0000-0001-7181-3701 Pablo Semán[1]
Young improvers. Criticism of the state, politics and the economy in the pandemic generation
Jovens melhoradores. Crítica ao Estado, à política e à economia na geração pandêmica
En una tarde de martes en una peluquería sin clientes en un barrio en las afueras de La Plata surgió la posibilidad de una entrevista grupal que se concretó de inmediato. Valentino, estudiante del tercer año de periodismo; Ramiro, repartidor de delivery con su nueva moto; Jorge, dueño junto con su novia Inés del emprendimiento de la peluquería/barbería; y Nacho, su hermano menor, en el último año del secundario. Para todos ellos -menos para Nacho, que primero prefiere escuchar todas las opiniones-, el problema es la falta de libertad, los impuestos y la inflación que conspiran contra los emprendimientos personales, el Estado que debería “ser menor y de más calidad”. “Menos es más”, repite Jorge, que está convencido de que “hay demasiados derechos, tenemos derechos absurdos” (refiriéndose a los planes sociales). Situaciones como esta se repitieron a lo largo de todo el trabajo de campo de la investigación que desde mediados de 2020 comenzamos con jóvenes del AMBA: en cualquiera de las entrevistas individuales y grupales que realizamos, aumentaba entre no militantes la probabilidad de identificarse como “libertario”.
Bastó salir a la calle, liberarse de las conjeturas y las proyecciones, para apreciar la emergencia de una generación cuya experiencia común es haber atravesado el estancamiento económico y los malestares de la pandemia para impactar con una ruptura que invierte casi por completo la tendencia social y electoral de los años kirchneristas, en que la adhesión militante y el apoyo juvenil activo se volcaron en favor de un conjunto de ideas y valores políticos que colocaban en el centro al rol del Estado como motor del “desarrollo con inclusión social”. Un lema que también -y esto es lo más importante- no contradecía hasta irritar, como tal vez lo haga actualmente, al sentido común juvenil que hoy se inclina hacia otros planteos. Porque de lo que se trata es de indagar en lo siguiente: ¿cómo es posible que entre el amplio porcentaje de la población que apoya a Milei estén también “los jóvenes trabajadores precarizados” a los que un cierto consenso académico esperaba más corridos a la izquierda? ¿Cómo es posible que los jóvenes que gastan la vida como repartidores o como gastronómicos de urgencia no se sientan contenidos por un discurso que, entre paternalista y vanguardista, espera su rebelión por “más derechos”, tal como lo esperaba un consenso político correlativo del académico?
La escena inicial implica una cuestión que va más allá de las críticas a la performance del gobierno del Frente de Todxs:1 las posturas políticas de estos jóvenes, que parecen tener una clara inspiración en la prédica de figuras políticas de derecha, como la de Javier Milei, surgen de una transformación social y cultural que esa prédica refleja y solo hasta cierto punto, decide. La experiencia de los jóvenes, y en ese contexto, la experiencia pandémica, ha configurado una sensibilidad que tenía como posibilidad, no como necesidad, una desembocadura radical, un “que se vayan todos” que tiene mucho de “que se vayan estos”; una crítica de la economía, la política y el Estado, que los liderazgos libertarios, insistimos, han canalizado a su favor, más que logrado construir “ex nihilo”. Podemos especificar más aún nuestras preguntas en el horizonte de las que ya hicimos: ¿cuál es la estructura de acogida del llamado de la derecha popular? ¿Por qué el libertarismo de Milei los convoca y ellos responden?
La opción libertaria en Argentina no se configura ni en el vacío ni por el solo influjo de una ola internacional que distribuye un cliché que se incorpora de forma unívoca y automática al escenario político local. Su emergencia y masificación se dan en el juego de oposición a las medidas y contradicciones que mostró la orientación grandilocuentemente estatista con que el gobierno del Frente de Todxs enfrentó los desafíos de la COVID-19. Ya a diferencia de las orientaciones gubernamentales frente a la pandemia que se dieron en otros países de la región, como Brasil (Ortega, 2021) y México (Flamand, Alba Vega, Aparicio y Serna, 2023), en las que los gobiernos nacionales de signos políticos opuestos dieron mayor laxitud a las medidas de confinamiento y no se apeló a las fuerzas de seguridad para garantizar el cumplimiento de las restricciones a la movilidad, en Argentina, el oficialismo puso todas las fuerzas de la gestión y los recursos del Estado nacional en establecer y hacer cumplir la cuarentena y las políticas de cuidado. Estas políticas cuidado-céntricas (Seman y Wilkis, 2021) tomadas por el Estado fueron material de disputa para los libertarios: desde la política de vacunación, pasando por la instauración de la cuarentena, sus distintas modalidades de gestión, las medidas de protección y el sistema de clasificación del trabajo esencial y las políticas de reactivación en la pospandemia, las acciones del gobierno fueron controversiales, conflictivas y cuestionadas desde la posición libertaria por causar mayor empobrecimiento, inflación y desigualdad. Así, el libertarismo argentino se nutrió de las transformaciones que a nivel social produjo la gestión de la pandemia, que fueron al mismo tiempo sociodemográficas y culturales, lo que dió lugar a un tipo singular de individualización (Semán y Welschinger, 2023; Viotti, 2020). Por lo que, apoyados en la bibliografía reciente (Semán y Wilkis 2021; Benza y Kessler, 2022; Salvia, Poy y Pla 2022; Segura y Pinedo 2023), vemos cómo los efectos de esta dinámica de la configuración pandémica, la intensificación del declive del lazo entre los ciudadanos y el Estado y los consensos estatalistas configurados en el periodo de los gobiernos posneoliberales se suceden en simultáneo con la emergencia y crecimiento de La Libertad Avanza (en adelante, LLA).
Veremos cómo entre la instauración de la pandemia y la salida de ella se cocinan un temperamento y una sensibilidad juvenil extendida que, más allá de las múltiples heterogeneidades, las nuevas juventudes comparten la experiencia común de haber afrontado la cuarentena, el estancamiento, la inflación y el estado crítico del Estado. Ello redunda, tal como se afirma en Ferro, Semán y Welschinger (2023), en un triple fracking pandémico. Ese triple estrés y dislocamiento abarca las siguientes dimensiones: subjetivas y familiares en primer lugar; económicas, laborales y sociales en segundo; y, finalmente -por la suma de las dos anteriores, pero también por una dinámica específica- implica, en tercer lugar, la transformación de las relaciones con la política y el Estado. Las pérdidas afectivas por el encierro, las muertes y los peligros caracterizan a la primera dimensión. La reconfiguración de las relaciones laborales en el marco de la difusión de nuevos empleos es central en la segunda dimensión y en las experiencias que describimos en este trabajo. La transformación en el sentido de la crítica, la distancia, la decepción y el debilitamiento de los lazos con el Estado y la política es lo que está implicado en la tercera dimensión. En lo que sigue, intentaremos mostrar cómo se relacionan estos tres aspectos en la producción de una sensibilidad que, con el curso del tiempo y mediada por la dinámica de los liderazgos, da lugar a la afinidad entre importantes sectores juveniles y la fuerza política libertaria.
En el desarrollo de la estrategia metodológica de la investigación realizamos entrevistas individuales, organizamos focus groups,2 produjimos el registro de observaciones en grupos juveniles que incluyeron las interacciones en eventos políticos y las redes sociales. Esta estrategia metodológica nos permitió captar la emergencia de un temperamento crítico a partir de la pandemia (Semán y Welschinger, 2022) y a preguntarnos por las posibilidades de su capitalización política en el periodo pospandémico.
Es importante señalar que las y los jóvenes del AMBA que fueron nuestros interlocutores en esta investigación poseen trayectorias sociolaborales muy distintas entre sí: son trabajadores de plataformas de reparto, programadores, trabajadores de la construcción, cuentapropistas varios, atención en call centers, empleados de comercio, repositores de supermercado, gastronómicos, empleados municipales, cooperativistas. Su posición en el espacio social no podría captarse como la porción menor de un segmento laboral homogéneo (los trabajadores fabriles), sino como la convergencia de trayectorias lábiles, discontinuas, cambiantes, en las que se combinan experiencias de ascenso y mejora con otras de permanencia y, en la mayoría de los casos, de caída social y empobrecimiento. Estos jóvenes y sus familias se sitúan entre los sectores que durante la pandemia y a la salida de ella, se ven atravesados por el proceso de “movilidad social cruzada” que se analiza en Salvia, Poy y Pla (2022) en relación con el efecto socioeconómico por el cual las medidas de transferencia de ingresos puestas en acción por el Estado nacional (Benza y Kessler, 2022) logran sostener el nivel adquisitivo de los sectores más pobres, mientras que son insuficientes para evitar la caída de los sectores medios, en particular de los trabajadores informales. Lo que nos habla del dinamismo contingente que cobra una estructura social en el contexto de la crisis pandémica y de una reconfiguración societal marcada por la crisis de ingresos de los sectores registrados -la emergencia de la figura de los “trabajadores pobres”- y a su vez, del aumento de los sectores informales, autónomos, cuentapropistas. Por ello también es central señalar que en los casos que estudiamos no es posible bajo ninguna vía hacer corresponder de forma homóloga una posición laboral con una posición política (por ejemplo, repartidores = libertarios, programadores = mileístas).
