Joaquín García Insausti[1]
No te quiebres ni te dobles. Appropriation and use of iron in waiki or spears among the Reche-Mapuche
El capitán Alonso González de Nájera, soldado veterano que durante más de veinticinco años había servido las armas españolas en Italia, Flandes y Francia, arribó a principios del siglo XVII al Reyno de Chile para participar en las guerras de la Araucanía (Donoso Rodríguez, 2017); desconcertado por la incapacidad colonial de subyugar a las poblaciones indígenas que habitaban las fronteras meridionales del Imperio escribe su obra Desengaño y reparo de la Guerra del Reino de Chile. Entre las causas de esta situación destaca que las constantes campeadas, la incorporación de caballos y armas son los elementos que le otorgan a los indígenas “ánimo y confianza para perseverar en el propósito que tienen de acabarnos de echar de todo punto de su tierra” (González de Nájera, [1614] 1889: 169).
A lo largo del continente americano, la invasión europea transformó radicalmente la realidad de las sociedades nativas. Ante el avance del frente conquistador, aquellos pueblos que no fueron dominados militarmente entre fines del siglo XV y principios del siglo XVI desarrollaron diversas estrategias que les permitieron hacer frente a esta situación inédita con el objetivo de mantener la autonomía política. En buena medida esto implicó la incorporación de distintos bienes, como animales, plantas, materias primas, tecnologías y artefactos introducidos por los invasores dentro de sus propios sistemas culturales.
En este trabajo centraremos nuestra atención sobre las comunidades indígenas de la Araucanía, entre mediados del siglo XVI y fines del siglo XVII, cuyo proceso de transformación ha sido objeto de numerosos trabajos entre los que destacamos los de Guillaume Boccara (2007) y José Manuel Zavala Cepeda (2008). Al momento de definir la denominación étnica que utilizaremos para referirnos a estos grupos debemos tener en cuenta algunas cuestiones. Boccara (2007: 15-20) sostiene que el etnónimo mapuche, usado hoy en día, no se registra en la documentación histórica hasta la segunda mitad del siglo XVIII, y que hasta entonces la denominación étnica de los grupos de Araucanía es reche. Teniendo en cuenta estas cuestiones optamos por utilizar el etnónimo compuesto reche-mapuche para dar cuenta, sin caer en anacronismos, de las continuidades existentes en la cultura indígena a lo largo de este período de importantes cambios.
Dentro del marco general de los estudios referidos, el presente trabajo tiene como objetivo examinar la forma en que estos grupos se apropiaron, y resignificaron dentro de su propio sistema cultural, un bien alógeno como el hierro. Nuestro interés en estas cuestiones se vincula con la importancia que este material comenzó a ocupar en la confección de las waiki o lanzas, armamento central en el sistema bélico reche-mapuche, tanto por su relevancia a nivel material como simbólico. En este sentido, alejados de las concepciones tradicionales acerca de la “pureza” cultural, consideramos que estos procesos de apropiación dan cuenta de una gran capacidad de adaptación y creatividad, que les permitió a estos grupos poder reconfigurar sus pautas culturales y mantener su autonomía política en este nuevo y cambiante contexto.
Para ello comenzaremos examinando el proceso histórico de expansión colonial y las transformaciones derivadas de esta situación, así como distintos aportes que permiten problematizarla. Luego, procederemos a la lectura y análisis de las fuentes históricas que dan cuenta del fenómeno de apropiación y uso del hierro por parte de estos grupos; en particular aquellos aspectos asociados a su utilización en contextos bélicos como puntas de lanza.
Tradicionalmente tendía a pensarse que las transformaciones socioculturales producidas por la invasión europea se limitaban a los “recién llegados”; es decir las poblaciones europeas y africanas -estas últimas movilizadas de forma forzosa- quienes debieron adaptarse a la realidad del “nuevo mundo”. De esta manera las poblaciones nativas tendían a quedar relegadas en los análisis como grupos incapaces de cambiar. Sin embargo, James Merrell (2000: 27-28) sostiene que las consecuencias de este proceso son tan profundas que también las sociedades indígenas americanas se vieron obligadas a transformarse para sobrevivir en estos “mundos nuevos”. En este sentido, reconoce tres etapas fundamentales que es posible identificar a lo largo del todo el continente. Primero, la catastrófica mortandad producida por las epidemias desencadenadas por la introducción de virus y microbios provenientes de otras partes del mundo. Segundo, los intercambios de bienes y la adopción de tecnología europea. Tercero, el establecimiento de colonos y el surgimiento de diversas vinculaciones entre estas sociedades. Como consecuencia de estos procesos es posible observar la aparición de nuevas sociedades indígenas que, al igual que sus contrapartes de origen europeo, surgen como resultado de la adaptación a estos nuevos contextos (Merrell, 2000: 28).
Teniendo en cuenta el objetivo de este trabajo, el elemento que nos interesa destacar es la adquisición de bienes de origen europeo que son incorporados dentro del sistema cultural de las sociedades indígenas. Al examinar la experiencia de los Catawba, Merrell sostiene que la incorporación de los objetos brindados por los comerciantes responde a un estricto proceso de selección que atendía a las necesidades de cada grupo. Entre ellos se destacan las armas de fuego y los utensilios de hierro, las primeras por su capacidad ofensiva, mientras que los segundos por su resistencia y durabilidad en relación con las materias primas antes usadas por los nativos. En este sentido, llegaron a solicitar al gobernador de Carolina del Norte que les brindase herreros para poder adquirir el conocimiento necesario para la manufactura de estos objetos, aunque estos intentos fueron infructuosos (Merrell, 2000: 34-35).
Esta situación es la que se observa en la enorme mayoría de los casos: los sujetos indígenas ponen en práctica distintas estrategias para reducir su dependencia de los intermediarios coloniales, pero por distintos motivos no lo logran. Sin embargo, es posible encontrar una notable excepción que nos permite explorar los alcances de estos proyectos y las implicancias de esta situación. Nos referimos al caso de los Amuesha y Campa de la selva central del Perú quienes entre 1742 y 1847 lograron un desarrollo político autónomo, caracterizado por el dominio de las técnicas de fundición y forja del hierro. Fernando Santos Granero (1988) explora este caso a partir de los registros de militares, exploradores y misioneros que participaron de la expedición que incorporó estos territorios al estado de Perú en 1847, los mencionados registros dan cuenta de la existencia de una importante industria metalúrgica indígena. El autor rastrea el inicio de este proceso en el establecimiento de una serie de misiones a principios del siglo XVIII. Los indígenas de la región habían resistido los intentos de los franciscanos por casi un siglo hasta que finalmente acceden a recibir a los misioneros, cambio que según Santos Granero pudo deberse a que la existencia de estos espacios posibilitaba el acceso a herramientas de hierro. Debido a las dificultades logísticas que implicaba su abastecimiento, en las misiones comenzaron a funcionar herrerías que prontamente se convirtieron en centros de producción metalúrgica. Esto conllevó que muchos indígenas Amuesha y Campa recibieran entrenamiento como herreros hacia 1725 (Santos Granero, 1988: 4-7).
