0000-0001-8885-5190 Antonella Delmonte Allasia[1][*]
When care and love burst into a jeans factory:an analysis of power relations regarding care
Quando o cuidado e o amor irrompem em uma fábrica de jeans:análise das relações de poder em torno do cuidado
La investigación que enmarca este artículo analiza las relaciones y experiencias de trabajo en la industria textil,1 y para ello, en el año 2018 realizamos una observación en una fábrica de jeans y una entrevista en profundidad a Pilar,2 trabajadora y esposa de Nicolás, el actual dueño de la fábrica. Con ella además se mantienen conversaciones informales hasta el presente. Tanto la entrevista como la observación nos pusieron de frente a la cuestión del cuidado de hijos/as y, específicamente, a los vínculos entre el cuidado y el trabajo.
El objetivo del artículo radica en analizar desde una mirada interseccional las relaciones de poder que se conforman en torno al cuidado de hijos/as en una fábrica de indumentaria, a partir de las estrategias y de los sentimientos implicados en su organización.
En el caso de Pilar, el rol de madre y el cuidado de sus hijos/as impregna a la problemática laboral. En este sentido, consideramos central su relato, en tanto nos permite abrir nuestra investigación a un nuevo campo analítico y así, a partir de la perspectiva del cuidado, formular nuevas preguntas en torno a la conciliación/tensión entre el trabajo y el cuidado. Partimos de entender que el ejercicio de visibilizar las tareas de cuidado constituye una forma de desnaturalizar estas actividades consideradas propias de las mujeres. De alguna manera, se trata de mostrar cómo el cuidado excede al ámbito doméstico, irrumpe en una fábrica y se hilvana con las relaciones de poder que allí se construyen entre Pilar y su marido, así como con un grupo de jóvenes trabajadoras. La noción de cuidado nos alienta a reponer los discursos que se construyen en torno al amor y a incorporar las emociones y lo íntimo en el análisis, y ponderar su peso en las decisiones cotidianas que toman las mujeres aun en contextos laborales (Zelizer, 2009; Arango y Molinier, 2011).
Nuestra hipótesis sugiere que el cuidado (y las prácticas y sentimientos que engloba) actúa como un vector de diferenciación social y refuerza tanto las desigualdades de género presentes en el vínculo matrimonial heterosexual como las desigualdades de clase intragénero presentes entre las mujeres de la fábrica analizada.
Adoptamos una mirada interseccional (Crenshaw, 1991) que apunta a considerar que la clase, el género, el sexo, la raza y la edad se conjugan de forma múltiple y simultánea conformando un sistema complejo de estructuras de opresión que se expresan en subjetividades y experiencias que no se pueden pensar si no es de forma situada.
El texto se divide en tres partes. En la primera, presentamos las principales contribuciones teóricas de la perspectiva del cuidado. En la segunda, realizamos un resumen de las características generales de la industria de la confección en Argentina y una contextualización etnográfica de la fábrica estudiada y del lugar que ocupa Pilar en ella. La intención es situar las prácticas así como exponer los argumentos metodológicos que nos llevan a optar por el análisis en profundidad de este caso en particular. En la tercera parte, indagamos las estrategias y los sentimientos adoptados por Pilar a la hora de resolver el cuidado de sus hijos/as y las relaciones de desigualdad en ellos implicadas. Este ejercicio analítico conforma el núcleo central del texto.
De acuerdo con el recorrido histórico que realizan Esquivel, Jelin y Faur (2012), gracias a los estudios de género y la perspectiva feminista, desde los años setenta el trabajo doméstico comienza a ser visibilizado. En los inicios, la conceptualización de estas tareas se inserta en la dicotomía producción/reproducción y toma como punto de partida la diferenciación entre la casa y el trabajo. En el campo de la antropología es Meillassoux (1977) quien, desde la tradición marxista, dirige su atención al ámbito de la domesticidad. Plantea que el capitalismo se apoya en la “comunidad doméstica” -plasmada en la familia-, entendida como la estructura encargada de la reproducción de los individuos.
En las décadas posteriores, el foco de atención se desplaza desde la “reproducción de la fuerza de trabajo” hacia “el cuidado de las personas” (Esquivel, Jelin y Faur, 2012). De esta manera, se separa analíticamente la domesticidad de la reproducción social, y esto contribuye a evidenciar que no todas las tareas en cuestión se realizan necesariamente al interior de los hogares. Asimismo, se incorpora entre los prismas de análisis al mercado (y la mercantilización de las tareas domésticas) así como el plano institucional (el rol del Estado y las políticas públicas). De acuerdo con Rodríguez Enríquez, Marzonetto y Alonso (2019), bajo una noción amplia, el cuidado remite a los elementos físicos y simbólicos que resultan indispensables para satisfacer las necesidades básicas e incluye al autocuidado, al cuidado de otros/as, a las tareas domésticas y a la gestión del cuidado.
En este punto, es pertinente señalar la importancia de las contribuciones de la economía feminista a la hora de pensar los cuidados, que se ha encargado de demostrar que los estudios clásicos no tienen en cuenta el trabajo de reproducción de la vida -en su mayor parte, realizado por mujeres-, que garantiza y subsidia el funcionamiento del sistema y la acumulación capitalista. Como contrapunto de estas visiones clásicas, Rodríguez Enríquez (2020) propone poner en el centro del análisis a la sostenibilidad de la vida para remarcar que se deben generar las condiciones materiales y simbólicas de todas las vidas que las personas queramos vivir. Su horizonte político es deconstruir las formas que adopta el trabajo en la actualidad para reorganizarlo en base a su utilidad social, en lugar de seguir las utilidades del mercado.
En relación con la dimensión de lo íntimo, Viviana Zelizer (2009) desarrolla una crítica hacia las teorías que construyen lo económico y lo íntimo como dos mundos hostiles. En ellas se argumenta que el contacto entre ambas esferas es peligroso en tanto “contamina” las relaciones de uno u otro lado y así se construye una barrera entre una racionalidad industrial y la intimidad familiar. En cambio, Zelizer, a la hora de analizar cómo los sujetos construyen y negocian sus relaciones, formula la idea “vidas conectadas” para dar cuenta de que en todos los escenarios sociales, ya sea en los íntimos o en los impersonales: “los vínculos sociales y las transacciones económicas se mezclan, ya que los seres humanos realizan un trabajo relacional al combinar sus lazos personales con una actividad económica” (Zelizer, 2009, p. 308).
