Rodrigo Hidalgo Dattwyler
Instituto de Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Voltaire Alvarado Peterson
Departamento de Geografía, Universidad de Concepción. Concepción, Chile.
Recibido: 28 de mayo de 2020. Aceptado: 11 de septiembre de 2020.
El presente trabajo propone ingresar a través de rutas distintas para explicar la actual crisis del espacio urbano en Chile. Se exponen elementos teóricos basados en las posibles rupturas del llamado modelo chileno, diseñado en su origen como proyecto hegemónico de la geopolítica bajo la influencia activa de Estados Unidos en Latinoamérica, que pueden aportar al entendimiento de la fragilidad del capitalismo en el subcontinente y dar luces sobre cómo este sistema ha tendido a acumular riqueza de renta rápida y segura en los negocios inmobiliarios. Al mismo tiempo, se ejercitan reflexiones respecto de la Geografía Política para reconocer la construcción de fronteras urbanas nuevas en medio de la transformación de la naturaleza como un valor en-sí. Para ello se consideran dos casos de estudio: La Serena y Valdivia, ambas ciudades de características morfológicas excepcionales, cuyo emplazamiento se dinamizó a partir del juego de posiciones y construcción de fronteras detonados por los procesos de intervención urbana de los siglos XX y XXI. Finalmente, se trabajan las herramientas políticas que permiten al Estado, a partir de los subsidios habitacionales, obliterar las asonadas de crisis, incluso cuando el modelo grita por su salvación.
PALABRAS CLAVE: GEOPOLÍTICA. GEOGRAFÍA POLÍTICA. MORFOLOGÍA URBANA COMPLEJA. CRISIS NEOLIBERAL. VIVIENDA SUBSIDIADA.
The present work proposes to enter through different routes to explain the current crisis of urban space in Chile. It exposes theoretical elements based on the possible ruptures of the so-called Chilean model, originally designed at its outset as a hegemonic project of the geopolitics under the active influence of the United States in Latin America, that can contribute understanding the fragility of capitalism in the subcontinent and shed light on how this system has tended to accumulate income wealth quickly and safely in real estate businesses. At the same time, reflections on Political Geography are exercised to recognize the construction of new urban borders amidst the transformation of nature as a value on itself. To such effect, two case studies are considered: La Serena and Valdivia, both cities with exceptional morphological characteristics, which locations were dynamized from the interaction between the positions and construction of borders triggered by the urban intervention processes of the 20th and 21st centuries. Finally, political tools, based on housing subsidies that allow the State to obliterate violent protest outbursts, are considered, even when the model screams for its salvation.
KEYWORDS: GEOPOLITICS. POLITICAL GEOGRAPHY. COMPLEX URBAN MORPHOLOGY. NEOLIBERAL CRISIS. SUBSIDIZED HOUSING.
PALAVRAS-CHAVE: GEOPOLÍTICA. GEOGRAFIA POLÍTICA. MORFOLOGIA URBANA COMPLEXA. CRISE NEOLIBERAL. HABITAÇÃO SUBSIDIADA.
Los éxitos del neoliberalismo pusieron a Chile en la sintonía global de lo que la libertad debía ser. La sentencia que se reiteraba en la discusión política es que el país suramericano había logrado moderar los dos componentes que le asegurarían el éxito económico: la libertad económica y el orden social. Ha sido materia de debate en largas columnas de opinión respecto a esto último. Las presidencias electas desde 1990 en adelante tuvieron como foco principal ajustar lo social al punto de prever cualquier estallido que colapsara a las reglas del juego económico o atentase contra la estabilidad de la inversión privada. Este periodo de estabilidad político-social reunió ciertas contradicciones, acumulándolas bajo la alfombra.
Pero antes del 18 de octubre de 2019 hubo otros estallidos.2 El bloqueo y protestas de Punta Arenas contra el alza del gas en 2011; las protestas estudiantiles de 1995, 2006 y 2011; y el movimiento contra la instalación de centrales hidroeléctricas en la región de Aysén en 2011, entre otras, fueron algunas de las reacciones ciudadanas en respuesta a iniciativas que estaban orientadas en la cautela del porvenir, el desarrollo y progreso económicos. Siendo la crisis energética un problema de larga data en las alternativas al desarrollo económico en Chile, ¿quién podría oponerse a la construcción de grandes represas que solucionen el problema?
Estos estallidos, de escala y efecto diferentes al todavía inconcluso 18 de octubre de 2019, reflejan la ejecución de una idea, en el más puro sentido filosófico de la acepción. Hegel plantea, en gran parte de su obra, pero principalmente en cuanto a la filosofía de la historia, que el objetivo de realización del espíritu, materializado en cualquiera de sus fases a través del tiempo, busca encontrar un lugar para expresar la idea (Hegel, 1980). Según Hegel, o lo que se puede desprender su obra, es la Prusia dieciochesca del Iluminismo como la máxima expresión de la idea, al tratarse de un Estado en el que la libertad está centrada en las artes, la cultura, la política y el trabajo. Nunca la sociedad había sido más libre que desarrollándose en medio de las ciudades, repletas de universidades, teatros, galerías y foros. El mundo no había conocido espacio más próspero que el conquistado por la modernidad prusiana. Una modernidad urbana ruidosa, pero libre.