Entonces, en el contexto de esta anticipación, nos es preciso elaborar una cuestión teórica como punto de partida: cómo se relacionan experiencias y adhesiones ideológicas. Las ideologías no son solo las codificaciones propuestas por elites partidarias, ni siquiera aquellas que representan a “los de abajo”. Si se enfoca en los procesos sociales, puede discernirse un plano de prácticas que apuntala, sin manifiestos ni teorías, un modelo ético que sustenta un circuito de identificaciones plurales en diálogo y tensión con esas codificaciones. La derechización, el voto a Milei, la opción “por la libertad” -que no es necesariamente derechización-, la radicalización de las posiciones contrarias a los liderazgos tradicionales y, de forma marcada, contra el gobierno del oficialismo, son fenómenos de identificación política conectados con el modo de vida de los sujetos. Solo a través del examen de esas experiencias vitales pueden comprenderse cabalmente las opciones políticas que engendra y la forma en que se establece una relación entre los sujetos y esas opciones políticas. Las ideologías parecen unívocas y homogéneas, pero en su existencia social son el punto de encuentro entre trayectorias y lecturas que se apropian de propuestas políticas que también están históricamente situadas. Siguiendo los enfoques clásicos de Richard Hoggart (2013) y Edward Thompson (1991), las ideologías políticas son el emergente al que hay que oponer un detrás de escena que no es el de los intereses tomados en abstracto, sino la comprensión de los procesos en los que se forman sujetos y experiencias; y en los que se establece un marco normativo émico que pude guardar afinidad electiva con algunas propuestas políticas más que con otras. Pero nuestro argumento contiene un matiz diferencial decisivo. Con su misma concepción analítica llegamos a una realidad diferente: es que mientras el argumento de los autores mencionados se aplicaba a un estado previo de las clases trabajadoras, este se aplica a una situación contemporánea en la que los lazos comunitarios y los cuestionamientos a las formas competitivas del individualismo ceden frente a la formación de una sensibilidad popular que sintoniza con los llamados del anarcocapitalismo. Lo que nos interesa exponer acá es lo que podríamos llamar la ideología o la sensibilidad de los jóvenes de las clases populares realmente existentes. Si bien ella no es como la de la clase trabajadora británica del siglo XX, se despeja de la misma manera: reconociendo el valor de premisas que asisten los implícitos de las acciones, a los comentarios que sobre ellas mismas hacen los sujetos. Ahí está presente, en la práctica, el programa libertario al que podrían adherir o al que finalmente adhieren sin necesidad de que medien llamados liberales, y sobre todo, lecturas teóricas.
En lo que sigue, nuestro enfoque implicará ir de las experiencias cotidianas hacia la vinculación con la política y no al revés: partimos de la premisa de que a la ideología se adhiere desde la experiencia en tanto ella, engendrada en dispositivos que combinan normas, cosas, formas espaciales que dan a algo que, más acá de un ideario, es una sensibilidad (Goldman, 1999). Partiendo de este supuesto veremos que, si asistimos a una interpelación eficaz/exitosa por parte de Milei, se debe a que esta no opera sobre un vacío sino a que produce un anudamiento entre el discurso político y las condiciones prácticas de relación con ese discurso, lo cual delinea así su estructura de acogida.
Belén es una de las mujeres que paran con su moto en la plazoleta de diagonal 74 en La Plata a la espera de que entren las notificaciones en la aplicación de “PedidosYa”. Antes de la pandemia, ella ya combinaba su ingreso como cuidadora en un asilo de personas mayores con el pago por hora en la cocina de un restaurante del centro de la ciudad, así que cuando llegó la cuarentena y el restaurante cerró sus puertas, Belén decidió bajarse a su celular la aplicación de varias de las empresas de reparto y buscar la que fuera más conveniente. Luego de “googlear un poco y ver qué onda el reparto para las mujeres”, rápidamente entendió que la diferencia de ingresos y de seguridad estaba entre si iba a realizar el reparto en bicicleta o en moto. Con algo de sus ahorros más un dinero que llegó como préstamo de sus padres, Belén, que tiene un hijo en edad escolar y está separada de su exmarido, consiguió comprar una moto usada en buen estado para salir de “delivery”.
Siempre durante la mañana y la tarde, nunca de noche por seguridad, Belén fue aprendiendo cómo aumentar las horas que podía dedicarle al reparto sin descuidar su principal trabajo ni el cuidado de su hijo. Para ella, la “posibilidad de acomodar horarios” que le da el reparto, la moto y la app, le permiten disponer de flexibilidad para “entrar y salir” de la casa y organizar sus tiempos de modo que le permita “cuidar al nene cuando lo necesite”.
A mí me sirve mucho la flexibilidad horaria que tiene, porque yo tengo el tema del nene mío. Por juzgado, algunos días están conmigo, otros días con el papá, entonces a la hora de buscar un trabajo más, de sumar un ingreso, con un horario que tenés que cumplir, a mí se me complicaría mucho. Tendría que buscar transporte privado para llevarlos a la escuela, buscar una niñera que se quede con él cuando mis viejos no pueden, sería mucha plata que no tengo (Entrevista a Belén, La Plata 2021).
Así, el reparto en moto tiene para ella, además de la flexibilidad de horarios y la posibilidad de la complementariedad de ingresos, otros aspectos que valora: ella ve, de inmediato, cómo rinde su esfuerzo, ese plus de energía y de horas que decide sumarle al día y que depende puramente de su voluntad.
No importa [nos explica sin esconder su tono de resignación] que la app me castigue por no tomar todos los pedidos o que me baje los puntos del ranking o después me manden los pedidos más lejos, me cuido que no me desconecte, claro, pero en la moto no estoy encerrada, ni estoy meta cuidar a los otros [se refiere a los abuelos con los que trabaja y a su hijo]. Vos sabés que siempre me llamó mucho la atención que los trabajos que te ofrecen cuando salís a tirar cv siendo mina son para atención al cliente, call center; esos te llaman: limpieza, moza, siempre para atender al otro. De la moto me gusta que primero esté yo y lo que yo necesito para ganarme la vida. Ahora en el ranking que te pone la app [de PedidosYa], estoy en el 3, que es el único que medianamente se puede trabajar tranquila. Si llueve y te vas a tu casa, te podés ir y no pasa nada. En el 1 del ranking ganás más, pero si llueve y te vas a tu casa, te matan, te bloquean. El 3 es el que paga medianamente bien y no te explota. Te querés tomar el día, podés. (Entrevista a Belén, La Plata 2021).
Belén es consciente de que en la calle con la moto corre muchos riesgos, que van desde caer en el ranking y perder posibilidades de ganar más dinero, hasta sufrir un accidente sin tener un seguro que la cubra. En el registro de los datos de su cuenta en la aplicación de la empresa figura “bici”, ya que cuando comenzó, el dinero que logró conseguir solo le alcanzaba para comprar una moto usada y no contaba con los papeles necesarios para completar el registro del perfil que le solicitaba a la app.
Si abrís mi cuenta en la app dice ‘bici’ -nos explica con cierto orgullo- pero acá podes andar en lo que vos quieras; después si hay un accidente es mi problema, pero si hago más guita también es tema mío, y yo confío que me manejo bien. (Entrevista a Belén, La Plata 2021).
Para Belén, los riesgos tienen su contrapeso en la posibilidad que el reparto le da de hacer rendir su esfuerzo en un ambiente laboral al que no duda en definir como “competitivo”.
Acá hay tantos repartidores compitiendo por los pedidos que claro que un día podés irte triste de acá, de PedidosYa, sin hacer la plata que vos calculaste pero vos fijate que si vas a laburar quizás a una cocina como hacía yo, por hora, a las chapas, con el dueño ahí, exigiéndote, encerrados, cagándote de calor, y capaz que te dan una miseria. Entonces, por eso hay tantos repartidores compitiendo. Para mí tiene muchos riesgos, no son más altos que los de trabajar en una cocina porque prefiero que me roben la moto a que me quede la mano en una sobadora, pero tengo la ventaja de alguna manera ser yo y la aplicación, nada más. Si el domingo, que suelen dar un bono, quiero salir: ¡salgo! Son como mis horas extras, pero las manejo yo. Depende de mí en definitiva, porque yo nunca cobré una ayuda del Estado en mi vida, ni es lo que quiero para mí. (Entrevista a Belén, La Plata 2021).
Para poder cobrar a través de PedidosYa, Belén se tuvo que registrar como monotributista, pero decidió no activar la obra social “porque te piden más plata” y en sus cálculos, si paga todos los meses por ella y
en un año no te pasa nada, no lo amortizaste: mejor ¡ahorrarse esa plata! Si el día de mañana me pasa algo [asegura con convicción], tengo la plata para salir de lo que te pase, y todavía te queda plata a favor. (Entrevista a Belén, La Plata 2021).
Por estos motivos, cuando en abril de 2023 vio por el grupo de WhatsApp que comparte con conocidos y amigos del reparto, que estaban convocando a protestar contra la votación del proyecto de ley de regulación de los trabajadores de plataformas, Belén se subió a la moto y sin dudarlo se les unió frente a la sede de la legislatura bonaerense en el centro de La Plata.
Se quieren manejar ellos [nos explicaba con indignación en referencia a ‘los políticos’], sin tomar en cuenta nuestras necesidades y las preocupaciones de los que trabajamos todos los días en esto, ¿entendés? No tienen en cuenta nuestra libertad de decidir cuándo y cómo trabajamos para ganarnos la vida. ¿Por qué me van a decir a mí cómo tengo que generar mis ingresos? Si yo con esto cuido a mis nenes y hago otro ingreso, ¿por qué me tienen que decir que ahora no puedo? A mí la moto me ayuda, me deja sumar algo más. No puede ser que por una ley [Belén se refiere al proyecto de Ley que el oficialismo provincial impulsó para establecer un registro oficial de quiénes trabajan y para qué empresas lo hacen de modo de poder regularizar las condiciones laborales que ofrecen las empresas detrás de estas aplicaciones] ahora terminemos pagando impuestos como si yo tuviera una pyme, ¿entendés? Con todos los problemas que hay, esto es una discriminación a nosotros porque andamos en la calle ganándonos la vida sin pedirle permiso o pagarle peaje a nadie. (Entrevista a Belén, La Plata 2021).