Sin embargo, la presencia de los misioneros era una fuente constante de conflictos, los cuales desencadenaron varias revueltas indígenas que fueron duramente reprimidas por el poder colonial hasta que la rebelión de Juan Santos Atahualpa1 logra expulsar a los españoles de la región en 1742. Su éxito se debe, en buena medida, al conocimiento de las estrategias militares españolas y la incorporación de tecnología militar europea. No obstante, la recuperación de la autonomía política de estos grupos implicó que debían encontrar nuevas formas para adquirir herramientas de hierro, ya sea por medio del comercio con las poblaciones de la frontera -actividad fuertemente perseguida por la administración colonial-, o por su obtención como botín en incursiones armadas. Aunque hacia mediados de la década de 1760 estas posibilidades se vieron agotadas, las fuentes históricas dan cuenta de que estas poblaciones producían e intercambiaban utensilios de metal, lo que permite suponer que para ese momento se encontraba en auge una industria metalúrgica autónoma (Santos Granero, 1988: 9). En este proceso cumplió un rol fundamental la explotación de yacimientos que permitieron extraer los minerales necesarios para la producción metalúrgica, recursos que eran desconocidos durante la época colonial por lo que su descubrimiento y puesta en funcionamiento debió darse con posterioridad al levantamiento de 1742.
La escala de este desarrollo tecnológico recién comienza a ser registrada en las fuentes históricas durante la segunda mitad del siglo XIX, con la incorporación de estos territorios al estado peruano. Entre 1868 y 1898 al menos doce herrerías fueron encontradas, la mayoría en funcionamiento, cuya capacidad técnica sorprendió a los propios especialistas peruanos. Más allá de su importancia productiva, se debe destacar que estos espacios no eran simples herrerías sino complejos espacios técnico-ceremoniales -Santos Granero se refiere a ellos como “templos-herrería”- que ocupaban un lugar central dentro de la estructura social Amuesha. En ellos, los cornesha' -especialistas en el manejo del hierro- actuaban también como líderes políticos y religiosos supralocales, además estos espacios constituían lugares de peregrinaje que atraían y nucleaban a la población circundante (Santos Granero, 1988: 15-20).
Más allá de la especificidad de este caso, nos parece importante destacar que, dadas las condiciones necesarias, los sujetos indígenas no solamente lograron apropiarse de los objetos de hierro sino que demostraron capacidad para llevar a cabo un proceso de incorporación y adaptación profundamente integrado a nivel simbólico, dando paso al surgimiento -o transformación- de nuevas pautas socioculturales.
Habiendo examinado lo sucedido en otras partes del continente americano, a continuación analizaremos el proceso de transformaciones socioculturales de las sociedades indígenas de la Araucanía que permitió la apropiación del hierro y su utilización con fines bélicos.
El avance hispano sobre los territorios meridionales del cono sur se inicia en la década de 1540. En el caso de la Araucanía, aunque la primera entrada se da en 1536 recién a partir de 1541 Pedro de Valdivia logró la ocupación de la zona de Atacama y Chile central. Desde allí intentó continuar la expansión hacia la Araucanía, donde la presencia hispana fue duramente resistida por los indígenas y cristalizó en la rebelión de 1553. Hasta fines del siglo XVI la ocupación del territorio continuó siendo precaria y los conflictos armados abundaron hasta que en 1598 una rebelión general forzó a los españoles a retirarse al norte del Río Biobío, el cual pasaría a convertirse en límite entre las sociedades en disputa.
Las fuentes tempranas se refieren a los reche como pueblos “sin Rey, sin fe, sin ley”, es decir una sociedad caracterizada por su descentralización política, espacial y social. En este sentido, Boccara (1999: 427-440) destaca que esta descripción es incapaz de reconocer dos elementos fundamentales sobre su organización sociopolítica. Por un lado, que la dispersión en cuanto a su patrón de asentamiento implicaba una integración flexible en múltiples niveles desde la ruca, unidad doméstica, hasta el futamapu, como unidad regional amplia. Por por el otro, el rol de la guerra en la producción y reproducción social indígena, cuestión que profundizaremos más adelante.
Al destacar la cuestión de la violencia y los conflictos a nivel interétnico no es que consideremos la existencia de una “guerra permanente”, sino que entendemos que durante este período las relaciones interétnicas adquirieron una pluralidad de formas signadas por una persistente fricción producto del contacto entre sociedades de diverso tipo. En este sentido, retomamos la caracterización que Thierry Saignes (2000: 270) hace de la frontera del Biobío como “frontera de guerra”, no en términos de la existencia de constantes choques armados sino como espacio -tanto físico como sociológico- característico de las zonas periféricas de la expansión colonial, donde la inacabada empresa conquistadora dio lugar a interacciones entre las sociedades nativas soberanas y un frente poblador de características heterogéneas.
Precisamente la cuestión de la guerra en la región, su periodización y características ha sido objeto de múltiples trabajos. Partiendo de la hipótesis de que el aspecto bélico de los contactos hispano-indígenas había sido exagerado, Sergio Villalobos (1989) propuso clasificar los enfrentamientos registrados entre 1551 y 1881 por su el grado de violencia. El análisis de estos datos mostrarían una reducción de la cantidad e intensidad de los conflictos a lo largo del proceso, lo que le permite postular la existencia de dos grandes etapas. La primera, la del “predominio de la guerra”, comprendería el período que va desde 1550 hasta el levantamiento general de 1655. La segunda, la del “predominio de la paz”, se extendería de 1657 a 1883 y culmina con la incorporación de la Araucanía al territorio del estado chileno. Enfatizando el carácter no confrontativo de las vinculaciones establecidas en este período Villalobos sostuvo que paulatinamente se borraron las diferencias entre la población indígena y criolla lo que facilitó la “asimilación y penetración espontánea que […] llevaron a éstos a reducir su resistencia y finalmente a aceptar de alguna manera la intromisión hispana y chilena” (Villalobos, 1989: 30).
