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NOTA EDITORIAL Y COMENTARIO
Bárbara Manasse
https://orcid.org/0000-0003-0018-8210
Instituto de Arqueología y Museo (IAM), Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, Universidad Nacional de Tucumán (UNT). San Martín 1545 (CP T4000CWE), San Miguel de Tucumán, Tucumán, Argentina. E-mail: bamanasse@gmail.com
División Arqueología, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata (UNLP) / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Paseo del Bosque s/n (CP B1900FWA) La Plata, Buenos Aires, Argentina. E-mail: ceciliapaez@gmail.com
Introducción
Este Dossier responde a la necesidad compartida por varias y varios científicos sociales de superar crítica y reflexivamente matrices teóricas modernas –coloniales–, positivistas y hegemónicas, esas que dieron lugar a interpretaciones que no solo nos son insuficientes sino, fundamentalmente, inapropiadas.
Nuestros recorridos científicos y profesionales requirieron –y lo hacen hoy en día– una permanente observación y reflexión acerca de nuestros contextos de enunciación y de práctica, y son los que motivaron la realización de los ámbitos de discusión que propusimos para las VIII y IX Reuniones de Teoría Arqueológica de América del Sur (TAAS) celebradas en 2016 (La Paz, Bolivia) y 2018 (Ibarra, Ecuador), respectivamente.
En la intención de trascender aquellos patrones ontológicos y epistemológicos que a lo largo del tiempo fueron construyendo los soportes para la instalación de lógicas liberales –capitalistas– extractivistas, también desde nuestras prácticas profesionales, fuimos requiriendo y valorando maneras “otras” de conocer, interpretar y construir saberes e ideas, de imaginar formas más integras y respetuosas de actuación (Manasse, 2015a; Manasse y Rabey, 1989).
Sostenemos la relevancia de las narrativas sobre el pasado en la construcción de presentes –es decir más allá de los procesos en sí– desde la convicción de que se trata de discursos que, así, denotan sus sentidos políticos1 (Manasse, 2013, 2018; Manasse y Arenas, 2015).
Confrontamos la colonialidad de ciertas nociones y lógicas de relación occidentales instaladas en nuestras disciplinas, a partir de acercamientos a epistemes nativas trascendentes como la relación con lo no-humano y la reciprocidad –complementariedad propia del mundo andino– (Giovannetti y Páez, 2020).
Reconocemos a las narraciones como constructos, como representación2 y hecho social, más allá de los procesos relatados, lo que nos aleja de la más tradicional perspectiva positivista de nuestra disciplina, permitiéndonos auscultar e investigar los sentidos e implicancias sociales de los relatos, evaluando sus condiciones de producción y reproducción3. Ello nos permite acercarnos a las miradas que, desde el cuestionamiento a la Modernidad y sus estrategias de legitimación del poder, discuten la objetividad y neutralidad de la ciencia y de la arqueología en particular, poniendo en tela de juicio todo tipo de universalizaciones (Manasse, 2012).
Habitar estos espacios con intersecciones, pero sin síntesis (Rivera Cusicanqui, 2015), ha sido fundamental para reflejar los procesos de resistencia de los pueblos frente al avance de la mercantilización y folklorización (Páez, Martínez, Riegler y Martínez Zabala, 2021; Páez, Plastiné Pujadas y Marinangeli, 2018), pero también ha permitido identificar cuánto del pasado prehispánico sigue presente, reproducido en la cotidianeidad o vivenciado en la memoria (Manasse, 2015b; Marinangeli, Ollier y Páez, en prensa).
En las últimas décadas las ciencias sociales fueron evaluando algunas estrategias que, desde la construcción y el sostenimiento de la Modernidad, dan fundamento y soporte a las profundas asimetrías que son constituyentes del Capitalismo4. La modernidad deviene universal a la Historia –deglutiendo las historicidades de otras sociedades y culturas y desestimando todo otro sistema o régimen de Memoria– y al Derecho5 –poniendo límites que, sistemáticamente excluyen “otros” conjuntos poblacionales6 –.