Ante esta situación, una conclusión de Belén adquiere valor de programa político: “no me jodan con derechos que te empobrecen ¿por qué nos tienen que regularizar a nosotros y no a los manteros, no a los que están cobrando sin trabajar en el Estado, a los que laburan de cortar la calle?”. La idea “derechos que empobrecen” -referida a la posibilidad de que con el registro y la regularización de la situación laboral su ingreso se viera reducido (cuando el proyecto de ley buscaba el efecto contrario: mejorar las condiciones laborales y salariales de los trabajadores de las aplicaciones de reparto)- pone en evidencia hasta qué punto Belén acepta ser ella misma quien “le encuentre la vuelta” a un mercado desregulado. Su postura sobre “los derechos que empobrecen” nace de esta coyuntura y se ajusta a una economía informal que crece al grito de liberar de las regulaciones estatales y sindicales las oportunidades laborales para los “que quieren trabajar”. La posición de Belén parece asumir en su positividad una nueva situación desregulada del trabajo en el mismo movimiento que reivindica, autoafirma y empodera, en las posibilidades de su fuerza y esfuerzo para hacerle frente con éxito.
Sumemos a la exploración de este temperamento la experiencia de Damián. Oriundo de Mar del Plata, Damián se presenta orgulloso como programador y “desarrollador full stack”. Antes de empezar la pandemia trabajaba como repartidor de Glovo con su moto, y antes como mozo en el restaurante chico en el que comenzó como ayudante de cocina. Hoy, desde su departamento trabaja para una “startup de Buenos Aires que -nos explica- vende entornos y aplicaciones pensadas para la inclusión financiera de la mujer”. Con 23 años, mientras cursaba los primeros semestres de la carrera de Ingeniería electromecánica en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), trabajaba con la moto para generar ingresos propios con los que sostener actividades y hobbies sin recurrir a la ayuda de su familia. Su novia, que es enfermera, y sus padres, con los que en ese tiempo convivía en un departamento pequeño, le pidieron que dejara el reparto por temor al contagio: “era al principio, cuando no había vacunas y si tenías COVID te morías”. A poco del inicio de la cuarentena, los padres de Damián -ambos visitadores médicos- quedan desempleados, y comenzó a faltarles dinero para cubrir los gastos fijos. La preocupación familiar fue creciendo rápidamente, ya que los ahorros con los que contaban sus padres no alcanzarían más allá de unos meses si se prolongaba la situación de no contar con ingresos regulares. Para colmo, en lo que Damián vive como una mala racha, en esos días deja de recibir el Plan Progresar que cobraba como estudiante universitario y, por un error administrativo, no consigue cobrar el ingreso familiar de emergencia (IFE) que le correspondía por el hecho de ser monotributista registrado. Su enojo fue tan grande como su desconcierto: a él, que estudia y trabaja, lo dejan de ayudar en el momento en el que todos reciben algo.
Para salir de la mala racha, Damián buscó “barajar y dar de nuevo”. Por consejo de sus amigos y con ahorros de su padre, apuesta a armar un rig de minería de criptomonedas. Le cuesta muchísimo conseguirlo y, a través de participar de foros, comunidades y redes, contacta con personas del mundo IT dispuestas a colaborar con él respondiendo sus dudas. En este proceso va aprendiendo sobre distintas cuestiones vinculadas tanto al mundo de los programadores como de las particularidades del trabajo de programación de software:
cuando arrancó la pandemia, encontré la minería y eso me ayudó a salvarme, fui conociendo un montón de gente que me ayudó a confiar en la programación. Mi viejo tenía algo de plata ahorrada, entonces a eso lo pude usar para que se arme un rig… Yo elegí todo, compré todas las partes necesarias, porque, bueno, también soy técnico, me armo mis computadoras. Entonces, le armé el rig de minería y en ese tiempo las criptos daban mucha plata. Además, toda esa movida me dio la experiencia, porque me pasó de todo, me equivoqué y aprendí, así que fui ganando mucha experiencia y conociendo gente del palo IT que me inspiró. Ahí fue como que se me cruzaron los cables y dije: “bueno, bancá, ponete las pilas, laburá, rompete el alma y aprende a programar como desarrollador”. (Entrevista a Damián, -realizada por Zoom-, Mar del Plata, febrero y marzo de 2022)
Entonces, como otros jóvenes de su edad que a partir de la pandemia deciden reorientarse hacia el sector del desarrollo de software y servicios informáticos (ver Martirena, Semán y Welschinger, 2022), Damián comienza a dedicar todo su tiempo a estudiar programación durante el “tiempo muerto” de la cuarentena y comienza tomar bootcamps, cursos en “academias online” de programación, mientras deja las clases virtuales de la universidad en suspenso. La pandemia fue el tiempo en que Damián, sostiene, “me armé mi propia carrera”.
Un amigo me dijo “bueno, mirá, te tenés que aprender todo esto”. O sea, esto son los conocimientos: html, css, python, etc. Me dijo “yo estudié este curso”. Eran todos cursos de Udemy grabados como videos tutoriales de YouTube. Así que me fui armando mi propia carrera y me recibí de programador. Estuvo bueno, porque podía poner la velocidad de los videos que quisieras y lo podés hacer a tu ritmo. Entonces, básicamente estudié los videos, porque yo iba bastante rápido y me obligué a terminar en tres meses los cursos. Tenía que hacer todo, solo en tres meses. Además de eso, me preparé para las entrevistas de trabajo después. Otro amigo me pasó un pequeño resumen de algunas entrevistas y las estuve estudiando, tipo, armé algo para decir como si fuese un final de la facultad. Armé para mí mismo un archivo de pdf de 200 páginas con absolutamente todas las cosas y preguntas que me pudieran hacer o las más importantes. Y era como que, si ya sabía todo eso, era imposible que no me tomen. Entonces, estudié todo eso y dije “bueno, voy a arrancar a buscar trabajo”. Lo primero que hice fue actualizar mi currículum. Actualicé mi perfil de LinkedIn y al siguiente día me llamaron. No mandé ningún currículum a ningún lado. Yo nada más actualicé mi perfil de LinkedIn y al siguiente día me hablaron de esta empresa, de “Mujer Financiera”, que es la que estoy trabajando ahora. Y además de esa entrevista, tenía otras más al mismo tiempo, básicamente, me llovía el trabajo. (Entrevista a Damián, -realizada por Zoom-, Mar del Plata, febrero y marzo de 2022)
Para poder cobrar los 600 dólares por mes que fue ganando como programador, Damián tuvo que abrirse una cuenta bancaria en Uruguay, lidiar con más de una billetera virtual, buscar cuevas seguras a buen cambio. “Por un tema de poder cobrar el dólar como al precio blue y rajar de la AFIP”, asegura. Con la realidad de los múltiples tipos de cambio nos dice que siente que el Estado se queda con más de lo razonablemente aceptable. Además, siente que las restricciones lo obligan a asumir riesgos y actitudes indeseables, que rechaza como propias:
es mucho riesgo andar cambiando plata en la calle, en una cueva o un arbolito por el centro, a veces me siento un delincuente, medio un narco que anda en algo negro, a veces me da bronca tener que andar escondiendo las cosas cuando me las gano trabajando. (Entrevista a Damián, -realizada por Zoom-, Mar del Plata, febrero y marzo de 2022)
Así también su evaluación retrospectiva del accionar estatal en la pandemia lo lleva a revisar sus anteriores convicciones: si bien desde el comienzo estuvo a favor de los cuidados y cree que el gobierno lo hizo bien con la cuarentena, hoy Damián está convencido de que las restricciones tal como se implementaron son la causa de los actuales males del país, como el déficit y la inflación. Las hubiera preferido “inteligentes”, sin que afectaran la posibilidad de seguir trabajando y con menos arbitrariedades en la asignación de las ayudas sociales.
Sobre la base de su experiencia exitosa, Damián llega a una conclusión que extiende al conjunto: para afrontar la crisis actual es necesario ser emprendedor, ser autodidacta y estar siempre interesado en continuar formándose, con la actitud de “invertir sobre uno mismo”. Así realza su propia construcción como programador a partir de defender su mérito de indagar, investigar y formarse haciendo uso y gestión óptima de sus tiempos y habilidades, sus contactos en redes sociales, pero también del esfuerzo por comprender las necesidades del mercado y de explotar eficientemente las oportunidades de las nuevas tecnologías. Entre relatos de iniciación en el mundo de las tecnologías, anécdotas de su pasado gamer y la celebración de su autodidactismo, despliega la crítica a las regulaciones estatales “excesivas”, “desmedidas”, el rechazo a los “impuestos cambiarios”, la reivindicación de un “capitalismo de emprendedores”, en contraposición a un Estado conducido por políticos con privilegios injustificados y empleados públicos que “entran a cobrar protegidos por acomodos”. Y para argumentar sobre este contraste, Damián repasa cada uno de sus esfuerzos y sacrificios en el difícil mundo de la programación, “aprender y capacitarse constantemente”, “invertir en uno mismo y tomar el riesgo”, “sostener la concentración en el tiempo, lograr la energía para la disciplina, pero más importante, lograr la motivación”, “aprender a salir de la frustración de estar quemado para seguir trabajando”.
A su experiencia como emprendedor de sí mismo en la programación, opone la de la política como la vía para acceder por contactos a un empleo en blanco, ese mundo en el que siempre primaría una lógica del parentesco o de contactos personales. De allí su convicción sobre la imposibilidad de ser “ñoqui” y conseguir un puesto de programador, ya que “para trabajar acá tenés que mostrar que sabés”; lo que lo conduce a marcar la injusticia del sector público en el que se vive al amparo de los contactos, al resguardo de las lógicas competitivas, sin necesidad de demostrar méritos, merecimiento y talentos.
Veamos, por último, ahora, un caso que nos permite sostener que aún con una estrategia mejorista que en los términos de los parámetros implícitos de “éxito” -que sí presentan los dos casos anteriores- sería considerada “frustrada” o “fracasada”, el temperamento crítico se expresa en una versión semejante.