El tiempo aún es tibio para denominaciones. Considerando los aportes y perspectivas ofrecidas por la historiografía respecto a la trayectoria material de los procesos sociales, la categoría de “estallido social” aún está fuera de todo acuerdo. De la misma manera en que la escuela alemana de la Historia de los Conceptos tensionó el de “revolución” a través de la historia contemporánea –particularmente desde los sucesos que terminaron con el absolutismo en Francia–, por la velocidad de las redes sociales y las comunicaciones es muy probable que llamar “estallido” al proceso social de transformaciones iniciadas con las protestas de estudiantes secundarios sea improcedente en el futuro (Koselleck, 1993). Revuelta, revolución, crisis y demandas han aparecido también para caracterizar a un movimiento cuyo origen urbano denota la siembra de impotencia y frustración que los años dorados del neoliberalismo chileno, basados siempre en producir la satisfacción a través del consumo, han dejado como legado durante los últimos meses.
El Gran Oasis del Gran Santiago
Lo más contradictorio ha sido la metáfora que usara el presidente Sebastián Piñera, semanas antes del ascenso de las protestas en el Gran Santiago y demás ciudades, pueblos y fronteras del país. Calificar a Chile de oasis en medio de una región indolente frente a las señales globales en economía, política y sociedad mostraron que, por muy relucientes que los edificios del Santiago financiarizado parecieran, la realidad indicaba fracturas insuperables en la principal metrópolis chilena. Décadas de políticas expoliativas en materia de subsidios, donde la propiedad fue levantada como excusa ante la incapacidad de otras alternativas de desarrollo, apoyadas en una real integración social en los espacios urbanos, emergieron sustentando el descontento, la rabia y lo que Swyngedouw resalta como el principal temor de las agencias globales: las semillas de distopía, aquellos grupos de la sociedad que habiendo sido parte de los procesos compensatorios del capital, particularmente de políticas asistenciales subsidiarias, salen a recuperar la voz que les han robado por décadas (Swyngedouw, 2017).
No se trata de apologías, sino de constataciones. El Estado chileno tomó como política orientadora una urbanización sostenida y expansiva, fomentado a la propiedad como bien clave en la construcción de una sociedad eutópica que, tarde o temprano, le daría la espalda. No es que el oasis fuera irreal, es que lo había sido para los menos mientras que las mayorías funcionaban algorítmicamente en torno a sus ocupaciones, la producción de cotidianeidades y el disfrute de la casa propia, observando el paso del desarrollo y prosperidad en otros espacios.3 Como plantea Santana-Rivas
Curiosamente, el caso chileno, examinado con cierto detenimiento (…) es tomado simplemente como el laboratorio experimental del modelo de subsidio a la demanda. Sin embargo, aunque ello también es correcto, omite el análisis de otro conjunto de “singularidades” que posteriormente se convertirían en rasgos estructurales no solo de las políticas públicas de provisión de vivienda, sino también de la regulación de los procesos de producción del espacio urbano. Una de estas particularidades es la financiarización de la producción y del consumo de la vivienda (Santana-Rivas, 2020:164).
La lógica de la libertad en el sentido amplio de las tendencias más ortodoxas tampoco se habría cumplido en las encementadas aguas del oasis chileno. Si la libertad estaba basada en la capacidad de ejercer derechos y contraer obligaciones por derecho propio, la conculcación de libertad de expresión en su máximo sentido sería un problema menor pues, ¿qué reclamaría la ciudadanía si tenía de todo para alcanzar su objetivo? Las clásicas teorías latinoamericanas respecto a la libertad de los pueblos a partir de la educación (Veloso, 2011), la alfabetización (Freire, 2003) o la participación política (García Jordán, 2007) quedaban diluidas entre los conjuntos habitacionales levantados por los gobiernos democráticos en ejercicio desde 1932 hasta 1973. Chile, el país de las estabilidades y los grandes acuerdos, sustentaría las bases de su éxito apoyándose en una libertad particularizada y privativa de las minorías.
Una vez más, el espacio urbano entrega algunas luces y sendas por donde avanzar en el análisis de estas cuestiones. La desigualdad, tornada en expoliación; la precariedad, convertida en explotación, asoman en las calles y las innumerables expresiones gráficas del dolor y las clausuras del porvenir. Santiago de Chile, el espejo de lo que una metrópolis moderna tenía que ser, no pasaba de ser distópica en los últimos años. Una metáfora desafortunada convertida en el paisaje movilizado del descontento y recuperación autónoma de la libertad.
Pero la libertad tiene caminos oscuros y claros al mismo tiempo. Si se examina en Chile el resultado de la idea en el sentido hegeliano, entendida como la consumación de la libertad, de seguro Federico II de Prusia se preguntaría en qué fallaron, por qué hay descontento, si el modelo de la libertad era llevar a las personas a vivir en la ciudad y no en aquellos espacios que habían quedado dedicados a la cuestión productiva. La ciudad tenía la virtud de crear la libertad y proveerla más allá de los límites conocidos, entendiendo que estos antes tampoco habían existido. Entonces, ¿cuál es el problema?