Por su parte, Jorge Pinto Rodríguez (1988) critica la postura de Villalobos planteando que resulta inapropiado hablar de un período de “paz fronteriza”, particularmente durante la segunda mitad del siglo XIX cuando el estado chileno activamente buscó terminar con la autonomía política de las sociedades indígenas del sur mediante la incorporación definitiva de sus territorios. Asimismo, Leonardo León Solís (1991) destaca que en el período de “paz fronteriza” no desaparece la violencia armada sino que se da una transformación cualitativa. Así se observa, por un lado, que las grandes rebeliones dan lugar a los malones, suerte de “guerra chica” surgida de la readaptación de técnicas incursivas nativas, mientras que, por el otro, encontramos un desplazamiento de esta actividad bélica hacia el espacio pampeano. En este sentido, Rolf Föerster (1991) critica la lectura de las relaciones interétnicas como períodos dicotómicos de guerra/paz ya que sostiene que esta visión impide reconocer las transformaciones que las tensiones y enfrentamientos bélicos continuaron generando en las poblaciones indígenas regionales durante todo el período de autonomía política. Por último, retomando la cuestión de la conflictividad y su periodización, destacamos el trabajo de Daniel Villar y Juan Francisco Jiménez (2003). Estos autores, además de trabajar en una tipificación de los conflictos indígena por su escala y alcances, proponen una periodización en torno a los ciclos de conflictividad étnica -intra e interétnica- que desde mediados del siglo XVIII da cuenta del devenir de las sociedades indígenas en un intento de evitar imponer hitos historiográficos coloniales o republicanos.
Tal como mencionamos anteriormente, este contexto signado por los intentos -coloniales primero y luego republicanos- de establecer una dominación sobre las sociedades indígenas generó un proceso de redefinición de límites étnicos o etnogénesis en el que estos grupos modificaron sus pautas sociales, culturales, políticas y económicas, para adaptarse a esta novedosa situación y lograr así mantener su autonomía. En su análisis, Boccara (2007: 175-176) destaca el rol de la guerra en este proceso al plantear que constituyó un hecho social mediante el cual estos grupos llevaban adelante su producción y reproducción material y simbólica. Esto se debe a que la actividad bélica obedecía a una lógica de captación de la diferencia que implicaba la incorporación selectiva y la consiguiente resignificación de los rasgos del enemigo considerados positivos. De esta manera, los actos de resistencia tendientes a mantener la autonomía frente a los invasores se convirtieron en el motor del proceso de etnogénesis, por lo que ese “otro” que buscaba establecer una dominación asimismo se convierte en alguien necesario para lograr la supervivencia.
En relación con el objetivo de este trabajo el aspecto que más nos interesa de este proceso es la apropiación de elementos alógenos, introducidos en la región por los invasores como: especies animales, vegetales, o bienes de consumo. El ganado introducido por los españoles para su sustento se volvió cimarrón en las regiones de pradera, siendo rápidamente incorporado por los indígenas quienes lograron utilizarlo con gran habilidad y destreza. Mientras el ganado ovino y caprino permitió obtener lana para las tejedoras, los equinos se volvieron un recurso esencial ya que brindaban no solo beneficios en cuestiones de movilidad y organización guerrera, sino también como fuente de alimento y materias primas para confeccionar utensilios. Asimismo, el trigo, la cebada, el maíz y otras especies vegetales se incorporaron como complemento de los recursos provenientes de las actividades de pastoreo, caza y recolección. Por su parte, aquellos bienes de consumo que no podían ser producidos por las propias sociedades, como el añil, los licores, el aguardiente, el azúcar y la yerba mate, implicaron el desarrollo de múltiples estrategias de obtención, desde la apropiación forzosa hasta la creación de circuitos complejos entre las distintas parcialidades de la región con puntos de intercambio coloniales (Ortelli, 2012: 162-166).
Luego de haber explorado las características del proceso de transformación etnogenética de las sociedades indígenas de la Araucanía, procederemos a examinar específicamente las cuestiones referentes a la incorporación del hierro dentro de su sistema cultural y su utilización como materia prima para la confección de waiki o lanzas.
Para poder abordar las distintas aristas del proceso que nos proponemos analizar comenzaremos rastreando algunos aspectos lingüísticos que nos permiten una aproximación al fenómeno de incorporación del hierro dentro del sistema cultural de los reche-mapuche.
En relación con estos aspectos, destacamos el aporte de Rodrigo Moulian, Elvira Latorre, Jaqueline Caniguan y Francisco Bahamondes (2020) en el que se analizan los términos que se utilizan en mapudungun para referirse a los distintos metales que forman parte de la tradición de estas sociedades. Su trabajo se centra en el oro, la plata, el estaño, el plomo y el cobre, cuyas voces ya aparecen registradas en el diccionario mapudungun-español del jesuita Luis de Valdivia: “Milla-Oro” (Valdivia, 1606: s/p), “Lien-Plata” (Valdivia, 1606: s/p), “Cumpañilhue-Cobre” (Valdivia, 1606: s/p), “Titi-Estaño” (Valdivia, 1606: s/p). La existencia de términos específicos para designar estos metales tiene una lógica correlación con el hecho de que son elementos presentes desde la época prehispánica, siendo además el cobre, la plata y, en menor medida, el oro materias primas utilizadas en la tradición de trabajo de metales El Vergel2 (Campbell, 2004). La presencia de objetos de estos materiales en las fuentes históricas, situación que da cuenta de las continuidades existentes entre el período pre y pos contacto, es analizada por Luis Inostroza Córdova (2020). El mencionado autor, sostiene que las actividades metalúrgicas eran realizadas por los hombres, como complemento de las labores agrícolas, constituyendo un elemento clave en la diversificación de la economía familiar (Inostroza Córdova, 2020: 109-110).
El caso del hierro no es trabajado por Moulian et al. aunque expresan que la voz utilizada para referirse a él es pañilwe, la cual también había sido registrada por Valdivia (1606). Se trata de un término que designa genéricamente al “metal” y que se encuentra vinculado al cobre o kumpañilwe, kum: rojizo y pañilwe: metal (Moulian et al., 2020: 19). Consideramos significativo que se utilice una expresión nativa para designar este elemento novedoso incorporado en el contexto posterior a la invasión europea, en lugar de un préstamo adaptado a las pautas lingüísticas del mapudungun como en el caso de “Cahuallu, o cahuellu-Cavallo” (Febres, 1765: 435), “Huaca-ganado, bacas, toros, bueyes” (Febres, 1765: 503) y “Ovicha, ovisa-la Oveja” (Febres, 1765: 577), entre otros. En este sentido podemos hipotetizar que más allá de las particularidades del hierro como material, se trató de un elemento que presentaba similitudes con otros que ya formaban parte del universo de experiencias de los grupos nativos de la Araucanía, motivo por el cual se utilizó un término ya existente para denominarlo.
Habiendo revisado los indicios lingüísticos disponibles para examinar la forma en que el hierro fue incorporado en la realidad de las sociedades indígenas de la región, pasaremos a examinar lo que las fuentes históricas nos muestran acerca de los mecanismos de apropiación de estos recursos y el aprendizaje de los saberes necesarios para su transformación.