Antes de la pandemia, Thiago (20 años) trabajaba con su tío en la construcción de distintas obras en la zona sur del conurbano bonaerense, principalmente entre Florencio Varela y Berazategui. En 2019, cuando sus compañeros del colegio secundario desistieron de siquiera intentarlo, Thiago se animó a ingresar a la Universidad de Buenos Aires (UBA) para estudiar la carrera de Ingeniería en Sistemas. Pasados unos meses, desaprobó exámenes y abandonó el Ciclo Básico Común (CBC). Cuando en 2020 llegó la cuarentena, al igual que Belén y Damián, su familia sufrió la pérdida de sus ingresos regulares. Al igual que Damián, vio en la programación una oportunidad para generarse desde su hogar nuevos ingresos sin por ello tener que exponerse a los riesgos del virus, romper de modo extremo las medidas de cuidado y desafiar a sus familiares y amigos que lo presionaban por cuidarse y al mismo tiempo por que siguiera intentando ingresar a la universidad, ahora ya con clases bajo la modalidad virtual que se impuso con el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO). Por distintos caminos, y contando con recursos, al igual que Damián, se enfocó en darse a sí mismo una rutina de estudio y un objetivo a mediano plazo: autoformarse como programador y conseguir dinero con ello, idealmente un empleo en una empresa que pagara en dólares o criptomonedas. Luego de meses de esfuerzo y de autodisciplinamiento en el estudio, mientras en 2021 Damián lograba conseguir su empleo en una startup, Thiago conseguía una beca de la empresa Globant para realizar el curso de desarrollador web en una “academia online” llamada Digital House. Pero tan solo un año después, en 2022, a pesar de sus múltiples esfuerzos personales, ambos se encontraban a la salida de la pandemia en situaciones muy distintas: mientras Damián había pasado el periodo de prueba de seis meses que le había impuesto la empresa y conseguía su objetivo de un ingreso regular en moneda extranjera, Thiago no habiendo logrado finalizar a tiempo el curso para el que recibió la beca, no lograba pasar las entrevistas laborales y conseguir quién le ofreciera el primer trabajo como programador. Así, resignado en lo que consideró un angustioso fracaso, Thiago retomó con mayor dedicación el trabajo en la construcción y además comenzó a trabajar unas horas durante los fines de semana en un almacén del barrio como ayudante en la carnicería. Sin embargo, con sus recorridos y puntos de partida y llegada muy diferentes, uno considerado exitoso y el otro frustrado, en los dos casos, Damián y Thiago comparten evaluaciones políticas similares: la crítica a la gestión oficial de la pandemia vista como un obstáculo para su propio desarrollo personal, a las regulaciones del Estado sobre distintos mercados, la valorización del esfuerzo como única vía de ascenso social y la fe en el espíritu emprendedor.
El análisis de McGee (2005) sobre la cultura de superación personal estadounidense describe el mandato sociocultural hacia el emprendimiento como actividad esencial de la siguiente manera:
todo individuo tiene algo de emprendedor y la característica distintiva de la economía de mercado es que libera y estimula el “espíritu empresarial” humano. La dimensión pura de la iniciativa empresarial -el estado de alerta ante las oportunidades comerciales- es una relación de uno mismo con uno mismo. Todos somos emprendedores, o mejor dicho, todos aprendemos a serlo; nos formamos exclusivamente a través del juego del mercado para gobernarnos como empresarios. Esto también significa que, si el mercado es considerado como un espacio libre para los empresarios, todas las relaciones humanas pueden verse afectadas por la dimensión empresarial, que es constitutiva de lo humano. (McGee, 2005, p. 111)
Inmersos en un clima cultural que podríamos asemejar al que presenta McGee, el singular modo que tienen los jóvenes como Belén y Damián de asumirse “emprendedores” hace que la categoría cobre para ellos una significación social específica que combina la reivindicación de la autonomía personal con el reclamo -ante el Estado y los otros- de autorregulación en el mercado laboral como la vía para generar los propios ingresos.
Cuando no hay más incentivos que los que uno se puede dar a sí mismo, o cuando estos escasean o, peor, son engañosos o erráticos, las ideas de empoderamiento personal, superación personal y autodisciplinamiento son vitales y decisivas en el curso de vida. Así, mirando desde esta óptica la experiencia de los casos que acabamos de introducir, nos encontramos con el desarrollo de un proceso de “optimización del yo” que implica varias dimensiones de la vida personal; no solo el rendimiento laboral, sino también físico y emocional. Como deriva de la experiencia de Belén y Damián, la introyección de los estímulos de la situación actual, en la que se comprometen una versión del mercado y sus legitimaciones, da lugar a un temperamento: el de los combatientes que están dispuestos a hacer todos los sacrificios y pruebas que la economía exige o, al menos, a reconocer que ese credo es el que llevaría a tal éxito. Desde este punto de vista, gana valor moral un modo de vida que, aunque no apunte a la guerra, implica las habilidades del miembro de un comando: disciplina, fuerza física y moral, inteligencia, habilidad estratégica. Exigencias y valores que se cristalizan en la categoría del emprendedor como categoría no solo económica sino centralmente moral, como vías para buscar y lograr la superación personal en términos de autocreación autónoma y la autoimposición permanente para mejorar la adquisición de nuevos conocimientos y habilidades, con el fin de ganar más y/o de ser más empleable.
En consonancia con lo observado en otros contextos, en parte, esto puede ser entendido como un proceso de autooptimización (Nehring y Röcke, 2020), una búsqueda continua de mejoras de las características y competencias personales a través del compromiso propio, el ejercicio del autocontrol y la retroalimentación crítica hasta alcanzar la mejor constitución posible de uno mismo. Las prácticas de autooptimización apuntan a mejorar las facetas del yo de una manera constante, potencialmente abierta y racional. Para estos autores, este proceso de autooptimización del yo tiende a ser llevado al extremo entre quienes se asumen como emprendedores: calcular cómo todas las características del propio cuerpo, todas las interacciones con los demás, todos los consumos y las intercambios en la vida cotidiana pueden optimizarse utilizando una amplia gama de técnicas vehiculizadas por la lectura de libros o podcasts de autoayuda, tutoriales e influencers de estética y bienestar personal, o apps y dispositivos de autoseguimiento del propio rendimiento.
Entonces, si cada uno es una empresa y un capital sobre el que se invierte y se apuesta, se trata de hacer una acumulación crítica que en el medio plazo garantice una especie de valorización y reproducción automática. Todo esto que se organiza contra el espanto del fracaso, el desempleo y la miseria, configura un modo de vida que vuelve un ser moralmente superior al que puede practicarlo de forma victoriosa. Y es desde esa posición que se desestima críticamente, por ejemplo, el empleo estatal, por el hecho de que está basado en una pretensión de estabilidad mediocre, sin el mérito del esfuerzo y al resguardo de la competencia permanente en el mercado.
Por ello desde el punto de vista de Belén o de Damián se ejerce, contra lo que es dominante en una especie de sociología oficial, una versión de la sociedad cada vez más extendida, más legítima y más capaz de condicionar el ejercicio de la política. Emprendimiento, planeros, parásitos, exitosos, fracasados, ñoquis. Estas y otras palabras son cada vez más corrientes en la imagen que se hacen de la vida social una parte de los argentinos y, muy crecientemente, los jóvenes. En esa imagen podrían determinarse tres pisos: el inframundo de los miserables, a veces inocentes víctimas del subdesarrollo, a veces habituadas a la mala vida de los subsidios; la cúpula compuesta por élites corruptas en la que se distinguen gremialistas y empresarios parásitos y, sobre todo, políticos; un ancho y variado mundo intermedio, oprimido por las dos clases explotadoras a su manera, alberga profesionales y una categoría que, como la de emprendedores, abarca desde repartidores hasta empresarios innovadores y con supuesta capacidad de riesgo. No es una imagen mayoritaria, pero es masiva y se ha extendido a lo largo de los años, acompañando el actual predominio de la reacción contra los grandes partidos de Estado, el populismo, el socialismo, el peronismo y otras formas de nominar a los responsables de lo que se considera un fracaso histórico. Algo de esta imagen puede encontrarse en la autopercepción de la mayoría de los argentinos como clase media, que ya no es una situación económica sino una moralidad que hermana a muy diversos tipos de argentinos entre sí contra dos categorías de sujetos dañinos (Visacovsky y Garguin, 2009). Se trata menos de discutir esa sociología que de comprenderla y de hacerlo en relación con una experiencia clave que, como la de la economía, es configuradora de sensibilidades que dan lugar a prácticas e ideales, a la jerarquía de sujetos y grupos que acabamos de describir y, también, a una idea de individuo y de sociedad.3
Desde esta perspectiva “la sociedad es un robo” del rendimiento del esfuerzo personal del que el individuo debe protegerse. Así, si puntualizamos en la noción de derecho podemos ver cómo, desde esta perspectiva, los derechos no se reconocen y se ejercen por efecto de su universalización, ni nacen como derivados de una necesidad, sino como acreencia que corresponde a un mérito: “un derecho se merece”. Bajo el diagnóstico de que el problema de la sociedad argentina es que “tenemos demasiados derechos, tenemos derechos absurdos”, se justifica haber cobrado el IFE solo si usaste ese dinero para sostener una actividad productiva, un emprendimiento; se justifica tener acceso a la salud pública “si en tu vida te cuidás y no si estás con las drogas o te reventás en la fiesta”, se justifica recibir una netbook en la escuela solo “si no la usan para jugar”. El derecho no es una noción igualitaria abstracta ni desconectada de una trama de reciprocidades: un derecho se debe merecer porque hay un esfuerzo previo que lo sustenta, hay un aguante que lo legitima, un deber moral de superar el sufrimiento de la intemperie, de autoafirmación como condición dignificante de la persona y del derecho. Y es en este sentido que, en el contexto de las interpretaciones vigentes de la necesidad material y las formas de satisfacerla, los sujetos como Damián y Belén se jerarquizan, se reconocen laboral y moralmente como emprendedores y, como los llamamos nosotros, mejoristas.