El propósito de este trabajo es explorar algunas de estas grietas, colocando como ejemplo las dinámicas urbanas de ciertas ciudades chilenas, en las que esa libertad hegeliana debiera estar realizándose. Se tomará como punto inicial explorar el rol geopolítico de Chile en la difusión del neoliberalismo en la región y en la construcción de una Geografía Política inédita en sus alcances. Luego, se analizarán algunas de las grietas insolutas en la producción del espacio en Chile, considerando el rol de la libertad en la construcción de una comunidad moderna.
Antes de comenzar a adjetivar al modelo neoliberal, costumbre ya asentada en cualquier trabajo crítico proveniente desde –y acerca de– Chile, es necesario salir a buscar sus porqués, los que no siempre están en la primera parte de los análisis académicos. Además, es una buena oportunidad para dilucidar las diferencias entre geopolítica y Geografía Política.
La geopolítica se refiere al territorio en movimiento bajo una estrategia determinada de posicionamiento y ejercicio de una hegemonía. Rudolf Kjellén, a quien Pinochet le copiase varias páginas para su obra Geopolítica (1977), sostenía que la geopolítica comenzaba cuando el Estado salía de su abstracción y se convertía en un organismo vivo construyendo, desde este punto, una sociedad de derechos, ideales y responsabilidades (Kjellén, 1917).
Por otro lado, la Geografía Política examina las formas que el poder expresa en la construcción y devenir de un espacio geográfico determinado. Esta definición debe ser cautelosa, pues categorías como lugar, región o paisaje podrían perfectamente clasificarse en una lista de bondad espacial, al no contar con la concepción del poder en su formación. Este error inducido, y bastante posmoderno, envilece al territorio cuando en realidad el espacio, por sí mismo, es poder en sus sentidos abstractos y materiales. Stuart Elden ha contribuido notablemente a explorar el sentido del territorio enfatizando otras manifestaciones categoriales del poder en el espacio buscando, probablemente, anular la carga del territorio como opresor e inmóvil (Elden, 2013; 2010). Otras lecturas han considerado al territorio como base en la generación de espacios corporativos, fomentando el etiquetado espacial de la naturaleza o las ciudades (Silveira, 2011; Rehner, 2012); además de abordar, desde las cuestiones tecnológicas basadas en la destrucción de las distancias, la propiedad en el sentido material y abstracto, sumadas a temas de gobernanza y control espaciales (Swyngedouw, 1992; Blomley, 2016; Jessop, 2016).
Esta diferenciación permite reflexionar acerca del real impacto regional del neoliberalismo chileno, su instalación y capacidad de establecerse como ejemplo en el campo de la producción de espacio urbano (Navarrete-Hernandez y Toro, 2019). Primero, porque el modelo de fomento a la propiedad tiene una variable procedente de los Estados Unidos, particularmente el fortalecimiento local de la vivienda con énfasis en un proyecto nacional (Vergara-Perucich, 2018). Segundo, porque la expansión de un buen ejercicio opera como ariete en la promoción de otras instancias relacionadas con el ajuste a las estructuras del modelo, conocido y difundido a partir del nuevo orden financiero-estatal del Consenso de Washington; y tercero, porque la territorialización de los espacios urbanos a partir de la propiedad habitacional genera cierta economía sociológica al no ser importante invertir fuerzas y desgastes en construir comunidad o lazos de solidaridad orgánica (De Mattos, 2016; Méndez, 2012).
Estas geopolíticas locales y la construcción de una Geografía Política desde la vivienda y lo urbano es lo que se revisará a continuación para avanzar en las grietas espaciales del neoliberalismo chileno. Se tomarán ambas vertientes para explicar dos procesos de urbanización subsidiaria, generadas a partir de directrices de desarrollo ausentes en la gestión de las ciudades chilenas, para el caso de Valdivia (Región de Los Ríos); y de la producción de nuevos espacios de poder y territorio respecto a la expansión de la vivienda subsidiada en propiedad, particularmente en el caso de las recientes políticas habitacionales de integración social y territorial en La Serena (Región de Coquimbo).
Del ensayo sobre estos casos de estudio, se espera calibrar las dimensiones de la crisis urbana que pesa sobre la idea de libertad, cuyo escenario de disputa ha estado en el Gran Santiago, pero del que no se excluye al resto del país. Si la idea es política, porque la libertad es poder; entonces, ¿cuáles serían los pivotes geopolíticos de la racionalidad promotora de la subsidiarización en la región?, ¿por qué el oasis chileno se desvaneció entre las voces de la ciudadanía?
Geopolítica: el juego de las estrategias
La necesidad de instalar posiciones que evidencien las posibilidades de progresiones de una decisión u orientación política es clave en la comprensión urbana de la geopolítica. Las conocida Alianza para el Progreso (AP) llegó a Chile para finales de la década de 1950, en el marco de la presidencia de Jorge Alessandri Rodríguez, un presidente de derechas, pero sin militancia partidaria. La forma de la AP ha sido profundamente estudiada en la región, siendo su principal objetivo competir y aniquilar cualquier posibilidad de asentamiento a las ayudas o aportes soviéticos en la región, entendida como patio trasero de los Estados Unidos (Purcell, 2019).