Desde el inicio de la invasión europea de los territorios de la Araucanía, la documentación disponible da cuenta de la avidez de los nativos por apropiarse de objetos de hierro. Las ventajas de los utensilios de este material en términos de resistencia y durabilidad fueron rápidamente reconocidas por estos grupos, que desarrollaron estrategias tendientes a asegurarse su aprovisionamiento en una dinámica similar a la observada en otras partes del continente. Al igual que en la mayoría de estos casos, excepto al referido de los Amuesha y Campa de la segunda mitad del siglo XVIII, los reche-mapuche no lograron desarrollar vías autónomas de acceso al mineral de hierro y a su procesamiento metalúrgico. Por lo tanto, durante todo el período de autonomía en contacto con la sociedad colonial se mantiene el monopolio hispanocriollo sobre estos recursos.
Ante esta situación, se observan distintas estrategias. La primera es la apropiación directa, el robo o botín de guerra, actividad sobre la cual las fuentes suelen poner énfasis, destacando la avidez de los indígenas por hacerse de diversos objetos de origen europeo. Esta apropiación por medio de la fuerza y la resignificación de elementos alógenos dentro del propio sistema cultural, esta actitud de “apertura caníbal” hacia el “otro” es, para Boccara (2007: 186-193), central en el proceso de transformación etnogenética.
[…] apetecen y es de su conveniencia, particularmente las cosas de hierro, que no le tienen, y los vestidos y prendas de los españoles, para ponérselos en las borracheras y hazer ostentacion de los despoxos y vanidad de a ver cogido algo de los españoles (Rosales, [1674] 1877: 135).
Más allá de la importancia de la apropiación violenta, esta no era la única vía de aprovisionamiento con que contaban los indígenas. Dentro del espectro de relaciones interétnicas establecidas en los espacios fronterizos, se observa el surgimiento de circuitos de comercio y otras formas de intercambio, primero por necesidad y luego como resultado lógico del contacto.
[…] el hambre es el mas cruel y irreparable enemigo que tiene la guerra […] como no osan quitarles los soldados con violencia estas comidas […] toman por partido comerciarlas en paz con beneplácito de los indios, aunque sea á costa de las espadas, que son el precio que ellos les piden haciéndose bobos. Así que sucede desta manera venir a desarmarse de espadas en tales ocasiones gran parte de nuestro campo (González de Nájera, [1614] 1889: 171).
[…] entraban los mensages y indios comerciantes a sus contratos en el Nacimiento y en todos los fuertes de la ribera de Biobio, entraban tambien todos los indios de la costa en Arauco, feriando sus mercaderías con los españoles y indios amigos por paño, sombreros, capotillos, palas de hierro, cuchillos y otras cosas (Rosales, [1674] 1878: 629).
Un aspecto para destacar en relación con estos intercambios es que se trataba de una actividad perseguida, con escaso éxito, por las autoridades coloniales que eran conscientes de la utilización que los nativos le daban a estos objetos.
[…] aun las armas cortas de los españoles no pueden compararse con las del enemigo, pues las espadas que tienen son adquiridas con el clandestino comercio vedado con severa prohibición, y por eso son pocas y en ningún modo bastantes para armar aun la décima parte de sus soldados (Olivares, [1762] 1864: 89).
El cuarto día es destinado para sus pretensiones i solicitudes de comprar piezas de fierro labrado, cuya venta está prohibida a los españoles, porque de ellos hacen lanzas i puñales para la guerra (Carvallo y Goyeneche, [1795] 1876: 148).
Si bien la información que tenemos es relativamente limitada, podemos ver que los objetos de hierro buscados por los nativos podrían dividirse en tres categorías: utilitarios -cuchillos, azadas y rejas de arado-, armas ofensivas -espadas, dagas y puñales- y armas defensivas -corazas y cotas de malla. Mientras las primeras fueron, en la mayoría de los casos, modificadas para ser usadas como puntas de lanzas, las segundas se constituyeron en objetos de prestigio, debido a su relativa escasez, y fueron incorporadas dentro del arsenal nativo, supliendo o complementando los pertrechos defensivos utilizados desde antes de la invasión europea.
Miércoles 24 de noviembre de 1599, […] vino sobre aquella ciudad (que es la de Valdivia) hasta cantidad de cinco mil indios de los comarcanos y de los distritos de la Imperial y Puren, los tres mil de a caballo y los demas de a pié: dijeron traian mas de sesenta arcabuceros y mas de doscientas cotas de las que habían ganado en las batallas a los españoles (que ellos no las tienen, ni hierro de que hacerlas) (Ovalle, [1646] 1888: 78).
[…] llegados al dicho valle de Cutan hallaron cuarenta o cincuenta indios vestidos con mantas y camisetas y calzones buena ropa de lana de obejas de Castillas y muy buenas armas pechos e ijadas para los caballos de cuero de toro doblado petos y celadas para las personas [¿?] doblado y cotas de maya muy buenas y coletos y lanzas de hierro de puntas de espadas y adargas y porras de las que ellos usan.3
Volviendo a lo referente a la utilización del hierro para la confección de las waiki, un aspecto importante para tener en cuenta es que este proceso suele implicar la transformación de los objetos originales. Aunque algunos de ellos, por ejemplo, dagas o puñales, podían ser enastados sin mayores complicaciones, el resto requería de la adquisición de ciertos saberes y dominio técnico para convertirlos en piezas de utilidad, como una punta de lanza, u otros elementos necesarios, como frenos, espuelas y cuchillos. Según lo observado en las fuentes, esta capacidad fue aportada por cautivos y fugitivos españoles refugiados entre los nativos, quienes -de acuerdo con la lógica de apertura hacia el “otro”- fueron incorporados rápidamente dentro de la sociedad indígena convirtiéndose en sujetos altamente estimados por el valor de sus actividades:
[…] estos fugitivos, les han hecho fraguas donde algunos que son herreros les forjan hierros para sus lanzas y frenos, y espuelas para sus caballos, porque no les falta hierro para todo, del mucho que hallaron en el saco y despojo de las ciudades […] se sacaron del poder de los enemigos veinte y siete prisioneros […], con un famoso herrero llamado Nieto, a quien por ser cautivo, forzaban los indios a que les forjase armas (González de Nájera, [1614] 1889: 120-121).
Tambien se han rescatado algunos hombres […] ganando crédito entre los indios, por haberse aplicado a oficio de herreros, el cual es muy estimado entre ellos, porque no tienen la práctica de esta arte, por no hallarse hierro en su tierra; y como hacen tanta estimacion de las armas para la guerra y de las rejas, arados y azadones y demás instrumentos para labrar la tierra; estiman consiguientemente mucho a los que les saben labrar algo de esto. Yo conocí un caballero que debía de ser bien niño cuando le cautivaron con los demas, y era tan hábil que por lo que había visto trabajar a los herreros en sus fraguas, […] le bastó para reducirla después a la práctica, haciendo algunos cuchillejos y labrando otras cosillas de hierro del que los indios habían llevado de los despojos de los españoles; con esto comenzó a ser muy estimado entre los indios, y viendo cuan bien le salía el oficio, se dió a él de manera que vino a hacerse hombre de caudal entre ellos; y así tenia ya libertad de ir de una parte a otra (Ovalle, [1646] 1888: 89).
