesos estaban acompañados por narrativas que invocaban los principios del arte, la cultura, la belleza y el conocimiento. En cuanto a la regulación de usos, se oficializó un Código de Convivencia que sancionaba comportamientos incívicos relacionados con prácticas populares (Espinosa, 2017). Por último, también implicó desalojos masivos, represión policial hacia sectores clasificados como indeseables y una concepción de la ciudad como escenografía destinada a un público que debía ser espectador y figurante (Delgado, 2014).

El nuevo modelo internacional o caso paradigmático de recualificación se enfocaba también en acciones de marketing urbano gracias a la activa intervención de consultores y promotores catalanes —cuyos máximos exponentes fueron Bohigas, Borja y Puig—, que exportaron el modelo hacia el mundo. Así, Barcelona se transformó al mismo tiempo en un modelo de intervención para planificadores urbanos, quienes citaban sus éxitos e intentaban replicarlos, y en una ciudad-modelo que estaba preparada para ser exhibida como ejemplo a imitar (Delgado, 2014). Concebido como caso exitoso, el modelo fue sistematizado para su exportación por los profesionales que habían participado en él.

De esta manera, los consultores catalanes y la propia ciudad-modelo lograron conquistar mercados en el resto de España —Bilbao (González, 2018), Sevilla (Díaz Parra, 2023) o Pamplona (Martínez, 2015)—, en Europa —por ejemplo, Berlín (Colomb, 2010)—, y, especialmente, en América Latina, donde ya existían redes de expertos y de políticos que podían importar, reinterpretar y adaptar este modelo (González, 2018; Jajamovich, 2018; Lacarrieu, 2014). De esta manera, durante las décadas de 1990 y 2000, el Modelo Barcelona se utilizó para planificar, ejecutar y legitimar numerosas recualificaciones de los centros históricos de América Latina, que contaban nuevamente con fondos del BID y del BM: Ciudad de México (Delgadillo, 2011; Duhau y Giglia, 2008), Montevideo (Luque, 2010), Quito (Azevedo, 2000; Delgadillo, 2011), Salvador de Bahía (Azevedo, 2000), Lima (Blaz, 2019) y Buenos Aires (Delgadillo, 2011; Girola, Yacovino y Laborde, 2011; Zunino Singh, 2007).

La escala humana

Simultáneo al de Barcelona, pero de más lento ascenso, se desarrolló otro modelo urbano posmoderno de recualificación a partir de las propuestas teórico-prácticas del urbanista danés Jan Gehl, fundador del movimiento de “Ciudad a escala humana” o “Ciudades para la gente2”. Dentro de su obra, se destacan dos libros de gran importancia para el urbanismo posmoderno por su tratamiento de las relaciones entre el espacio urbano y la vida social en las ciudades: Life between buildings: using public space (1971) —traducido como La humanización del espacio: la vida social entre los edificios (2006)— y Cities for people (2010) —Ciudades para la gente (2014)—. Para demostrar su influencia, basta con comentar que ha sido traducido a más de 30 idiomas. En estos libros, la cruzada de Gehl (2006) apuntaba contra la primacía que el urbanismo funcionalista-modernista había otorgado al automóvil en detrimento de la persona a pie. Asimismo, Gehl presentaba su propia teoría del espacio público como el sitio de encuentro y foro social que permite construir sociedades democráticas y abiertas. En sintonía con la época, el objetivo del urbanismo debería ser concentrarse en la producción de estos espacios a través de incrementar el bienestar y la seguridad de los peatones.