En diálogo con las nuevas ideas, los estudios abocados al “trabajo doméstico” dieron paso al concepto de “trabajos de cuidado”. De acuerdo con lo que señalan Arango y Molinier (2011), esto permite reponer en el análisis las dimensiones emocionales, morales y simbólicas así como visibilizar la presencia del “trabajo emocional” por fuera del ámbito doméstico. No obstante, como resalta Molinier (2011) esto no significa que el cuidado deba reducirse a su dimensión afectiva: el cuidado engloba tanto las tareas materiales y laboriosas como los estados psicológicos que ellas demandan.
En los últimos años, se desarrolló un amplio conjunto de investigaciones (Gutiérrez-Rodríguez, 2013; Gorbán, 2015; Gorbán y Tizziani, 2015; Arango, 2016; Herrera, 2016; Hirata, 2016; Mallimaci Barral, 2016; Piscitelli, 2016; Soares, 2016; Mallimaci Barral y Magliano, 2018) que analizan las particularidades que presentan distintos empleos vinculados con el universo de los cuidados, como son los servicios de limpieza (doméstica y no-doméstica), el cuidado de personas, la enfermería o los servicios de cuidado personal (peluquería, salones de belleza y estética). Estas pesquisas contribuyen a visibilizar y problematizar a los empleos remunerados que son naturalizados como “femeninos” por corresponderse con tareas vinculadas con la reproducción doméstica. A su vez, por ejemplo en el análisis de Mallimaci Barral (2016), permiten dar cuenta de las múltiples jerarquías de poder -en articulación con el género- que los atraviesan, como la clase, la etnicidad, las asignaciones raciales y el origen nacional.
En los debates también se incorporaron nuevas ideas sobre las migraciones, la división del trabajo y la globalización, lo que dio lugar a conceptos que retomaremos en este texto como el de “cadenas globales del cuidado” para analizar los procesos que conectan de manera desigual a mujeres del Norte y Sur global (Arango y Molinier, 2011).
De este modo, en su desarrollo, los debates en torno al cuidado se han enriquecido. Al mismo tiempo, han surgido algunos contrapuntos. Nancy Fraser (2014) se apoya en las formulaciones marxistas de manera crítica y recupera la categoría de “reproducción social” (en lugar de cuidados), entendida en oposición a la de “producción” y la define como “las formas de aprovisionamiento, atención e interacción que producen y sostienen los vínculos sociales” (Fraser, 2014, p. 64). Conforme con la autora, en el capitalismo, una parte de la reproducción se efectúa en las familias, en los barrios y en las instituciones públicas; por fuera del mercado e incluso en ocasiones sin trabajo remunerado. No obstante, la reproducción resulta indispensable para su funcionamiento:
Pero la actividad reproductiva de lo social es absolutamente necesaria para la existencia de trabajo remunerado, la acumulación de plusvalor y el funcionamiento del capitalismo propiamente dicho. El trabajo remunerado no podría existir en ausencia del trabajo doméstico, la crianza de los hijos, la enseñanza, la educación afectiva y toda una serie de actividades que ayudan a producir nuevas generaciones de trabajadores y reponer las existentes, además de mantener los vínculos sociales y las interpretaciones compartidas. (Fraser, 2014, p. 64)
Consideramos necesario recuperar a Fraser en tanto vuelve a colocar en el centro del debate el imperativo de la acumulación capitalista y las necesidades de la reproducción de la fuerza de trabajo. Asimismo, subraya que producción y reproducción descansan sobre una división sexista -que surge de manera histórica con el capitalismo- entre un trabajo remunerado desarrollado por los hombres y uno no remunerado desarrollado por las mujeres. En este sentido, la división sexual a través de la no remuneración (y la dependencia que esto genera de quien recibe un salario) sostiene la subordinación de las mujeres.
En vistas a estos debates, Isabel Georges (2017) afirma que el cuidado se trata de una categoría emergente con significados múltiples que aún no está consolidada. En concordancia con la autora, consideramos que la noción de cuidado resulta pertinente en el contexto del mundo de trabajo globalizado en tanto permite analizar nuevas formas de jerarquías laborales, así como repolitizar el debate sobre el cuidado en términos sociales y desde una mirada interseccional. Centrándose específicamente en América Latina, Georges plantea que la noción de cuidado excede a la de trabajo doméstico remunerado así como a las tareas de reproducción y permite visibilizar las continuidades entre las desigualdades de sexo, clase y raza. En suma, remite a una preocupación política en torno a cómo se reparten socialmente las diversas tareas.
El enfoque histórico-etnográfico se distingue por centrar la mirada en los/as sujetos y en sus experiencias prestando especial atención a los sentidos que ellos/as les otorgan. La escala a partir de la cual se accede a los significados se sitúa en el ámbito de la vida cotidiana. En concreto, a través de la observación documentamos lo no documentado, y en la entrevista en profundidad buscamos la construcción intersubjetiva de significados. De esta manera, el conocimiento que se construye surge de la interacción entre la reflexividad de los/as sujetos y de la investigadora. No obstante, estos sentidos y prácticas no se constituyen de manera ahistórica. La perspectiva etnográfica propone analizar su relación con los procesos estructurales. En consecuencia, busca captar la interrelación entre las subjetividades y el mundo social (Briggs, 1986; Oxman, 1998; Rockwell, 2009; Guber, 2011; Balbi, 2012).
A pesar del incremento de la competencia a nivel internacional del último cuarto de siglo, en la industria de la confección, la ecuación “un/a costurero/a-una máquina” perdura desde mediados del siglo XIX. Es decir que, aunque avance la velocidad de las máquinas de coser y su computarización, no se desarrolla la tecnología necesaria para reducir la mano de obra. De este modo, la confección requiere de mano de obra intensiva y el aumento de la productividad se consigue por medio de la tercerización de la producción y del incremento de la tasa de explotación (Montero Bressán, 2020).
