0000-0002-1186-1290 Carolina Crespo[1]
Si concebimos al museo como un dispositivo de gubernamentalidad creado “para imaginar y diseñar una subjetividad futura, inexistente, potencial, utópica y vacía por sobre su valor histórico” (Fernández Bravo, 2016, p. 14); que trabaja con cuerpos y busca afectar cuerpos a través de una serie de procedimientos tales como la apropiación, acumulación, formación, exhibición y montaje interpretativo de elementos, prácticas y experiencias de la vida cotidiana que son recodificados como colección patrimonial; un punto de partida insoslayable para desnaturalizar esta gran empresa de la modernidad es revisar cómo se conformaron sus colecciones en cada contexto y el complejo exhibitorio construido con ellas. En ese camino incursiona el libro Arqueología de una exhibición. La Exposición del Coloniaje, 1873, escrito por Hugo Rueda Ramírez, Luis Alegría Licuime y Felipe Delgado Torres.
El libro analiza la primera colección con la que se constituyó el Museo Histórico Nacional de Chile, impulsada por el intendente ‒también periodista e historiador‒ Santiago Benjamín Vicuña Mackenna. Los autores contextualizan la práctica patrimonial de Vicuña Mackenna, complejizan la historia republicana, problematizan el régimen de afectos del que formó parte esta colección y reproducen el catálogo -“catálogo razonado”, tal como aparecía sugerentemente clasificado en aquel entonces- de toda la colección.
La publicación corrió en paralelo con la conmemoración por los 110 años del Museo Histórico Nacional de Chile y la exposición de esta primera exhibición en el mismo museo; es decir, mientras este ponía en escena una suerte de “metaexhibición”. Surge de un interés por examinar la dimensión política de la historia, comprender cómo se configuró un futuro en el siglo XIX, y revisar el rol de museos y colecciones en tanto prácticas a través de las cuales fabricar un tiempo-espacio y subjetividades deseables. Valga entonces la compleja pregunta que formula la directora de este museo, Macarena Ponce de León Atria, en la presentación de esta publicación: “¿Por qué un país necesita tener historia?”. Pregunta a la que el libro trata menos de dar una respuesta que de brindar reflexiones en torno a su selección, sus torsiones, sus silenciamientos, sus borraduras, sus materialidades y sus implicancias; e, incluso, su impacto y arraigo hasta hoy.
Podría sugerirse al libro como una historia de la historia, de la historia de la colección y de la historia de un museo que asumió la epopeya de construir en sus paredes una totalidad nacional, recurriendo a un pasado colonial del que se quería desamarrar; pero ‒como sugieren los autores‒ con el que se quería articular para dar una profundidad temporal y espacial a un orden republicano independiente naciente. He ahí una de las paradojas de los dispositivos o regímenes patrimonializadores: crear valor sobre un pasado que se quiere efectivamente pasado, para inscribir otros horizontes de sentido de futuro.
A lo largo de tres capítulos, los autores realizan una lectura estratigráfica de la exposición para dimensionar sus capas y hacen del olvido una clave para pensar la gestión patrimonial. El primer capítulo ‒“Memoria, olvido, coloniaje”‒ refiere a los discursos y olvidos presentes en la exposición del coloniaje, tarea que emprende Hugo Rueda Ramírez. El autor sostiene que, en el proceso de elaboración de un imaginario de la chilenidad, lo olvidable “encontró asilo en un tiempo del que la república buscaba separarse: el ‘coloniaje’” (Rueda Ramírez, 2022, p. 8). El capítulo muestra la complejidad del posicionamiento de la elite en torno al período colonial y el carácter ambiguo y contradictorio que se le otorgó. Por un lado, criticado como un pasado oscuro al que la república venía a superar. Por otro lado, recuperado como un pasado que debía tener un lugar en la conformación de una memoria de la nación.