Partiendo del “Manifiesto de Teotihuacán” (Lorenzo, 1976), producto de la reunión realizada en esa ciudad, aparece la propuesta de un programa de trabajo disruptor7 que dará lugar al surgimiento de una línea teórica conocida como Arqueología Social Latinoamericana que pregona la utilidad y el compromiso social de la ciencia y la arqueología en particular8. Algunos años después se observan inquietudes disciplinares en la Europa angloparlante que se reflejaban en discusiones sobre el carácter necesariamente político de sus prácticas, poniendo en cuestión el derecho a disponer sobre el patrimonio cultural de otros pueblos y, particularmente, sobre los sesgos interpretativos de la arqueología sobre esos pasados9.
Con el tiempo, se observa un cambio de paradigma en ese sentido, enfatizando el desarrollo de la disciplina como una práctica política y éticamente informada y reconociendo que la ciencia, lejos de ser neutral, constituye un sistema de valores vinculados a los intereses sociales hegemónicos (Delfino y Rodríguez, 1991; Leone, Potter y Shackell, 1987; Varsavsky, 1969).
Nuestros ejercicios profesionales y científicos se centran en estudios que tengan relevancia para la comunidad en general, buscando debatir y refutar las opiniones institucionalizadas que sirven a los intereses de unos pocos privilegiados, en detrimento de otros, privados de sus derechos. El compromiso social de la arqueología, como ciencia y como ejercicio profesional, ya había quedado tempranamente expuesto en trabajos como los de Lumbreras (1974), Lorenzo y colaboradores (1979), Delfino y Manasse (1986) o Shanks y Tilley (1987), desde otras perspectivas.
Una de nuestras propuestas fue (y sigue siendo) abrir las miradas (y demás percepciones) a perspectivas que ahondan sus saberes en experiencias y enfoques nativo-indígenas del Abya Yala. Ellas podrían sumarse a las que surgieron potentes en otras regiones en el campo de las ciencias sociales y que, de diversas maneras, propugnaron líneas de pensamiento anticolonial (ver obras de autores como Aimé Césaire y Franz Fanon), contra-moderno y/o poscolonial (ver obras de autores como Homi Bhabha, Emir Said y Gayatri Spivak, por ejemplo), como así también las líneas de los Estudios Culturales (ver obras de autores como Suart Hall, Raymond Williams y pensadores americanos) o de aquellos Estudios Subalternos (ver obras de autores como Dipesh Chakrabarty, Partha Chatterjee y Ranajit Guha).
Tratamos de pensar desde un lugar distinto: situadamente, desde otros supuestos, eludiendo/contrarrestando la violencia de los saberes hegemónicos, deconstruyendo/desarticulando sistemas de conocimiento (dispositivos) y exponiendo las tensiones, grietas y fracturas generadas en racionalidades y lógicas de “otros” (Jakel, López y Páez, 2022; Manasse, 2012; Manasse, Ibañez, Leiva y Arenas, 2021; Páez, Marinangeli, Maidana y Plastiné Pujadas, 2022). Atendiendo a enfoques abordados en las regiones andinas de nuestro continente, sirve la noción “ch’ixi” de Rivera Cusicanqui (2015), para superar las miradas homogeneizantes, que suelen ocluir la variedad y heterogeneidad de los pueblos, sus historias, cosmovisiones y cosmovivencias.
Desde esas inquietudes es que convocamos a estos simposios. Las investigaciones que se presentaron en las dos reuniones de TAAS referidas coinciden en la necesidad de sortear mandatos epistémicos y evaluar otras concepciones, otras cosmovisiones que se acerquen más a los mundos que se están interpelando y en los que se está ejerciendo profesionalmente. Situar nuestro trabajo no significa aislar o interpretar de modo esencialista aquello que se busca analizar. Lejos de ello, supone observar desde el lugar que investigamos nuestras interpretaciones y advertir las complejas articulaciones y tensiones en el contexto en el cual se desarrollan, sin subestimar el (bio)poder del capitalismo tardío.
Ancestralidad, memoria y territorio. Matrices teóricas para el estudio de las sociedades indígenas de los Andes
Primero en 2016 y luego, dos años después, este Simposio logró convocar a personas de diferentes regiones de nuestro continente alrededor de esta temática, abordándola desde las experiencias concretas de investigación y desde sus propias maneras de habitar el territorio, generando las reflexiones que dieron el marco para este espacio compartido de discusión.