En la actualidad en Argentina, la industria de confección es una de las actividades económicas principales si tenemos en cuenta que es la que más puestos de trabajo genera y que ocupa a 150.000 trabajadores/as. Se calcula que el 70% de las personas del rubro de la confección son emprendedores/as y trabajadores/as informales (Matta y Montero Bressán, 2020). Conforme al plano internacional, la tercerización es la forma principal que adopta la organización de la producción de ropa, y ella recae -a diferencia de otras industrias- sobre los eslabones centrales del proceso productivo (como son el corte de las telas y la confección de las prendas). Esto se traduce en que las marcas de indumentaria que se encargan de la producción de las prendas que ellas comercializan sean una excepción. Por consiguiente, la mayor parte de la producción se distribuye a lo largo de una cadena de intermediarios/as. Entre los/as encargados/as de la producción de prendas podemos encontrar las trabajadoras a domicilio, los talleres familiares clandestinos o los pequeños y medianos talleres registrados, como el que aquí se analiza. En el campo de los estudios sociales existen distintas investigaciones que analizan las relaciones que se construyen específicamente en los talleres informales de costura (Arcos, 2013; Caggiano, 2014; Gago, 2014). Los talleres y las fábricas del sector registrado son indagadas en menor medida.
Varios estudios (Delmonte Allasia, 2017; Lieutier y Degliantoni, 2020) señalan que los salarios de los/as trabajadores/as en la confección son de los más bajos de toda la industria y esto repercute especialmente en la población migrante, debido a que la mayoría de los/as trabajadores/as empleados/as en la confección de manera no registrada lo son.
En cuanto al género, vale destacar: la tasa de informalidad entre las mujeres es mayor que en los varones, ya sea que se trate de costureras migrantes o de costureras nacidas en el país (Lieutier y Degliantoni, 2020). Además, queremos resaltar que la de la indumentaria es históricamente una de las pocas industrias feminizadas en el país (Barrancos, 2007). Acorde con nuestra investigación (Delmonte Allasia, 2020b), durante el período 2003-2015, a nivel nacional la rama continua feminizada pero presenta una tendencia a la baja debido a la incorporación de varones -tanto migrantes como nacidos en el país- en la fuerza de trabajo. Es de destacar que los varones migrantes se incorporan en mayor medida que las mujeres migrantes en la confección. Más allá de la marcada presencia de las mujeres en términos cuantitativos, existen problemáticas ligadas al cuidado que las afectan a ellas y a sus formas de trabajo específicamente, por lo que ponerlas en el centro del análisis resulta fundamental.
Otra de las características que presenta actualmente la industria es su concentración en el Área Metropolitana de Buenos Aires (Lieutier y Degliantoni, 2020). En particular, la fábrica en la que trabaja Pilar fue fundada en 1974 por el padre de su marido y está localizada en Ramos Mejía, zona oeste del conurbano bonaerense. Se especializa en la fabricación de prendas en tejido plano (denim), específicamente pantalones jeans largos y cortos para distintas primeras marcas de indumentaria. En ella se ofrecen dos tipos de servicios. Por un lado, el de “producto terminado”, que implica la realización de todo lo que envuelve al desarrollo y la confección de una prenda. Por otro lado, la forma de producción denominada “fasón”, en la que se saltea la primera parte del proceso y se realiza solo la costura de la prenda. Para esto se emplean de manera registrada a más de cuarenta personas que se encargan de las distintas tareas implicadas en el proceso productivo.
Actualmente, el área administrativa de la fábrica está conformada por cinco personas, entre las cuales se encuentran Nicolás y Pilar. El proceso de producto terminado comienza cuando las marcas envían una imagen de la prenda y Pilar se encarga de desarrollarla. Si bien el diseño lo hacen las marcas, en la fábrica se realizan partes fundamentales como la moldería y la búsqueda de la tela y los avíos apropiados. La producción en esta fábrica se distingue por la realización del tizado de manera manual (en lugar de digital). Luego del tizado, en la planta baja de la fábrica el cortador realiza el corte de las telas y otro empleado se encarga de separar, contar y enumerar las piezas que, a continuación, suben por un ascensor al taller ubicado en la planta alta. En el taller trabajan cuatro mujeres con máquinas digitales que realizan la costura automática de los bolsillos y su planchado, así como las tiras pasacintos de los pantalones. Además, se encuentran doce costureros/as que cosen las piezas de las prendas de manera encadena en máquinas industriales rectas y overlock. En su mayoría son varones jóvenes, y en su minoría, mujeres de mediana edad. Además, hay tres jefes/as (dos hombres y una mujer) que supervisan las tareas. Una vez confeccionadas, las prendas descienden de nuevo a la planta baja. Allí hay otra máquina digital con la que se realizan los ojales y, a su lado, una máquina antigua en la que trabaja un joven sentado quien coloca los botones, tachas o remaches. En el medio de la planta baja hay una mesa grande y alta y alrededor de ella trabajan “las chicas de la mesa”,3 que son seis mujeres jóvenes que se encargan de revisar la terminación y las costuras de las prendas, cortar los hilos sobrantes y realizar el embolsado. Como veremos con el correr del análisis, son estas mujeres las que tienen un rol protagónico a la hora de garantizar el cuidado de los/as hijos/as de Pilar en la fábrica. De más está aclarar que estas actividades de cuidado exceden a las tareas formalmente implicadas en el vínculo laboral. Por último, además de los/as empleados mencionados hay un grupo de personas encargadas de la elaboración de la comida y de las tareas de seguridad y limpieza.
Pilar es una mujer argentina que al momento de la entrevista tiene 32 años. Nace en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y su familia de origen está compuesta por su madre, su padre y un hermano. Su madre se dedicaba al mundo textil; trabajó principalmente en el área de producción y abastecimiento para distintas marcas de ropa. Según la propia interpretación de Pilar, de ella hereda el gusto por esta actividad. Apenas concluye el secundario, la entrevistada comienza a estudiar diseño de indumentaria. Su primer trabajo es una experiencia breve como pasante en una fábrica de sábanas. Luego, trabaja un tiempo para su madre, que en ese entonces se había montado una oficina propia en la que ofrecía de manera independiente el desarrollo de productos para marcas de ropa.