Así, trabajar a escala humana significaba proveer a las ciudades de espacios públicos que tuvieran en cuenta las características del humano y no las del automóvil. Por ejemplo, una de las principales propuestas era la de crear calles denominadas de prioridad peatón, en las que se buscaba la integración de los transeúntes con los vehículos a partir de un diseño y una normativa que privilegiara a la persona de a pie: nivelaciones de vereda, máximas de velocidad de 15 km/h, ciclovías, etc. Con estas premisas, los primeros trabajos de Gehl en los países nórdicos en las décadas de 1970 y 1980 fueron señalados como casos de buenas prácticas que debían ser replicados. Más aún, fueron reconocidos y recomendados por ONU-Hábitat, que incluso financió a la consultora Gehl Architects para que elaborara y sistematizara herramientas de intervención para las ciudades. Nuevamente, la intensa producción académica del autor y una activa campaña de marketing, que ofrecía el producto empaquetado a diferentes gobiernos locales, fueron las claves para garantizar el éxito de la circulación de estas ideas.

Más allá de las diferencias intrínsecas, la característica común en estos proyectos fue la prioridad otorgada a la circulación peatonal frente a los espacios del automóvil. Probablemente, el proyecto más emblemático fue la intervención en Times Square, centro neurálgico de Nueva York, la ciudad global por excelencia. Allí, en 2009, se prohibió la circulación vehicular en una parte de la tradicional calle Broadway, lo que significó la adición de más de 7 mil m² de superficie para lo que Gehl definía como la vida urbana, y solo se asignó el 11% del espacio total de la calle al tráfico vehicular, típico de esta zona. En esos nuevos espacios, se propuso que la calle fuera ocupada con mesas de café, conciertos al aire libre, exposiciones de arte y clases de yoga (Stang, 2014).

Ya entrado el siglo XXI, Gehl Architects, según el registro de su propio sitio web, fue contratado por numerosos gobiernos locales para dirigir procesos de recualificación de espacios urbanos, rehabilitación de zonas degradadas y planificación o diagnóstico en Dinamarca, Suecia, Noruega, EE.UU., Gran Bretaña, Alemania, Francia, Rusia, Turquía, China, Australia, Nueva Zelanda, Brasil, México, Argentina, entre otros. Además de sus intervenciones directas con su consultora, sus ideas fueron importadas y adaptadas por gobiernos locales latinoamericanos en las últimas dos décadas en sus respectivos procesos de recualificación de los EUCH en Buenos Aires (Berardo, 2021; Vázquez, 2022 y 2023), Ciudad de México (Crespo, 2019; Moctezuma, 2016) y Lima (Blaz Sialer, 2019).

Los espacios urbanos centrales e históricos

Una de las especificidades de la adopción y adaptación de estos proyectos estratégicos de recualificación urbana en América Latina es que no se realizan sobre cualquier espacio urbano, sino sobre uno en particular: el corazón de la ciudad. Esta metáfora invoca lo que aquí se conceptualiza como los espacios urbanos centrales e históricos y lo hace en las dos acepciones que ofrece Delgado (2014), que recuerdan las definiciones clásicas de polis y urbs. En una lectura fisiológica, estos EUCH funcionan como el músculo que late para enviar y recoger los flujos de personas, bienes e información: todas las arterias y venas parten y finalizan en él. Aquí, la centralidad está dada por la concentración de medios, infraestructura de transporte y los principales servicios urbanos que ofrece la urbs como territorio físico. Por el lado simbólico, los EUCH son los lugares privilegiados para unificar la vida sentimental en comunidad, el ideal de la polis como sociedad política. Dentro de ellos se encuentran los sitios más emblemáticos, las instituciones más representativas y la encarnación de las memorias compartidas que conforman la sociedad. Este particular recorte posee especial interés para las capitales de América Latina, donde existen barrios que reúnen, precisamente, las funciones de centralidad y los rasgos identitarios propios de sus (re)fundaciones coloniales (Romero, 2011).

Por una parte, los espacios urbanos centrales soportan las funciones de centralidad, con una amplia oferta de usos, actividades y servicios avanzados que conforman los Distritos Centrales de Negocios. Así, la localización de edificios de oficinas premium —la ciudad corporativa— suele ser utilizada como un indicador de las características de centralidad (Ciccolella, 1999). A su vez, estos espacios poseen una posición privilegiada en un nodo de la red de comunicaciones metropolitanas, por la concentración de actividad económica, política y laboral, los flujos de movilidad, la densidad comercial y los altos precios del suelo (Vecslir, 2019).