Los conceptos de ancestralidad, memoria y territorio se fueron gestando desde propósitos contra-modernos, rescatando aquellas matrices de pensamiento propias, definidas por nuestra historia y nuestra experiencia, emergentes de las desigualdades y unidas en un proyecto emancipatorio (Santos, 2009). A éstos se sumaron otros, que también vienen siendo reconsiderados en distintos ámbitos de las disciplinas científicas sociales, como los de “historia”, “tiempo”, “memoria”, “espacio” y “paisaje” o, por otro lado, “poder” y “patrimonio”, por ejemplo. Pero también, aquellos –necesarios y hasta fundamentales– como los que se vinculan, más específicamente, con la espiritualidad de los pueblos andinos, con sus modos de entender y ordenar el cosmos y su vida. Este es el caso de “Pachamama”, destacando su sentido en el marco de una ontología también política. Así es que fueron apareciendo nuevas propuestas de interpretación del pasado que, atendiendo a conceptos ancestrales, permitieron formular lecturas diferentes y, en ese marco, trazar ciertos lineamientos tanto teóricos, como culturales y políticos.
Algunas presentaciones se focalizaron en cómo la arqueología puede servirse de otras disciplinas y especialidades, a los fines de dotar de sentidos tradicionalmente atendidos y no dejar limitado, al “necesario devenir del desarrollo”, espacios y patrimonios materiales que ya no serán accesibles. También destacaron cómo sigue fallando en centrar su análisis y propuestas en “la conservación”, sin atender a la percepción y los sentidos de esos lugares-objetos en la actualidad. La alternativa de una práctica científica colaborativa toma un rol cada vez más importante en aquellos abordajes críticos hacia la arqueología positivista-conservacionista.
Tanto la memoria como el territorio han sido analizados como ejes relevantes en la construcción mutua, superando ciertos esencialismos, no solo en un abordaje arqueológico sino también antropológico. En esa línea también se abordaron las relaciones y transformaciones vividas en un mismo paisaje, pero en diferentes temporalidades, con fuerte énfasis en la diversidad de pueblos que contribuyeron a la conformación de su población.
Finalmente, en todas las valiosas contribuciones pudimos encontrar un sentido político, que emana de la necesidad de protagonizar el relato de nuestra propia historia, desde nuestras propias teorías y hacia nuestras propias utopías. El conjunto de trabajos que se presentan en este dossier es un reflejo de ello, generado a partir de un trabajo colectivo, respetuoso y comprometido hacia una construcción de sentidos más sensible e inclusiva.
Sobre este Dossier
En este Dossier se presentan ocho trabajos que no solo surgieron de los Simposios realizados en las reuniones de TAAS, sino también del interés de otros autores en esta propuesta. En línea con aquello que fuimos conversando, los artículos reunidos fueron exponiendo y tratando problemáticas fundamentalmente teóricas, que refuerzan el propósito de superar las dicotomías y la linealidad del pensamiento cartesiano occidental. Buscan construir alternativas desde otras cosmovisiones y cosmovivencias andinas, que también puedan constituirse como herramientas en el seno de las luchas contra-hegemónicas, enfrentando al modernismo extractivista.
El fascículo inicia con trabajos que exhiben el potencial cultural y destacan el carácter político de investigaciones arqueológicas, históricas y etnográficas. Desde el espacio, los territorios y las memorias, se expone la disputa por las narrativas, por los discursos y sus sentidos en la práctica profesional contemporánea. Sin alejarse de estas aproximaciones, los artículos que siguen aportan, desde diferentes problemáticas y geografías de investigación, a los debates en torno a la importancia de rescatar las ontologías americanas como puerta de entrada para abordar el estudio del pasado de nuestros pueblos.