Para los mejoristas, la idea de que el progreso personal es posible basado en el esfuerzo individual está en la base de una gama de muy variadas relaciones con el Estado y la política: nadie, ni libertarios, ni peronistas, ni cambiemitas, admite querer regalos sino posibilidades. Los mejoristas no tienen una fe inquebrantable en el progreso entendido como una fuerza de la envergadura y la posición de, por ejemplo, las mareas o el movimiento de la tierra. El mejorismo cree en un progreso personal, tal vez módico, a partir del propio empeño. Así, cuando no hay más incentivos que los que uno se puede dar a sí mismo, o cuando estos escasean o, peor, cuando son engañosos o erráticos, las ideas de empoderamiento personal, superación personal y autooptimización del yo son vitales y decisivas en el curso de vida. Pero los mejoristas tampoco se perciben como átomos: su vida transcurre entre el esfuerzo y el cultivo de su capacidad de esfuerzo y los apoyos y obligaciones familiares en muy diversas configuraciones (la pareja, los padres y hermanos, la familia ya constituida y los hijos por venir o por cuidar). Por ello es que observar críticamente desde afuera de esa experiencia, el “egoísmo” implícito de los mejoristas, es universalizar falsamente la experiencia de clase y generación de los observadores. El mejorismo es la subjetividad que corresponde a la generalización del mercado vivido y la crisis del Estado.
El impulso mejorista se encuentra con los llamados y dispositivos de la política y opera como un filtro de esos llamados a los que atiende y responde con la especificidad de esa posición. Y de la trayectoria que se tenga previamente dependerá el voto: como veremos, no hay una conexión única entre esta figura que condensa la trayectoria de muchísimos jóvenes y una única forma de opción política en un momento puntual como una elección.
Hasta acá tenemos un temperamento y una subjetividad que no habilitan un único comportamiento político. En parte porque ningún comportamiento político es mecánicamente derivado de una posición en la estructura social y porque las posiciones son ambiguas, móviles y se configuran al calor de la disputa social.
En un lenguaje muy extendido en nuestros tiempos se plantea una pregunta: ¿por qué la derecha puede interpelarlos en términos tan radicales con más éxito que otras fuerzas políticas o con un éxito que no tenía hasta hace poco tiempo? Digamos que los éxitos en “interpelar”, digamos en convocar, resultan no solo -como suele creerse habitualmente- de la potencia, originalidad, de carácter disruptivo del mensaje o de las características extraordinarias del emisor. Si alguien puede ser convocado, como sucede con estos jóvenes, como emprendedor o héroe del mercado, es en parte porque ha sido constituido como tal, porque puede narrarse a sí mismo como de esa forma, al menos parcialmente. Lo que ha venido aconteciendo con jóvenes como Damián, Thiago y Belén es que sus experiencias, surgidas de condiciones y posibilidades sociales actuales, han constituido una sensibilidad con la que un conjunto de discursos políticos conecta mejor. Con algunos, porque ese discurso dice lo que ellos sentían y pensaban, pero no hallaba emisor. Con otros parece hacerlo de manera más contundente porque el discurso político liberal, en especial el de Milei, les permite construir esa experiencia, darle sentido inmediato a su práctica, hacer público algo que hasta que es convocado por el llamado político y aceptado resulta al mismo tiempo mudo y privado. En síntesis: las convocatorias liberales son exitosas porque sintonizan con las formas en que los sujetos se narran a sí mismos o, como decía Paul Willis (2014), “hacen puente” con su experiencia, incluso con algo que les pasa, pero no ha sido puesto en palabras o, al menos, en público, y se hace para ellos evidente por primera vez.
En contraste, la capacidad para convocar a sujetos así constituidos como sobrevivientes de la pandemia, héroes del mercado, emprendedores de sí mismos, leones a la intemperie en la selva, se estrecha para discursos progresista que pretenden que los receptores de su convocatoria política sean sensibles a disyuntivas que, o son poco prácticas o son directamente irritantes, como “la derecha versus los derechos”. Así, en los mismos interlocutores que describimos más arriba encontramos que su sensibilidad política está compuesta por capas en las que se van sumando tonos que son el resultado del encuentro entre sus experiencias y formas de discurso político que comparten un núcleo común en torno a valencias positivas del individualismo, como la autonomía personal, y reactivas, como la desjerarquización. Aspectos que, específicamente en la prédica de Milei, toman la forma de la convocatoria al “despertar de los leones” y a ejercer la rebeldía contra “el sistema de la casta” corporizado en el Estado.
Esta prédica obtiene resultados en tanto la experiencia de los jóvenes sedimenta en una serie de críticas que, desde las más generales y difusas a las más particulares y determinadas, pueden ordenarse de la crítica a la política, pasando por la crítica al Estado, hasta la crítica a la economía. Mientras algunas de esas capas surgen de un clima general que en buena parte deriva de las experiencias descriptas más arriba, las más definidas son más o menos críticas o polémicas: surgen como el resultado de un llamado desde la política y en respuesta, polémica, diálogo o, incluso mimesis invertida contra lo que desde el punto de vista de esa sensibilidad se señala como la izquierda, el comunismo, el populismo y otras versiones de adversario y/o enemigo de su discurso y sus prácticas. En un texto reciente, Tomás Borovinsky (2023) expone la especificidad de la situación de la Argentina en el conjunto de las radicalizaciones que se viven a nivel global y, específicamente, a nivel occidental. En nuestro país vemos que la radicalización de posturas de derecha se debe menos a una rebelión contra los avances de la agenda identitaria (aunque tampoco es que esta no sea en parte cuestionada), y más al hecho de que atravesamos una crisis de estanflación prolongada por una década.
En un sentido muy general, hay un tono básico de hartazgo y decepción con los políticos contemporáneos. Los malos resultados de las dos grandes coaliciones que, política y programáticamente enfrentadas, polarizaron el escenario político luego de 2001 hasta la irrupción, primero de la pandemia, luego de Milei, son la razón invocada por muchos de nuestros interlocutores para informar algo que es más que rabia ante la crisis. La memoria de una década económicamente cruel atravesada por la memoria de los fracasos sucesivos del peronismo y de Macri está en la base de una distancia que no es, sin embargo, tan solo un “que se vayan todos”.
La rabia a la que se le atribuye todo convive con la decepción, el descrédito y la percepción de que no se puede esperar nada de la política. Este complejo de vivencias negativas frente a la política debe mucho a la interpelación que es más verosímil en el caso de la posición de Milei. En ese nivel tan general, la consigna del 2001 que revive como un “que se vayan estos” y que se extrae como conclusión de la incapacidad del actual gobierno para atacar cuestiones como la inflación o la seguridad, se condensa en la difundida afirmación de que “peor que esto no podemos estar”. En los grupos focales que realizamos, salvo entre quienes tienen una identificación política fuerte con el peronismo, esas apreciaciones críticas surgieron todo el tiempo. Si la propaganda antiperonista les hace sentido es, antes que por su insistencia y su potencia, porque las experiencias de los jóvenes de estos grupos focales era de frustración frente a una situación económica en la que sus cada vez más horas de trabajo no alcanzaba más que para abastecerse cotidianamente sin poder siquiera independizarse de sus padres o llevar adelante una carrera universitaria o porque las políticas de seguridad son insuficientes. Lo que en parte es el efecto de la prédica de más de diez años de los intelectuales antiperonistas de masas acerca de “70 años de peronismo” como causa de la decadencia es, también, como en este caso, el resultado de las evaluaciones actuales y personales de esos mismos jóvenes.
Al mismo tiempo, la percepción de los políticos como una comunidad aislada de la realidad y al mismo tiempo injustamente privilegiada acompaña las apreciaciones de los decepcionados, los distantes o incluso la de los que son activos en relación con ideales que podríamos definir precariamente como de derecha o de izquierda. La disociación de las preferencias ideológico-programáticas respecto del comportamiento elitista no deja de tener matices. Algunos de la casta son más pasables que otros, o algunos compromisos con la casta se entienden: para muchos, no es contradictorio pensar todo esto y, al mismo tiempo, impulsar la elección de Milei, o al menos votarlo, ya que en ese caso, la vocación programática y la electoral coinciden. Para ellos, Milei o Bullrich, en menor medida, son políticos distintos, aunque nada de esto alcanza para ignorar un hecho: la política, las elecciones, no son algo ni atractivo ni relevante para la mayor parte de nuestros entrevistados.
A este paño de fondo es preciso agregarle un tono que cambia la composición. Permítasenos un rodeo acerca de los efectos de la pandemia en el lazo con los partidos políticos y el Estado. La pandemia ha catalizado tendencias previas pero, además, ha sido un proceso con una dinámica propia (Pinedo, 2022) en la que el presente económicamente doloroso dispara ahora un balance retroactivo que modifica el que era corriente mientras la pandemia sucedía y sus peligros estaban latentes: el mismo gobierno que conduce mal la economía -desde la mirada juvenil- condujo mal la política sanitaria, y vistas las cosas desde esa actualidad, la gestión de la pandemia no solo fue mala, sino también de perjuicio para la economía. Muchos que apoyaron las diversas medidas de cuidado hoy se arrepienten de haberlo hecho o, al menos, adhieren a los balances más críticos (“nos encerraron”). Las opiniones “negacionistas” que relativizaban la letalidad del virus o critican la voluntad de luchar contra lo inevitable a costa de otros bienes importantes crecieron en la pospandemia desde un presente oprobioso que se pone en diálogo con una de las imágenes más fuertes de las memorias pandémicas, la de “la fiesta de Olivos”.4 Para quienes se inscriben en esa dialéctica, esta no solo viene a mostrar que la política de cuidados era hipócrita, inconsecuente y discriminatoria a sus ojos (“era para los giles”), sino que certifica también que los políticos viven una vida de vicios que todos podían imaginar, pero de la que no había imágenes. La confirmación de la perversión de los que debieran haber sido ejemplares en el cuidado y contradijeron su propia palabra ha sido dañina para algo más que la imagen del presidente Alberto Fernández; ha causado el estrago de erosionar la confianza en el Estado en general. Toda suspicacia sobre los dobleces del poder político se justifica un poco más luego de ese hecho que, casi toda vez que se lo busca, se lo encuentra como fundamento de una memoria crítica. Por esta vía, la erosión de la imagen de la política es parte de una erosión de la relación con el Estado.