Mas allá del rol jugado por los fugados y los cautivos, no debemos olvidar la existencia de tradiciones de trabajo del metal en la Araucanía. Retomando la cuestión lingüística vemos que Febrés registra la voz “ruthave” (Febres, 1765: 629) utilizada para denominar a los “herreros”. Al igual que ocurre con el pañilwe-hierro, la utilización de un término en mapudungun, en lugar de un préstamo adaptado a las pautas de esta lengua, da cuenta de la existencia de estas actividades desde antes del inicio de la invasión española. En este sentido, ruthave pareciera derivar de los verbos “ruthan-Empuñar, agarrar […] ruthen-pellizcar” (Febres, 1765: 627), acciones que pueden remitirnos al gesto técnico de los herreros al trabajar el metal. El proceso de apropiación e incorporación de este material novedoso y el conjunto de conocimientos necesarios para su transformación parece alcanzar tal grado de integración que a fines del siglo XVIII el jesuita Juan Ignacio Molina duda de que los indígenas de la Araucanía no lo trabajaran desde tiempos prehispánicos:
Causa maravilla que el fierro, universalmente creido incógnito en aquellos pueblos, tenga un nombre peculiar en el idioma Chileno. Este se llama panilgue […]. El herrero se llama rúthave, del verbo ruthan, que significa labrar el fierro. De todo esto se podría conjeturar, que ellos no solo tuviesen noticia de este útil metal, pero que supiesen tambien hacer algun uso de él (Molina, [1787] 1795: 22-23).
Sobre las transformaciones en los saberes y técnicas metalúrgicas nativas, Roberto Campbell (2015) analiza tanto evidencia arqueológica como histórica para rastrear la continuidad entre la tradición de trabajo de metales El Vergel y la Platería Mapuche,4 que alcanzará un desarrollo pleno hacia mediados del siglo XIX. Más allá de lo que el nombre de la segunda indica, no solo se observa la manufactura de objetos en plata sino también en oro, cobre -como principal continuidad de la tradición El Vergel- y hierro. Sobre este último destaca que si bien era ampliamente utilizado solo se conseguía desde el mundo europeo-criollo, y era re-trabajado para satisfacer las necesidades indígenas (Campbell, 2015: 625-631).
Luego de haber examinado las formas de abastecimiento e incorporación de los saberes necesarios para su transformación, procederemos a explorar específicamente la forma en que este metal era usado en la confección de las waiki y la importancia simbólica de estos elementos.
Según comenta Jerónimo de Vivar en su descripción de las armas que llevaban los guerreros de la zona de Concepción en sus primeras batallas contra los españoles, las waiki formaban parte del arsenal de los weichafe -guerreros nativos- junto con otras usadas tanto para el combate cuerpo a cuerpo -mazas y toquis o hachas- como para combatir a distancia -arco y flecha.
[…] llevan picas de a veinte y cinco palmos de una madera muy recia, e ingeridos en ellas unos hierros de cobre a manera de asadores rollizos de dos palmos y de palmo y medio […] los ingieren de tal manera en aquella asta como puede ir un hierro en una lanza […] Luego va otra hilera de otros con lanzas de astas de quince y dieciseis palmos, y llevan en la asta de una vara puesto una hacha como de armas de cobre hecha de dos o tres picos […] Estos y los de las lanzas llevan unos garrotes que arrojan […] Van luego otra hilera con unas varas largas en que llevan unos lazos de bejuco, que es una manera de mimbre muy recio, solamente para echarlo a los pescuezos de los españoles […] Traen flecheros como en un escuadrón de españoles arcabuceros (Vivar, [1558] 1966: 154-155).
Sin embargo, en el contexto posterior a la invasión europea, estas comienzan a ocupar un lugar cada vez más destacado dentro del arsenal indígena. Su utilización en formaciones de caballería realizadas por jinetes nativos -producto de la rápida apropiación del ganado caballar introducido por los europeos-, posibilitó el surgimiento de nuevas formas de resistencia armada.
Estos cambios en la forma, y alcance, de la guerra se registran con claridad en las fuentes. Observemos en primer lugar la descripción que Vivar realiza de la batalla de Quilacura, la cual tuvo lugar en 1546:
Dijo que con seis mil indios que le quedaban que eran los escogidos, matarían a todos los españoles […] salió el general con los demás españoles y pelearon animosamente, estando en su escuadrón cerrado los indios tan fuertes como si fueran tudescos (Vivar, [1558] 1966: 97).
Por su escala -gran cantidad de individuos involucrados- y finalidad -la de acabar con los invasores- podemos afirmar que se trata de una instancia de weichan, siguiendo las clasificaciones propuestas tanto por Boccara (2007: 124) como por Villar y Jiménez (2003: 126). Este tipo de enfrentamiento implica el desarrollo de una guerra abierta, cuyo objetivo consiste en la defensa del propio territorio y el mantenimiento de la autonomía. Respecto a la descripción de las tácticas empleadas por los indígenas, nos interesa particularmente la comparación con los “tudescos”. Entendemos que este término hace referencia a los lansquenetes, tipo de infantería originaria de los territorios del Sacro Imperio Romano Germánico -que tuvo su auge entre los siglos XV y XVII- caracterizada principalmente por el uso de largas picas como armas y el empleo táctico de estrechas formaciones de falange. En este sentido, Vivar destaca la disciplina de las formaciones de infantería nativa las cuales, lógicamente, eran preponderantes al arribar los españoles.
Sin embargo, la presencia de los invasores y los elementos que estos introdujeron fueron rápidamente adoptados por los nativos, quienes cambiaron su estrategia pasando de emplear grandes formaciones de infantería a grupos de caballería armados con lanzas que basaban su eficiencia en la movilidad que la incorporación de estos animales les permitía. Estos cambios son evidentes en la descripción que el cronista Vicente Carvallo y Goyeneche realiza de las acciones del toki Butapichun, para enfrentar una campaña militar llevada a cabo en la década de 1630 por el gobernador Luis Fernández de Córdoba y Arce:
[…] puesto en marcha con setecientos españoles y cuatrocientos auxiliares, se dirigió al Biobio […] No le presentaron batalla los indios, ni pudo adquirir noticia de ellos. Se metieron en los montes con sus familias, mientras pasaban por su país los estragos de la guerra. […] Butapichun […] le dejo entrar en sus tierras y no pensó hacerle oposición para hacerle emplear las fuerzas en vano […] tomo quinientos hombres escogidos y burlado el vigilante cuidado de Rebolledo, paso el Biobio […] se metió en la provincia de Chillan, y devastó su comarca. Dado el golpe de mano, emprendió la retirada por donde hizo la entrada con muchos cautivos y ganados vacunos y caballos (Carvallo y Goyeneche, 1787 [1875]: 16-17).