Gustavo Pisani trabaja las profundas e históricas contradicciones que se muestran elocuentes en la concepción y el uso del espacio puneño en el tiempo, develándose particularmente alrededor de aquellas que existen entre dos sistemas de derecho (el común o comunitario y el privado o liberal), es decir, entre dos sistemas jurídicos ciertamente contrapuestos. El autor remarca la importancia de trabajar estas diferencias en el marco de los procesos de re-territorialización indígena en la región de Laguna Blanca (Catamarca, Argentina). En su narración, da cuenta de que estos ejercicios de evaluación y deconstrucción de nociones de uso corriente en nuestra disciplina resultan de suma relevancia, atendiendo a la complejidad de la lucha por contrarrestar las lógicas latifundistas (gamonales) que dieron soporte a la usurpación de las tierras comunales. Ello requiere desnaturalizar la sujeción a la que la población fue sometida desde la época colonial a partir de violencias de carácter material y simbólico, y exige analizar históricamente, des-alienar conceptos y preceptos profundamente instalados en nuestra sociedad como lo pueden ser el espacio, el territorio, pero también otros como los de arriendo, la noción de patrón, o incluso la de propiedad.
Luego de una caracterización de los modos de producción en esta región de la puna catamarqueña en los últimas centurias, en donde se manifiesta claramente las estrategias de dominio capitalistas propias del gamonalismo que se ha descripto en la región peruana, el autor expone parte de la práctica profesional y científica que se desarrolla desde hace ya varios años por parte del equipo del Instituto Interdisciplinario Puneño (InIP), con el fin de brindar lo que denomina “pruebas objetivas” que sean de utilidad en las exigencias de recuperación del derecho territorial. En este marco, Pisani se sirve de definiciones y apreciaciones de autores como Henri Lefebvre y Milton Santos, para poner en discusión las nociones de espacio y territorio, destacando la necesidad de estudiar detenidamente cómo se han producido los procesos que los fragmentaron, dislocaron y, a través de nuevas espacializaciones (que implicaron extrañamiento y desterritorialización), generaron nuevas jerarquizaciones.
Los recientes procesos de descampesinización en estos tiempos se reformulan en la re-territorialización indígena, que cada vez más se van apoyando en los antiguos usos y costumbres comunales desafiando las lógicas del latifundio con las de carácter comunitario. Se distingue al territorio como un bien común, como abrigo, de aquel que solo se concibe un recurso. No son solo categorías, son herramientas en la lucha por el autogobierno y la autonomía de los pueblos.
Jorge Cabral y Aniela Traba sitúan su trabajo en el norte del valle Calchaquí, en Cachi (Salta, Argentina), una región profusamente habitada en tiempos pre-coloniales y posteriores, pero que desde hace algunas décadas recibe el impacto del avance del monocultivo vitivinícola y del mercado inmobiliario. Se manifiesta así un complejo proceso de transformaciones del espacio –plagado de evidencias arqueológicas– que es disputado (nunca en condiciones de equidad) por distintos sectores de la sociedad. De modo similar a lo que se registra en varios puntos de los valles más al sur (por ejemplo, Cafayate o Tafí del Valle), nuevos actores sociales promueven negocios en el marco del neo-extractivismo agroforestal, turístico e inmobiliario que, más allá de ciertos beneficios puntuales, implican la restricción de tierra y recursos básicos como el agua para gran parte de la población local y una profunda reestructuración social, económica y cultural. Los reclamos y la exigencia de derechos por los territorios ancestrales de quienes se reconocen miembros de pueblos originarios también se libran en el plano simbólico, afrontando la negación de su real existencia como sujetos de derecho.
Les autores exponen cómo los sentidos son manejados e interpretados en función de los intereses y cómo, con ello, también cobran protagonismo las evidencias arqueológicas y los paisajes de los tiempos antiguos. Su patrimonialización suma al complejo entramado de significados y sentidos la participación del Estado, conjugando saberes tradicionales con los científicos y aquellos, adquiridos desde la práctica en instituciones gubernamentales. Cabral y Traba sostienen que a la antigüedad y continuidad en el uso del espacio se constituyeron en ejes del proceso de lucha y resistencia en el espacio, de la reivindicación de sus derechos como comuneros indígenas. Y en ese mismo rumbo, en el que las evidencias arqueológicas adquieren nuevos significados en estos contextos organizativos políticos, presentan el relevamiento y caracterización de aquella presente en el paraje La Aguada. Apuntan a evaluar los cambios producidos por las modificaciones económicas en la región, mostrando cómo el pasado y el presente se tensionan desde el espacio, las evidencias arqueológicas y el/los territorios.