El libro destaca el itinerario y el sello propio que tuvo la colección reunida por Vicuña Mackenna. Se trata de retratos y objetos de familias reconfigurados en objetos museales que se fueron desplazando del Museo de Santa Lucía, a la exposición del centenario en 1910, hasta quedar en el Museo Histórico Nacional. El rescate de ese pasado ‒explica Rueda Ramírez‒ suponía menos volver atrás que visibilizar el atraso y fin de la colonia vis a vis afirmar la conducción de las elites locales. Esto es; trazar una genealogía de las elites dominantes en Chile ‒todas ellas republicanas y liberales‒ descendientes de estos colonizadores, con el objetivo de conciliar pasado y presente, distanciarse de la colonia, ratificar el nuevo orden republicano y legitimar a las elites dirigentes.
El segundo capítulo, “Estudio e historia de las prácticas patrimoniales en la Exposición del Coloniaje”, escrito por Luis Alegría Licuime y Felipe Delgado Torres, repara en las prácticas y modalidades a través de las cuales los objetos ‒en especial los retratos de obispos y gobernadores‒ fueron acopiados, reunidos, recolectados, montados e inventados como referentes visuales. El capítulo repone los estudios académicos encarados sobre la figura de Vicuña Mackenna y la exhibición. Contextualiza la exposición del coloniaje en el marco del ideario liberal europeizante que tuvo su lugar de expresión tanto en los discursos y debates de la época como en el pensamiento de Vicuña Mackena, en la exhibición y en lo que fue su contrapunto: la exposición de las artes y la industria realizada en 1872. Los autores destacan una interesante diferenciación en la gestión patrimonial encarada por Vicuña Mackenna. Por un lado, el rescate del olvido de ciertas pinturas. Por otro, la reproducción e invención de patrimonio para llenar los vacíos acumulados por las políticas de olvido. Esto es, copiar originales o bien inventar fisonomías de retratos de personajes (obispos) según indicaciones de su personalidad o de sus obras, cuando no había ninguna referencia visual porque esas obras habían sido recientemente destruidas por la revolución independentista. El capítulo describe algunos efectos duales que tuvo la exposición del coloniaje de 1873. Destaca la gran cantidad de público que asistió a la muestra, las actividades que se desarrollaron y disfrutaron en aquel entonces y la magnitud del patrimonio reunido, hecho inédito en el país. Pero también repone algunas críticas de la prensa escrita, que no miraba con buenos ojos la recreación de este período histórico y la puesta en valor de las vanidades aristocráticas; lo que demuestra -como sostienen acertadamente Alegría y Delgado- la necesidad de romper con la idea de una visión homogénea de la elite dominante y del discurso patrimonial.
Finalmente, el tercer capítulo comparte el catálogo del coloniaje, para habilitar al lector a repensar, sin mediaciones, acerca de las relaciones, prácticas, genealogías, debates y tensiones que se expresaron en ella.
Tres aspectos más resultan sugerentes de la lectura del libro. Por un lado, el señalamiento de Rueda Ramírez sobre el carácter masculino de la colección de retratos y objetos del coloniaje y, agregaría, el carácter masculino incluso de quien fuese su promotor y de la comisión que lo acompañó. Por otro, subrayar el gesto racializador que dio forma a la colección. La amabilidad bajo la cual estos retratos y objetos coloniales, aun cargados con una fuerte ambigüedad, fueron coleccionados, inventados, copiados y exhibidos versus la violencia con la que se extrajeron y exhibieron “objetos” y cuerpos de indígenas vivos y muertos dentro del repertorio de la nación. Finalmente, el lugar de los afrodescendientes en el proyecto nacional. Sirvan como ejemplos de estos dos últimos puntos el rol que ocupó un negro de Lima como boletero de la exposición, y un indígena fueguino que se intentó exhibir -aunque murió antes de pulmonía- como caníbal y prisionero del gobernador.
Como señala el capítulo inicial que presenta el libro, nuestra relación con el pasado no está resuelta y el debate sobre la historia como agente de cambio continúa abierto. Sirva, entonces, la lectura de este libro como una oportunidad para seguir interrogándonos críticamente, en este contexto en el que la interrogación se materializó en el espacio público desacralizando a los héroes patrios y cuestionando la colonialidad del monumento y el patrimonio impuesto, pero también en el que se propagan discursos y prácticas racistas y de odio en distintas partes del mundo, por la forma en que se ha construido la temporalidad, el pasado y, sobre todo, sobre cómo queremos fabricar nuestro futuro.