Sin dispararse una sola bala, al contrario de lo acontecido en Corea y Vietnam, los Estados Unidos y la Unión Soviética salieron a competir por la dominación de mercados específicos, siendo la América Latina cepalina un campo exquisito para ofertar tecnología militar, industrial y habitacional, entre otras (Leyton, 2007). La venta de armamento soviético al Perú gobernado por Juan Velasco Alvarado es un claro ejemplo de la transacción de intereses imperiales, inclusive, entre ambas potencias en la región (Quijano, 1971). Y sí, imperiales, pues son dos grandes estados conflictuados entre sí por someter a unos y otros es una disputa imperial. Ya la había tenido el Imperio Ruso con el Imperio Británico por el Asia Central durante todo el siglo XIX, en el escenario conocido como el Gran Juego (Palomo, 2016).
La cuestión de la vivienda en Chile aparece en medio del juego de posiciones con el terremoto de 1960, clasificado como el cataclismo más violento de la historia sísmica registrada en el planeta. Con una magnitud de momento 9.5Mw las ciudades litorales del sur fueron arrasadas por un tsunami cuyo registro sedimentario señala que el ingreso del mar llegó hasta doce kilómetros, como en el caso de la localidad de Maullín (Cisternas et al., 2005). Esta catástrofe es observada y atendida por la AP a partir del trabajo de David Fogle, arquitecto, urbanista y consultor de la Universidad de Maryland quien trabajó dos años en levantar un plan de reconstrucción para la ciudad de Valdivia basado en ocho principios, destacándose entre ellos un sistema radial de calles principales a partir de circunferencias; integración geográfica de barrios, conteniendo cada uno de ellos una escuela, parque y facilidades para el comercio; alta densificación en áreas residenciales próximas a parques industriales para facilitar los viajes hogar-trabajo-hogar; y el posicionamiento de estos parques en las proximidades a autopistas, trenes o el sistema fluvial (Fogle, 1962:19). Lo sorprendente es que la recomendación de Fogle sobre el uso del borde fluvial, depositada en uno de sus croquis, es muy similar al aspecto actual que tiene el centro histórico de la ciudad (Figuras 1 y 2).
Figura 1. El croquis de Fogle y sus comentarios a pie de imagen. Fuente: Fogle, 1962:36.
Figura 2. Valdivia en 2020, el mismo borde fluvial, pero desde la vista contraria. Fuente: Google StreetMap, 2020.
La tensión planteada va un poco más allá, pues Valdivia se reconstruyó basándose en el plan que propuso Fogle, siendo las corporaciones dedicadas al espacio urbano y a la vivienda las que apoyaron estos procesos hasta 1976, cuando el nuevo Servicio de Vivienda y Urbanización (SERVIU) asume las diluidas funciones del antiguo corporativismo político del Estado chileno (Hidalgo, Rodríguez y Alvarado, 2018).
Entonces la geopolítica de las posiciones no era una alucinación de Guerra Fría. Por el contrario, se reflejó en la prestación de un servicio técnico al servicio de la construcción de políticas públicas inéditas en la formación de ciudad. Si el problema era el ingreso de la ideología comunista en la región, permeando a las clases obreras y trabajadoras y sus organizaciones laborales, la acción que debía garantizarse debía basarse en el acceso a la ciudad y a la vivienda.
Geografía política: la racionalidad de las fronteras urbanas
El trabajo acerca de la gentrificación de Neil Smith ha sido leído y revisado en distintos trabajos, algunos incluso revisionistas ante la plasticidad de esta categoría urbana de análisis (Smith, 2012). La perspectiva política de Smith es, sin duda, uno de sus grandes aportes al momento de analizar los límites presentes en las estructuras urbanas de la región y, en este caso, para determinados casos de Chile.
Uno de los trabajos relevantes de Smith está en American Empire donde describe el rol del geógrafo Isaiah Bowman en la justificación territorial que la hegemonía estadounidense debía jugar ante la amenaza soviética –otra vez–, pero también contra un silente enemigo que maridaría con efectividad de encontrarse con el marxismo en las arenas urbanas: la nueva composición de clase que venía de la mano con la modernidad de las ciudades. Es importante reconocer, entonces, el rol de la Geografía Política (Smith, 2003).
La Geografía Política se encarga de describir y analizar los circuitos espaciales del poder en su formación y reproducción, entendiendo que ciertos grupos sociales pueden condensar una fuerza en potencia capaz de trazar bordes interiores y exteriores para ejercer un modo de vida determinado. Entonces, si el espacio de la disputa política sería la ciudad, correspondía intervenirla políticamente a partir de objetos urbanos capaces de establecer áreas de influencia, trazar fronteras y generar espacios diferenciados en el sentido más puro de la transformación de la naturaleza a través de la técnica, como lo planteara Engels (2017).
De ahí que el trabajo de Smith tenga tal relevancia a la hora de plantear lo político en la escala urbana. El neoliberalismo permite la construcción de fronteras, algunas de ellas invisibles o simbólicas y, cuando cuenta con la participación del Estado, las concreta con mayor fuerza en los territorios. La diferenciación de escala, por otro lado, corresponde también a la manifestación de la libertad en un sentido contra comunitario, que se opone a la integración y la función social esperada en la construcción política de una idea de solidaridad.