Desde los grandes espacios como Laguna Blanca y luego, parte de la región de Cachi, el trabajo de Francesco Orlandi nos lleva al valle de Yocavil, en una localización muy específica: Quilmes (Tucumán, Argentina). El autor analiza este peculiar emplazamiento indígena sumándose a lo que varias autoras y autores fueron estudiando desde una y otra perspectiva. A él le interesa abordarlo desde la permanente tensión entre las políticas de desarrollo cultural y el derecho a la gestión de sus propios bienes culturales. Se cruzan el territorio, la memoria y la identidad, el pasado en el presente, y, por supuesto, el patrimonio en un marco del derecho colectivo. Es este último concepto el que está en el centro del análisis, inserto en el marco del multiculturalismo neoliberal. El objetivo es analizar la red de relaciones tanto discursivas como materiales que buscan lograr el consenso sobre el derecho al patrimonio indígena, que Orlandi refiere como “cosmopolítica patrimonial”. Consenso sobre los modos de configuración del objeto en su proceso de patrimonialización, al que no queda ajena su relación con el territorio y, por ende, los conflictos por el derecho a su dominio y usufructo.
Un paisaje que expone, pero también encubre, la/s resignificación/es de lo que se considera indígena, “puesto en valor turístico” con un acuerdo que deja sospechas de un consenso con baja representatividad. Se trata como un pasado clausurado que pondera la patrimonialización estática en el marco del multiculturalismo propuesto por el Estado, quien aún niega en los hechos la soberanía de los pueblos indígenas.
Orlandi realiza un recorrido histórico desde los primeros tiempos de “ inscripción científica” de este asentamiento indígena hasta su conformación como Ciudad Sagrada. El autor señala que si bien algunos representantes de organismos del Estado fueron apostando a un reconocimiento de criterios de interpretación indígena acerca de su patrimonio y, en cierto modo a su autodeterminación al respecto, no se alejan de un activismo político que se disuelve en identidades permitidas y encasilladas.
La contribución de Agustina Longo invita a pensar los caminos de la memoria y las luchas que sobre ella se tejen en la relación entre quienes habitaron ancestralmente los territorios y el Estado-Nación, así como la importancia de los cuerpos en el fortalecimiento de las relaciones comunales. Para ello, discute los procesos de comunalización y el marco regulatorio existente en torno a la restitución de cuerpos humanos, tomando como punto de partida el caso de los niños de Llullaillaco-Yuyay Yaku Wawakuna (Salta, Argentina), extraídos de un contexto ritual indígena de tiempos incaicos en el volcán homónimo, en el año 1999. Aquí es la ancestralidad la que se redimensiona en el terreno de las disputas, contraponiendo visiones epistémicas opuestas. Apelando a lineamientos trazados desde los Estudios Culturales, la autora pone el acento en el juego y la confrontación que significa la lucha por los sentidos en un contexto de puja por espacios de poder (p.e. Estado, ciencia, pueblos originarios). Es el presente el que –en su relación de fuerzas– determina memorias, historias y pasados; y en ese marco es que se dirimen los derechos patrimoniales y ancestrales. Longo destaca la necesidad de observar y atender a las políticas que se imponen desde el Estado (p.e. multiculturalismo) y la articulación/reacción de las comunidades (resistencia /cooptación).
Uno de los elementos que retoma la autora para analizar este contrapunto es la idea gramsciana de hegemonía, marcando el contraste entre la reivindicación del derecho de los pueblos indígenas a una cultura e identidad propia y aquella, homogeneizada y homogeneizante, que fuera promulgada por el Estado-Nación desde su propia génesis. Esto adquiere matices particulares a la luz de las estrategias que entran en juego, amén a los requerimientos de un mundo globalizado. Concomitantemente, el otro eje de discusión a partir del cual se aborda la problemática tiene que ver con la legislación vigente, la cual, a partir de sus propias contradicciones, ofrece un territorio cuasi anárquico que puede ser explotado circunstancialmente. Esta situación termina generando lo que la autora define como un juego de inclusión y exclusión, en el que las comunidades indígenas son posibilitadas o inhabilitadas, según la coyuntura y los propios intereses del Estado dentro de la disputa. Así, este artículo nos invita a pensar sobre el sentido político de la ancestralidad y cómo se constituye en un territorio disputado cuando, desde diferentes posiciones ideológicas y epistemológicas, lo que se juega es el valor que adquiere el pasado en la definición de los márgenes del presente.