Al examinar la forma, escala y objetivos que en este caso adopta la acción armada podemos afirmar que nos encontramos ante un malón o maloca (Villar y Jiménez, 2003: 125 y Boccara, 2007: 124). Se trata de enfrentamientos de intensidad media consistentes en incursiones en el territorio enemigo, realizadas por una partida relativamente poco numerosa de guerreros cuyo objetivo no es eliminar al oponente, sino debilitar su posición apropiándose de la mayor cantidad de bienes poseídos por el grupo atacado. Por lo tanto, el éxito se lograba cuando los atacantes apelaban al factor sorpresa así sus enemigos no atinaban a defenderse y se evitaba el derramamiento de sangre. Más allá de las diferencias registradas, debemos tener en cuenta que este tipo de incursiones no se dan de manera aislada y sus límites se vuelven difusos, sobre todo a partir del siglo XVIII. Esto resultó en una guerra cuya dinámica implicó la alternancia de malones y contra-malones, en la que participaron amplios sectores de la población, se afectó una gran cantidad de recursos y se apeló a una activa política de alianzas inter e intraétnicas con el objetivo de lograr una hegemonía a nivel regional o subregional (Villar y Jiménez, 2003: 127).
Lo desarrollado hasta el momento nos permite vislumbrar la creciente importancia de las waiki en el contexto posterior a la invasión, hasta llegar a convertirse en el rasgo distintivo de los guerreros. Como parte de este proceso, el cambio fundamental que nos proponemos explorar consiste en la utilización de piezas de hierro, remodeladas y adaptadas, como punta.
Las descripciones de las waiki del período de contacto temprano refieren que los nativos enastaban puntas de cobre, tal como vimos en la descripción de Vivar ([1558] 1966: 154), o que lograban filos endureciendo la madera al fuego:
Como no tenian yerro para las lanzas […] y otros instrumentos de guerra antes que viniessen los Espanoles, los hazian todos de palo […] de una madera muy dura, que llaman luma, tostada, hazen yerros de lanzas y otros instrumentos fortissimos, y […] tienen otras maderas muy duras […] que suplen en muchos casos la falta de el yerro (Rosales, [1674] 1877: 119).
Más allá de la existencia de esta tecnología, y tal como comentamos, los beneficios del hierro como material fueron rápidamente reconocidos por los indígenas quienes lo utilizarán para su provecho. En su crónica, Alonso de Góngora Marmolejo comenta un episodio que tuvo lugar en 1553 luego de conocerse la noticia de la muerte del gobernador Pedro de Valdivia en la batalla de Tucapel. Grupos de nativos que habían sido reducidos al servicio, y trabajaban en la extracción de oro, reconvirtieron las herramientas que sus opresores les habían dado en puntas de lanzas y se sumaron al alzamiento que implicó el primer revés de importancia en la conquista de Chile por parte del Imperio Español.
[…] tenia Villagra […] repartimiento de indios, que le andaban sacando oro en un cerro, mas de quinientos juntos. Estos como tuvieron nueva por sus vecinos de la muerte de Valdivia, luego se alzaron, y de los almocafres5 con que sacaban el oro hicieron hierros de lanzas, y toda la provincia hizo lo mismo (Góngora Marmolejo, [1575]: 1862: 44).
Esta dinámica de transformación de objetos de hierro obtenidos de los españoles en puntas de waiki, utilizadas luego para resistir a los invasores, se registra con frecuencia en las fuentes desde fines del siglo XVI. En primera instancia, por su origen y función, se recurre a espadas y dagas, aunque con el dominio de la técnica que mencionamos anteriormente cualquier elemento de hierro podía ser reformado con esta finalidad.
Las picas son muy derechas y bien sacadas, […] Traen en ellas por hierros, pedazos de espadas españolas con amoladas puntas, y muchos hojas enteras, muy limpias y resplandecientes con que aumentan su longura. De la manera que los indios, asi de paz como de guerra, acaudalan estas espadas de los nuestros (González de Nájera, [1614] 1889: 95).
El propio González de Nájera en su obra en la que reflexiona acerca de las condiciones de la guerra en la Araucanía, y los factores que contribuyeron al fracaso de los intentos de dominación española, plantea que el éxito de las waiki modificadas era tal que los propios indígenas habían dejado de utilizar otras armas ofensivas que antes eran consideradas de forma muy positiva:
[…] ya no traen en general sino limpios, resplandecientes y acertados hierros, y estiman en tanto grado estas lanzas y picas, que no priman ya, lo que solían entre ellos, las flechas, como arma de poca ofensa [….] Y desprecian las flechas por la abundancia que tienen de las nuevas armas (González de Nájera, [1614] 1889: 169-170).
Entendemos que estos cambios pueden observarse también en las ilustraciones realizadas a la acuarela por fray Diego de Ocaña, jerónimo que visitó Chile hacia 1605. Más allá de que se trata de representaciones cuya finalidad no es reflejar la realidad sino mostrar las vestimentas y costumbres de los distintos pueblos sobre los que este religioso iba teniendo noticia a lo largo de su viaje, las ilustraciones de líderes como Lautaro, Caupolicán y Anganamón ataviados para la guerra adquieren un significado particular si las examinamos en el contexto de las fuentes históricas hasta aquí presentadas.
En la Imagen 1 podemos observar a los toki Lautaro y Caupolicán, líderes de la resistencia indígena durante la década de 1550, portando armas como la macana, el arco y la flecha, junto a una waiki -en el caso del segundo. Se trata de un arsenal, ofensivo y defensivo, similar al de las descripciones elaboradas por Vivar. Sin embargo, al comparar estas representaciones con las que se presentan en la Imagen 2, las diferencias son significativas.
Aquí se representa un imaginado combate entre Anganamón y el gobernador García Óñez de Loyola en el marco de la batalla de Curalaba de 1598, donde el último perdería a vida. Al observar la representación del toki Anganamón, destacan dos cuestiones vinculadas con las trasformaciones acontecidas desde el inicio de la invasión europea: por un lado, la incorporación del caballo y, por el otro, la transformación de las waiki. En relación con este último aspecto destacamos que la waiki esgrimida por Anganamón tiene una punta metálica alargada, similar a las descripciones que refieren la utilización de espadas o puñales con este fin. A su vez, en términos formales, esta es muy distinta a las observadas en las lanzas que sostienen tanto Caupolicán, de punta ancha y más corta, como García Óñez de Loyola. Hacia fines del siglo XVI existe la intención de representar las particularidades de las lanzas indígenas y sus diferencias con las armas españolas, algo también observable en la Imagen 3.