Pero hay un recorrido inverso y complementario que también fue iluminado por la pandemia: durante su transcurso, las promesas acerca del Estado salvador, de forma independiente de las virtudes y concreciones de la política pública, se vieron contrastadas por la evidencia de que muchos tuvieron que intentar salvarse solos. La característica crucial de la pandemia fue poner al Estado en un lugar imposible en el que todo lo que hiciera iba a estar mal porque el virus, la vacuna, la dolencia eran discutibles y porque los medios para discutirlo estaban a mano de todo el mundo. En ese contexto se dio una agudización de la crisis de la confianza en el Estado que pone en crisis a los partidos políticos y ha potenciado las posiciones liberales en un grado que no logró hacerlo, por ejemplo, la crítica macrista al kirchnerismo en 2015.
Agreguemos un pigmento más. El repartidor de PedidosYa que pedalea por las calles de tierra o acelera su moto por las calle oscuras, el estudiante que deja su carrera universitaria para aprender Python impulsado por el sueño del nomadismo digital, o la joven que emprende por Mercado Libre vendiendo desde ropa hasta artesanías, comparten algo en su proceso de politización: sus experiencias con lo público (lo que muchos en los grupos focales llaman “los tres pilares: educación, salud y seguridad”) los adhiere a la crítica social del estado del Estado. Esta crítica juvenil al Estado cobra una modulación singular: y se concentra en lo que se percibe críticamente cómo una “mímica estatal”, que no es adversar abstractamente con la idea de Estado como actor en la vida social, sino señalar las inconsistencias de la intervención estatal en lo cotidiano.
Cuando en los focus groups conversábamos sobre las principales injusticias del país, las opiniones se concentraban centralmente en tres aspectos clave: el trabajo en negro y la crisis económica, la falta de seguridad en los barrios, la discriminación y la violencia de género. El papel del Estado sobre estos aspectos aparecía frecuentemente evocado en su deber (“el Estado debería”) y a su vez constatado en su ausencia o en su presencia aparente, impostada e impotente.
Rocío, de 23 años, estudiante de psicología, participó de uno de los grupos que realizamos en la zona sur del AMBA. Para ella y sus amigos la principal injusticia es “el tema del trabajo en negro”. Con una mezcla de ironía e indignación, Rocío nos narraba las situaciones de “negreo” a las que su generación se ve sometidas. “El Estado presente no estaba; ausente”, repetía. Con esta figura, la del “Estado presente”, Rocío aludía a la discursividad de los anuncios y publicidades oficiales. Su crítica a la ausencia de control de las agencias estatales en las condiciones y modalidades de contratación tenían un doble basamento en su experiencia: por un lado, las empresas la tomaban como “pasante” con mayor facilidad dada su condición de estudiante, por otro le exigían cumplir ocho o más horas de trabajo, lo que le hacía imposible continuar cursando la carrera.
Trabajaba en una distribuidora, que éramos más de 100 empleados y había cuatro personas en blanco. Y no había control de la AFIP ni nada. No había el Estado presente en ese tema. ¡Ausente! Y, por ejemplo, a mí y a una compañera nos pasaba que, al ser estudiantes, o sea, te llaman, te dicen que como sos estudiante son prácticas, o te formaban, supuestamente, como pasantes. Y era de 8 de la mañana a 6 de la tarde, o sea, no te dejaban una franja horaria para cursar, o para poder hacer cualquier otra cosa que no sea estar todo el día en la oficina. (Rocío, en Focus group, zona sur del AMBA, agosto 2022).
La crítica parte de ver en su experiencia laboral y estudiantil las consecuencias sobre su vida de la mímica de un Estado presente. Pero también encontramos que la fuente de esta crítica puede provenir de lecturas retrospectivas -habilitadas en gran medida por el modo en que se procesó el tiempo disponible en la pandemia como tiempo de introspección- sobre las trayectorias personales.
“La educación pública está bien pero si el edificio de la escuela se cae a pedazos o te cagás de frío es una mierda”, afirma Damián, que también con 23 años, dejó de trabajar como repartidor cuando comenzó la pandemia por temor a los contagios y, aprovechando el tiempo que pasaba en su casa durante la cuarentena, comenzó a estudiar en Henrry, una de los “academias online” que promueven la inclusión de jóvenes de sectores populares al mundo de la programación. Damián no cuestiona de forma principista la educación pública, pero entiende que el estado actual de la educación y las escuelas está indisolublemente ligado a un estado de la política. El edificio de su colegio secundario le sirve de ejemplo. Nos cuenta que el edificio “está hecho mierda” y que sus profesores le aseguraban que se encuentra exactamente igual hace treinta años cuando algunos de ellos estudiaron allí. La cooperativa escolar y el centro de estudiantes en el que él participaba intentaron pintarlo. Tardaron meses en organizarse y recaudar el dinero; cuando quisieron comprar la pintura y los materiales, la inflación había hecho su efecto. Un concejal que tenía contactos con la cooperadora escolar les prometió ayuda que finalmente nunca llegó. Damián terminó el secundario y el día que egresó, antes de irse, se sintió impotente observando el estado del colegio detenido en el tiempo y sintió en el cuerpo la impotencia de que “nadie haga nada” efectivo para evitar la decadencia:
claramente hay un montón de cosas que yo aprecio un montón de este país, como la educación pública y la salud pública, que es superimportante y las valoro un montón. Pero son como vacas viejas. El hecho es que acá el Estado te dice “tomá, acá te doy educación” y después es una mierda, un edificio hecho mierda, unos profesores todos los días de paro. (entrevista a Damián -realizada por Zoom-, Mar del Plata, febrero y marzo de 2022)
La idea de bien público no está puesta en cuestión. No al menos en abstracto. Pero la crítica al “estado del Estado”, que en los focus groups se extiende al estado de la salud pública, el transporte, y con énfasis a la seguridad, está indisolublemente ligada a ese sentimiento de impotencia que pasa por el cuerpo. La lectura de la situación actual en clave decadentista contrapuesta a las potencialidades del país tienen un correlato en el juicio del estado calamitoso del Estado.
La percepción del cambio radical en las condiciones económicas en lo que va de una década a otra está muy elaborada entre las nuevas juventudes: conciencia de las condiciones de existencia degradadas y de la pérdida a la hora de evaluar méritos relativos de sus esfuerzos. En un juicio comparativo con la experiencia de sus mayores se autoexplican el sentido específicamente generacional de su malestar: observan que los que son un poco mayores que ellos por unos seis u ocho años (hermana/os, primos, amigos) han disfrutado en la emergencia a la adultez condiciones económicas menos frustrantes y menos exigentes, tanto para acceder a un trabajo estable como para acceder a una vivienda. Algo que hoy en día ellos perciben como inalcanzable de continuar el rumbo económico e inflacionario actual. De esta consternación -que nombran como “el estigma de la generación”- también nacen una percepción de la injusticia de “la cultura del trabajo” como cultura de la explotación “del negreo” en la informalidad laboral, y a su vez, una lucha ante los otros por lograr la valorización del esfuerzo personal, que compone una oposición entre los emprendedores y aquellos que “viven del Estado” al cobijo de un salario.
Es dentro de este marco que se extiende el reconocimiento del trabajo que se realiza para componer un ingreso, sin ser un empleo, ni recibir un salario, como emprendimiento. Ya que el emprendedurismo no es una opción laboral en el vacío sino dentro de una trama de opciones posibles en la que oscila “el negreo de la cultura del trabajo” y el salario en blanco, el reconocimiento de valencias positivas del trabajo no asalariado -que pudimos ver con el caso de Belén- son cada vez más reivindicadas. Libertad, autonomía, flexibilidad en los horarios, el hecho de no tener que lidiar con el maltrato de jefes, compañeros o clientes en la atención, la autogestión de los esfuerzos y el ingreso de dinero en efectivo, son todos atributos positivos que los jóvenes encuentran en el emprendedurismo frente a otras opciones laborales. Así, la mayoría de nuestros interlocutores intenta componer sus ingresos totales suplementando, y en el caso de los que tienen un salario o algún otro ingreso regular, complementando, con los ingresos parciales provenientes de sus propios emprendimientos. Ya que, tal como nos aparecía en los grupos focales, si no había participantes que se reivindicaran a sí mismos como emprendedores, a partir de la pandemia, con la necesidad de ingresos, sin excepción aparecían proyectos personales nombrados como emprendimientos: quienes tenían por hobbies el dibujo o la costura comienzan a ofrecer en las redes sociales sus productos; quienes tenían un conocimiento básico de computación como gamers pasaron a emprender en la programación; quienes se tatuaban entre amigos también pasaron del ocio al emprendimiento.
Los que salieron solos de la pandemia ven en las restricciones estatales un obstáculo o una ayuda inservible que no alcanza; entienden que lo principal es automotivarse y mejorarse por el propio esfuerzo (como vimos en el caso de Damián, optimizarse como unidad productiva). Por ello, como ya mencionamos, vemos que el emprendedurismo es económicamente diverso y moralmente homogéneo al reivindicar la superioridad moral de aquellos que sobreviven en el mercado sin depender de un salario público o de ingresos, subvenciones, transferencias de algún modo provistas por el Estado. Incluso, para alguno de estos jóvenes hay un matiz crítico respecto de los contratos de trabajo tradicionales a los que entienden como extraordinarios y privilegiados. Habría que explorar la posibilidad de cuán extendida y articulada es la crítica a aquellos que viven de alguna forma bajo el privilegio del abrigo de un salario regular y regulado.