Retomando las reflexiones de Kjellén, el territorio es la construcción biológica del pueblo en movimiento. Las personas, la gente, los consumidores se constituyen en tanto fuerza creadora al formar parte de una estructura social mayor, por ello las fronteras terminan por germinar de la mano de acciones materiales capaces de producir un conjunto de límites que aportan a la validación espacial de un grupo (Kjellén, 1917). Si Bowman sugería a las presidencias de los Estados Unidos hacer valer una nueva Geografía Política, se refería a la pertinencia de construir unas territorialidades multiescalares también (Smith, 2003).
La ciudad de La Serena sirvió para ejercitar algunas de estas prerrogativas, más de poder y propiedad que de hegemonía espacial. Tempranamente, una motivación más bien fisiocrática logró consumarse en Chile en su plan de modernización y construcción de clase media, al promover a la ciudad como un bien básico de los sectores medios, insertándolos en la posesión habitacional en el más crudo de los sentidos de pertenencia. Al evitar la trashumancia ocupacional, como lo fuera por siglos bajo las estructuras laborales de la antigua hacienda latinoamericana, se anularía toda posibilidad de proletarización forzosa, evitando así el arrojo de la clase trabajadora a los brazos de otras ideologías. Entonces, la propiedad habitacional y los efectos del Plan Serena, además del fortalecimiento en la expansión de la ciudad traería consigo la posibilidad de arraigar al poder a un sector social inserto en obligaciones, desprendido del sentido de clase y con la facultad de establecer de manera diferenciada unas nuevas fronteras (Dentice, Muñoz y Orellana-McBride, 2018; Orellana-Mc Bride, Díaz y Fierro, 2016).
La importancia de identificar a las morfologías complejas en la construcción del espacio urbano contemporáneo cobra valor para desarrollar estos postulados. La Serena es una ciudad fluvial, emplazada en la región del semiárido chileno, espacio meridional del desierto de Atacama que se encuentra cortado por el ingreso de circuitos montañosos desprendidos del tronco maestro andino (Börgel, 1983). Atravesada por tres cuencas fluviales, el litoral de la zona muestra un milenario trabajo de abrasión marina que dio forma a un escalonamiento cuya determinación se hace notar en la formación urbana de la ciudad.
El resultado de estos procesos morfológicos resultó en terrazas que dividen los usos de la ciudad. La inmediata, al borde marino, contiene en la actualidad gran parte de los negocios turísticos, de transporte, amenidades y alimentación. La segunda, representa al casco histórico, en donde se localizan los servicios públicos, la administración política y las viviendas de las clases medias promovidas en los tiempos del Plan Serena. Una tercera terraza concentra las viviendas sociales y paños de urbanización subsidiaria generados hacia el último cuarto del siglo XX y decenios iniciales de los 2000, dando lugar a tres espacios que cierran el circuito metropolitano: Florida, La Compañía y La Antena. Tres espacios, tres fronteras, tres ciudades.
De estas, las dos primeras han seguido una ruta de suburbanización muy similar al resto de las ciudades del país. Ante la imposibilidad de insertar una mayor densidad residencial en las áreas centrales, particularmente por los costos del suelo o limitaciones normativas a la altura los nuevos conjuntos habitacionales, es que se abre una ventana a la formación de espacios suburbanos en donde la vivienda subsidiada anterior a la década de 1990, generalmente periférica, queda encerrada por la construcción de condominios de mayor valor que se sirven de la infraestructura urbana inicial, cuyo costo no asumieron.
Esto fomenta la especialización de clase en determinadas unidades barriales, generando fronteras que pueden leerse a partir de datos censales, como es el caso de las zonas con mayor densidad de unidades habitacionales. En estos barrios se sigue construyendo vivienda subsidiada, con un enfoque hacia la clase media emergente, denominación al menos llamativa para identificar en el mapa del ingreso a las familias cuyo salario supera levemente el mínimo establecido. Estos grupos sociales, cuya capacidad hipotecaria es potencial, pero esquilmatoria, son precisamente a quienes convocan los proyectos que están identificados en el siguiente mapa (Figura 3). Solo dos unidades aparecen en el sector más próximo al borde marino para el periodo 2010-2019, lo que no quiere decir que la apuesta por romper las fronteras sea efectiva. Toda ciudad cumple con sus excepciones, a veces midiendo la efectividad de las medidas que toma para probar que el neoliberalismo también convoca a quienes no logran participar de sus ganancias.
Figura 3. Cantidad de viviendas por zona censal (2017) y proyectos de vivienda subsidiada 2010-2019. Fuente: elaboración propia con base en datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), 2020.
Las fronteras no tienen para qué marcarse con espinudos alambrados y ondeantes banderas. Para existir requieren de un pueblo o grupo humano que esté dispuesto a decir cuál es su lado y ejercerlo. La bondad de las primaveras magrebíes o las revueltas en América Latina en las últimas décadas no han alcanzado el objetivo de transformación radical que se han propuesto, no por impericia o falta de convencimiento, sino porque las fronteras simbólicas de sus ciudades son tan gruesas que es imposible generar una comunidad por fuera del interés propietario.