En el año 2007, a sus 21 años, Pilar ingresa a trabajar en la fábrica observada. Su ingreso se vio facilitado porque su madre conocía a Nicolás, quien la contrata para el puesto de asistente de producto. A pocos pasos de recibirse, abandona sus estudios universitarios. A los dos años, en la fábrica implementan un nuevo sector destinado al desarrollo de prendas en tejidos de punto. Ella se hace cargo de ese sector durante el tiempo que dura. De esta manera, asciende de puesto y deja de ser asistente. Luego de dos años, dejan de producir con telas de punto y Pilar regresa al sector de tejido plano. Para ese entonces, su jefa había renunciado, por lo que Pilar queda a cargo de producto pero, a diferencia de la mujer anterior, trabaja sin asistentes.
Más allá del puesto que ocupa, cabe destacar que Pilar tiene una posición de poder en la fábrica. Si bien ingresa, según sus palabras, como “una trabajadora más”, a los cuatro años se casa con Nicolás y se convierte en “la mujer de Nicolás”. En primer lugar, podemos afirmar que en este caso el matrimonio se conforma entre dos personas que, al inicio del vínculo, se encontraban en desigualdad de condiciones por tratarse de empleada y empleador. Para Pilar, esto implica un proceso de ascenso social debido a que el vínculo conyugal contribuye a su condición de clase; mientras que en el caso de Nicolás, su condición de clase es heredada por ser el hijo del dueño de la fábrica. En segundo lugar, desde una mirada interseccional queremos destacar que, además de los lazos asimétricos condicionados por el género y la clase, encontramos una marcada diferencia en torno a la edad. Al casarse ella tenía 24 años, mientras que él tenía 33 y cuatro hijos/as de un matrimonio previo.
En síntesis, en la figura de Pilar encontramos que su pasado como trabajadora asistente se conjuga con el puesto actual de trabajo que ocupa como encargada de producto y con su condición de esposa del dueño de la fábrica.4 Como demostraremos a lo largo del análisis, la posición de poder en la que se encuentra es reapropiada por ella y tiene marcadas consecuencias en las posibilidades que se le presentan al desarrollar las tareas de cuidado.
El rol que ocupa Pilar dentro de la fábrica nos facilita el acceso a esta y a incorporar, además de las entrevistas, observaciones en su interior. Si bien el trabajo de campo nos muestra que son recurrentes este tipo historias en las que confluyen lazos de parentesco con relaciones laborales, consideramos que son experiencias aún poco exploradas en el campo de los estudios del trabajo.5
Como adelantamos, detenernos en la riqueza de su experiencia no nos exime del objetivo de captar el contexto en el que Pilar se desenvuelve y el lugar que en él ocupa, así como los vectores de opresión -como la clase y el género- que se ponen en juego de forma particular en el despliegue de su agencia. En este sentido, consideramos paradigmático su caso debido a que nos permite trazar ciertas relaciones entre su subjetividad y estructuras de amplio alcance como las relaciones sociales de trabajo y las relaciones de género. Tempranamente, Daniel James (1992) problematiza acerca de los vínculos entre la historia oral y el género y se pregunta de qué manera los relatos de vida como el de doña María contribuyen a mejorar la comprensión de las cuestiones vinculadas al género en la historia de la clase obrera. Más allá de las evidentes distancias entre Pilar y doña María, consideramos la propuesta de James una invitación a captar el diálogo y la coconstrucción entre las subjetividades y las estructuras de poder. En esta línea, de la mano del autor, subrayamos que la adopción de los discursos hegemónicos y los roles femeninos tradicionales no solo reflejan el poder de las ideologías dominantes, sino también el poder de las mujeres de imprimirles a tales discursos sus propios significados y de implicar así sus subjetividades.
En el primer piso de la fábrica trabaja Pilar junto con Esteban. Arriba del escritorio de Pilar hay colgados en un corcho unos dibujos de colores realizados por Mía, la hija mayor de Pilar y Nicolás. Casi como una antinomia de la sobria fachada exterior de la fábrica, ellos interrumpen la monotonía del lugar y señalan un espacio lúdico. El día que ingresamos a la fábrica se encuentra, junto con la entrevistada, su hija. La niña va y viene, muestra familiaridad con el lugar. Apenas comenzamos la conversación, Pilar comenta que la nena está llena de zapallo y hace un chiste sobre eso: “yo seguro también tenga zapallo” (Pilar, registro de observación, Buenos Aires, agosto de 2018). En un rincón vemos un plato con los restos del alimento que la hija recién había comido. Más allá de su contenido referencial, en este contexto comunicativo la broma funciona como una señal que invoca -en un espacio fabril- el rol de madre que tiene Pilar (Briggs, 1986; Emerson, Fretz y Shaw, 1995).
La escena observada nos muestra que aquí no se concilian dos esferas separadas, sino que las relaciones laborales y las del cuidado en su intersección construyen algo particular que no constituye la expresión plena ni de una cosa ni de la otra. Se trata de un espacio de trabajo inundado por dibujos de colores, por zapallo, por un pequeño cuerpo de niña y por su suave voz. En sintonía, la entrevista es interrumpida en reiteradas oportunidades por la niña para desplegar secretos en el oído o entrega de dibujos y hasta por pausas para acompañarla al baño.
A la hora de afrontar el cuidado de sus hijos/as, Pilar y Nicolás resolvieron contratar una “niñera”,6 así como también llevarlos/as a un jardín de infantes de gestión privada. Esta forma de mercantilización del cuidado que combina la asistencia a instituciones educativas pagas con la contratación de personal doméstico implican un monto de dinero fijo de manera mensual y, por tanto, está posibilitada por la pertenencia de clase. De acuerdo con lo que señala Débora Gorbán (2015), contratar trabajadoras domésticas es una práctica cada vez más recurrente en las clases medias y altas de América Latina frente a la mayor participación de las mujeres de estos sectores en el mercado de trabajo.7 Retomando a Nancy Fraser (2015), en el actual contexto neoliberal y globalizado se atrae a las mujeres al mercado laboral pero al mismo tiempo se promueve la desinversión del bienestar social (tanto estatal como empresarial). De esta manera se desarrolla un proceso contradictorio en el que el cuidado se externaliza a las familias pero se les reduce su capacidad para afrontarlos. Esto genera una reproducción social dualizada: mercantilizada para aquellos/as que, como Pilar, pueden pagarlo, y privatizada para los/as que no.