“La gente de bien” que las figuras políticas del libertarismo evocan en su prédica pública como aquellos ciudadanos que “se ganan el pan con el sudor de su frente” se recorta sobre una alteridad a la que se confronta como “la mala gente”, aquellos que cobran un sueldo del Estado. El despliegue de una visión del mundo centrada en la economía, la concepción de uno mismo y de los otros como unidades productivas, es el punto rector del discurso impulsado por las figuras libertarias. El ataque a las bases del paradigma social del peronismo -que en el caso de Milei se centra en denunciar a la justicia social como un robo y en impugnar que donde hay una necesidad nace un derecho porque desde su concepción un derecho se merece y se paga- concentra en la demanda de reconocimiento y valorización del esfuerzo personal un aspecto clave. Liberar las fuerzas del trabajo de las regulaciones y trabas del Estado, emprender con las propias fuerzas para forjar el propio destino, todo ello retroalimenta la relación entre las juventudes mejoristas y la convocatoria libertaria.
A su vez, en la crítica a la economía se despliega, además de una crítica a la situación del trabajo asalariado, una a la inviabilidad de la situación resultante de una inflación que supera mensualmente se consolida por arriba de los dos dígitos y anualmente supera los tres. En torno a este punto se entrelazan cuestiones que en otros momentos podrían no corresponderse: el nacionalismo, la crítica a la moneda nacional, la popularización de referencias a teorías monetarias neoclásicas.
La fusión de nacionalismo y liberalismo a ultranza puede parecer extraña, pero es uno de los senderos que recorren los votantes de Milei, especialmente los provenientes de las últimas camadas en las que se combina un origen que ya no es el de los deciles más altos de la sociedad, con un viraje reciente hacia posturas de la derecha antiglobalista. Cuando los motivos económicos de la adhesión a Milei son adoptados en niveles más bajos de la estructura social trabajados por la sensibilidad organizada por el mercado, se produce algo que hace unos años hubiera sido difícil de concebir. En la medida en que la idea de que la única salida es Ezeiza, que es fogoneada por y para un público que tiene la ilusión y la posibilidad de irse y tener éxito, aparece mellada por la circulación global de la novedad de que el proyecto migratorio no es tan fácil ni tan promisorio, las posibilidades antiglobalistas preconizadas por los sectores más radicalizados y/o afinados con las vertientes de la derecha extrema reverdecen. Ellas se vuelven un motivo para las identificaciones de jóvenes que no necesariamente son parte de la burbuja virtual de la alt right, aunque esta haya disparado posibilidades que habilitan esas posiciones. Lo que en la canción de una banda musical de mediadores de estas posiciones, Una bandita indie de La Plata, aparece como un manifiesto programático plebeyo y masculinista de mercado, en el que se reivindica “el país” contra chetos multiculturalistas, también puede observarse en fragmentos de la vida cotidiana de jóvenes trabajadores.
Agustín y Florencia tienen 26 y 24 años y no quieren irse del país. Hace cuatro años que están en pareja viviendo en Escobar y sueñan con la posibilidad de comprar un terreno, algún día construir su casa, planifican tener hijos y compartir una vida en familia. Con énfasis similares, los dos insisten en que: “hay que apostar por el país, hay que mejorar el país para no irse”. Por esta razón, al sostener esta postura a favor de quedarse y contraria a los que deciden irse, ambos sostienen una polémica casi cotidiana contra familiares y amigos. “Siempre, desde siempre -nos dice Agustín- hablamos con mis amigos, si irse o no del país. Algunos chetos piensan en irse, pero antes de irse, podrían quedarse unos años así ayudan al país”.
Agustín y Florencia están suscriptos a canales políticos en YouTube, eligen no leer los diarios porque “bajan línea” pero miran los noticieros de la noche, compran algunos libros de políticos como el de Espert y el de Cristina Fernández de Kirchner. Tanto a los dos como a sus familias les interesa la política, y tanto en las discusiones con su círculo más cercano como en sus charlas sobre el futuro de su pareja, la evaluación de la situación política suele aparecer como argumento a favor o en contra de la “opción Ezeiza”. Así, si bien ambos están convencidos de que durante la pandemia las restricciones sanitarias del gobierno a la circulación fueron muy negativas y la inflación y la inseguridad, desbocadas en la calle, la imposibilidad de saber “cuánto necesitas ganar en un mes para vivir bien o poder ahorrar para un futuro familiar” son una invitación a “irse del país”, aceptar esa invitación no es su alternativa. Resistir, aguantar, perseverar contra esa invitación a irse lejos de sus familias, de sus amigos, de sus vínculos, de su barrio, tiene un valor moral tan fuerte como el de saber afrontar la intemperie y bancársela. A la hora de combatir en la discusión con sus amigos sobre el futuro del país, Agustín, que ya seguía en las redes a figuras libertarias desde antes de la pandemia, cree que Milei es “una esperanza” y comparte con Florencia su emoción por verlo en las polémicas mediáticas defender el país como un patriota: “No soy un indignado, soy un esperanzado”, dice con orgullo. El optimismo sobre el futuro del país, la referencia a un futuro prometedor les da bronca contra todos aquellos que impiden ese desarrollo: somos un gran país, Argentina tiene un futuro arrasador, un bull market por venir, pero tarda en llegar como efecto de las malas decisiones políticas, de los obstáculos y las restricciones, de la falta de osadía/rebeldía que también habita entre los que se resignan a irse. Ese optimismo que encarnan referentes libertarios a contracorriente en los paneles televisivos plantea algo que supera la autoflagelación y exposición de sentimientos de inferioridad nacional: la necesidad de esperanza de los que no se van a ir, no quieren irse, saben que no es fácil irse.
Entre el arraigo y, tal vez, el conocimiento más o menos difuso de que el mundo “está difícil” para los que migran, el nacional-liberalismo es una alternativa natural que no necesita de la coincidencia consciente con la alt right europea. Desde ese punto de vista en curso, aquellos que deciden irse del país haciendo de esa postura una distinción esconden una resignación que, para Agustín, los acerca más a los responsables de la inercia decadentista. Una alteridad difusa que abarca desde los chetos hasta los que viven de privilegios sin esforzarse… también ellos son la casta. El nacionalismo de Agustín y Florencia compone una versión del nacionalismo libertario en el que la dolarización, antes que la renuncia a la soberanía nacional, es una vía de salida para volver a darle previsibilidad y futuro al país. Su argumento es que en la economía argentina actual “ya dependemos del dólar”, dado que los valores de los bienes, desde el alimento hasta las viviendas, y progresivamente otros bienes y servicios como los alquileres o la tecnología, se rigen por las variaciones del dólar. A la crítica a la mímica estatal le sucede la crítica a la mímica del peso: la convicción de que “ya estamos dolarizados de hecho -como nos explica Agustín- pero que tenemos todas las desventajas del peso atado a la suba del dólar y ninguno de los beneficios de una moneda fuerte”. Así, la constatación de que todos los precios de los bienes están referenciados en el valor del dólar conduce a la convicción de que la solución libertaria de la dolarización no acarrearía una pérdida de soberanía sino una conexión con el mundo en el que “el tema de la inflación ya está hace tiempo solucionado”.
Y para mí es más por patriota que hay que dolarizar, por el bienestar del país, de la economía, que ponemos como prioridad una moneda cuando Argentina se vuelve impredecible. Para mí pasa por otro lado la patria. No por el peso. El punto está en que no puede ser que tenga que pasar 20 años de mi vida para poder comprar un terreno, 10 años más, 15 para hacer la casa y se me fue la vida! (Entrevista a Agustín, Buenos Aires, mayo de 2023)
La extendida crítica a la inflación y la adopción de la dolarización como salida al laberinto de la estanflación son parte de una demanda juvenil de previsibilidad y horizonte de futuro. “La vida sucede un poco hacia delante -agrega Florencia para reforzar la postura de su pareja- y esta generación perdió mística, porque hoy del futuro lo único que sabes es que mañana todo va a estar más caro”. Así, en continuidad con la crítica a la mímica de estatalidad, se sitúa y conforma la crítica al peso argentino como moneda fallida. “Un peso zombi”, nos graficaba Agustín. Tal como en otros aspectos, para estos jóvenes, así como el Estado dice estar presente pero se revela impotente en aspectos clave de la vida en común, algo semejante sucedería con la moneda nacional.
Aquí nos preguntamos por los efectos del triple fracking pandémico en las subjetividades juveniles y por las posibilidades de su capitalización política. En una primera instancia de nuestra investigación (Semán y Welschinger, 2022), centrada en analizar los efectos de la experiencia pandémica en estas juventudes, lo que verificamos fue la emergencia de un temperamento crítico con la política y el “estado del Estado” que nacía de las experiencias concretas que los sujetos elaboraron en su vida cotidiana durante el amplio periodo de vigencia de políticas de ASPO y distanciamiento social preventivo y obligatorio (DISPO), aunque estas no tenían (aún) una traducción unívoca a las posiciones políticas electorales, sino que dejaba a ese malestar en la posibilidad de distintas alternativas políticas. En la actualidad, transcurrido el tiempo, el proceso electoral nacional y avenida una profundización de la crisis inflacionaria (que supera el 120% anual), nos encontramos que esa posibilidad se confirmó en la actualización de un vínculo de adhesión masiva a la candidatura de la fuerza encabezada por Javier Milei.
Así vimos que en una subjetividad juvenil formada en la experiencia de ingresar, atravesar y salir de la crisis producida por la pandemia, emerge la triple crítica que fue al mismo tiempo solicitada y en cierta medida inculcada por la performance y la prédica pública de los figuras de la LLA hasta lograr anudar su discurso, hacer puente, con esas experiencias. Entonces planteamos que a las potencialidades del malestar juvenil se debe sumar el efecto de la consolidación de un proyecto de una “derecha popular”, que nace de la crítica al carácter elitista de las experiencias previas de las derechas (Vázquez, 2022) y que tiene en Milei un representante especialmente operativo con capacidad de comunicar sobre temas e ideas liberales complejas, que también activó militantes de aspiración y/o condición popular, que buscan unir las experiencias de la vida de los sectores populares con propuestas y diagnósticos del liberalismo más radical.