¿Alguien podría determinar si, efectivamente, esta es la crisis que terminará con el neoliberalismo en Chile? No pocas han sido las reflexiones académicas que han intentado explicar las condiciones de la revuelta de octubre de 2019, muchas de ellas incluso inmediatas.4 En rigor, lanzar teorías o juntar datos para mostrar un abanico de posibilidades no parece ser tan certero. Sin embargo, es un ejercicio válido y pertinente, más cuando las ciencias en su conjunto se quedaron observando la revolución que no habían vivido, esta vez fuera de los libros y documentales.
No es la pretensión del trabajo el dar la respuesta que tanto la academia como la política requieren, sino reflexionar en función de los dos campos de evidencia antes organizados, geopolítica y Geografía Política, sobre la capacidad histórica del neoliberalismo chileno para regenerarse por encima de las crisis que ha enfrentado, con la ayuda del Estado. Sí, de ese mismo que los Chicago Boys maldijeron hasta el cansancio. Porque el Estado en Chile no desapareció ni se encogió ante la iniciativa privada, como fuera sostenido por décadas en los espacios denominados liberales y en favor de la eliminación sustantiva y fiscalizadora de lo público. Al contrario, creció y redefinió sus nuevos límites en función de convertirse en la palanca del desarrollo económico. El sentido más puro de lo subsidiario no es otro que utilizar la demanda por derechos sociales para inyectar liquidez al mercado.
En todas las ocasiones en que los equilibrios económicos en Chile tambalearon, partiendo de la crisis de 1982 hasta la última desaceleración con posterioridad al crac subprime de 2008, el Estado salió a gastar dinero fiscal a través de subsidios habitacionales (Crump et al., 2008; Peck, 2016). Entendiendo que la construcción como actividad urbana detona una serie de relaciones económicas por sobre el objeto inmobiliario como tal, la ideología neoliberal chilena ha entendido que el Estado no solo es pertinente para ingresar a corregir donde los privados no llegan, sino que permite reactivar una escala mayor de circuitos de consumo internos.
Tres subsidios habitacionales ingresan a participar de estas crisis, con fines estrictamente geopolíticos. El Decreto Supremo N°44 de 1988 proveyó dos décadas de desarrollo habitacional subsidiado en Chile, sin interrupción entre regímenes y con un impacto en la cuestión política que era muy común observar en Pinochet, inaugurando conjuntos habitacionales en plena campaña por permanecer en el poder. El plebiscito de octubre de ese año consagraría el término pactado de la dictadura, por lo que las estrategias de visibilización del progreso no trepidaron de un sector a otro. La continuidad de esta política señala que entre 1990 y 2008 llegan a las 279.286 unidades de vivienda entregadas.5
La segunda crisis que fue respondida con subsidios habitacionales fue la de 1998, conocida como crisis asiática. El decenio de recomposición democrática a cargo de dos presidencias democratacristianas (1990-2000) trajo consigo una fuerte diversificación de subsidios habitacionales, particularmente desde los alcances que los distintos programas comenzaron a tener. Estos aportes tuvieron un efecto relevante en la redensificación de las áreas centrales en el Gran Santiago, modelo de incentivos que luego fue exportado a otras capitales regionales (Aguirre y Burboa, 2006; Pérez y Espinoza, 2006).
Pero ya en pleno tercer milenio otro quiebre, financiarizado, coloca a la economía chilena en una pausa y obliga al Estado a generar un nuevo paquete de medidas subsidiarias, denominando al nuevo subsidio como de reactivación económica.6 Concebido para la activación de las cadenas de compraventa y alquiler de insumos que dinamiza la construcción, este programa también empuja a la banca a partir de su participación hipotecaria en la adquisición de unidades habitacionales en conjuntos de viviendas nuevas. Entre 2014 y 2019, el subsidio entregó 31.840 viviendas.7 El impacto de este programa es más profundo que el inventario de casas y departamentos en la cuenta total, ya que refuerza las bases de la integración social y territorial que venían promoviéndose precisamente para reducir la producción de fronteras a las que se alude más atrás (Alvarado, 2019).
Bajo estas evidencias es que la geopolítica interna de la vivienda instala el juego de las posiciones, ya no en el sentido Estado/Estado que organizaban las reflexiones de Kjellén. Se trata de un avance habitacional en los territorios urbanos para dar señales de la prosperidad, incluso en aquellos instantes en los que el mundo se orientaba hacia una reformulación en las formas de sus ciudades y los regímenes de propiedad, que durante décadas habían acogido como exitosos.
La lógica de las posiciones permitió consolidar un componente material en las naturalezas abandonadas de las ciudades. Si antes toda naturaleza era tratada como paisaje, ahora correspondía colocarla en tanto valor de integración y reconocimiento de comunidad. Los centros urbanos, ya cedidos a la masa construida y de entornos verdes inventados, quedaban sometidos a la gestión más esporádica de los tenedores de propiedades. La situación de la vivienda terminó por sembrar las posiciones futuras de expansión urbana, tomando la posibilidad de lanzar la frontera de sus límites hacia donde el Estado les permitiese. Claro, la estructura máxima de los territorios insertaba inversiones públicas en rutas, salud y educación en distintos niveles, elementos básicos en la configuración de los servicios pertinentes en el crecimiento urbano.