En el discurso de Pilar, se evidencia que es ella quien sostiene cotidianamente la mencionada combinación de jardín y “niñera”, además de hacerse cargo de las tareas en su casa:
Me levanto, como puedo. Me baño, desayuno, levanto a los chicos, los llevo al colegio. Una vez que los dejo vengo para acá, trabajo ponele que estaré llegando a las 9 siendo que dejo a los chicos a las 8 […] Salgo de acá 15:30, 15:40, una cosa así para llegar a buscar a Mía […] Mía va hasta las 16:30. Mateo va hasta el mediodía, que lo retira Laura, que trabaja en mi casa y que ahora tendría que llamar a ver si llegaron bien. Ah no, todavía no llegó. Bueno, la voy a buscar al jardín, llego a casa, estoy un rato con ellos. Bueno, les dedico ese tiempito hasta las 18, 18:30, que arranca el caos de bañar, comer y dormir. […] Laura se va a las 17, como para darme ese tiempito de que si yo no llego a llegar 16:30 por alguna razón ella me la puede ir a buscar a Mía y me espera hasta las 17 en casa. (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018)
Tal como señala Gorbán (2015), el cuidado está signado por el género: se trata de un vínculo entre mujeres que delegan parte de las tareas del cuidado a otras mujeres. En efecto, cuando Pilar se refiere a la crianza de sus hijos/as, la ausencia del marido a nivel discursivo es notoria. Así, en el fragmento de entrevista citado vemos una expresión cotidiana de aquello que los estudios feministas señalan. De acuerdo con Corina Rodríguez Enríquez (2014), más allá de sus vínculos con la actividad laboral, las mujeres destinan mucho más tiempo que los varones a las tareas no remuneradas.8 En conjunción con la falta de políticas públicas, esto redunda en que las mujeres realizan un uso más intensivo de su tiempo que los varones. En otras palabras, se reducen los momentos de descanso y ocio y aumenta la pobreza del tiempo (Abramo y Valenzuela, 2016). El proceso se profundiza en las mujeres que participan del mercado laboral, ya que suman ambas jornadas de trabajo (la remunerada y la no remunerada). Pilar expresa una frase que condensa esta situación: “me levanto, como puedo” (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018). Consideramos que esta expresión resume el agotamiento físico que percibe la entrevistada producto de las tareas que desenvuelve en el desarrollo de su maternidad en conjunción con la participación en el mercado laboral.
A su vez, el hecho de ser la encargada de garantizar el cuidado la sumerge en una superposición de tareas laborales y domésticas que también tienen su expresión en la oralidad de la entrevista: “Mateo va hasta el mediodía, que lo retira Laura que trabaja en mi casa y que ahora tendría que llamar a ver si llegaron bien” (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018). De esta manera reforzamos el argumento de que, en el caso de Pilar, la realización de las tareas domésticas y laborales, lejos de dividirse en dos turnos contrapuestos, se intercalan a lo largo del día conformando un continuo temporal.
Aún más, resulta interesante subrayar que, aunque su hija se encuentre en la fábrica -espacio de trabajo tanto de Pilar como de Nicolás-, es ella quien continúa cuidándola. Consideramos que esto se explica debido a que se extienden los roles domésticos sobre el lugar de trabajo. En este sentido, podemos establecer un punto de encuentro entre el caso que estamos analizando con investigaciones que se centran en otros grupos sociales. Gorbán (2014), en su etnografía sobre el trabajo y las familias de sectores populares, plantea que las mujeres que salen con la carreta a recolectar cartón no dejan de hacer las tareas de cuidado, sino que ellas expanden el espacio en donde las realizan: “Se alejan de la casa físicamente pero desde un punto de vista simbólico permanecen vinculadas a las tareas atribuidas a este dominio, considerado como estrictamente femenino” (Gorbán, 2014, p. 115). De igual manera, aunque Pilar trabaje en la fábrica, es al mismo tiempo ella la responsable de las tareas que implican el cuidado de hijos/as.
En vinculación con la ambigüedad que presenta el rol de Pilar en la fábrica, en el siguiente fragmento encontramos una afirmación simbólica cuya función se basa en autodefinirse como parte de los/as trabajadores/as y salirse “del otro lado”:
A mí no me tienen como si yo fuese su jefa. Yo siempre me integré como si fuese una más de todos los que trabajan acá y saben que soy la mujer de Nicolás pero todo lo que tiene que ver, o sea todo está sectorizado. A mí no me vienen a decir por qué cobra 50 centavos menos la hora o por qué me sacaste el premio. ¿Qué? Yo qué sé. Todo eso lo manejan con Nicolás, es la figura Nicolás, yo no soy la figura, ya saben que tengo determinada llegada, un poco más que Esteban […] No es que llego y me hacen así (hace un gesto de reverencia). Me resulta más cómodo trabajar más integradamente y ser parte de y sentarme al lado de una máquina cuando están cosiendo una muestra y ver cómo la cosen que ponerme los tacos y estar del otro lado. Me da mucho más beneficios, me da mucho más resultados, me parece mucho más humano. (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018)
Consideramos que esta persistencia en representarse como “una trabajadora más” se comprende mejor si tenemos en cuenta la intersección de los distintos vectores de desigualdad que encontramos articulados en su matrimonio, analizados en el apartado anterior. Esta intención de salirse “del otro lado” la despliega mediante distintos mecanismos, algunos más simbólicos, como es la vestimenta, y otros que tienen que ver con los comportamientos cotidianos, como son el trato informal y la cercanía física. En la observación se complementa el discurso y ciertas actitudes performáticas son puestas en práctica: Pilar viste un jean y una remera, de esta manera muestra un estilo informal, y en el recorrido de la fábrica se detiene cerca de algunos/as costureros/as para explicarnos sus tareas. No obstante, ciertos privilegios emergen a la superficie cuando preguntamos acerca de su asistencia a la fábrica: “¿Vos venís a la fábrica todos los días?” “No, todos los días no, soy mamá”. “¿Cuántos días venís?” “Vengo todos los días pero no vengo el tiempo completo” (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018).