Otro aspecto para destacar al comparar la Imagen 1 con las Imágenes 2 y 3 es que además de la transformación descripta de las waiki, dejan de representarse armas como el arco y la flecha o las macanas. En este sentido, y siendo conscientes de los recaudos necesarios para la interpretación de estas fuentes, consideramos significativas las similitudes entre lo plasmado por Ocaña y lo mencionado por González de Nájera respecto a la preferencia de los nativos por las “lanzas y picas” que los lleva a despreciar las flechas como “arma de poca ofensa” (González de Nájera, [1614] 1889: 169-170).
Por último, examinaremos la importancia de las waiki a nivel simbólico y la presencia de estas puntas de hierro en contextos rituales. Como mencionamos anteriormente estos aspectos fueron registrados por cronistas como Vivar y González de Nájera, quienes dan cuenta del significado que estas tenían para los indígenas como herramienta para el mantenimiento de su autonomía política:
Llegáronse los españoles a la orilla y le preguntaron que cuyo era (?) El indio se salió del agua y se vistió y tomó una lanza y, blandeándola, les dijo: Mamoyncheytata, que quiere decir ‘tanto como éste es mi amo señor’ (Vivar, [1558] 1966: 193).
[…] acostumbran a decir, hablando con sus lanzas: Este es mi amo; este no me manda que le saque oro, ni que le traiga yerba ni leña, ni que le guarde el ganado, ni que le siembre ni siegue. Y pues este amo me sustenta en libertad, con él quiero andar (González de Nájera, [1614] 1889: 105).
En este sentido, Margarita Alvarado (1996: 40-43) identifica a las waiki como el principal diacrítico o rasgo identitario de los weichafe, el elemento que permite reconocerlos y marcar su relevancia social. Además, Daniel Villar, Juan Francisco Jiménez y Sebastián Alioto (2008: 158-160) destacan el rol de las lanzas en la organización del aukan -la rebelión-, como situación que buscaba lograr el resarcimiento del daño cometido por los conquistadores. Esta función simbólica se observa en los rituales que tenían lugar como preparación de las acciones armadas con el objetivo de: propiciar el éxito de la empresa bélica apelando a los vínculos de solidaridad entre las distintas parcialidades, y favorecer la intervención de diversas entidades sobrenaturales. Entre las múltiples descripciones de estas prácticas existentes presentamos una extraída de las actas de un proceso judicial de 1693 entablado por el gobernador de Chile, Martín de Soto Pedreros contra unos indígenas de la zona sur de la Araucanía y vertiente oriental de los Andes, acusados de organizar un levantamiento.
Lemullanca sacó un hierro de lanza largo y puesto en medio hablando con el hierro le dijo mira hierro que cuando te encuentres con tu enemigo el español, no te quiebres ni te dobles, antes tente fuerte y derecho para que yo gane armas de acero buenas espadas y cinchas y caballos y riquezas […] Y citando al cacique Quipaina le dio el hierro y puesto en medio habló diciendo: ea hierro estar fuerte y volviendo a los mocetones les dijo cuando diereis alguna lanzada con un hierro como este mirad que la deis con todas vuestras fuerzas porque no blandee y se logre vuestro valor y que luego lo dio al dicho Colinamco, quien también habló de la misma manera y que cuando acababan de hablar estos caciques con el hierro llegaban todos los circunstantes a tocar el dicho hierro con la mano. […] Y será a su parecer de recazo de espada de corte.6
Aquí podemos vislumbrar la vinculación que los weichafe establecían con sus waiki en estos contextos rituales. Al igual que en los ejemplos referidos, ellos hablan con sus armas relacionándose con estas como entidades con agencia capaz de influir en el resultado de la contienda.
En términos de materialidad se observa que la punta de lanza fue formada a partir de un fragmento de espada, más específicamente el recazo; es decir, la parte de la hoja que no tiene filo y es opuesta a la zona de corte. Además, en el pedido realizado por Lemullanca vemos que se reconocen las propiedades mecánicas del hierro, en particular la plasticidad: “no te quiebres ni te dobles, antes tente fuerte y derecho”. Si bien cualquier punta de lanza puede romperse, la posibilidad de doblarse era específica de aquellas confeccionadas en este metal.
Otra cuestión a destacar es la finalidad de esta apelación: que los rebelados puedan vencer a sus enemigos y así hacerse con bienes de origen europeo, en particular “armas de acero”, lo que nuevamente da cuenta de la importancia de la guerra para la apropiación de estos materiales que retroalimentan la capacidad de resistencia indígena. Esto es significativo ya que, desde el marco legal indígena, los agravios o agresiones sufridos implicaban la ruptura del estado original de igualdad entre las partes, generando una deuda que debía ser saldada para lograr el restablecimiento de la situación previa (Jiménez y Alioto, 2011). En este sentido, la promesa del botín fomenta la belicosidad de los guerreros ya que permitiría saldar la deuda contraída por los españoles, buscando restaurar una situación de equilibrio que habría sido destruida por los invasores.
Para finalizar, el último aspecto observado en el discurso de los caciques rebelados es que Lemullanca le pide a las waiki que no se doblen, mientras Quipaina interpela a los weichafe para que al momento de utilizarlas su fuerza no “blandee” y así puedan lograr su objetivo. Consideramos que esta situación es muy significativa ya que implica una equiparación entre las waiki y los weichafe, ambos entendidos como elementos fundamentales para el mantenimiento de la autonomía indígena ante los intentos de dominación colonial.
A lo largo de las páginas antecedentes nos propusimos analizar el proceso de apropiación del hierro dentro del sistema cultural de los reche-mapuche y la utilización de este material en la confección de puntas de lanza.
Reconocemos que este proceso de incorporación de bienes de origen europeo dentro de las pautas nativas no es exclusivo de las sociedades que analizamos, sino que constituye una constante observable a lo largo del continente americano en el marco de los procesos de transformación cultural forzados por la invasión europea. En este sentido indagamos sobre el caso de los Amuesha y Campa, estudiado por Santos Granero (1988), como aquel en que estas dinámicas de incorporación alcanzaron tal grado de éxito que les permitió a estos grupos liberarse de la dominación española y mantener su autonomía por más de un siglo, construyendo formas de sociabilidad estructuradas en torno a la manufactura del hierro.
Pasando a la situación de los reche-mapuche, exploramos las características del contexto histórico y el rol fundamental de la guerra en el proceso de transformación etnogenética de estas sociedades. Esto se debe a que, como plantea Boccara (2007: 186-193), la resistencia armada implicaba una actitud de “apertura caníbal” hacia el otro que permitía la apropiación por medio de la fuerza y la resignificación de elementos alógenos dentro del propio sistema cultural.