Produjo esta situación nueva fronteras, era imposible que así no fuese. La nueva propietarización ensambló territorios sin relación, colocando cinturones suburbanos por sobre la línea residencial de las anteriores viviendas sociales y subsidiadas. Sin pensarlo, se organizó un espacio diferente en los bordes de las ciudades que, en el caso de La Serena y Valdivia, siguió las formas litorales marinas y fluviales hasta alcanzar los puntos de naturaleza deseados por los códigos de la inversión habitacional. Esta Geografía Política de las ciudades cuya morfología compleja se compone por la naturaleza, cuyo valor en sí cobija la idea de libertad de que fuera tratada al inicio.
El tema articulador del manuscrito no es otro que el poder. La relación escalar del poder en los espacios nacionales define las formas de desarrollo y modelamiento que las sociedades urbanas emprenden desde sus prácticas cotidianas, relevando al poder en tanto decisión estratégica constructora de estas trayectorias. Tanto en Valdivia como en La Serena emergen decisiones centrales con fuerza política y perspectiva de desarrollo. Ambas ciudades, es probable, ejercerán otras prácticas hegemónicas respecto de sus áreas de influencia. No es posible pensar al poder sin intención ni a la política como conjunto de buenas intenciones.
La razón geopolítica del neoliberalismo transita estas rutas cuando se allana a la maquinaria burocrática del Estado. De ahí que los países de la región y sus principales ciudades actúen en régimen con las bases centrales, dando continuidad a los procesos modernizadores por sobre las lógicas morfológicas, por ejemplo. El paisaje de las ciudades también es poder, y de su fractura emergen relaciones geopolíticas que recalculan las posibilidades de integración en los territorios urbanos.
Pero, entonces, ¿cuáles eran los mecanismos de contención para las crisis que el neoliberalismo experimentaba? Sin duda que muchas, pero todas vienen desde el Estado. Luego de octubre de 2019 y con un destino inconcluso en sus efectos debido a la expansión del COVID 19, el Estado chileno aparece en todas las demandas, en todos los foros, en todas las columnas. Las voces que llaman al rescate económico de las grandes compañías locales lo hacen invocando la protección del empleo y el consumo. No es menor esto último, puesto que las economías de mercado precisan de capturar tributos a partir de la dinamización de los circuitos cotidianos, la mayoría de ellos insertos en los sistemas urbanos. Tampoco era menor el entusiasmo de Pinochet al entregar viviendas sociales.
Evidentemente, entendía que dejaba un legado material que podría silenciar su nefasta actividad como dictador; pero sus asesores, que luego ocuparon altos puestos políticos y empresariales, advirtieron la posibilidad de modernizar y desproletarizar a una población indecisa ante su futuro. Es precisamente esta opción la que entregó continuidad a la forma subsidiaria de las relaciones, que está lejos de su extinción aún en tiempos de pandemia.
La expansión de los subsidios habitacionales, interviniendo las ciudades principales del país tiene patrones de continuidad geopolíticas, siguiendo los postulados de inicio de este manuscrito. Sin duda se ha intensificado la estrategia de posiciones, relevando el rol de la propiedad como artefacto clave de la modernización espacial. En medio de la crisis, los subsidios no han cesado y parece ser que las agencias estatales encargadas de su gestión estarán fuera de los ajustes presupuestarios que se anuncian cotidianamente.
La fotografía construida para las ciudades de La Serena y Valdivia permiten una lectura por fuera de la habitual colonialidad del discurso metropolitano, sin abandonar las categorías de análisis sustentadas en el bienestar neoliberal como una razón de Estado, edificada por sobre cualquier proyecto político. La ciudad es la solución que esta faceta del desarrollo territorial ha optado por situar en la cúspide de todos los proyectos políticos, democráticos y totalitarios, desde la mitad del siglo XX hasta la actualidad, sin fecha aparente de término. Razones hay varias, sin embargo, el espacio propone nuevamente una mirada ante estas condiciones.
El desarrollo y el progreso forman parte del lexicón republicano en la región. Las evidencias trabajadas en el manuscrito posicionan a la vivienda como un acto de poder en el espacio, capaz de trazar fronteras en barrios donde ellas no existían. El mito de la comunidad abierta, solidaria y participativa queda reducido en esta curvatura del tiempo neoliberal en una ficción enrejada, atrapada por el sueño de la casa propia (Hidalgo et al., 2019). Estas ideas de progreso son las que fundamentan las nuevas delimitaciones espaciales, particularmente en los recientes cinturones suburbanos que circundan a las grandes ciudades del país. El caso de La Serena exhibe una forma, que bien puede localizarse en Arica o el mismo Gran Santiago. El efecto de expoliación sin urbanización que por décadas campeó en la configuración metropolitana de la capital chilena, instaló las condiciones materiales de sitio capaces de absorber una producción residencial hasta acá sin límites, con la latente posibilidad de disolver las unidades político-administrativas delimitadas por la constitución de 1980, la misma que el desencanto de octubre de 2019 promete desarmar.