A partir de su respuesta podemos plantear distintas aristas de análisis. En primer término, Pilar se define como “mamá” y apela a un código hegemónico acerca de los significados y las tareas asociadas al rol de madre. A través de la enunciación de este presupuesto, al mismo tiempo, se contribuye a la esencialización de los mandatos asociados al rol de madre que tienen por primacía las mujeres y a la justificación de las desigualdades de género presentes entre ella y su esposo (Stolcke, 2000). Asimismo, según vimos, el rol de madre impregna toda su vida y no se abandona al ingresar a la fábrica.
En segundo término, su ejercicio de la maternidad en la práctica envuelve la posibilidad de ausentarse de la fábrica o concurrir menos tiempo por motivos vinculados con sus hijos/as. La entrevistada es madre -como muchas otras mujeres dentro de la fábrica- pero solo ella, por ser la esposa del dueño, puede manejar sus propios horarios y ausentarse de su trabajo priorizando algunas de las tareas que le demandan sus hijos/as (como acompañarlos a actos escolares o cuando están enfermos/as). En este sentido, la ambigüedad trabajadora / “mujer del dueño” señalada para definir el rol de Pilar interactúa también con el ejercicio del cuidado. La entrevistada desarrolla su agencia y pone en práctica distintas estrategias de cuidado que tienen como consecuencia que su asistencia a la fábrica sea intermitente y se distinga tanto de la de su marido como de la del resto de las trabajadoras.9 En suma, podemos afirmar que el privilegio de flexibilizar la presencia en el espacio de trabajo en función del cuidado actúa como otro mecanismo de distinción que la separa concretamente de aquel enunciado simbólico en el que se autoafirma como “una trabajadora más”.
Ahora bien, encargarse del trabajo reproductivo no remunerado repercute en el desarrollo profesional de Pilar. Ella se puede involucrar en menor medida con las tareas laborales que antes de tener hijos/as. Según sus palabras, su vínculo con el trabajo desde que nacieron sus hijos/as: “Fue menos, hace que te puedas comprometer menos en cuanto a tiempos. [...] pero es ese el problema, es eso lo que pasa cuando sos mamá: no dejan que rindas lo mismo que antes” (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018). Esto nuevamente se corresponde con lo que señala Rodríguez Enríquez (2014): la variable de ajuste para las mujeres es el tiempo que se le dedica al trabajo remunerado, mientras que en los varones la relación entre las tareas no remuneradas y el mundo del trabajo es casi indiferente. Para Nicolás, convertirse en padre no implica un detenimiento en su carrera laboral. Por el contrario, es Pilar la que en ocasiones especiales lo presiona para que relegue un poco de su trabajo en la fábrica en beneficio del cuidado de sus hijos/as:
Mi marido es papá de ya cuatro hijos. Lo afectó desde otro lugar, no a nivel laboral. Si estoy yo que me ocupo, no hace falta que él a nivel laboral …Hay momentos que el trabajo lo requiere venir y le digo ‘no, porque vos tenés hijos y es el acto de tu hijo’. Mañana, por ejemplo, tengo un acto de Mía, entonces hay momentos en donde casi que lo obligo. Le digo ‘por una hora no te va a pasar nada allá y qué sé yo, para ella verte es importante, entonces no sé, fijate’. Hay actos que sí y otros que son pedorros y no, no lo exijo en todo pero en algunos me parece que sí tiene que estar. Sobre todo teniendo la posibilidad, ¿no? (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018)
De acuerdo con lo que expresa Pilar, aunque Nicolás es el dueño de la fábrica y tiene la libertad de ausentarse, pondera su desempeño en ella por sobre las tareas del cuidado.
En tercer término, como contrapartida de lo anterior (ausencias de Pilar en la fábrica), podemos plantear que la organización de su vida doméstica en ocasiones implica la presencia de sus hijos/as en la fábrica. Como adelantamos, cuando realizamos la observación Mía estaba con su madre en la fábrica porque tenía fiebre. En los primeros años de vida de su hija, esta estrategia no era una excepción, sino que se desarrollaba de manera recurrente. Desde que nació, hasta el año y medio, momento en que comenzó el jardín de infantes, concurría todos los días de la semana a la fábrica. Luego, por la mañana la niña asistía al jardín y durante la tarde Pilar la llevaba a la fábrica. Desde su primera infancia la fábrica es un espacio cotidiano en la rutina de Mía.10
En resumen, de manera similar a las recurrentes ausencias de Pilar, la presencia de una niña en el marco de esta fábrica solo se constituye como posibilidad para Mía por ser la hija del dueño. Reiteramos así que no podemos pensar las estrategias que desenvuelve Pilar en su maternidad sin tener en cuenta los privilegios que emergen por su pertenencia de clase y, específicamente, de su rol en la fábrica. Antes de continuar, es interesante destacar que, en su discurso, la entrevistada solo expone las dificultades que le representa el cuidado y deja a un lado las ventajas expuestas que tiene a la hora de llevarlo adelante.
En el desarrollo de la entrevista, en vinculación con las actividades que realiza Mía en la fábrica, Pilar nos cuenta que cuando su hija se aburre:
Venía Nadia y jugaba con ella, entonces la ama. […] Nadia es una de las chicas que trabaja en la mesa, la ama. Entonces va a abajo, se sienta al lado de ella y por ahí está dibujando sentada al lado de ella. Para ella es el plan, para mi hija. (Pilar, entrevista, Buenos Aires, agosto de 2018)
Nuevamente, el relato nos permite establecer distintos ejes de análisis. Por un lado, evidencia el sentimiento de amor que tiene su hija sobre una de las empleadas de la fábrica. Es por esto que retomamos los señalamientos de Zelizer (2009) en torno a la posibilidad de crear relaciones de intimidad en espacios extradomésticos, que en este caso se expresa en los vínculos de su hija con las empleadas. En el mismo orden, podemos observar la manera en que los sentimientos se incorporan en la argumentación para justificar las decisiones que se toman en torno al cuidado. En otras palabras, planteamos que Pilar resignifica su lugar de trabajo: lo construye como un entorno de juego y amor, y así lo convierte en un espacio que considera óptimo para el cuidado de su hija.