El artículo de Marco Giovannetti, por su parte, apela a la noción de ancestralidad para comprender la manera de cohabitar los territorios, a partir de una idea de cosmos que desafía las prerrogativas del antropocentrismo moderno. El autor rescata el carácter sagrado del paisaje, a partir del análisis de las wankas, bloques de piedra ubicadas en medio de los campos agrícolas del sitio Los Colorados (Catamarca, Argentina), destacando su condición de entidades con agencia, una característica compartida tanto por los sujetos humanos como aquellos no humanos, en una relación que podría inscribirse en el terreno de la simetría.
Vinculadas con la fertilidad, la reciprocidad y el intercambio de fuerzas, estas rocas permiten abordar otra dimensión del poder, de las relaciones y la organización del espacio y el mundo en los Andes, marcando un punto de quiebre significativo con la forma en que estas nociones son transitadas en Occidente. A la vez, pone en un lugar central a una materialidad que mayormente había sido analizada en términos funcionales o productivos, pero pocas veces rituales.
Otro de los aspectos analizados en el artículo tiene que ver con la forma en que las comunidades que habitaron este valle apropiaron ese paisaje, incluso en el marco de la política inca. Los ancestros y la sacralidad de los espacios vuelven a estar en el centro de la escena, como parte de una idiosincrasia compartida entre los pueblos indígenas –lo que no invalida sus particularidades–, pero, sin embargo, habilita los diálogos, encuentros y desencuentros en un territorio no ajeno a los conflictos. Estas explicaciones desafían las reconstrucciones atomizadas de la historia prehispánica, poniendo el acento en el impacto en las sociedades locales, de circunstancias políticas ocurridas en la esfera regional o macroregional, así como de las implicancias de las estrategias expansivas imperialistas en las formas locales de percibir y habitar el mundo.
El trabajo de Alfredo Lozano también nos desafía en una dirección similar, aunque en una geografía completamente diferente, a partir de pensar los territorios como entidades construidas simbólica y ritualmente. El autor analiza la organización de la ciudad de Caranqui (Ibarra, Ecuador), a partir de un conjunto de conocimientos de orden astronómico, matemático y simbólico del espacio, que se fueron transmitiendo a lo largo de la historia prehispánica. Dos elementos son centrales en esta interpretación del concepto de “ordenamiento territorial” que realiza Lozano. Por un lado, la importancia de comprender que estos trazados son el reflejo de una matriz de pensamiento y de una forma de hacer-en-el-mundo en donde se cruza el presente, el pasado y el futuro. Es decir, no puede entenderse por fuera de esta concepción integral del cosmos y de una noción del tiempo que confronta con la linealidad occidental.
El segundo aspecto que aborda este trabajo es la transformación de un espacio lúdico-ritual, en otro económico y religioso, de acuerdo con las nuevas lógicas que impone la colonia. Esto se materializa en cambios en los trazados, los edificios y el paisaje cultural y arquitectónico, pero que fundamentalmente refleja lo que el autor denomina un trauma cultural en relación con los mecanismos y estrategias de desestructuración de las ontologías andinas, practicadas por los actores e instituciones coloniales.
Con mucho detalle en el trabajo se contraponen ambas racionalidades, evocando las relaciones de poder que operaron en la destrucción de una hacia la otra, e invitándonos a pensar el territorio como una construcción de sentidos no ingenua, sino más bien atravesada por el lente de la ideología. El autor contrapone el ordenamiento cósmico a aquel administrativo y jurisdiccional, el carácter comunitario a la apropiación individual y utilitaria de las tierras, el sistema productivo indígena a la relación entre peones y patrones y el proceso de acumulación de tierras, como dos modelos territoriales. Lejos de dialogar o sincretizarse, la imposición de estas nuevas concepciones también condiciona nuevas formas de (re)existencia de las lógicas indígenas, sobre las cuales los pueblos actuales reivindican un vínculo más respetuoso con la naturaleza y con el mismo cosmos, recuperando las nociones de comunidad y reciprocidad.