En el caso de Valdivia, la naturaleza coloca la muralla contenedora del avance inmobiliario, pero las capacidades de transformación y producción de valor en función del paisaje allanan el camino al avance de urbanizaciones etiquetadas como sustentables, al igual que sucediera en el delta del río Tigre al norte del Gran Buenos Aires (Ríos y Pírez, 2008). La invención de la naturaleza con la excusa del cuidado destruye la voluntad de las iniciativas de conservación y los principios de responsabilidad con las generaciones futuras, situadas en una ética aplicada a los cambios que la misma naturaleza señala como irreversibles. El trabajo citado de Fogle es para una geopolítica de naturalezas inmóviles, donde el medio parecía inagotable.
Similar es el caso de las fronteras y la nueva Geografía Política interna, en las distintas escalas urbanas de los municipios del país. Observar los procesos por fuera de las grandes metrópolis de Valparaíso, Santiago y Concepción posibilita una observación geográfica como las de antes: reconocer, organizar, jerarquizar, relacionar (Aliste, Almendras y Contreras, 2012). La receta cualitativa clásica de la Geografía que es preciso restaurar en la identificación espacial del poder.
Pero quedó la libertad, la idea, planteada en algún lugar de las ciudades que crujen en los estertores –otra vez– del modelo. Ningún monarca centroeuropeo conoció la democracia o la valoró en sus formas y deformaciones. Ningún dictador la realzó, pero supieron legarla incompleta, llena de viviendas y subsidios por donde deambulara la libertad.
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Rodrigo Hidalgo Dattwyler / rhidalgd@uc.cl
Profesor Titular del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC Chile). Investigador responsable FONDECYT regular 1191555 y ANID-FAPESP 2019/13233-0. Sus temas de investigación principales se centran en la producción de espacio urbano y vivienda social en Chile, producción de naturaleza y evolución de las ciudades chilenas. Dirige el Programa de Doctorado en Geografía UC Chile.
Voltaire Alvarado Peterson / voalvarado@udec.cl
Profesor del Departamento de Geografía de la Universidad de Concepción, Chile (UdeC). Coinvestigador FONDECYT regular 1201255 e Investigador Adjunto ANID-FAPESP 2019/13233-0. Trabaja temas de metropolización y vivienda subsidiada en el Chile neoliberal, producción de naturaleza y de espacio residencial suburbano.
1 El trabajo forma parte del proyecto FONDECYT regular 1191555 “La producción de vivienda subsidiada en ciudades fluviales, marinas y lacustres en Chile: integración y sostenibilidad 2000-2017” y FONDECYT regular 1201255 “Los gustos espaciales en la producción de espacios urbanos dentro del Chile neoliberal: el caso de las conurbaciones de Temuco-Padre Las Casas e Iquique-Alto Hospicio”.
2 El estallido chileno, nominado bajo la consigna “Chile Despertó”, se refiere a una serie de protestas, movilizaciones, marchas y expresiones ciudadanas bajo el reclamo de, al menos, tres cuestiones: (1) la renuncia inmediata de Sebastián Piñera a la presidencia de Chile; (2) la sustitución de las Administradoras de Fondos de Pensiones por un sistema de seguridad social efectiva, y (3) el aumento del sueldo mínimo que estaba fijado en 366 dólares americanos desde marzo de 2019, entre otras demandas sociales como el derecho a la vivienda, salud, educación y medio ambiente. La reacción del gobierno en la noche del 19 de octubre fue declarar al Gran Santiago bajo Estado de Emergencia a cargo del ejército. El origen de las manifestaciones puede estar en muchos acontecimientos: declaraciones irónicas sobre la economía y el gasto familiar, relativizar el aumento de los pasajes en el transporte público, la ausencia de responsables en los millonarios fraudes en dos instituciones armadas, Carabineros (28 mil millones de pesos chilenos) y Ejército (200 millones de dólares americanos), la colusión de empresas productoras de pollo, detergentes, leche, supermercados, pañales, papel higiénico, entre otras. Lo único cierto es que en el oasis metropolitano estalló la más grande movilización ciudadana desde el inicio de las protestas contra Pinochet en 1983 y la salida política fue ofrecer un nuevo calendario constitucional, el que comenzará con el plebiscito del 25 de octubre de 2020. Nuevamente se decretó Estado de Emergencia y se instauró toque de queda y patrullaje militar.
3 La declaración completa del presidente Piñera, vertida a un canal de televisión en vivo, puede revisarse en https://www.cooperativa.cl/noticias/pais/presidente-pinera/presidente-pinera-chile-es-un-verdadero-oasis-en-una-america-latina/2019-10-09/063956.html (Recuperado el 31 de mayo de 2021).
4 La Revista Pléyade publicó un número especial en octubre de 2019, días después del estallido. El dossier completo está disponible en https://www.revistapleyade.cl/pleyade/ediciones/numero-revueltas-en-chile/ (Recuperado el 5 de mayo de 2020).
5 Ministerio de Vivienda y Urbanismo, Observatorio Urbano. Series estadísticas actualizadas a diciembre de 2019. Disponible en https://www.observatoriourbano.cl/ (Recuperado el 31 de mayo de 2021).
6 Decreto Supremo N°116, Programa de Reactivación Económica y Fomento al Mercado Inmobiliario, 2014.
7 Ministerio de Vivienda y Urbanismo, Observatorio Urbano. Series estadísticas actualizadas a diciembre de 2019. Disponible en https://www.observatoriourbano.cl/ (Recuperado el 31 de mayo de 2021).