Simultáneamente, aquí se encuentran instituciones públicas y sociales que funcionan como sedes del poder político, judicial, religioso y civil. Además, se registra una siempre importante oferta de servicios avanzados legales, contables, financieros, publicitarios, hotelería internacional, locales comerciales y de alta gastronomía. De esta manera, la presencia de cierta arquitectura de valor patrimonial, los usos terciarios del ocio y la oferta de servicios del cuaternario también funcionan como importantes señaladores (Vecslir, 2019).

Por último, desde un enfoque de la economía urbana marxista, Topalov (2006), Castells (2014) y Jaramillo (2009) interpretaron las centralidades urbanas enfocándose en las rentas monopólicas que presentan estos espacios, dada la concentración de funciones especiales que se ha enumerado. De esta forma, los altos precios del suelo en estas zonas serían un atributo de centralidad. Con una mirada más sociológica, Delgado (2014) agrega que las centralidades urbanas son también aquellos espacios donde se registran de manera constante y generalizada intercambios e interacciones, y donde se encuentran las formas más fragmentarias, impersonales, efímeras y anónimas de los vínculos urbanos.

En América Latina, estos espacios centrales suelen presentarse entremezclados con los cascos fundacionales donde se establecieron las primeras instituciones y equipamientos de intercambio comercial: puerto, aduana, banco, iglesia, municipalidad, etc. Esto se debe a que las actuales ciudades latinoamericanas han sido fundadas o refundadas en el marco de la conquista española, a partir de las indicaciones de las Leyes de Indias que estipulaban la concentración de funciones políticas, administrativas, militares y religiosas en la Plaza Mayor. Delimitadas por los edificios más importantes y representativos, estas plazas funcionaban como grandes mercados abiertos, sitios de sociabilidad y de festejos cívicos y religiosos (Delgadillo, 2011). Además, en una clave específica de esta región, los imaginarios urbanos de las aristocracias españolas y sus descendientes patricios privilegiaron estos centros tradicionales y permanecieron en las cercanías de estas plazas, a diferencia de las clases dominantes anglosajonas, que optaron por el hábitat suburbano y abandonaron el centro a los sectores populares (Delgadillo, 2011; Carrión, 2008).

Carrión (2008) y Romero (2011) señalan que estos cascos fundacionales se revalorizaron material y simbólicamente a través de distintos procesos de renovación a lo largo de su historia: la diferenciación entre centralidad y ciudad y su modernización en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX; la especialización funcional en torno al proceso de industrialización de mediados del siglo XX; y el redescubrimiento de la importancia de estos espacios y de la necesidad de proteger el patrimonio arquitectónico y urbano en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI. Estas últimas revalorizaciones centraron estos espacios y destacaron su relevancia cultural, social y económica a partir de intervenciones que aquí se denominan recualificaciones.

En síntesis, los atributos de centralidad e historicidad que presentan los EUCH los transforman en espacios especialmente interesantes para observar el conflicto urbano y las tensiones entre las diversas formas en que los actores perciben, conciben y viven el espacio. En este sentido, son verdaderas arenas en las que estallan las luchas y también la razón por las que estas luchas se desarrollan. Precisamente, estas características los convierten en espacios apropiados tanto para los intentos de una determinada pedagogía ciudadana relacionada con la identidad local y la ciudad-patria (Vainer, 2000), como para el desarrollo de estrategias para posicionar la marca-ciudad y mercantilizar las experiencias urbanas. Esto queda claro al observar, a partir de la bibliografía de los diversos estudios de caso, que los tres modelos de recualificación que se adoptaron y adaptaron en América Latina se utilizaron en los EUCH de capitales nacionales: Buenos Aires (Vázquez, 2022 y 2023; Berardo, 2021; Girola, Yacovino y Laborde, 2011; Zunino Singh, 2007), Ciudad de México (Crespo, 2019; Moctezuma, 2016), Lima (Blaz Sialer, 2019), Quito (Azevedo, 2000; Delgadillo, 2011) y Montevideo (Luque, 2010).