A su vez, nuestro enfoque procuró captar la distinción que Hoggart, Thompson y los estudios británicos realizaban sobre la ideología práctica de la clase trabajadora y la ideología doctrinaria de los dirigentes, y de este importante señalamiento metodológico derivamos una diferenciación entre la sensibilidad popular juvenil y el programa ideológico del libertarismo. Por ello, en nuestra interpretación del contenido de la crítica a la política, el Estado y la economía, fuimos analizando en puntos clave cómo se producen los anudamientos progresivos entre las sensibilidades juveniles que captamos bajo la categoría de mejoristas y el discurso de Javier Milei.
Las juventudes mejoristas distan de ser ideologizadas de modo global y doctrinario por la derecha radical, en primer lugar tienen ciertas reivindicaciones sociales. La experiencia de los jóvenes que investigamos contiene un elemento clave de su sensibilidad política, de su capacidad de ser receptivos a ciertos llamados libertarios. Esa experiencia se nutre, por un lado, de la convicción de que se han salvado a sí mismos de la intemperie -la de no acceder, por ejemplo, a un empleo y salario que garantice ingresos regulares, no recibir “ayudas” estatales o privadas- produciendo sus ingresos por su propio esfuerzo, en un sentido en que autogestión y autoexplotación física han sido motorizadas por su voluntad. Pero esa experiencia también se nutre de haber vivido al “estado del Estado” como un obstáculo que, bajo la forma de reglamentaciones, impuestos o estafas (como servicios mal provistos, que operan como muestra gratis o mímicas), muestran a este como un agente de daño. Este se transforma así, más en un creador de molestias que en el proveedor de asistencia en virtud de la cual reclama legitimidad y consenso con sus políticas.
Entonces, si bien no puede decirse que todos los jóvenes que apoyan o votan a Milei asumen como propia una agenda excluyente y autoritaria, mostramos en qué grado algunos sí podrían llegar a hacerlo, y no se trata solo de los activistas que conforman algo así como su camada embrionaria de adherentes oriundos de las redes sociales con diálogo directo con los dogmas de la derecha alternativa.5 Más allá de ellos, se trata de registrar el hecho de que entre los adherentes masivos de Milei se registra el impacto de su prédica reconfigurando los horizontes de la política, la masificación relativa de los elementos identitarios de la derecha tal como esta se define a sí misma en el proceso político local. Y esto a su vez, tampoco quiere decir que los dirigentes de la LLA no tengan claro qué quieren, ni adonde quieren llevar las cosas (Stefanoni, 2021). Pero sí quiere decir que la sociología de la adhesión ideológica no es igual al destino de su capitalización política en un proyecto excluyente. Todo lo cual, una vez más, no implica negar la posibilidad latente de que la masiva adhesión que actualmente conquista la prédica libertaria en el mediano plazo logre ser fidelizada y reactivada en un proceso de redefinición autoritaria del demos.
Borovinsky, T. (2023), “Tsunamis de ira pública”, Revista Panamá. Recuperado de https://panamarevista.com/tsunamis-de-ira-publica
Flamand, L., Alba Vega, C., Aparicio, R. y Serna, E. (2023). Trabajo remunerado y de cuidados en la Ciudad de México. Los efectos de la pandemia de covid-19 sobre las desigualdades sociales y la convivialidad Mecila Working Paper Series, 57. San Pablo: The Maria Sibylla Merian Centre Conviviality-Inequality in Latin America.
Semán, P. y Welschinger, N. (2022). El populismo de la libertad como experiencia. El Dipló Recuperado de https://www.eldiplo.org/276-el-peligro-avanza/el-populismo-de-la-libertad-como-experiencia/
Semán, P. y Welschinger, N. (2023). Las mil flores libertarias. El Dipló . Recuperado de https://www.eldiplo.org/287-la-tentacion-autoritaria/las-mil-flores-libertarias/
Vázquez, M. (2022). ¿El rugir de los leones? Participación juvenil y nuevas derechas durante la pandemia. En P. Vommaro (Ed.), Experiencias juveniles en tiempos de pandemia ¿Cómo habitan la pandemia las juventudes y qué cambió en su vida cotidiana? (pp. 111 - 135). Buenos Aires: Grupo Editor Universitario.
[1] La alianza política de sectores peronistas y progresistas que gobernó durante el periodo 2019-2023.
[2] El trabajo de producción de datos para esta investigación se realizó a través del diseño de una estrategia cualitativa para indagar en las experiencias de jóvenes de sectores medios y populares. Esta estrategia, además de entrevistas individuales, historias de vida y registros etnográficos, se centró en la organización de 16 focus groups con jóvenes de entre 17 y 26 años de sectores medios y populares del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). La concepción, la preparación, tanto como la ejecución de los grupos focales que realizamos para esta investigación difiere esencialmente de la receta tradicional y estándar que las consultoras han popularizado a través del periodismo (sobre todo a partir de la campaña de Cambiemos en 2015) de los grupos focales, como la reunión de un grupo de personas desconocidas entre sí, reclutadas mediante un pago y siguiendo criterios preestablecidos por clases sociales y género, convocadas a asistir a un lugar desconocido y ajeno a ellos (por lo general, la llamada “sala blanca” que las consultoras disponen para estos casos), sometidas a un cuestionario cerrado (con el fin de comparar luego con otros grupos de sectores sociales distintos). En contraste con esta versión estandarizada de la técnica, nuestra estrategia de reclutamiento no fijó criterios de reclutamiento rígidos o preestablecer cuotas abstractas que finalmente resultan un sucedáneo incomprobable de la “representatividad” sino un balance de lo que iba surgiendo como resultado de los pasos previos de acuerdo con una red de contactos que se amplió y diversificó en sus posibilidades de convocatoria; tampoco determinamos a priori los espacios para realizar los focus. Por el contrario, implementamos la técnica de bola de nieve, focus tras focus, y así las y los jóvenes contactaron a sus familiares y/o amigos en puntos de encuentro seleccionados por ellos mismos a los que nosotros como equipo nos aproximamos: nos reunimos en casas, bares, heladerías y en escuelas del conurbano sur y norte. Fue muy importante situar los grupos en los entornos que nos pidieron los entrevistados: lugares que ellos eligieron por cercanía, comodidad y gusto en situaciones menos artificiosas que la que propone la cámara Gesell. De tal modo, que este patrón de relación y de emplazamiento permitió situaciones de gran expansión afectiva, de elaboración grupal, en las que, por ejemplo, las posibilidades de moverse, fumar, tomar alcohol, sentirse a sus anchas, tanto como compartir las expresiones de angustia, llorar y desahogarse, eran dinamizadoras de la actividad grupal. Asimismo, decidimos no concurrir a los encuentros con una guía de preguntas preestablecidas, que debía cumplirse de forma independiente de la situación para asegurar la comparabilidad intergrupal, sino con una serie de tópicos que pretendíamos abordar, siempre abiertos a la posibilidad de que nuestros interlocutores nos propusieran temas más relevantes para ellos, que fueron finalmente, las verdaderas constantes entre los grupos. Nuestra participación en tanto investigadores de las instancias de “construcción de datos”, en vez de la perversa e improductiva contratación de entrevistadores y reclutadores, aprovecha lo que se olvida habitualmente: que la recolección no está escindida del análisis de los mismos es algo que también distingue nuestra versión del método de los focus groups convencionales. Es justamente por estas definiciones metodológicas que debimos cambiar rápidamente un supuesto y un objetivo de trabajo: por más que no nos lo habíamos propuesto como objetivo principal, rápidamente percibimos que el período abarcado por las medidas de cuidado para hacer frente a la pandemia del COVID-19 era un asunto de suma importancia para las personas con las que dialogamos. En todos los focus groups, las primeras intervenciones a propósito de nuestro pedido de que se presentaran con sus nombres, sus estudios y/o sus trabajos, se vincularon con aquello que indistintamente llamaban “la cuarentena” y “la pandemia”. Constatamos en ese hecho recurrente y “espontáneo” que, lejos de haber quedado como un capítulo ya superado de la historia argentina, la pandemia sigue incidiendo en la vida de los jóvenes.
[3] A nivel internacional ya existen investigaciones -como las compiladas por Ryan (2023)- que han comenzado a indagar en los modos específicos en que la pandemia potenció formas del individualismo según el modo en que se articularon la acción estatal, la comunidad y los derechos individuales en cada configuración nacional.
[4] El episodio llamado “fiesta de Olivos” sucedió en julio de 2020 en la residencia presidencial. Consistió en la celebración del cumpleaños de la primera dama junto al presidente Alberto Fernández y diez invitados más, con lo cual se violaba el cumplimiento del aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) que regía para todo el país por decreto de necesidad y urgencia (DNU) presidencial. Tras la filtración a los medios masivos de fotos del festejo, se produjeron manifestaciones en contra, y los participantes fueron imputados por la justicia federal por “haber violado las medidas adoptadas por las autoridades nacionales para impedir la propagación de la pandemia de COVID-19”. El episodio fue considerado un “escándalo político” por la prensa, similar al sucedido en el mismo año con el festejo del primer ministro británico Boris Johnson durante la pandemia.
[5] En siguientes trabajos buscaremos trazar un diálogo con los casos que estudia la bibliografía sobre juventudes militantes y derechas a nivel internacional (Pasieka, 2022; Pilkington 2022 y otros). Una primera apreciación es que, a diferencia de estos trabajos, que se han centrado en la experiencia de jóvenes militantes dentro de movimientos políticos organizados, y por lo tanto por ellos mismos reivindicados como activistas, en nuestra investigación nos interesamos por el fenómeno de la adhesión juvenil a las figuras de estas derechas radicales. Aquí trabajamos con jóvenes adherentes o simpatizantes que no llegan al grado de identificación como “militantes” o activistas. Para el caso argentino, Melina Vázquez (2022) viene desarrollando un estudio sobre los jóvenes militantes de LLA que muestran una experiencia y sensibilidad distinta a la que enfocamos aquí.