Al centrar nuestra mirada sobre el hierro examinamos distintas aristas de este proceso de incorporación. Comenzando por aspectos lingüísticos, pudimos observar cómo en este plano se vislumbra una continuidad con las tradiciones metalúrgicas prehispánicas al utilizar vocabulario ya existente para referirse a este material. Por su parte, en lo relativo a los mecanismos de abastecimiento, aunque la apropiación directa es muy importante, también se observa la existencia de instancias de intercambio que tienen un rol fundamental. En este sentido, cabe destacar que al no conseguir fuentes autónomas de abastecimiento de mineral se mantiene la dependencia durante todo el proceso. Otro aspecto relevante se relaciona con la capacidad de procesamiento y transformación de estos objetos, conocimientos que adquieren de cautivos y fugados pero que se combina con las tradiciones de trabajo del metal existentes con tal éxito que hasta el mismo Molina ([1787] 1795: 22-23) duda de que no lo manipularan desde tiempos prehispánicos.
Con relación a la cuestión de las waiki, abordamos finalmente la utilización del hierro para la elaboración de estas armas y su importancia simbólica. Allí, pudimos identificar su presencia como parte del arsenal nativo desde los registros más antiguos y explorar la manera en que las formas de la resistencia armada ante los invasores la convirtieron en un arma cada vez más valiosa. Al respecto, la incorporación de elementos alógenos cumplió un rol fundamental: los caballos ofrecían movilidad y velocidad mientras que el hierro brindaba la posibilidad de tener armas más letales y resistentes. Para la confección de las waiki se recurría, idealmente, a armas blancas que hubiesen sido apropiadas o a cualquier otro objeto de hierro que se pudiera trabajar para lograr el filo deseado.
El éxito de la resistencia armada ante los intentos de dominación colonial profundizó su trascendencia a nivel simbólico, convirtiéndose en el principal rasgo identitario de los weichafe y consolidado su presencia en contextos rituales en los que se apelaba a estas armas para poder obtener un botín que permitiera resarcir el daño causado por los invasores.
Teniendo en cuenta lo desarrollado y el rol de la guerra como motor del cambio cultural, pues permite incorporar rasgos del enemigo considerados positivos, es que entendemos que las waiki en el contexto posconquista pueden ser interpretadas como resultado y catalizador del proceso de transformación etnogenética. Así, al reconocer los beneficios del hierro como material, este es apropiado, incorporado y utilizado para puntas de lanza. Las ventajas de esta aplicación permiten desplegar la resistencia armada con mayor éxito, favoreciendo asimismo el mantenimiento de la autonomía política y retroalimentando el proceso de cambio.
Ocaña, Diego de (1606). Relación del viaje de Fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo. Disponible en: http://digibuo.uniovi.es/dspace/handle/10651/27859. Consultada el 26 de noviembre de 2022.
Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, Manuscritos Medina, t. 128, doc. 2309. Auto expedido por la Real Audiencia del Río de la Plata sobre el castigo que merecen ciertos indios rebeldes de Chile, julio 1625 (en Boccara, 2007: 318).
Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, Manuscritos Medina, t. 323. Información levantada por el Capitán Don Antonio de Soto Pedreros, por orden del Presidente Don Tomás Marín de Poveda, contra varios indios acusados de brujos y hechiceros, autorizada por escribano en diciembre de 1695.
Este trabajo se realizó como parte del Proyecto PICT-2018-02685 titulado “Apropiación e incorporación indígena de bienes, usos y tecnologías hispano-criollas (siglos XVI-XXI). Elaboraciones historiográficas y antropológicas en torno al caso de la región pan-mapuche”, dirigido por el Dr. Sebastián Alioto. Asimismo, deseo agradecer al Dr. Juan Francisco Jiménez por sus comentarios y sugerencias.
Moulian, R., Latorre, E., Caniguan, J., y F. Bahamondes (2020). Pañilwe ñi dungu, las voces del metal. Antropologías Del Sur 7(13): 1-25. Disponible en: Disponible en: http://revistas.academia.cl/index.php/rantros/article/view/1319 Consultada el 26 de noviembre de 2022.
Villar, D. y J. Jiménez (2003). “La tempestad de la guerra: Conflictos indígenas y circuitos de intercambio. Elementos para una periodización (Araucanía y las Pampas, 1780-1840)” en Mandrini, R. y C. Paz (comps.); Las fronteras hispanocriollas del mundo indígena latinoamericano en los siglos XVIII y XIX: 123-171. Neuquén, Instituto de Estudios Histórico-Sociales, CEHiR, Universidad Nacional del Sur.
Villar, D .; Jiménez, J. y S. Alioto (2008). “No hay más Jesucristo que la lanza. Discurso de la rebeldía, materialización ideológica del poder y prácticas políticas en las sociedades indígenas del sur de Chile y las Pampas” en Cruz E. y C. Paz (comps.); Resistencia y rebelión: de la Puna Argentina al Atlántico: 147-170. Jujuy, Purmamarka Ediciones.
[1] Juan Santos Atahualpa (circa 1710-1756), mestizo de origen quechua. En 1742 encabezó una rebelión indígena anticolonial de tintes mesiánicos en la región de la Selva Central del Perú, cuya finalidad era la restauración del Imperio Inca.
[2] Complejo cultural definido en torno a la evidencia arqueológica, como enterratorios (Aldunate, 1989) y alfarería (Dillehay, 1990), utilizado para referirse a las poblaciones que habitaron los territorios comprendidos entre los ríos Biobío y Toltén entre el 1000 d. C. y el período posterior a la invasión europea, alrededor del siglo XVII. En el desarrollo cultural de estos grupos, que presentan influencias tanto andinas como amazónicas, se destaca la domesticación de camélidos de la región, el perfeccionamiento de técnicas de horticultura y la práctica de la metalurgia, actividad que implicó la manufactura de piezas principalmente en cobre aunque también en plata y, en menor medida, oro. Campbell (2004: 43-44) sostiene que El Vergel debe ser comprendida como una sociedad “abierta al mundo”, caracterizada por grupos locales en constante evolución, situación que permitiría comprender los cambios que tuvieron lugar en el contexto poscontacto como parte de un proceso de transformación aún más extenso.
[3] Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, Sala Medina, Manuscritos (en adelante BNCh, MM) 128, doc. 2309 (en Boccara, 2007: 318).
[4] Esta ha sido objeto de numerosos estudios, entre los que destacamos a Joseph (1928), Fontecilla (1946), Reccius (1983), Aldunate (1984), Inostroza y Sánchez (1986) y Painecura Antinao (2011).