Conclusiones

En este trabajo, se buscó demostrar la afinidad electiva entre el nuevo régimen de acumulación neoliberal, las gestiones empresarialistas de los gobiernos locales propias de las ciudades posmodernas y los proyectos estratégicos de recualificación urbana, una de las mejores armas del urbanismo posmoderno para criticar, enfrentar y desplazar la otrora hegemonía funcionalista-modernista. En pos de una definición conceptual de estos proyectos, se destacó el lugar privilegiado que ocupa la noción de espacio público de calidad, cuya (re)producción es el principal objetivo de estos procesos.

Todos estos procesos de recualificación comparten una serie de rasgos clave para comprender esta búsqueda de (re)producción de espacios públicos de calidad. En primer lugar, una arquitectura escenográfica que busca crear espacios únicos y pintorescos para la contemplación. Luego, un reordenamiento de los usos y las prácticas espaciales para garantizar una mixtura de usos que incluya una re-residencialización y una oferta de servicios de ocio y entretenimiento mercantilizados, pensada para el consumo de turistas y visitantes. En tercer lugar, una revalorización de las rentas del suelo en relación con la especulación inmobiliaria. Y en cuarto lugar, una consolidación de imaginarios urbanos hegemónicos que refuercen el orden urbano y el patriotismo local a partir de la plusvalía simbólica que otorgan los EUCH de las ciudades.

Asimismo, este artículo también se planteó la clasificación, descripción y análisis de tres modelos de recualificación propios del urbanismo posmoderno. El primero se centró en el caso del plan del centro histórico de Bolonia y la Carta de Quito para producir barrios históricos conservados y vivos que rescataran el valor patrimonial asignado a estos espacios. El segundo, el Modelo Barcelona, consolidó la monumentalización de los espacios públicos, la conveniencia de contar con grandes firmas de arquitectos y las estrategias de city-marketing y city-branding indispensables para crear la marca-ciudad. Por último, desde los pioneros proyectos de Gehl, se elaboró el Modelo de Ciudad a Escala Humana, que también rescataba la importancia del espacio público de calidad, pero se centraba principalmente en las calles de prioridad peatón y la adecuación de estas para albergar distintas prácticas y usos que permitieran una mayor vitalidad urbana.

Finalmente, se identificó que los gobiernos locales de América Latina que adoptaron y adaptaron los proyectos de recualificación se enfocaron en un área particular de sus capitales para desarrollarlos: los espacios urbanos centrales e históricos. Se trata de lugares que presentan una plusvalía simbólica atractiva, dado que combinan las funciones de comando político, económico y cultural con la concentración de rasgos identitarios propios de los barrios fundacionales. Esta combinación los convierte en los más apropiados para reforzar los imaginarios dominantes de la ciudad patria, posicionar la marca-ciudad y mercantilizar las experiencias urbanas.

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Diego Vázquez / diegoe.vazquez91@gmail.com 

Magíster en Estudios Urbanos por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becario doctoral del CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG) y docente en la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Sus temas de interés son las dinámicas de la producción y mercantilización del espacio urbano, la circulación de paradigmas y modelos urbanísticos y los procesos de recualificación.


1. En sus palabras, los regímenes de acumulación describen la estabilización en un largo periodo de la distribución entre consumo e inversión e implica cierta correspondencia entre la transformación de las condiciones de producción y las condiciones de reproducción de los trabajadores. A su vez, los modos de regulación se materializan en normas, leyes, hábitos que aseguran la unidad del proceso y se corporiza en la adecuación de las prácticas y los comportamientos individuales al esquema de reproducción.

2. Idea retomada de la obra del sociólogo urbano estadounidense William Whyte, quien antes aún que Jacobs, se enfocó en la crítica a los principios de la planificación de Moses y al estudio empírico de las prácticas en los espacios urbanos de Nueva York.