Estas dos últimas nociones también están presentes en el trabajo de Andrés Jakel y Gimena Marinangeli, donde los autores discuten la dicotomía entre el valle agrícola y la puna pastoril, articulando ambas experiencias en el paisaje a través de las nociones de complementariedad, ensamble y entrelazamiento, tal como se viene planteando para otras regiones del Noroeste argentino. El vínculo entre pastoreo y agricultura se presenta como el terreno apropiado para problematizar la coyuntura contemporánea del sector norte del valle Calchaquí salteño (Salta, Argentina). Esta intención de superar las dicotomías, en tanto forma explicativa de la modernidad, permite complejizar las múltiples agencias en la definición de los paisajes, encontrando aquellos puntos de sutura que vinculan la memoria del presente con las prácticas del pasado, una puerta de entrada para abordar los sentidos de resistencia.
De esta manera, el segundo aspecto a reponer tiene que ver con el valor de las etnografías en la interpretación del pasado arqueológico, partiendo de la base de que se analizan, no sociedades diferentes marcadas por el hito de la conquista, sino una misma sociedad, sujeta a constantes procesos de desestructuración que operaron desde la conquista hasta nuestro tiempo. Al igual que las contribuciones anteriores, constituye una provocación para pensar la historia de nuestros pueblos esquivando los esquemas de clasificación y significación que formaron parte del patrón de poder instalado sobre las realidades sociales latinoamericanas.
Retomando este vínculo entre pasado y presente es que el dossier concluye con la contribución de Catalina Martínez Zabala, María Cecilia Páez, María Lelia Pochettino y Natalia Petrucci para pensar nuevamente en clave patrimonial aquellas prácticas y saberes instalados en la memoria social, en esta oportunidad de los pobladores de Cachi (Salta, Argentina). La observación por parte de las autoras de la persistencia en el uso de ciertas variedades de maíz, las introduce en el universo culinario de las tradiciones indígenas y sus significados contemporáneos, así como su vinculación con el registro arqueológico. Teniendo en cuenta que se trata de uno de los cultivos con mayor importancia en los Andes, su preminencia en contextos prehispánicos da cuenta de su valor, no sólo en términos dietarios, sino fundamentalmente culturales y simbólicos lo que también se observa en los paisajes vallistos analizados.
Otra de las aristas analizadas en el artículo tiene que ver con la forma en que este cultivo se posiciona dentro de un entorno atravesado por el mercado y el turismo, dos actores fundamentales que fueron estimulados e instalados en las últimas décadas en el valle, llevándonos a repensar su participación, integrando –pero también resistiendo– los nuevos esquemas impuestos por la globalización. Esta doble estrategia, a primera vista contradictoria, se explica apelando a los juegos hegemónicos y contrahegemónicos que definen la compleja relación entre el mundo moderno y las sociedades indígenas, en donde lo identitario se convierte en político.
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1 Cf. Chesneaux (1981).
2 Cf. Trouillot (1995).
3 Cf. Gramsci ([1949] 1980) y Williams ([1977] 2000).
4 Cf. Argumedo (2000), Bhabha ([1994] 2002), Dussel (1994), García Canclini (2004), Jameson y Zizek (2005), Lander (2000), Mignolo (2000), Said (2004), Wallerstein (1996), Zapata Silva (2007), entre otros, destacando la multiplicidad de los enfoques.
5 Cf. Cavalcanti-Schiel (2015).
6 Cf. Grüner (2010, pp. 45 y 54, por ejemplo).
7 Este programa fue presentado por el arqueólogo peruano Luis Lumbreras (1974).
8 Algunos de sus propulsores, fuera de los ya mencionados, han sido Luis Bate (2001), Manuel Gándara (1993), Luis Montané (1980), Mario Sanoja, Iraida Vargas (Sanoja y Vargas, 1974) y Marcio Veloz (1984), por ejemplo.
9 Es en esos contextos que se desarrolla el Primer Congreso Mundial de Arqueología, realizado en Southampton en 1986 (Golson, 1986).