Al profundizar el análisis, si miramos desde la perspectiva del cuidado se evidencia que el empleo doméstico envuelve vínculos cargados de emociones, sentimientos, sensaciones. Por este motivo Gutiérrez-Rodríguez (2013) propone considerarlo bajo el término de “trabajo afectivo”, para dar cuenta de que representa “un fundamento vital para la sostenibilidad de nuestras vidas” (p. 132). Lo que produce el trabajo afectivo no siempre es material, sino que es intangible. Esto implica que la extracción de valor no pueda ser analizada en términos puramente económicos, sino que debamos tener en cuenta la producción y circulación de los afectos. Resulta de interés para el presente análisis remarcar que el intercambio de afectos que se desprende del cuidado tiene un carácter ambivalente, ya que circula por espacios marcados por desigualdades y, al mismo tiempo que perturba las relaciones de poder, las afirma y amplía.
Conforme con este argumento podemos establecer una analogía entre nuestro caso y el concepto de “cadenas globales de cuidado” (Orozco, 2009), que remite a aquellas cadenas transnacionales vinculadas con la feminización de las migraciones, por las cuales se transfieren trabajos de cuidados de unos hogares a otros en base a distintos ejes de poder como el lugar de procedencia, la etnia, el género y la clase. El empleo de las mujeres migrantes contribuye a amortiguar las diferencias de género en los países desarrollados y a paliar la denominada “crisis del cuidado” (Orozco, 2009). Si involucramos en el análisis los sentimientos que se producen alrededor del cuidado, existe una extracción del “amor” de países desarrollados a países periféricos en tanto las mujeres migrantes de países del Sur global dejan a sus propios hijo/as en el país de origen al cuidado de otros/as (generalmente, mujeres de la familia extensa) para trabajar como empleadas domésticas y cuidar a niños/as y ancianos/as de los países del Norte global. Arlie Hochschild (2008) habla de “importación del amor”, y señala el sufrimiento de las madres migrantes, que muchas veces “hallan consuelo en prodigar a los niños ricos a su cargo todo el amor que desearían brindar a sus propios hijos” (p. 276). En paralelo, remarca las privaciones emocionales de los niños/as con madres migrantes que quedan en el país de origen en oposición a la abundancia de afecto de reciben los/as niños/as del Norte. En síntesis, la autora plantea que en las cadenas de cuidado está implicado el amor como recurso que se extrae de un lugar y se disfruta en otro.11 A esto se le suma que las empleadoras omiten el sufrimiento de las empleadas y fetichizan su amor al cosificarlo y separarlo de su contexto. Además, cabe señalar que, de acuerdo con Claudia Pedone (2008), muchas veces sobre estas mujeres pesan los estigmas que asocian su migración con el abandono de hijos/as, culpabilizándolas por su ausencia. En suma, retomando las ideas de Fraser (2015), estas cadenas son cada vez más largas y “lejos de cubrir el ‘vacío de los cuidados’, el resultado neto es desplazarlo de las familias más ricas a otras más pobres, del Norte global al Sur global” (2015, p. 128).
A diferencia de estas cadenas articuladas sobre los flujos migratorios, en las relaciones que se producen en el marco de la fábrica entre “las chicas de la mesa” y la hija de Pilar encontramos una cadena que se asienta principalmente y de manera interseccional en la convergencia del género y de la edad así como en las diferencias de clase. En correspondencia con lo que sucede en el hogar, en la fábrica, a Mía no la cuidan los varones. Tampoco lo hacen otras mujeres que, si bien trabajan en el mismo piso que Pilar, son de edad más avanzada y tienen hijos/as adolescentes y adultos/as. Por el contrario, lo hacen “las chicas de la mesa”, que son las empleadas más jóvenes de la fábrica, que además de compartir el rango etario con la entrevistada, en su mayoría tienen hijos/as pequeños de edades similares a las de los/as hijos/as de Pilar.
De acuerdo con lo que relata Pilar, particularmente “las chicas de la mesa” son las que frecuentemente tienen “problemas” en su asistencia al trabajo vinculados con sus hijos/as. Son estas mujeres -que durante su jornada laboral se ven imposibilitadas de cuidar a sus hijos/as y deben dejarlos/as a cargo de otras personas- quienes cuidan “amorosamente” a la hija de Pilar. Abordar la presencia de Mía en la fábrica nos impulsa a iluminar las ausencias de los otros/as niños/as, los/as hijos/as de las trabajadoras. De este modo, se establece una jerarquía social basada en el origen de clase de niños/as que, como Mía, en ciertas ocasiones pueden estar en el mismo espacio de trabajo que su madre y ser cuidados/as en la fábrica. Por esta vía, aquí el cuidado también funciona como un vector de diferenciación social y refuerza las desigualdades de clase entre estas mujeres y sus respectivos/as hijos/as.
En primer lugar, la experiencia de Pilar nos muestra que entre el trabajo remunerado y el cuidado de hijos/as se desarrollan distintas prácticas caracterizadas por la superposición de tareas y de responsabilidades que recaen sobre ella a lo largo del día. Más allá, su caso nos invita a desligar la noción de intimidad de la vida privada e introducirla en un ámbito de trabajo fabril. Este movimiento que pone en cuestión la clásica dicotomía público/privado permite observar cómo se tejen en el interior de una fábrica relaciones que involucran sentimientos como el amor vinculados con el parentesco y con las tareas del cuidado.
En segundo lugar, a lo largo del texto, desde una mirada interseccional demostramos que las estrategias de cuidado que construye Pilar de manera subjetiva se articulan con relaciones desiguales de poder. En el vínculo con su marido se vislumbran desigualdades relativas a los sistemas de opresión de género en tanto ella es la principal encargada de organizar el cuidado de sus hijos/as (tanto en la casa como en la fábrica), en detrimento de su actividad laboral. Al mismo tiempo, los privilegios de clase que adquiere Pilar a través del matrimonio se manifiestan en las estrategias cotidianas que construye para resolver el cuidado y que le permiten, solamente a ella, acomodar su jornada de trabajo a las necesidades que le demandan sus hijos/as o directamente llevarlos/as a la fábrica. En suma, en este caso, el cuidado de hijos/as funciona como un vector de reproducción de desigualdad tanto en el vínculo conyugal heterosexual entre Pilar y su marido, como en las relaciones intragénero entre ella y el resto de las trabajadoras madres de la fábrica.
En tercer lugar, el concepto de cadenas de cuidado nos permite echar luz específicamente sobre quiénes, además de Pilar, están involucradas en el cuidado de Mía en la fábrica. Precisamente, son mujeres que deben dejar a sus hijos/as al cuidado de otras mujeres para ir a trabajar y que en su trabajo, en ocasiones, las tareas que realizan están por fuera del contrato laboral y las demandan en tanto cuidadoras. Finalmente, consideramos que uno de los hallazgos del artículo se basa en mostrar que la presencia de una niña al interior de una fábrica también nos habla -en silencio- acerca de las ausencias de otros niños y niñas a quienes les es negada su presencia allí.
A la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UBA por financiarme el doctorado, al IIEGE y a mis directoras por posibilitar los intercambios de ideas.
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[1] . Los resultados que aquí se presentan forman parte de una investigación doctoral que analiza las relaciones y las experiencias cotidianas que se construyen en fábricas registradas de la industria de la confección de indumentaria en Buenos Aires durante el corriente siglo. Desde el año 2015 se han entrevistado un total de 25 personas vinculadas con el sector registrado del mundo de la confección de ropa y se han realizado observaciones en distintos ámbitos.
[3] . La categoría nativa “Las chicas de la mesa” emerge en la entrevista para delimitar a un grupo específico dentro del colectivo de los/as trabajadores/as operarios/as que se identifica no solo por sus tareas sino también por compartir su género y su edad.
[4] . Al momento de la entrevista, Pilar se presenta como la “esposa del dueño”. No contamos con los elementos necesarios para afirmar que en términos formales/legales ella sea o no también la dueña de la fábrica. En este sentido, cabe destacar que la metodología de este artículo no se centra en la contrastación de las prácticas con las normativas, por lo que quedan por fuera del análisis los marcos jurídicos que rigen los vínculos aquí problematizados.
[5] . En el trabajo de campo encontramos otras relaciones de pareja heterosexuales entre trabajadores/as que pertenecían a las mismas fábricas. No obstante, queremos hacer la distinción con aquellos talleres textiles “clandestinos” conformados en torno a vínculos de parentesco en los que la producción cae en manos de una familia o en familias ampliadas, en general conformadas por migrantes de distintas partes de Bolivia (Arcos, 2013). En este tipo de talleres, en ocasiones, también se reside. Trabajar y vivir en el mismo lugar deriva en que se superpongan y articulen distintas secuencias productivas que van desde la confección de las prendas hasta el cuidado de niños/as, las tareas de limpieza y de cocina (Gago, 2014).
[6] . Nombre coloquial con el que la entrevistada designa al personal doméstico encargado principalmente de las tareas del cuidado de niños/as.
[7] . La contracara invisibilizada de este proceso es que las mujeres empleadas provienen en su mayoría de sectores pobres con bajos niveles educativos, luego de atravesar procesos migratorios (Gorbán, 2015).
[8] . Analiza el Módulo de Trabajo no Remunerado (TNR) aplicado por la Encuesta Anual de Hogares Urbanos (EAHU) del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) en el tercer trimestre del 2013. Señala que en el año 2013, en promedio, las mujeres destinan 6,4 horas por día a las actividades de cuidado, mientras que los hombres lo hacen en 3,4 horas por día.
[9] . Como analizamos anteriormente (Delmonte Allasia, 2020a), en el gremio de costura, las inasistencias al trabajo por motivos vinculados con el cuidado, en general, recaen sobre las mujeres e implican la pérdida de hasta un 25% de su salario básico (corresponde al Premio Estímulo por Puntualidad y Asistencia, que equivale al 20% y al Premio Asistencia y Puntualidad Perfecta, que equivale al 5%).
[10] . Con su segundo hijo la experiencia es distinta. Si bien desde bebé lo lleva a la fábrica, él luego comienza a presentar problemas de salud vinculados con el aparato respiratorio. El polvillo de las telas que habitualmente vuela en el aire de este tipo de ambientes de trabajo con frecuencia agrava los síntomas de las enfermedades respiratorias. Por esta razón, Pilar y Nicolás consideran a la fábrica como un espacio peligroso para su salud. En este sentido, resolvieron que otra mujer lo cuidara en la casa.
[11] . Es pertinente aquí hacer una aclaración por la distancia que se presenta entre el caso que compete al presente análisis y el texto citado (Hochschild, 2008). El análisis de la autora se centra en los vínculos entre mujeres que migran desde hogares empobrecidos de Filipinas para trabajar como empleadas domésticas de familias de clase media de Estados Unidos. En ese sentido, señala que ese “amor” no se importa directamente de un lado a otro, sino que también se produce en el país de destino y se vincula con el contexto particular que allí se vive (la percepción de la soledad, la distancia con los propios hijos/as, mayor tiempo libre, más dinero y otros ideales acerca de la maternidad y la infancia).
[12] Financiamiento: Secretaría de Ciencia y Técnica. Universidad de Buenos Aires. Beca de Culminación de Doctorado. Proyecto de las Programaciones Científicas UBACYT 2016. Resolución 1246/2018. Argentina. Buenos Aires. Experiencias de trabajadores y trabajadoras inmigrantes en una fábrica de la industria textil argentina en el periodo 2002-2015.